Entró María en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Al oír el saludo Isabel, el niño saltó de alegría en su vientre. Isabel se llenó del Espíritu Santo y exclamó: - ¡Bendita tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!... ¡Dichosa tú por haber creído que se cumplirán las promesas del Señor! María entonces dijo: - Proclama mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador, porque se fijó en su humilde esclava, y desde ahora todas las generaciones me llamarán feliz. El Poderoso ha hecho grandes cosas por mí: ¡Santo es su Nombre! Muestra su misericordia siglo tras siglo a todos aquellos que viven en su presencia. Desplegó la fuerza de su brazo: deshizo a los soberbios y sus planes. Derribó a los poderosos de sus tronos y exaltó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su siervo, se acordó de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, a Abraham y a sus descendientes para siempre. Lucas 1, 38-56.
Santa Isabel ensalza a la Virgen María por el prodigio realizado en ella: la encarnación del Hijo de Dios, el Salvador del mundo. Y Dios la ensalza a los cielos porque ha creído en el mensaje del ángel sobre la promesa de la salvación universal por obra de su Hijo; y por haberle dado la vida humana y haber compartido con él las alegrías y las penas, las persecuciones y la pasión.
Y nosotros ensalzamos a la Virgen María con la fiesta de la Asunción, porque Dios la elevó a la gloria del cielo en premio de su fe y de su fidelidad. Y la constituyó reina de cielos y tierra y madre de la misericordia.
Apocalipsis 11,19. 12,1-6. 10
Entonces se abrió el Santuario de Dios en el Cielo y pudo verse el arca de la Alianza de Dios dentro del Santuario. Se produjeron relámpagos, fragor y truenos, un terremoto y una fuerte granizada. Apareció en el cielo una señal grandiosa: una mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza. Está embarazada y grita de dolor, porque le ha llegado la hora de dar a luz. Apareció también otra señal: un enorme dragón rojo con siete cabezas y diez cuernos, y en las cabezas siete coronas; con su cola barre la tercera parte de las estrellas del cielo, precipitándolas sobre la tierra. El dragón se detuvo delante de la mujer que iba a dar a luz para devorar a su hijo en cuanto naciera. Y la mujer dio a luz un hijo varón, que ha de gobernar a todas las naciones con vara de hierro; pero su hijo fue arrebatado y llevado ante Dios y su trono, mientras la mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar que Dios le ha preparado.
La mujer y el dragón del Apocalipsis simbolizan la encarnizada lucha entre el bien y el mal, que también hoy se libra frente al anuncio del Evangelio rechazado por mundo. Pero la mujer – María y la Iglesia – tiene asegurada la victoria, cuyos signos son el vestido de sol y la corona de doce estrellas con que está engalanada.
La Iglesia, Pueblo de Dios, es guiada y conducida por el mismo Cristo Resucitado en persona hacia la victoria final: la Iglesia triunfante en la eternidad. La misión de la Iglesia - la paz y la salvación de los hombres- tiene destino de victoria, pues el invencible Rey de la Gloria está con ella “todos los días hasta el fin del mundo”.
El “dragón rojo” simboliza al mal que infecta toda la historia humana, principalmente por obra de quienes detentan el poder temporal, y tratan de eliminar el fruto del vientre de la mujer, considerado una amenaza. Y este fruto es Cristo, a quien María engendró para darlo al mundo, y a quien la Iglesia sigue engendrando para darlo al mundo de hoy y de todos los tiempos.
María es a la vez figura de la Iglesia triunfante, resucitada, en el cielo, y de la Iglesia militante aquí en la tierra. María, vestida de sol y coronada de estrellas, prefigura la victoria final sobre el mal y la muerte. Victoria que compartirá todo el que se asocie a Cristo en la lucha por un mundo mejor y por alcanzar el reino eterno, donde él nos está preparando un lugar.
1 Corintios 15,20-27
Cristo resucitó de entre los muertos, siendo el primero y primicia de los que se durmieron. Un hombre trajo la muerte, y un hombre también trae la resurrección de los muertos. Todos mueren por estar incluidos en Adán, y todos también recibirán la vida en Cristo. Pero se respeta el lugar de cada uno: Cristo es primero, y más tarde le tocará a los suyos, cuando Cristo nos visite. Luego llegará el fin. Cristo entregará a Dios Padre el Reino después de haber desarmado todo principado, poder y fuerza. Cristo debe ejercer el poder hasta que Dios haya puesto a todos sus enemigos bajo sus pies, y el último de los enemigos sometidos será la muerte. Dios pondrá todas las cosas bajo sus pies.
Cristo Jesús es la primicia de los resucitados, y María la primera criatura humana que participa en el gran triunfo de la resurrección y en la gran fiesta de la Familia Trinitaria.
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