ENCARNACIÓN DE JESÚS
Domingo 4° de Adviento-A / 23-12-2007
Este fue el principio de Jesucristo: María, la madre de Jesús, estaba comprometida con José; pero antes de que vivieran juntos, quedó embarazada por obra del Espíritu Santo. Su esposo, José, pensó despedirla, pero como era un hombre bueno, quiso actuar discretamente para no difamarla. Mientras lo estaba pensando, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: "José, descendiente de David, no tengas miedo de llevarte a María, tu esposa, a tu casa; si bien está esperando por obra del Espíritu Santo, tú eres el que pondrás el nombre al hijo que dará a luz. Y lo llamarás Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados". Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que había dicho el Señor por boca del profeta: “La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que significa: Dios-con-nosotros”. Cuando José se despertó, hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado y tomó consigo a su esposa. Mateo 1,18-24.
María y José habían hecho el contrato matrimonial, pero no la boda oficial, a partir de la cual se iniciaba la vida conyugal. Pero María quedó embarazada antes de la boda. Ella había decidido guardar la virginidad, como se deduce de su respuesta al Ángel: “¿Cómo podré ser madre, si no tengo relaciones con ningún hombre?”
José quedó totalmente desconcertado al constatar realidad del embarazo de su novia. Ante la ley judía María era culpable de adulterio y debería ser apedreada. Pero José la amaba tanto que, enloquecido de angustia, pensó una salida paliativa: darle un acta secreta de divorcio, aunque sabía que eso no podría librar a su pobre y amada esposa de ser lapidada.
Es de suponer la inmensa angustia de ambos. Si María intentó explicar el misterio a José, es evidente que había fracasado, de lo contrario José no habría optado por el divorcio.
El misterio de la encarnación ocasionó grandes sufrimientos a José y María. José quería librar a su amada esposa la horrible lapidación, y por otra parte no podía aceptar la paternidad de un hijo que no era suyo.
Por su parte María adivinaba el inmenso sufrimiento de José y sufría a su vez sin saber qué hacer. Pero en este angustioso dilema intervino un ángel en un sueño con estas palabras: “No tengas miedo de recibir a María en tu casa, pues la criatura que espera es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”.
José, hombre justo, sentía gran respeto, admiración y amor por su novia, y no podía menos de acoger en castidad perfecta el gran misterio realizado en María por obra del Espíritu Santo, como el ángel se lo había revelado.
Con este anuncio José y María, inmensamente agradecidos a Dios, recobraron la paz y la alegría. José comprendió cuál era su misión en ese matrimonio excepcional: ser padre putativo del Mesías esperado, al que había de poner el nombre de Jesús, que quiere decir: Salvador. José, obediente, aceptó ser cabeza y protector del nuevo y excepcional hogar.
El anuncio del ángel a José sintetiza el Nuevo Testamento: Jesús salvará al pueblo de sus pecados, y no sólo de algunos pecados, sino que traerá la salvación completa.
Con la aparición de Jesús ha sido colmado el abismo entre Dios y los hombres, porque Jesús es el Dios-con-nosotros, el puente por donde nos llegan los bienes mesiánicos: la libertad, la justicia, la paz, la fraternidad, el perdón, la salvación, la alegría de vivir y de morir para resucitar.
Pero el Salvador no vino a librar a los hombres de sus responsabilidades, que siguen en pie: construir una familia unida en el amor, una sociedad justa y humana, hacer del mundo una casa donde gocen todos de la fraternidad y de los bienes mesiánicos del reino de Dios. Es nuestra contribución necesaria y agradecida al plan liberador y salvador de Dios iniciado con la encarnación y el nacimiento de nuestro Salvador Jesús.
