Sunday, December 02, 2007

LAS VENIDAS DE JESÚS

LAS VENIDAS DE JESÚS

Domingo 1° adviento-A/2 –12- 2007

Dijo Jesús: Cuando venga el Hijo del Hombre, sucederá lo mismo que en los tiempos de Noé: En la inminencia del diluvio, la gente seguía comiendo, bebiendo y casándose, hasta el día en que Noé entró en el arca. Y cuando menos se lo esperaban, llegó el diluvio y se los llevó a todos. Por eso, ustedes estén despiertos y en vela, porque no saben en qué día vendrá su Señor. Comprendan que si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche viene el ladrón, permanecería en vela para impedir el asalto de su casa. Por eso también ustedes estén preparados, porque a la hora que menos lo piensen, vendrá el Hijo del Hombre. Mateo 24, 37-44.

Adviento significa “venida”, llegada de alguien esperado. El evangelio de hoy se refiere a la venida gloriosa de Jesús al fin del mundo, que es la última de sus cuatro venidas. La primera fue la venida en Belén, para enseñarnos y hacernos posible el camino hacia la eternidad gloriosa.

Otras dos venidas de Jesús resucitado marcan nuestra existencia: su venida diaria a nuestra vida, si lo acogemos: “Estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”; y su venida final de nuestra vida terrena: “Voy a prepararles un puesto... y vendré a buscarlos para que donde yo estoy, estén también ustedes”.

En realidad, el sentido profundo del adviento hoy consiste en centrar nuestro gozoso esfuerzo en acoger a Cristo resucitado en su real y continua venida a nuestra vida de cada día, para que él nos acoja en su venida al final de nuestros días terrenos, y así nos encontremos a su lado en el último día.

Nosotros invitamos a Jesús para que venga: “¡Ven, Señor Jesús”, y él nos invita a acogerlo: “Estoy a la puerta llamando: quien me abra, me tendrá consigo a la mesa”. “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, que yo lo aliviaré”. Se trata de una venida y encuentro mutuos.

Jesús compara a los hombres de de su tiempo – y los de hoy- a los paisanos de Noé, que pasaron de improviso de la seguridad y del disfrute pervertido a la destrucción.

No sabemos cuándo será el fin del mundo, que puede durar todavía millones de años. Como tampoco conocemos la fecha de nuestra muerte, que en realidad es “nuestro” fin del mundo. Es necesario vivir en vigilancia y en preparación permanente para lograr, con la muerte y la resurrección, el éxito de la vida terrena: alcanzar la vida eterna.

No podemos ilusionarnos con una supuesta conversión o confesión en el último momento. Hay que decidirse en serio a una conducta coherente como hijos de Dios, frente a la superficialidad y perversidad de la sociedad de hoy, que imita a la insensata generación del diluvio.

Hay tomarse fuerte de la mano de Jesús resucitado presente, estar pendiente de su palabra y de su voluntad, vivir en trato amoroso con él y con el prójimo.

Isaías 2,1-5.

Isaías, hijo de Amós, tuvo esta visión acerca de Judá y de Jerusalén. Al fin de los tiempos, el cerro de la Casa de Yavé será puesto sobre los altos montes y dominará los lugares más elevados. Irán a verlo todas las naciones y subirán hacia él muchos pueblos, diciendo: "Vengan, subamos al cerro de Yavé, a la casa del Dios de Jacob, para que nos enseñe sus caminos y caminemos por sus sendas. Porque la enseñanza irradia de Sión, de Jerusalén sale la palabra de Yavé." Hará de árbitro entre las naciones y a los pueblos dará lecciones. Harán arados de sus espadas y sacarán hoces de sus lanzas. Una nación no levantará la espada contra otra y no se adiestrarán para la guerra.

Judá, Jerusalén, el cerro de Yavé, la casa del Dios de Jacob, son figura de la Iglesia, a cuyo frente va el mismo rey y centro de la historia, árbitro de las naciones: Cristo resucitado presente. Él es quien enseña los caminos de Dios, ya que es su Palabra personificada.

La acción liberadora y salvífica de Cristo Jesús alcanza, desde su Cuerpo, que es la Iglesia, a todas las naciones, razas y lenguas. Así lo confirmamos en la consagración de la Eucaristía: “Sangre derramada por ustedes y por todos los hombres”. Y nosotros estamos invitados por Dios a compartir con Cristo en ese plan de salvación universal, ofreciéndonos junto con él en cada misa, y en la vida ordinaria.

Dios mismo nos pide y concede colaborar con Cristo en la construcción de ese mundo nuevo “donde no habrá llanto ni dolor”, donde la energía nuclear se ponga al servicio de la vida y no de la muerte, y donde todos los progresos de la ciencia y de la tecnología se conviertan por doquier en armas para desterrar la guerra, el hambre, la enfermedad, las brutales desigualdades..., y donde todos los hombres se sientan y se amen como hermanos, hijos del mismo Padre.

Romanos 13,11-14.

Comprendan en qué tiempo estamos, y que ya es hora de despertar. Nuestra salvación está ahora más cerca que cuando llegamos a la fe. La noche va muy avanzada y está cerca el día: dejemos, pues, las obras propias de la oscuridad y revistámonos de una coraza de luz. Comportémonos con decencia, como se hace de día: nada de banquetes y borracheras, nada de prostitución y vicios, nada de pleitos y envidias. Más bien revístanse del Señor Jesucristo, y no se dejen arrastrar por la carne para satisfacer sus deseos.

Comprender el tiempo presente, es vivir conscientes de que estamos en la era de Cristo resucitado, era dominada por su presencia viva y gloriosa, a pesar de las muchas apariencias en contra. No podemos perder la máxima y única oportunidad.

Él mismo nos lo confirma con palabra infalible: “Estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. La fe vivida en su presencia constituye la única manera de vivir despiertos.

Pero podemos despilfarrar este tiempo, si prescindimos de esa presencia de Cristo y del trato asiduo con él. Sin Cristo, nada podemos hacer para salvarnos, y resbalaríamos hacia las tinieblas, perdiendo la resurrección para la gloria eterna.

Sin esa relación asidua con Cristo presente, nos deslizamos hacia los criterios, actitudes y conductas tenebrosas de los paganos, aunque nos llamemos cristianos, pues prescindiendo de la presencia de Cristo resucitado, de su Palabra, de su ejemplo, de su ayuda, nuestra vida, trabajo, relaciones, diversiones, sufrimientos, prácticas religiosas..., serían experiencias de cristianos sin Cristo, simples paganos, en lugar de ser otros “cristos”.

Quienes creen en Cristo resucitado presente, no pueden vivir como los que no creen, adorando los ídolos del poder, del dinero y del placer. Es necesario vivir como “otros cristos”.

P. Jesús Álvarez, ssp.

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