FAMILIA: AMOR, SUFRIMIENTO, FELICIDAD.
La fiesta de la Sagrada Familia es la fiesta de todas las familias, pues toda familia es sagrada, por ser templo donde Dios-Amor comunica la vida por amor a través del amor de los padres, y donde en el amor enriquece la vida de los esposos y de los hijos con dones de Dios para usar, gozar, agradecer y compartir con orden, gratitud y honradez.
La familia está al servicio de la persona y de su misión en la vida, y no al revés. Los hijos son un don de Dios y le pertenecen. Sólo Dios es el Padre verdadero y dueño de los hijos. Los padres son sólo cauces de la vida de sus hijos. Por eso Jesús, a los doce años, sin avisar a sus padres, se quedó en el templo por voluntad de su Padre. Y también la Virgen María, a los trece, dijo su SÍ al Ángel, sin consultar a sus padres ni a los sacerdotes.
Jesús, el Hijo de Dios, quiso nacer en una familia, pues la familia unida en el amor es el ambiente privilegiado e insustituible para el desarrollo normal y el crecimiento sano y feliz de los hijos. Para la persona no existe bien humanamente más grande que un hogar donde el padre y la madre se aman, aman a sus hijos y son correspondidos.
La droga, el alcoholismo, la esclavitud sexual, los embarazos precoces, la delincuencia, los desequilibrios psíquicos, afectivos e inclusive enfermedades físicas, tienen casi siempre su raíz en la falta de familia o de amor en el hogar. El verdadero amor y la unión familiar son la mayor medicina preventiva contra toda clase de enfermedades y desviaciones.
Todo el mundo habla de amor, pero son muy pocas las personas que descubren lo que es el verdadero amor, el cual es a la vez comprensión, perdón, acogida, ayuda, diálogo, compartir bienes, alegrías y sufrimientos. Sin amor auténtico la familia no se sostiene o no cumple su misión a favor de la vida, de los hijos y de los padres.
En la Sagrada Familia hubo miedo, destierro, falta de trabajo y de pan. Hubo sufrimiento frecuente e indecible. Pero el amor verdadero los sostuvo y los mantuvo unidos a Dios Padre y entre sí. Ese fue el gran secreto de su profunda felicidad.
En la familia unida en Cristo, la relación de amor se hace relación salvífica, pues cada cual coopera con Cristo en la salvación de los otros, con la oración, el ejemplo, el sufrimiento asociado al del Salvador, y ofreciendo incuso la muerte cuando acaezca, llegando así al amor máximo entre ellos: “Dar la vida por los que se ama”, a imitación de Cristo.
Se podría parafrasear la pregunta de Jesús: “¿Qué le importa al hombre y a la mujer haber tenido hijos e hijas, si al final los pierden para siempre?”
Siguiendo el ejemplo de la Sagrada Familia, millones de familias unidas por el amor, el perdón, la alegría y el sufrimiento, forman ya en esta tierra la inmensa y feliz familia de los hijos de Dios, con destino glorioso de eternidad en la Familia Trinitaria.
Eclesiástico 3, 3-7. 14-17
El que honra a su padre expía sus pecados y el que respeta a su madre es como quien acumula un tesoro. El que honra a su padre encontrará alegría en sus hijos y cuando ore, será escuchado. El que respeta a su padre tendrá larga vida y el que obedece al Señor da tranquilidad a su madre. El que teme al Señor honra a su padre y sirve como a sus dueños a quienes le dieron la vida. La ayuda prestada a un padre no caerá en el olvido y te servirá de reparación por tus pecados. Cuando estés en la aflicción, el Señor se acordará de ti, y se disolverán tus pecados como la escarcha con el calor. El que abandona a su padre es como un blasfemo y el que irrita a su madre es maldecido por el Señor. Hijo mío, realiza tus obras con modestia y serás amado por los que agradan a Dios.
“Honrar al padre y a la madre” es algo tan importante, que Dios lo incluyó entre los mandamiento de su Ley. Dios considera a los padres como representantes y colaboradores suyos en la transmisión y conservación de la vida, la cual sólo de Dios puede venir, como único Creador y dueño de toda vida.
Por eso Dios se compromete a conceder grandes bendiciones a quienes aman y respetan a sus padres: perdón de los pecados, méritos para la eternidad, ser escuchados en la oración y en la aflicción, larga vida, ser a su vez respetados y amados por sus hijos, que serán su gran alegría…
Obedecer en lo justo a los padres y amarlos, es obedecer y amar a Dios. Pero quien los abandona y los hace sufrir, es como un blasfemo que se acarrea las maldiciones de Dios. Ahí está el origen de tantas desgracias familiares…
Colosenses 3, 12-21
Hermanos: Como elegidos de Dios, sus santos y amados, revístanse de sentimientos de profunda compasión. Practiquen la benevolencia, la humildad, la dulzura, la paciencia. Sopórtense los unos a los otros, y perdónense mutuamente siempre que alguien tenga motivo de queja contra otro. El Señor los ha perdonado: hagan ustedes lo mismo. Sobre todo, revístanse del amor, que es el vínculo de la perfección. Que la paz de Cristo reine en sus corazones: esa paz a la que han sido llamados, porque formamos un solo Cuerpo. Y vivan en la acción de gracias. Que la Palabra de Cristo habite en ustedes con toda su riqueza. Instrúyanse en la verdadera sabiduría, corrigiéndose los unos a los otros. Canten a Dios con gratitud y de todo corazón salmos, himnos y cantos inspirados. Todo lo que puedan decir o realizar, háganlo siempre en Nombre del Señor Jesús, dando gracias por Él a Dios Padre.
San Pablo sugiere las actitudes y virtudes de la convivencia en todo grupo, familia, comunidad: compasión, dulzura, benevolencia, humildad, gratitud, paciencia, perdón, corrección fraterna, comprensión… Todo eso constituye el amor, que viene de Dios, que por amor nos hacer hijos suyos y hermanos entre nosotros.
De ahí surge la paz del corazón, del hogar, de los pueblos, de las naciones, del mundo. Esa es la verdadera sabiduría de la vida, al alcance de todos, si la buscamos de verdad. Sabiduría que también nos lleva a la continua acción de gracias a Dios, a la oración gozosa, a la alabanza, hablando y obrando siempre en nombre de Jesús, que habita en y entre nosotros.
En esa sabiduría se apoya la esperanza feliz de la fiesta eterna en la Casa del Padre.
P. Jesús Álvarez, ssp.
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