Sunday, December 30, 2007

FAMILIA: AMOR, SUFRIMIENTO, FELICIDAD

FAMILIA: AMOR, SUFRIMIENTO, FELICIDAD.

Sagrada Familia – A / 30 - 12-2007

Después de irse los Magos, el Ángel se le apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto. Quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes buscará al niño para matarlo”. José se levantó; aquella misma noche tomó al niño y a su madre, y partió hacia Egipto, permaneciendo allí hasta la muerte de Herodes. Así se cumplió lo que había anunciado el Señor por boca del profeta: “Llamé de Egipto a mi hijo”. Después de la muerte de Herodes, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: “Levántate, toma contigo al niño y a su madre y regresa a la tierra de Israel, porque ya han muerto los que querían matar al niño”. José se levantó, tomó al niño y a su madre, y volvieron a la tierra de Israel. Pero al enterarse de que Arquelao gobernaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allá. Conforme a un aviso que recibió en sueños, se dirigió a la provincia de Galilea y se fue a vivir a un pueblo llamado Nazaret. Mateo. 2,13-15.19-23.


La fiesta de la Sagrada Familia es la fiesta de todas las familias, pues toda familia es sagrada, por ser templo donde Dios-Amor comunica la vida por amor a través del amor de los padres, y donde en el amor enriquece la vida de los esposos y de los hijos con dones de Dios para usar, gozar, agradecer y compartir con orden, gratitud y honradez.

La familia está al servicio de la persona y de su misión en la vida, y no al revés. Los hijos son un don de Dios y le pertenecen. Sólo Dios es el Padre verdadero y dueño de los hijos. Los padres son sólo cauces de la vida de sus hijos. Por eso Jesús, a los doce años, sin avisar a sus padres, se quedó en el templo por voluntad de su Padre. Y también la Virgen María, a los trece, dijo su SÍ al Ángel, sin consultar a sus padres ni a los sacerdotes.

Jesús, el Hijo de Dios, quiso nacer en una familia, pues la familia unida en el amor es el ambiente privilegiado e insustituible para el desarrollo normal y el crecimiento sano y feliz de los hijos. Para la persona no existe bien humanamente más grande que un hogar donde el padre y la madre se aman, aman a sus hijos y son correspondidos.

La droga, el alcoholismo, la esclavitud sexual, los embarazos precoces, la delincuencia, los desequilibrios psíquicos, afectivos e inclusive enfermedades físicas, tienen casi siempre su raíz en la falta de familia o de amor en el hogar. El verdadero amor y la unión familiar son la mayor medicina preventiva contra toda clase de enfermedades y desviaciones.

Todo el mundo habla de amor, pero son muy pocas las personas que descubren lo que es el verdadero amor, el cual es a la vez comprensión, perdón, acogida, ayuda, diálogo, compartir bienes, alegrías y sufrimientos. Sin amor auténtico la familia no se sostiene o no cumple su misión a favor de la vida, de los hijos y de los padres.

En la Sagrada Familia hubo miedo, destierro, falta de trabajo y de pan. Hubo sufrimiento frecuente e indecible. Pero el amor verdadero los sostuvo y los mantuvo unidos a Dios Padre y entre sí. Ese fue el gran secreto de su profunda felicidad.

En la familia unida en Cristo, la relación de amor se hace relación salvífica, pues cada cual coopera con Cristo en la salvación de los otros, con la oración, el ejemplo, el sufrimiento asociado al del Salvador, y ofreciendo incuso la muerte cuando acaezca, llegando así al amor máximo entre ellos: “Dar la vida por los que se ama”, a imitación de Cristo.

Se podría parafrasear la pregunta de Jesús: “¿Qué le importa al hombre y a la mujer haber tenido hijos e hijas, si al final los pierden para siempre?”

Siguiendo el ejemplo de la Sagrada Familia, millones de familias unidas por el amor, el perdón, la alegría y el sufrimiento, forman ya en esta tierra la inmensa y feliz familia de los hijos de Dios, con destino glorioso de eternidad en la Familia Trinitaria.

Eclesiástico 3, 3-7. 14-17

El que honra a su padre expía sus pecados y el que respeta a su madre es como quien acumula un tesoro. El que honra a su padre encontrará alegría en sus hijos y cuando ore, será escuchado. El que respeta a su padre tendrá larga vida y el que obedece al Señor da tranquilidad a su madre. El que teme al Señor honra a su padre y sirve como a sus dueños a quienes le dieron la vida. La ayuda prestada a un padre no caerá en el olvido y te servirá de reparación por tus pecados. Cuando estés en la aflicción, el Señor se acordará de ti, y se disolverán tus pecados como la escarcha con el calor. El que abandona a su padre es como un blasfemo y el que irrita a su madre es maldecido por el Señor. Hijo mío, realiza tus obras con modestia y serás amado por los que agradan a Dios.

“Honrar al padre y a la madre” es algo tan importante, que Dios lo incluyó entre los mandamiento de su Ley. Dios considera a los padres como representantes y colaboradores suyos en la transmisión y conservación de la vida, la cual sólo de Dios puede venir, como único Creador y dueño de toda vida.

