Sunday, October 25, 2009

CIEGOS VIDENTES Y VIDENTES CIEGOS


CIEGOS VIDENTES Y VIDENTES CIEGOS



Domingo 30º tiempo ordinario-B / 25-10-2009.



Llegaron a Jericó. Al salir Jesús de allí con sus discípulos y con bastante más gente, un limosnero ciego se encontraba a la orilla del camino. Se llamaba Bartimeo (hijo de Timeo). Al enterarse de que era Jesús de Nazaret el que pasaba, empezó a gritar: ¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí! Varias personas trataban de hacerlo callar. Pero él gritaba con más fuerza: ¡Hijo de David, ten compasión de mí! Jesús se detuvo y dijo: Llámenlo. Llamaron, pues, al ciego diciéndole: Vamos, levántate, que te está llamando. Y él, arrojando su manto, se puso en pie de un salto y se acercó a Jesús. Jesús le preguntó: ¿Qué quieres que haga por ti? El ciego respondió: Maestro, que vea. Entonces Jesús le dijo: Puedes irte; tu fe te ha salvado. Y al instante pudo ver y siguió a Jesús por el camino. Marcos 10, 46-52.

La ceguera en tiempos de Jesús - y también hoy en muchos casos - condena a los pacientes a una vida dura, pobre y marginada. Y en los países pobres no tienen otra salida que mendigar o morir de hambre en la angustia de sus tinieblas.

Sin embargo también se dan muchos casos de ciegos que saben aprovechar su limitación física como ocasión para aumentar su visión mental y espiritual, y ganarse la vida con su trabajo. Me decía amigo que en un accidente perdió la vista y al encanto de sus ojos, su esposa: "Desde que estoy ciego, veo mejor".

Como hay una ceguera física, también hay ceguera mental por falta de formación, cultura, información, comunicación. Hay una ceguera espiritual que es desconocimiento del sentido y del destino eterno de la vida: incapacidad para ver más allá de lo material e inmediato. Es la peor ceguera y miseria.

La multitud que seguía a Jesús iba buscando luz y sentido eterno para su vida. Sin embargo, entre los que entonces se juntaban con él y entre los que hoy aparentan seguir a Jesús, hay quiénes cifran su vida y esperanza en lo destinado a perecer.

El Hijo de Dios y su plan salvación no entran en sus raquíticos planes egoístas. Asisten celebraciones religiosas, y luego ignoran a Cristo vivo presente en la Eucaristía, en la Biblia, en la creación, en los que sufren y en la propia vida . Se cierran al amor de Dios y al amor al prójimo, y por tanto a la salvación.

A casi nadie de los que acompañaban a Jesús le interesaba el sufrimiento del pobre ciego. Sólo Jesús sintió compasión e interés por él. ¿No sucede hoy lo mismo con tantos que se profesan cristianos, católicos y viven indiferentes, cierran los ojos y el corazón ante el sufrimiento de multitud de hermanos? Incluso de hermanos con los conviven cada día. No hay peor ciego que el que no quiere ver.

“¡Señor, que yo vea!”, tiene que ser también hoy el grito sincero de cada uno de nosotros. Supliquemos que se nos abran los ojos de la cara para contemplar y agradecer las maravillas de la creación, que es transparencia y presencia de Dios.

Que se nos abran los ojos del corazón para descubrir las manifestaciones del amor de Dios para con nosotros y el grito de Cristo suplicándonos un gesto de amor para los que sufren de mil maneras.

Que se nos abran los ojos de la mente, para conocer la verdad que nos hace libres e hijos de Dios. Que se nos abran los ojos de la fe, para ver y vivir el sentido profundo de la vida y alcanzar el feliz destino eterno de nuestra existencia, ayudando a otros a conquistar ese destino maravilloso.