Isaias 7,10-14
Yavé se dirigió otra vez a Ajaz, por medio de Isaías, que le dijo: "Pide a Yavé, tu Dios, una señal, aunque sea en las profundidades del lugar oscuro o en las alturas del cielo." Respondió Ajaz: "No la pediré, porque no quiero poner a prueba a Yavé." Entonces Isaías dijo: "¡Oigan, herederos de David! ¿No les basta molestar a todos, que también quieren cansar a mi Dios? El Señor, pues, les dará esta señal: La joven está embarazada y da a luz un varón a quien le pone el nombre de Emmanuel, es decir: Dios-con-nosotros”.
Isaías propone al rey Ajaz que pida un signo que le garantice la victoria contra sus enemigos, pero Ajaz responde hipócritamente que no quiere tentar a Dios. Rechaza el signo. Mas Isaías insiste en que la victoria sobre sus enemigos no depende de recursos políticos ni bélicos, sino de la fe en la intervención de Dios a favor de su pueblo.
Y el signo es el nacimiento de un niño, encarnación de la presencia salvadora de Dios: el Enmanuel, o “Dios-con-nosotros”. La coalición enemiga fracasa, y a la ocasión nacen dos niños en clima de paz: un hijo de Ajaz, (Ezequías, ascendiente de David y de Cristo) y otro de Isaías; acontecimientos que podrían ser considerados como signos del Dios que da la vida.
Pero la profecía se proyecta hacia otro niño: Jesús, el Hijo de María, la cual, al contrario de Ajaz, creyó con toda el alma, y fue bendita entre todas las mujeres por haber creído.
Dios es el conductor de la historia; y el pueblo de Dios – Israel y la Iglesia- sólo pueden tener y hacer historia exitosa desde la fe. Pero la fe tiene exigencias que políticamente pueden parecer errores. Sin embargo, cuando el fanatismo y la soberbia suplantan la fe, se abaten sobre la humanidad crueldades y guerras, como están a la vista.
¡Gran lección para los políticos y gobernantes cristianos y los jerarcas eclesiales!
Romanos 1,1-17
De Pablo, siervo de Cristo Jesús, apóstol por un llamado de Dios, escogido para el Evangelio de Dios. Esta Buena Nueva anunciada de antemano por sus profetas en las Santas Escrituras se refiere a su Hijo, que nació de la descendencia de David según la carne, y que al resucitar de entre los muertos por obra del Espíritu de santidad, ha sido designado Hijo de Dios revestido de su poder. De él, Cristo Jesús, nuestro Señor, hemos recibido gracia y misión, para que en todos los pueblos no-judíos sea recibida la fe, para gloria de su nombre. A estos pueblos pertenecen ustedes, elegidos de Cristo Jesús que están en Roma, a quienes Dios ama y ha llamado y consagrado. Que de Dios, nuestro Padre, y de Cristo Jesús, el Señor, les lleguen la gracia y la paz. Ante todo doy gracias a mi Dios, por medio de Cristo Jesús, por todos ustedes, pues su fe es alabada en el mundo entero. Como ven, no me avergüenzo del Evangelio. Es una fuerza de Dios y salvación para todos los que creen, en primer lugar para los judíos, y también para los griegos.
Pablo se presenta como siervo de Jesucristo, porque se sabe redimido por su sangre, y por eso le pertenece totalmente. Y también se presenta como apóstol, porque ha sido elegido y enviado para proclamar el Evangelio, la buena noticia que Dios envió al mundo por Jesucristo, para establecer el reino de Dios en la tierra; tarea en la que todos estamos invitado a colaborar. Proclamar el Evangelio es considerado por Pablo como verdadero culto.
La fe es encuentro real con Jesús resucitado y con el prójimo necesitado, sobre todo necesitado de salvación.
La vocación a la fe es una muestra del amor de Dios por el hombre, una llamada formar parte del Pueblo de Dios, la Iglesia, y a proclamar el Evangelio, sin falsos miedos y con todos los medios a nuestro alcance: oración, ejemplo, cruz cotidiana, testimonio del Resucitado presente, obras, medios de comunicación, alegría de vivir, actitudes y palabras…
P. Jesús Álvarez, ssp.
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