Por eso Dios se compromete a conceder grandes bendiciones a quienes aman y respetan a sus padres: perdón de los pecados, méritos para la eternidad, ser escuchados en la oración y en la aflicción, larga vida, ser a su vez respetados y amados por sus hijos, que serán su gran alegría…

Obedecer en lo justo a los padres y amarlos, es obedecer y amar a Dios. Pero quien los abandona y los hace sufrir, es como un blasfemo que se acarrea las maldiciones de Dios. Ahí está el origen de tantas desgracias familiares…

Colosenses 3, 12-21

Hermanos: Como elegidos de Dios, sus santos y amados, revístanse de sentimientos de profunda compasión. Practiquen la benevolencia, la humildad, la dulzura, la paciencia. Sopórtense los unos a los otros, y perdónense mutuamente siempre que alguien tenga motivo de queja contra otro. El Señor los ha perdonado: hagan ustedes lo mismo. Sobre todo, revístanse del amor, que es el vínculo de la perfección. Que la paz de Cristo reine en sus corazones: esa paz a la que han sido llamados, porque formamos un solo Cuerpo. Y vivan en la acción de gracias. Que la Palabra de Cristo habite en ustedes con toda su riqueza. Instrúyanse en la verdadera sabiduría, corrigiéndose los unos a los otros. Canten a Dios con gratitud y de todo corazón salmos, himnos y cantos inspirados. Todo lo que puedan decir o realizar, háganlo siempre en Nombre del Señor Jesús, dando gracias por Él a Dios Padre.

San Pablo sugiere las actitudes y virtudes de la convivencia en todo grupo, familia, comunidad: compasión, dulzura, benevolencia, humildad, gratitud, paciencia, perdón, corrección fraterna, comprensión… Todo eso constituye el amor, que viene de Dios, que por amor nos hacer hijos suyos y hermanos entre nosotros.

De ahí surge la paz del corazón, del hogar, de los pueblos, de las naciones, del mundo. Esa es la verdadera sabiduría de la vida, al alcance de todos, si la buscamos de verdad. Sabiduría que también nos lleva a la continua acción de gracias a Dios, a la oración gozosa, a la alabanza, hablando y obrando siempre en nombre de Jesús, que habita en y entre nosotros.

En esa sabiduría se apoya la esperanza feliz de la fiesta eterna en la Casa del Padre.

P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, December 23, 2007

ENCARNACIÓN DE JESÚS

ENCARNACIÓN DE JESÚS

Domingo 4° de Adviento-A / 23-12-2007

Este fue el principio de Jesucristo: María, la madre de Jesús, estaba comprometida con José; pero antes de que vivieran juntos, quedó embarazada por obra del Espíritu Santo. Su esposo, José, pensó despedirla, pero como era un hombre bueno, quiso actuar discretamente para no difamarla. Mientras lo estaba pensando, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: "José, descendiente de David, no tengas miedo de llevarte a María, tu esposa, a tu casa; si bien está esperando por obra del Espíritu Santo, tú eres el que pondrás el nombre al hijo que dará a luz. Y lo llamarás Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados". Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que había dicho el Señor por boca del profeta: “La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que significa: Dios-con-nosotros”. Cuando José se despertó, hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado y tomó consigo a su esposa. Mateo 1,18-24.

María y José habían hecho el contrato matrimonial, pero no la boda oficial, a partir de la cual se iniciaba la vida conyugal. Pero María quedó embarazada antes de la boda. Ella había decidido guardar la virginidad, como se deduce de su respuesta al Ángel: “¿Cómo podré ser madre, si no tengo relaciones con ningún hombre?”

José quedó totalmente desconcertado al constatar realidad del embarazo de su novia. Ante la ley judía María era culpable de adulterio y debería ser apedreada. Pero José la amaba tanto que, enloquecido de angustia, pensó una salida paliativa: darle un acta secreta de divorcio, aunque sabía que eso no podría librar a su pobre y amada esposa de ser lapidada.

Es de suponer la inmensa angustia de ambos. Si María intentó explicar el misterio a José, es evidente que había fracasado, de lo contrario José no habría optado por el divorcio.

El misterio de la encarnación ocasionó grandes sufrimientos a José y María. José quería librar a su amada esposa la horrible lapidación, y por otra parte no podía aceptar la paternidad de un hijo que no era suyo.

Por su parte María adivinaba el inmenso sufrimiento de José y sufría a su vez sin saber qué hacer. Pero en este angustioso dilema intervino un ángel en un sueño con estas palabras: “No tengas miedo de recibir a María en tu casa, pues la criatura que espera es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”.

José, hombre justo, sentía gran respeto, admiración y amor por su novia, y no podía menos de acoger en castidad perfecta el gran misterio realizado en María por obra del Espíritu Santo, como el ángel se lo había revelado.

Con este anuncio José y María, inmensamente agradecidos a Dios, recobraron la paz y la alegría. José comprendió cuál era su misión en ese matrimonio excepcional: ser padre putativo del Mesías esperado, al que había de poner el nombre de Jesús, que quiere decir: Salvador. José, obediente, aceptó ser cabeza y protector del nuevo y excepcional hogar.

El anuncio del ángel a José sintetiza el Nuevo Testamento: Jesús salvará al pueblo de sus pecados, y no sólo de algunos pecados, sino que traerá la salvación completa.

Con la aparición de Jesús ha sido colmado el abismo entre Dios y los hombres, porque Jesús es el Dios-con-nosotros, el puente por donde nos llegan los bienes mesiánicos: la libertad, la justicia, la paz, la fraternidad, el perdón, la salvación, la alegría de vivir y de morir para resucitar.

Pero el Salvador no vino a librar a los hombres de sus responsabilidades, que siguen en pie: construir una familia unida en el amor, una sociedad justa y humana, hacer del mundo una casa donde gocen todos de la fraternidad y de los bienes mesiánicos del reino de Dios. Es nuestra contribución necesaria y agradecida al plan liberador y salvador de Dios iniciado con la encarnación y el nacimiento de nuestro Salvador Jesús.

Isaias 7,10-14

Yavé se dirigió otra vez a Ajaz, por medio de Isaías, que le dijo: "Pide a Yavé, tu Dios, una señal, aunque sea en las profundidades del lugar oscuro o en las alturas del cielo." Respondió Ajaz: "No la pediré, porque no quiero poner a prueba a Yavé." Entonces Isaías dijo: "¡Oigan, herederos de David! ¿No les basta molestar a todos, que también quieren cansar a mi Dios? El Señor, pues, les dará esta señal: La joven está embarazada y da a luz un varón a quien le pone el nombre de Emmanuel, es decir: Dios-con-nosotros”.