Sólo quien se reconoce ciego y pobre, puede desear, pedir y recibir la curación de su ceguera. Creer en Jesús no es cuestión sólo de palabras, doctrinas, ideas y rezos, ritos, sino de hechos, de adhesión amorosa a Él allí donde se manifiesta: Eucaristía, Biblia, prójimo, naturaleza...

“¡Señor Jesús, que yo vea!” Dame la fe que te permita curarme.

Jeremías 31, 7-9

Así dice Yavé: “¡Vitoreen con alegría a Jacob, aclamen a la primera de las naciones! Háganse escuchar, celébrenlo y publíquenlo: ‘¡Yavé ha salvado a su pueblo, al resto de Israel!’ Miren cómo los traigo del país del norte, y cómo los junto de los extremos del mundo. Están todos, ciegos y cojos, mujeres encinta y con hijos, y forman una multitud que vuelve para acá. Partieron en medio de lágrimas, pero los hago regresar contentos; los voy a llevar a los arroyos por un camino plano para que nadie se caiga. Pues he llegado a ser un padre para Israel, y Efraím es mi primogénito.

La historia del pueblo de Israel refleja nuestra historia individual, familiar, eclesial, nacional, mundial: infidelidad a Dios, pecado, goce desordenado a costa del sufrimiento ajeno, y al final de cuentas, también del propio sufrimiento... Poro no sólo sufrimos a causa de los pecados propios, sino –en especial los inocentes-, a causa de los ajenos.

Y Dios calla frente a los que hacen sufrir y ante los que sufren. Se demora en intervenir. Pero no se olvida. Él no puede fallar, sino que permanece fiel a su promesa: “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha”. Con tal de que le manifestemos este deseo con súplicas confiadas, conversión real, recurso a los medios de salvación: buenas obras, sacramentos, sufrimiento ofrecido, confianza en el omnipotente amor paternal-maternal de Dios.

La seguridad de la salvación consiste en que Dios es nuestro Padre y nos ama como hijos. Lo decisivo es que le creamos, lo aceptemos y amemos como Padre. Él sabe de nuestros llantos, sufrimientos y angustias. Puede demorarse, pero no olvida. Llega siempre a tiempo y en el momento justo.

Hebreos 5,1-6

Todo sumo sacerdote es tomado de entre los hombres, y le piden representarlos ante Dios y presentar sus ofrendas y víctimas por el pecado. Es capaz de comprender a los ignorantes y a los extraviados, pues también lleva el peso de su propia debilidad; por esta razón debe ofrecer sacrificios por sus propios pecados al igual que por los del pueblo. Pero nadie se apropia esta dignidad, sino que debe ser llamado por Dios, como lo fue Aarón. Y tampoco Cristo se atribuyó la dignidad de sumo sacerdote, sino que se la otorgó aquel que dice:”Tú eres mi Hijo, te he dado vida hoy mismo”. Y en otro lugar se dijo: “Tú eres sacerdote para siempre a semejanza de Melquisedec”.

El sacerdocio del Antiguo Testamento consistía en representar al pueblo ante Dios y ofrecer sacrificios de expiación por los pecados de ese pueblo y por los propios.

Pero Cristo añadió al sacerdocio una nueva función: ofrecerse a sí mismo por los pecados del pueblo. O sea: realizar a favor del pueblo la obra máxima de amor señalada y vivida por Jesús: Nadie tiene un amor tan grande como el de quien da la vida por los que ama.

Sólo ese amor da eficacia salvífica al sacerdocio ministerial y al sacerdocio bautismal. No basta con sólo ofrecer sacrificios, aunque sea el máximo: la Eucaristía, sino que es necesario ofrecerse en unión con Cristo eucarístico, como ofrenda agradable al Padre a favor de la humanidad y por el prójimo de cada día.

Todo bautizado recibido la dignidad del sacerdocio bautismal, por el que comparte el sumo sacerdocio de Cristo y el sacerdocio ministerial, realizando, a su nivel, las tres funciones del sacerdocio: representar a otros ante Dios mediante la oración, ofrecer sacrificios (sufrimientos, trabajos, penas) y ofrecerse a sí mismo en reparación por los pecados propios y ajenos, en especial en cada Eucaristía.

