¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?
Domingo XV del Tiempo Ordinario - Ciclo “C” / 11 de Julio de 2010.
Lucas 10, 25-37.
En aquel tiempo, se presentó un maestro de la Ley y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna? Él le dijo: ¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella? El contestó: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo. Él le dijo: Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida eterna. Pero el maestro de la Ley, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?. Jesús dijo: Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos que lo asaltaron, lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, se desvió y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo se desvió y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde estaba él y, al verlo, sintió compasión, se le acercó, le vendó las heridas, después de habérselas limpiado con aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos denarios y, dándoselos al encargado, le dijo: "Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva". ¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?. Él contestó: El que practicó la misericordia con él. Jesús le dijo: Vete, y haz tú lo mismo.
Deuteronomio 30, 10-14
Moisés habló al pueblo, diciendo: Escucha la voz del Señor, tu Dios, guardando sus preceptos y mandamientos, lo que está escrito en el libro de esta ley; conviértete al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma. Porque este mandamiento que yo te prescribo hoy no es superior a tus fuerzas, ni inalcanzable; no está en el cielo, para que digas: ¿Quién de nosotros subirá al cielo para traerlo y nos lo enseñará, para que lo cumplamos?; ni está más allá del mar, para que digas: ¿Quién de nosotros cruzará el mar para traerlo y nos lo enseñará, para que lo cumplamos? Pues, la palabra está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca. Para que la cumplas.
Colosenses 1, 15-20
Cristo Jesús es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque por medio de él fueron creadas todas las cosas: las del cielo y las de la tierra, visibles e invisibles. Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades; todo fue creado por él y para él. Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él. El es también la cabeza del cuerpo: es decir, de la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo. Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, restableciendo la paz con su sangre derramada en la cruz.
La vida es el máximo bien que hemos recibido, el único que deseamos conservar por encima del cualquier otro y para siempre. Por eso el maestro de la ley pregunta a Jesús cómo puede eternizar la propia vida, salvarse. Y el Maestro le indica lo que debía hacer ratificando su justa respuesta: “Ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”.
Es de justicia amar a Dios sobre todas las cosas, porque de él las recibimos todas, junto con el valor máximo: la vida. La primera expresión de amor a Dios es agradecerle, con la palabra y con la vida, tan grandes e innumerables beneficios. Constituye una tremenda injusticia y fatal necedad amar los dones de Dios más que al Dios de los dones. Además es idolatría.
La gratitud es expresión del amor a Dios, y además es la condición para que Dios nos conserve y multiplique sus dones. Si quieres recibir, agradece y pide.
Y el amor al prójimo como a sí mismo es inseparable del amor a Dios, porque el prójimo es mi hermano al ser hijo del mismo Padre, que lo ama como a mí. No podemos no amar a quien Dios ama.
Luego Jesús perfeccionará este mandamiento con el “nuevo mandamiento”: “Ámense unos a otros como yo los amo”; es decir, hasta dar la vida, día a día, poco a poco, o de una vez, por quienes se ama, pues “nadie ama tanto como el que da la vida por los que ama”.
Sólo salva la vida quien la entrega por amor. Puesto que de todas maneras tenemos que darla, démosla por amor. Vivir la vida con egoísmo, es perderla para siempre. Ojalá entendamos que debemos dar la vida por amor para ganarla.
El máximo acto de amor al prójimo consiste en ayudarle a conseguir la vida eterna, que es el máximo don de Dios, como Jesús nos da a entender: “¿De qué le vale al hombre ganar todo el mundo, si al final se pierde a sí mismo?” Pero este acto de amor salvífico, para asegurar su autenticidad, reclama los gestos concretos de amor humano al necesitado.
Sólo así podremos merecer a cambio la vida eterna: “Vengan, benditos de mi Padre a poseer el reino preparado para ustedes, pues tuve hambre, sed, estaba desnudo, enfermo, encarcelado, y ustedes me socorrieron .”
Es de justicia amar a Dios sobre todas las cosas, porque de él las recibimos todas, junto con el valor máximo: la vida. La primera expresión de amor a Dios es agradecerle, con la palabra y con la vida, tan grandes e innumerables beneficios. Constituye una tremenda injusticia y fatal necedad amar los dones de Dios más que al Dios de los dones. Además es idolatría.
La gratitud es expresión del amor a Dios, y además es la condición para que Dios nos conserve y multiplique sus dones. Si quieres recibir, agradece y pide.
Y el amor al prójimo como a sí mismo es inseparable del amor a Dios, porque el prójimo es mi hermano al ser hijo del mismo Padre, que lo ama como a mí. No podemos no amar a quien Dios ama.
Luego Jesús perfeccionará este mandamiento con el “nuevo mandamiento”: “Ámense unos a otros como yo los amo”; es decir, hasta dar la vida, día a día, poco a poco, o de una vez, por quienes se ama, pues “nadie ama tanto como el que da la vida por los que ama”.
Sólo salva la vida quien la entrega por amor. Puesto que de todas maneras tenemos que darla, démosla por amor. Vivir la vida con egoísmo, es perderla para siempre. Ojalá entendamos que debemos dar la vida por amor para ganarla.
El máximo acto de amor al prójimo consiste en ayudarle a conseguir la vida eterna, que es el máximo don de Dios, como Jesús nos da a entender: “¿De qué le vale al hombre ganar todo el mundo, si al final se pierde a sí mismo?” Pero este acto de amor salvífico, para asegurar su autenticidad, reclama los gestos concretos de amor humano al necesitado.
Sólo así podremos merecer a cambio la vida eterna: “Vengan, benditos de mi Padre a poseer el reino preparado para ustedes, pues tuve hambre, sed, estaba desnudo, enfermo, encarcelado, y ustedes me socorrieron .”
P. Jesús Álvarez, ssp.
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