Isaías propone al rey Ajaz que pida un signo que le garantice la victoria contra sus enemigos, pero Ajaz responde hipócritamente que no quiere tentar a Dios. Rechaza el signo. Mas Isaías insiste en que la victoria sobre sus enemigos no depende de recursos políticos ni bélicos, sino de la fe en la intervención de Dios a favor de su pueblo.

Y el signo es el nacimiento de un niño, encarnación de la presencia salvadora de Dios: el Enmanuel, o “Dios-con-nosotros”. La coalición enemiga fracasa, y a la ocasión nacen dos niños en clima de paz: un hijo de Ajaz, (Ezequías, ascendiente de David y de Cristo) y otro de Isaías; acontecimientos que podrían ser considerados como signos del Dios que da la vida.

Pero la profecía se proyecta hacia otro niño: Jesús, el Hijo de María, la cual, al contrario de Ajaz, creyó con toda el alma, y fue bendita entre todas las mujeres por haber creído.

Dios es el conductor de la historia; y el pueblo de Dios – Israel y la Iglesia- sólo pueden tener y hacer historia exitosa desde la fe. Pero la fe tiene exigencias que políticamente pueden parecer errores. Sin embargo, cuando el fanatismo y la soberbia suplantan la fe, se abaten sobre la humanidad crueldades y guerras, como están a la vista.

¡Gran lección para los políticos y gobernantes cristianos y los jerarcas eclesiales!

Romanos 1,1-17

De Pablo, siervo de Cristo Jesús, apóstol por un llamado de Dios, escogido para el Evangelio de Dios. Esta Buena Nueva anunciada de antemano por sus profetas en las Santas Escrituras se refiere a su Hijo, que nació de la descendencia de David según la carne, y que al resucitar de entre los muertos por obra del Espíritu de santidad, ha sido designado Hijo de Dios revestido de su poder. De él, Cristo Jesús, nuestro Señor, hemos recibido gracia y misión, para que en todos los pueblos no-judíos sea recibida la fe, para gloria de su nombre. A estos pueblos pertenecen ustedes, elegidos de Cristo Jesús que están en Roma, a quienes Dios ama y ha llamado y consagrado. Que de Dios, nuestro Padre, y de Cristo Jesús, el Señor, les lleguen la gracia y la paz. Ante todo doy gracias a mi Dios, por medio de Cristo Jesús, por todos ustedes, pues su fe es alabada en el mundo entero. Como ven, no me avergüenzo del Evangelio. Es una fuerza de Dios y salvación para todos los que creen, en primer lugar para los judíos, y también para los griegos.

Pablo se presenta como siervo de Jesucristo, porque se sabe redimido por su sangre, y por eso le pertenece totalmente. Y también se presenta como apóstol, porque ha sido elegido y enviado para proclamar el Evangelio, la buena noticia que Dios envió al mundo por Jesucristo, para establecer el reino de Dios en la tierra; tarea en la que todos estamos invitado a colaborar. Proclamar el Evangelio es considerado por Pablo como verdadero culto.

La fe es encuentro real con Jesús resucitado y con el prójimo necesitado, sobre todo necesitado de salvación.

La vocación a la fe es una muestra del amor de Dios por el hombre, una llamada formar parte del Pueblo de Dios, la Iglesia, y a proclamar el Evangelio, sin falsos miedos y con todos los medios a nuestro alcance: oración, ejemplo, cruz cotidiana, testimonio del Resucitado presente, obras, medios de comunicación, alegría de vivir, actitudes y palabras…

P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, December 16, 2007

EL ESCÁNDALO ANTE JESÚS

EL ESCÁNDALO ANTE JESÚS

Domingo 3° Adviento-A/ 16-12-2007

Juan, que estaba en la cárcel, oyó hablar de las obras de Cristo, por lo que envió a sus discípulos a preguntarle: "¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?" Jesús les contestó: "Vayan y cuéntenle a Juan lo que ustedes están viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y una Buena Nueva llega a los pobres. ¡Y dichoso quien no se escandalice de mí!" Una vez que se fueron los mensajeros, Jesús comenzó a hablar de Juan a la gente: "Cuando ustedes fueron al desierto, ¿qué iban a ver? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué iban ustedes a ver? ¿Un hombre con ropas finas? Los que visten ropas finas viven en palacios. Entonces, ¿qué fueron a ver? ¿A un profeta? Eso sí y, créanme, más que un profeta. Este es el hombre de quien la escritura dice: Yo voy a enviar mi mensajero delante de ti, para que te preceda abriéndote el camino. Yo se lo digo: de entre los hijos de mujer no se ha manifestado uno más grande que Juan Bautista, y sin embargo el más pequeño en el Reino de los Cielos es más que él”. Mateo 11,2-11.


Juan ya había indicado a sus discípulos que Jesús era el Cordero de Dios, el Salvador. Y ahora, desde la cárcel, quiere confirmarles que Jesús es en verdad el Mesías esperado: “¿Eres tú el que ha de venir?” Jesús le responde que se está verificando en su persona y en el pueblo todo lo anunciado por los profetas sobre el Mesías, y que por tanto no hay que esperar a otro: han llegado los tiempos mesiánicos, los tiempos de Cristo salvador.

Jesús añade: “Dichoso quien no se escandalice de mí”. Es decir: feliz quien, al encontrarme u oír hablar de mí, no se sienta decepcionado, porque esperaba de mí otra cosa: un reino temporal al estilo de los demás reinos: con palacios, ejército, policía, poder económico, que los librara del poder romano.