María es modelo de todo sacerdocio. Después del Sacerdocio Supremo del Salvador, ella ejerce el máximo sacerdocio: acoger a Cristo y darlo al mundo. Su sacerdocio supera en eficacia salvadora al de todos los sacerdotes, obispos y papas juntos. Modelo sacerdotal para la mujer de todos los tiempos.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, October 18, 2009

EL PRECIO DE LA FELIZ VIDA ETERNA


EL PRECIO DE LA FELIZ VIDA ETERNA


Domingo 29º Tiempo Ordinario-B / 18-10-2009.



Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: Maestro, concédenos que nos sentemos uno a tu derecha y otro a tu izquierda cuando estés en tu reino. Jesús les dijo: Ustedes no saben lo que piden. ¿Pueden beber la copa que yo estoy bebiendo o ser bautizados como yo soy bautizado? Ellos contestaron: - Sí, podemos. Jesús les dijo: Pues bien, la copa que yo bebo, la beberán también ustedes, y serán bautizados con el mismo bautismo que yo estoy recibiendo; pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me corresponde a mí concederlo; eso ha sido preparado para otros. Los otros diez se enojaron con Santiago y Juan. Jesús los llamó y les dijo: - Como ustedes saben, los que se consideran jefes de las naciones actúan como dictadores, y los que ocupan cargos abusan de su autoridad. Pero no será así entre ustedes. Por el contrario, el que quiera ser el más importante entre ustedes, debe hacerse el servidor de todos, y el que quiera ser el primero, se hará esclavo de todos. Sepan que el Hijo del Hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida como rescate por todos. Marcos 10,32-45

Los discípulos se peleaban por los primeros puestos del ansiado reino temporal de Jesús, mientras él afrontaba la angustia de la muerte inminente. No podían creer que la victoria total del Maestro mediante la resurrección sería el resultado de su fracaso aparente en la cruz.
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Y también hoy, mientras Cristo sufre y muere en millones de seres humanos, mucha gente y buena parte de cristianos viven indiferentes, e incluso son cómplices del sufrimiento y muerte de sus hermanos, hijos del mismo Padre Dios, y se enredan en una lucha mezquina por el poder, el dinero y los privilegios.

Jesús pregunta a los ambiciosos discípulos si están dispuestos a pagar el precio de lo que piden: "beber el cáliz”, compartir su pasión y muerte. Ellos responden que sí, sin saber lo que dicen.
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Pero al fin beberán el cáliz del martirio, a imitación de Cristo, que les dará infinitamente más de lo que pedían: les dará la resurrección, la vida eterna e impensables puestos de gloria en su reino eterno.

También Iglesia hay quiénes ambicionan mezquinamente puestos, poder, y privilegios, siendo así que la autoridad en la Iglesia no puede ser sino servicio de amor salvífico, ejercido a imitación y en nombre de Cristo muerto y resucitado.

El máximo honor es para quien más ama, no para quien más poder y títulos tiene. La autoridad se hace cruz de servicio en el amor, hasta imitar a Jesús en el máximo servicio y amor: dar la vida por los que ama, para así resucitar él y resucitarlos a ellos.

Dar la vida no significa sólo morir, sino también proyectar la vida entera como donación por el bien y la salvación de los hombres, para recuperarla al fin en total plenitud mediante la resurrección. “Quien entregue la vida por mí, la salvará”.

Jesús, pagando el precio de su muerte por nuestra vida, adquirió para sí y para la humanidad la victoria total y definitiva sobre su muerte y sobre nuestra muerte con la resurrección.

Los pastores no han sido elegidos “para ser servidos, sino para servir y dar la vida por sus hermanos”, como Cristo. Y a servicio total, premio total.

Jesús nos pide vivir en el amor sin dominio posesivo sobre los demás. