Sunday, July 13, 2008

¿QUÉ TERRENO SOMOS?


¿QUÉ TERRENO SOMOS?


Domingo 15º Tiempo Ordinario - A / 13-07-2008


Decía Jesús a la gente: El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino, y se las comieron los pájaros. Otras cayeron en terreno pedregoso, donde había poca tierra, y brotaron enseguida; pero cuando salió el sol, se quemaron por falta de raíz. Otras cayeron entre zarzas, y éstas, al crecer, las sofocaron. Y otras cayeron en buena tierra y dieron fruto: unas cien, otras sesenta y otras treinta por uno. ¡Quien tenga oídos, que oiga! Mateo 13,1-23


A petición de los discípulos, Jesús les explica esta parábola del sembrador. La semilla es la Palabra de Dios y las personas que la reciben de forma diferente son los diversos tipos de terrenos donde es sembrada.


Quien recibe la Palabra sin entenderla, es como el terreno al borde del camino: el maligno se la roba del corazón árido por el egoísmo, la costumbre y la rutina. Esto sucede a gran número de cristianos que viven una religiosidad de cumplimiento, y comparten los criterios mundanos y la vida ligera de los incrédulos. Viven a espaldas de Dios y de su Palabra, sin compromiso serio con Cristo ni con el prójimo en la vida real de cada día.


El terreno de piedras simboliza a quien recibe la Palabra con alegría, pero no la asimila ni la vive; y ante la primera dificultad, la abandona como cosa sin importancia. Puede representar a tantos que se preparan para la primera comunión y la confirmación, pero sin llegar a una experiencia de Cristo ni de solidaridad con el prójimo, por la falta de ejemplos convincentes de fe y amor a Dios y al prójimo en la vida de los catequistas y de los padres.


El terreno con zarzas representa a quienes escuchan la Palabra de Dios con gusto, pero las preocupaciones materiales, los privilegios, el poder, las riquezas, los criterios de clase y los placeres sofocan la Palabra en sus corazones. Son los que tienen mucho que compartir para ser cristianos de verdad, canjeando las riquezas terrenas por las eternas, para no perderlas definitivamente en el momento menos pensado.


Por fin la tierra buena simboliza a quien escucha la Palabra, la entiende, la asimila, la valora y la vive hasta las últimas consecuencias. Solamente la semilla que echa raíces en el corazón nos hace capaces de producir frutos y afrontar las dificultades inevitables de la vida.


La pregunta se impone: ¿Qué terreno soy yo frente a la Palabra de Dios sembrada en mi corazón de continuo y de mil maneras? La Palabra de Dios nos llega por la Biblia, se escucha en directo en la oración, en la conciencia; se refleja en las personas, en la vida, en la creación, en los acontecimientos. Es Palabra que salva para quien la acoge y la vive. Quien sólo la oye y no la vive, vacía su propia vida de sentido eterno.


Tal vez escuchamos la Palabra de Dios en sus múltiples manifestaciones convencidos de que sólo por escucharlas y gustarnos, ya la cumplimos, o la evadimos aplicándola a los otros. O quizás la escuchamos con entusiasmo, porque nos fascina, pero la dejamos de lado cuando exige esfuerzo y constancia, porque no le vemos mayor utilidad... inmediata. Pero lo ganamos todo si la meditamos, amamos, agradecemos y llevamos a la práctica, como nuestro máximo bien, y así produzca abundante fruto de salvación para nosotros y para muchos otros a través de nosotros.


La Palabra escrita en la Biblia, en la vida, en el prójimo, en la naturaleza y en los acontecimientos, produce vida eterna en cuanto nos lleva al encuentro personal con la Palabra de Dios hecha carne: Cristo Jesús, Verbo, Palabra de Dios, Hijo de Dios, el Salvador que nos habla en vivo y en directo por la Biblia, y está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo.


El Padre nos dice que lo escuchemos, pues nos habla continuamente al corazón y a la conciencia: “Este es mi Hijo amado; escúchenlo”. “Estoy a la puerta y llamo; si alguien me abre, entraré y viviremos juntos”.


El mismo Jesús nos indica cómo ser buena tierra, terreno labrado y abonado, para que no nos resbale su palabra, sino que produzca fruto abundante y seguro: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto” .


Isaías 55, 10-11.


Esto dice el Señor: Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo.


La Palabra de Dios no es como nuestras palabras, sino que crea lo que anuncia, y anuncia la salvación a quien la espera y acoge. Es fuente de vida, y no simple sonido que comunica ideas, sentimientos, información, verdades.


La palabra y las palabras del cristiano deben inspirarse en la Palabra de Cristo, sintonizar con ella y reflejarla, en especial la palabra más elocuente y que todo el mundo entiende: la palabra de la propia vida y obras, que son como un evangelio abierto, el único que podrán leer muchos, empezando por el propio hogar.


Cuando el cristiano lo es de verdad –persona unida a Cristo-, es imposible que su vida no “hable” ni actúe en su ambiente, aunque ni él ni los demás se den cuenta. Pues está de por medio la palabra infalible de Jesús: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”. Ahí está el secreto de la eficacia de la palabra, obras y vida del cristiano.


Romanos 8,18-23.


Hermanos: Considero que los trabajos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá. Porque la creación expectante está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios; ella fue sometida a la frustración no por su voluntad, sino por uno que la sometió; pero fue con la esperanza de que la creación misma se vería liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que hasta hoy la creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto. Y no sólo eso; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo.


San Pablo había estado en el “tercer cielo”, no sabe si “dentro o fuera del cuerpo”, y en base a esa experiencia, exclamó: “Ni ojo vio ni mente humana puede sospechar lo que Dios tiene preparado para quienes lo aman”. Por eso decía también: “Para mí es con mucho lo mejor morirme para estar con Cristo”.


Él habla con conocimiento de causa cuando afirma que los sufrimientos temporales no son nada en comparación con la inmensa gloria y gozo que Dios un día nos concederá en su casa eterna, si pasamos por el mundo haciendo el bien a nuestro alcance.


Esos dolores de parto, por sí solos inútiles e infecundos, Dios los transforma en fecundos dolores que darán a luz, por la resurrección, a un mundo nuevo presidido por Cristo, Rey del Universo; un mundo donde reine la vida y la verdad, la justicia y la paz, el amor y la libertad.


En esa perspectiva tenemos que valorar y aprovechar, ofreciéndolos, nuestros sufrimientos, los de nuestros familiares, los de todos los hombres y los de la creación entera, asociándolos a los de Cristo crucificado, para así abrirnos el camino de la resurrección y de la gloria. Esa es nuestra esperanza segura, anclada en Jesús resucitado, el único que puede y quiere liberarnos del sufrimiento y de la muerte para glorificarnos con él en su reino eterno.


Cristo ha tomado muy en serio nuestra salvación. Nos la desea de todo corazón. Él hizo, hace y hará lo indecible por salvarnos. Tenemos que pedir con insistencia lo mismo que él desea para nosotros y hacer lo imposible para conseguirlo. Así el éxito estará asegurado. Dice san Agustín: “Quien te creó sin ti, no te salvará sin ti”. Dios ha dejado a nuestra elección y a nuestro esfuerzo el éxito eterno que nos ofrece.


Preguntémonos cuál es en realidad nuestra actitud de vida ante la oferta gratuita de salvación por parte de Dios. Deseemos y preparemos en serio “la hora de ser hijos de Dios, la resurrección de nuestro cuerpo”. Y creo que es el mismo santo quien dice: “¿Salvaste a otro? ¡Te has salvado a ti mismo!”


Jesús Álvarez, ssp.

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