Del escándalo no se libraron ni siquiera sus discípulos e Jesús, que en la pasión lo abandonaron, creyéndolo fracasado definitivamente. Muchos se escandalizaron de él a través de los siglos y se escandalizan hoy, y buscan “otros salvadores” que propongan un camino más fácil, sin cruz: políticos, cantantes, artistas, dinero, líderes religiosos. Pero sólo Jesús es el único Salvador, el único que puede darnos lo que buscamos: paz, alegría, eternidad.

Se trata del escándalo de la cruz, del que habla san Pablo: “Nosotros predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos” (1Co, 1, 23). Pero la cruz es el único el camino “razonable” hacia la resurrección y la gloria, pues lo eligió el mismo Dios para su Hijo. Sería fatal equivocarnos de camino…

Hoy existe otra forma de escándalo ante Jesús: la de quienes no lo creen Dios, y por tanto le niegan el poder de hacer milagros: curar enfermos, dar vista a los ciegos, dar vida a los muertos, perdonar los pecados y resucitar. Socavan por la base la fe cristiana.

Jesús viene a implantar, con la única fuerza del amor, los bienes de su reino en este mundo: la vida y la verdad, la justicia y la paz, el amor y la libertad, la solidaridad y la alegría de vivir; y a conquistar el reino eterno, para él y para la humanidad, a través de la humillación de la cruz y la gloria de la resurrección.

¿No nos escandalizamos también nosotros, negándonos a acoger y ofrecer nuestras cruces junto con la de Cristo, por la propia salvación y la del mundo? ¿Pretendemos en vano llegar a la resurrección y a la gloria eterna saltándonos la cruz, o maldiciéndola cuando nos pesa?

Jesús presenta a Juan Bautista como un hombre modelo, íntegro e inflexible ante el mal. Lo cual le mereció la cruz de la cárcel y la muerte. También en eso fue precursor de Jesús, crucificado a causa de su integridad y entereza ante el mal.

Isaías 35,1-6. 10

Que se alegren el desierto y la tierra seca, que con flores se alegre la pradera. Que se llene de flores como junquillos, que salte y cante de contenta, pues le han regalado el esplendor del Líbano y el brillo del Carmelo y del Sarón. Ellos a su vez verán el esplendor de Yavé, todo el brillo de nuestro Dios. Robustezcan las manos débiles y afirmen las rodillas que se doblan. Díganles a los que están asustados: "Calma, no tengan miedo, porque ya viene su Dios a vengarse, a darles a ellos su merecido; él mismo viene a salvarlos a ustedes." En el desierto brotarán chorros de agua, que correrán como ríos por la superficie. Por ahí regresarán los libertados por Yavé; llegarán a Sión dando gritos de alegría, y con una dicha eterna reflejada en sus rostros; la alegría y la felicidad los acompañarán y ya no tendrán más pena ni tristeza.


El mundo de hoy es un gran desierto donde fieras humanas se ensañan con ferocidad contra la pobre humanidad, sobre todo contra los pequeños, pobres, débiles, y encima muchos le echan la culpa a Dios de los males que ellos causan.

Pero Dios quiere, puede y va a hacer un mundo mejor, y ha empezado a hacerlo con el envío de su Hijo; mas ha decidido contar con nuestra colaboración para acelerar la llegada del paraíso al desierto del mundo y darnos el premio de lo que él realiza a través de nosotros: un mundo donde haya alegría y felicidad, sin pena ni tristeza.

Nuestra colaboración consiste en promover en la tierra los valores de su reino, de su paraíso: la vida, la verdad, la justicia, la paz, el amor, la libertad, la alegría de vivir, el perdón... Nadie está exento de esta tarea; Dios no hará lo que nos corresponde a nosotros.

Nuestra capacidad y medio máximo es Cristo mismo, que se ha puesto entre nosotros y en nosotros para hacer la obra de Dios en y con nosotros. Él ya no viene, sino que está permanentemente. ¡Cuánta alegría y paz de paraíso perdidas porque no creemos lo suficiente en esta presencia infalible de Jesús ni recurrimos de continuo a su Persona presente!

¿Seguimos tal vez viviendo con mentalidad de Antiguo Testamento, como los judíos, esperando a que venga quien ya está, quizás para justificar nuestra indiferencia?

Santiago 5,7-10.

Tengan paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. Miren cómo el sembrador cosecha los preciosos productos de la tierra, que ha aguardado desde las primeras lluvias hasta las tardías. Sean también ustedes pacientes y no se desanimen, porque la venida del Señor está cerca. Hermanos: no se peleen unos con otros, y así no serán juzgados; miren que el juez está a la puerta. Consideren, hermanos, lo que han sufrido los profetas que hablaron en nombre del Señor y tómenlos como modelo de paciencia.


En las primeras comunidades se creía que Jesús iba a regresar en seguida para establecer su reino glorioso en la tierra. Pero los mismos apóstoles se preocuparon de eliminar esta creencia, invitando a la paciencia en la espera de la venida definitiva del Señor, y estimulando a evitar peleas y rencores para no ser juzgados.

Pero la venida definitiva y gloriosa de Cristo a cada uno de nosotros sí está cerca y puede verificarse en cualquier momento. Pues la muerte, que nos abordará cuando menos lo pensemos, es el encuentro definitivo con Cristo glorioso, sin tener que esperar al fin del mundo para encontrarnos con él.

Lo decisivo es abrirnos a él, presente en nuestra vida cotidiana: en las alegrías, sufrimientos, oración, prójimo, Eucaristía, Palabra..., y entonces la muerte no será una fatal sorpresa, sino la continuidad gloriosa del encuentro deseado con él.

P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, December 09, 2007

CONVERSIÓN A DIOS Y AL PRÓJIMO

CONVERSIÓN A DIOS Y AL PRÓJIMO


Domingo 2° de Adviento-A/9-12-2007


Por aquel tiempo se presentó Juan Bautista y empezó a predicar en el desierto de Judea. Este era su mensaje: "Conviértanse de su mal camino, porque el Reino de los Cielos está cerca". A Juan se refería el profeta Isaías cuando decía: “Una voz grita en el desierto: Preparen un camino al Señor; hagan sus senderos rectos”. Venían a verlo de Jerusalén, de toda la Judea y de la región del Jordán. Y además de confesar sus pecados, se hacían bautizar por Juan en el río Jordán. Juan vio que un grupo de fariseos y de saduceos habían venido donde él bautizaba, y les dijo: "Raza de víboras, ¿cómo van a pensar que escaparán del castigo que se les viene encima? Muestren los frutos de una sincera conversión, pues de nada les sirve decir: "Abrahán es nuestro padre". Yo les aseguro que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán aun de estas piedras. El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles, y todo árbol que no da buen fruto, será cortado y arrojado al fuego". Mateo 3,1-12

El mensaje de Juan Bautista coincide con el de Jesús: “Conviértanse”. La exigencia de conversión entraba también en la predicación de los fariseos y saduceos. Pero estos proponían sólo un cambio teórico de pensamiento, mientras la conversión exigida por el Bautista y por Jesús es mucho más: un cambio real de vida, mejorando la relación interior y exterior con Dios y con el prójimo. Es lo mismo que Jesús nos pide hoy a cada cual, y lo que necesitamos de verdad.

La verdadera relación con Dios y con el prójimo debe traducirse en una conducta conforme a la voluntad divina, conducta de hijos de Dios, a fin de producir “frutos de verdadera conversión”. Que si el árbol –imagen de la persona humana- no produce frutos, será cortado y arrojado al fuego, a menos que empiece a producir verdaderos frutos de bien, de conversión real.

Convertirse a Dios y al prójimo, exige dejar esas felicidades engañosas, egoístas, pasajeras, que impiden acceder a las verdaderas y permanentes, que nadie nos puede quitar, ni siquiera la muerte; la cual sólo será puerta de la felicidad eterna, por la resurrección, para quienes pasen por esta vida haciendo el bien a imitación de Jesús.

Convertirse no es sólo alejarse del mal, sino, además, hacer el bien y vivir de fe. Por eso la “vida en Cristo”, la unión con él, es la expresión de la verdadera conversión, la que nos hace cristianos auténticos, y que da paso a la real relación liberadora y salvífica con Dios y con el prójimo.

No nos engañemos, como los fariseos y saduceos - que creían merecer la salvación sólo por ser “hijos de Abrahán”-. No nos creamos cristianos sólo porque estamos bautizados, somos religiosos, sacerdotes, porque vamos a misa, comulgamos, rezamos el rosario, tenemos imágenes en casa, leemos la Biblia, formamos parte de grupos parroquiales… Todo eso, sin conversión auténtica -vuelta amorosa a Dios y al prójimo-, no nos valdría de nada. Esas cosas sólo son medios o consecuencias de la vida cristiana, pero lo esencial es la unión real con Cristo, la que nos hace cristianos.

Mientras los judíos esperaban un futuro reino de Dios, Juan bautista lo anunciaba ya presente en Jesús: en él Dios se ha vuelto, se ha convertido a los hombres, y por eso los hombres podemos y debemos volvernos, convertirnos a Dios y al prójimo, imagen suya.

Volver a Dios como Padre y al prójimo como hermano, hijo del mismo Padre y con el mismo destino eterno en su casa eterna. De lo contrario nos quedaríamos como los judíos: sin Cristo. Que no merezcamos la imprecación de Jesús: “¡Raza de víboras…, muestren frutos de verdadera conversión!” Quien se creyera que no tiene nada de qué convertirse, es justo de los más necesitados de conversión.

El bautismo de verdadera conversión, “el bautismo del Espíritu”, es posible para todos, sin distinción de clases sociales o religiosas, de razas y naciones. El bautismo en el Espíritu se traduce en conversión a la presencia y experiencia personal de Dios y el prójimo como hijo de Dios.

Isaías 11,1-10

Una rama saldrá del tronco de Jesé, un brote surgirá de sus raíces. Sobre él reposará el Espíritu de Yavé, espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de prudencia y valentía, espíritu para conocer a Yavé y para respetarlo, y para gobernar según sus preceptos. No juzgará por las apariencias ni se decidirá por lo que se dice, sino que hará justicia a los débiles y defenderá el derecho de los pobres del país. Su palabra derribará al opresor, el soplo de sus labios matará al malvado. Tendrá como cinturón la justicia, y la lealtad será el ceñidor de sus caderas. El lobo habitará con el cordero, el puma se acostará junto al cabrito, el ternero comerá al lado del león y un niño chiquito los cuidará. La vaca y el oso pastarán en compañía y sus crías reposarán juntas, pues el león también comerá pasto, igual que el buey. El niño de pecho jugará sobre el nido de la víbora, y en la cueva de la culebra el pequeñuelo meterá su mano. No cometerán el mal, ni dañarán a su prójimo en todo mi cerro santo, pues, como llenan las aguas el mar, se llenará la tierra del conocimiento de Yavé.

El adviento no es sólo espera del Salvador, apertura a él y salida a su encuentro, sino también esperanza comprometida en la construcción de su reino de paz y justicia, de vida y verdad, de libertad y amor..., donde al fin desaparecerán las tiranías, las enemistades y brutalidades de los hombres entre sí, entre los hombres y los animales, entre el hombre y la creación. Porque el hombre adquirirá sabiduría y prudencia, un mayor conocimiento de Dios y del hombre, que es su imagen.

¿Creemos que está en nuestras manos hacer algo para que este mundo cambie, empezando por nuestra persona, por nuestro hogar, nuestro ambiente? Por nosotros es imposible “Sin mí no pueden hacer nada”, nos asegura Cristo mismo.

Creamos a la palabra infalible de Jesús: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”, aunque no sepamos cómo, ni dónde, ni cuándo ni para quién. Y creamos con san Pablo: “Todo lo puedo en aquel que me da fortaleza”.

Una humanidad fraternal donde nadie haga daño a nadie, no es sólo un sueño ilusorio o una utopía, sino una promesa infalible de nuestro Padre, una realidad futura necesaria, cuya realización nosotros podemos adelantar con la vida, la oración, el dolor como eficaz colaboración unidos a Cristo, Rey y Salvador, Centro y Restaurador del mundo.

Romanos 15,4-9

Todas esas escrituras proféticas se escribieron para enseñanza nuestra, de modo que, perseverando y teniendo el consuelo de las Escrituras, no nos falte la esperanza. Que Dios, de quien procede toda perseverancia y consuelo, les conceda también a todos vivir en buen acuerdo, según el espíritu de Cristo Jesús. Entonces ustedes, con un mismo entusiasmo, alabarán a una sola voz a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo. Acójanse unos a otros como Cristo los acogió para gloria de Dios. Entiéndanme: Cristo se puso al servicio del pueblo judío para cumplir las promesas hechas a sus padres, porque Dios es fiel. ¿Y los otros pueblos? Esos darán gracias a Dios por su misericordia. Lo dice la Escritura: “Por eso te bendeciré entre las naciones y alabaré tu nombre”.

San Pablo nos enseña una verdad tal vez a menudo ausente pero necesaria en nuestra vida cristiana: que la Palabra de Dios ha sido escrita no sólo para los primeros destinatarios, sino también para cada uno de nosotros, para nuestra enseñanza, seguridad, consuelo y esperanza.

Y no sólo para los otros. ¿No es frecuente razonar así?: Esta Palabra de Dios le iría bien a mi consorte, a mis hijos, vecinos, amigos, y olvidamos que nos va bien ante todo a nosotros, que fue pronunciada y escrita para nosotros, como carta de Quien nos ama más que nadie.

El compartir la Palabra de Dios nuestro Padre nos pone de acuerdo a todos, como hijos suyos, a quienes está dirigida esa carta, sin distinción de cargos, edad, sexo, cultura, opiniones..., e incluso de religión, pues incluso los paganos tienen derecho a ella, y tenemos que hacérsela llegar por todos los medios posibles.



P. Jesús Álvarez, ssp.

Saturday, December 08, 2007

LA INMACULADA, primicia de la redención

LA INMACULADA,


primicia de la redención


8-12-2007


Llegó el ángel Gabriel hasta María y le dijo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. María quedó muy conmovida al oír estas palabras, y se preguntaba qué significaría tal saludo. Pero el ángel le dijo: No temas, María, porque has encontrado el favor de Dios. Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, al que pondrás el nombre de Jesús. Será grande y justamente será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de su antepasado David; gobernará por siempre al pueblo de Jacob y su reinado no terminará jamás. María entonces dijo al ángel: ¿Cómo puede ser eso, si yo soy virgen? Contestó el ángel: El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el niño santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios. (Lucas. 1,26-38)

La solemnidad de la Inmaculada al principio del adviento no es pura coincidencia, sino que forma parte del misterio del adviento: por la María Inmaculada viene al mundo el Salvador. La Inmaculada es el símbolo y la primicia de la humanidad redimida y el fruto más espléndido de la obra redentora de Cristo.


La concepción inmaculada de María es un dogma; o sea: una verdad firme de nuestra fe católica, que la Iglesia acoge y propone apoyándose en la experiencia de fe vivida durante mucho tiempo por el Pueblo de Dios, como una realidad profunda del amor salvador de Dios que supera la inteligencia y la capacidad expresiva del lenguaje humano. Este admirable don de Dios abre al hombre la esperanza de realizar sus aspiraciones más hondas e imperecederas de felicidad y plenitud, propias del “reinado de Cristo que no terminará jamás”.


¿Quién puede no desear compartir eternamente con nuestra Madre María la transparencia, la alegría, la plenitud, la gracia de ser Inmaculada? Ella es la garantía de que un día seremos como ella, que es el modelo de la humanidad redimida, de todos los que acogen con fe y amor al fruto de su vientre, Cristo Jesús, único Salvador del mundo y de cada uno de nosotros.


María recibe la vocación de engendrar a Cristo para darlo al mundo. Purísima, inmaculada, “llena de gracia” debía ser la Madre del Hijo de Dios.


La verdadera devoción a la Virgen consiste en imitarla en esta vocación y misión: acoger en nuestro corazón y en nuestras vidas a Cristo, por obra del Espíritu Santo, para darlo a los otros con el ejemplo, la oración, las obras, el sufrimiento ofrecido, la palabra, la alegría, el amor, la fe y la esperanza.


En la Comunión eucarística recibimos al mismo Jesús que María acogió en la Anunciación. Y si lo acogemos con fe, amor y pureza de corazón, lo daremos sin duda a los otros, aunque no nos demos cuenta.


Entonces Dios producirá frutos de salvación para los otros y para nosotros, porque “quien está unido a mí, produce mucho fruto”, como asegura el mismo Jesús. María fue la criatura más unida a Cristo, y por eso la que produjo el mayor fruto de salvación para la humanidad: Jesús, que es “el fruto bendito de su vientre”.


María Inmaculada es el signo de la meta a que Dios nos llama: la victoria eterna sobre el pecado, sobre el mal y la muerte, la cual por Cristo se hace puerta de la resurrección y de la gloria eterna que Dios tiene preparada para quienes lo aman.


El mal, el pecado existen en nuestro corazón y a nuestro alrededor, en la familia, en la Iglesia y en la sociedad: la injusticia, la prepotencia, la violencia, las violaciones, la corrupción, el holocausto de inocentes no nacidos y nacidos, la indiferencia, el placer egoísta a costa del sufrimiento ajeno, el divorcio, el odio, la guerra, el dominio despótico sobre los más débiles...


Pero el mal y el pecado, con todas sus consecuencias, se vencen sólo “a golpes” de bien, en unión con Cristo y con María Inmaculada, que tienen en su mano la victoria segura sobre el mal y sobre la misma muerte.


La presencia de Jesús victorioso, formado también en nosotros por el Espíritu Santo, y la presencia maternal de María en nuestras vidas, las tenemos garantizadas por la misma palabra infalible de Jesús: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. Donde está Jesús, allí está María, Madre suya y nuestra.

El mensaje de esta fiesta es el anuncio de que la humanidad va a ser sanada de raíz. Esta es la promesa que esperamos con gozosa esperanza.

Genesis 3, 9-15. 20

Después que el hombre y la mujer comieron del árbol que Dios les había prohibido, el Señor Dios llamó al hombre y le dijo: «¿Dónde estás?» «Oí tus pasos por el jardín», respondió él, «y tuve miedo porque estaba desnudo. Por eso me escondí». Él replicó: «¿Y quién te dijo que estabas desnudo? ¿Acaso has comido del árbol que yo te prohibí?». El hombre respondió: «La mujer que pusiste a mi lado me dio el fruto y yo comí de él». El Señor Dios dijo a la mujer: «¿Cómo hiciste semejante cosa?». La mujer respondió: «La serpiente me sedujo y comí». Y el Señor Dios dijo a la serpiente: «Por haber hecho esto, maldita seas entre todos los animales domésticos y entre todos los animales del campo. Te arrastrarás sobre tu vientre, y comerás polvo todos los días de tu vida. Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya. Él te aplastará la cabeza y tú le acecharás el talón». El hombre dio a su mujer el nombre de Eva, por ser ella la madre de todos los vivientes.

El escritor sagrado hace un relato imaginativo, poético-mítico, para explicar al pueblo la ineludible realidad y misterio del bien y del mal.


El pecado original no fue comer una manzana (que es sólo un símbolo), sino pretender ser como Dios prescindiendo de Dios y haciendo caso al enemigo de Dios. Y ese sigue siendo el pecado del hombre en todos los tiempos, seducido por las serpientes del orgullo, del poder, del dinero y del placer, que perturban las relaciones entre Dios, el hombre y la mujer.


Al sentirse culpable, el hombre culpa a la mujer, y la mujer culpa a la serpiente. Y la escena se repite a diario a través de la historia: echar la culpa al otro para evadir la propia responsabilidad. Pero sólo reconociendo la propia culpa y detestándola ante Dios, podremos recuperar la paz y podremos volver a mirar sin miedo a Dios y vivir en amistad gozosa con él.


Dios maldice a la serpiente, pero no maldice al hombre y a la mujer, aunque deban soportar el dolor y el duro trabajo para sobrevivir a causa de su pecado. El hombre es responsable de pecado de sustituir a Dios por los bienes creados por Dios.


El hombre y la mujer no sólo son pecadores, sino también víctimas del pecado propio y ajeno; pero también son capaces de vencer el pecado y sus consecuencias, volviéndose a Dios y uniéndose a Jesús y a María en la lucha victoriosa contra el mal, el pecado y la muerte.

Efesios 1, 3-6. 11-12

Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el cielo, y nos ha elegido en Él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor. Él nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, que nos dio en su Hijo muy querido. En Él hemos sido constituidos herederos, y destinados de antemano --según el previo designio del que realiza todas las cosas conforme a su voluntad-- a ser aquellos que han puesto su esperanza en Cristo, para alabanza de su gloria.

A partir del pecado original y a pesar de él, Dios traza su proyecto de salvación a favor de la humanidad, para devolver al hombre la categoría sublime de hijo suyo en su Hijo, hecho Hijo de María, para que el hombre sea heredero de todos los bienes de su reino, de la misma vida de Dios y de su gloria.


El destino del hombre es dar gloria y alabanza a Dios, y no porque Dios necesite la gloria y alabanza del hombre, sino porque el hombre encuentra su plena realización y su total felicidad al reconocer, agradecer y alabar a Dios, pues sólo así se hace semejante a Dios en grandeza y felicidad, lo cual es su aspiración más profunda.


La fuente y el camino de la felicidad posible en la tierra y de la felicidad eterna, es la santidad. Pero se debe entender y experimentar en qué consiste esta santidad: simplemente en la unión con Cristo resucitado presente.


San Pablo lo comprendió y experimentó a la perfección: “Para mí la vida es Cristo”; “No soy yo el que vive; es Cristo quien vive en mí”. Jesús lo expresó así: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”, y se entiende: fruto de santidad y salvación. Santidad es sinónimo de felicidad plena, total, en el tiempo y en la eternidad.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, December 02, 2007

LAS VENIDAS DE JESÚS

LAS VENIDAS DE JESÚS

Domingo 1° adviento-A/2 –12- 2007

Dijo Jesús: Cuando venga el Hijo del Hombre, sucederá lo mismo que en los tiempos de Noé: En la inminencia del diluvio, la gente seguía comiendo, bebiendo y casándose, hasta el día en que Noé entró en el arca. Y cuando menos se lo esperaban, llegó el diluvio y se los llevó a todos. Por eso, ustedes estén despiertos y en vela, porque no saben en qué día vendrá su Señor. Comprendan que si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche viene el ladrón, permanecería en vela para impedir el asalto de su casa. Por eso también ustedes estén preparados, porque a la hora que menos lo piensen, vendrá el Hijo del Hombre. Mateo 24, 37-44.

Adviento significa “venida”, llegada de alguien esperado. El evangelio de hoy se refiere a la venida gloriosa de Jesús al fin del mundo, que es la última de sus cuatro venidas. La primera fue la venida en Belén, para enseñarnos y hacernos posible el camino hacia la eternidad gloriosa.

Otras dos venidas de Jesús resucitado marcan nuestra existencia: su venida diaria a nuestra vida, si lo acogemos: “Estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”; y su venida final de nuestra vida terrena: “Voy a prepararles un puesto... y vendré a buscarlos para que donde yo estoy, estén también ustedes”.

En realidad, el sentido profundo del adviento hoy consiste en centrar nuestro gozoso esfuerzo en acoger a Cristo resucitado en su real y continua venida a nuestra vida de cada día, para que él nos acoja en su venida al final de nuestros días terrenos, y así nos encontremos a su lado en el último día.

Nosotros invitamos a Jesús para que venga: “¡Ven, Señor Jesús”, y él nos invita a acogerlo: “Estoy a la puerta llamando: quien me abra, me tendrá consigo a la mesa”. “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, que yo lo aliviaré”. Se trata de una venida y encuentro mutuos.

Jesús compara a los hombres de de su tiempo – y los de hoy- a los paisanos de Noé, que pasaron de improviso de la seguridad y del disfrute pervertido a la destrucción.

No sabemos cuándo será el fin del mundo, que puede durar todavía millones de años. Como tampoco conocemos la fecha de nuestra muerte, que en realidad es “nuestro” fin del mundo. Es necesario vivir en vigilancia y en preparación permanente para lograr, con la muerte y la resurrección, el éxito de la vida terrena: alcanzar la vida eterna.

No podemos ilusionarnos con una supuesta conversión o confesión en el último momento. Hay que decidirse en serio a una conducta coherente como hijos de Dios, frente a la superficialidad y perversidad de la sociedad de hoy, que imita a la insensata generación del diluvio.

Hay tomarse fuerte de la mano de Jesús resucitado presente, estar pendiente de su palabra y de su voluntad, vivir en trato amoroso con él y con el prójimo.

Isaías 2,1-5.

Isaías, hijo de Amós, tuvo esta visión acerca de Judá y de Jerusalén. Al fin de los tiempos, el cerro de la Casa de Yavé será puesto sobre los altos montes y dominará los lugares más elevados. Irán a verlo todas las naciones y subirán hacia él muchos pueblos, diciendo: "Vengan, subamos al cerro de Yavé, a la casa del Dios de Jacob, para que nos enseñe sus caminos y caminemos por sus sendas. Porque la enseñanza irradia de Sión, de Jerusalén sale la palabra de Yavé." Hará de árbitro entre las naciones y a los pueblos dará lecciones. Harán arados de sus espadas y sacarán hoces de sus lanzas. Una nación no levantará la espada contra otra y no se adiestrarán para la guerra.

Judá, Jerusalén, el cerro de Yavé, la casa del Dios de Jacob, son figura de la Iglesia, a cuyo frente va el mismo rey y centro de la historia, árbitro de las naciones: Cristo resucitado presente. Él es quien enseña los caminos de Dios, ya que es su Palabra personificada.

La acción liberadora y salvífica de Cristo Jesús alcanza, desde su Cuerpo, que es la Iglesia, a todas las naciones, razas y lenguas. Así lo confirmamos en la consagración de la Eucaristía: “Sangre derramada por ustedes y por todos los hombres”. Y nosotros estamos invitados por Dios a compartir con Cristo en ese plan de salvación universal, ofreciéndonos junto con él en cada misa, y en la vida ordinaria.

Dios mismo nos pide y concede colaborar con Cristo en la construcción de ese mundo nuevo “donde no habrá llanto ni dolor”, donde la energía nuclear se ponga al servicio de la vida y no de la muerte, y donde todos los progresos de la ciencia y de la tecnología se conviertan por doquier en armas para desterrar la guerra, el hambre, la enfermedad, las brutales desigualdades..., y donde todos los hombres se sientan y se amen como hermanos, hijos del mismo Padre.

Romanos 13,11-14.

Comprendan en qué tiempo estamos, y que ya es hora de despertar. Nuestra salvación está ahora más cerca que cuando llegamos a la fe. La noche va muy avanzada y está cerca el día: dejemos, pues, las obras propias de la oscuridad y revistámonos de una coraza de luz. Comportémonos con decencia, como se hace de día: nada de banquetes y borracheras, nada de prostitución y vicios, nada de pleitos y envidias. Más bien revístanse del Señor Jesucristo, y no se dejen arrastrar por la carne para satisfacer sus deseos.

Comprender el tiempo presente, es vivir conscientes de que estamos en la era de Cristo resucitado, era dominada por su presencia viva y gloriosa, a pesar de las muchas apariencias en contra. No podemos perder la máxima y única oportunidad.

Él mismo nos lo confirma con palabra infalible: “Estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. La fe vivida en su presencia constituye la única manera de vivir despiertos.

Pero podemos despilfarrar este tiempo, si prescindimos de esa presencia de Cristo y del trato asiduo con él. Sin Cristo, nada podemos hacer para salvarnos, y resbalaríamos hacia las tinieblas, perdiendo la resurrección para la gloria eterna.

Sin esa relación asidua con Cristo presente, nos deslizamos hacia los criterios, actitudes y conductas tenebrosas de los paganos, aunque nos llamemos cristianos, pues prescindiendo de la presencia de Cristo resucitado, de su Palabra, de su ejemplo, de su ayuda, nuestra vida, trabajo, relaciones, diversiones, sufrimientos, prácticas religiosas..., serían experiencias de cristianos sin Cristo, simples paganos, en lugar de ser otros “cristos”.

Quienes creen en Cristo resucitado presente, no pueden vivir como los que no creen, adorando los ídolos del poder, del dinero y del placer. Es necesario vivir como “otros cristos”.

P. Jesús Álvarez, ssp.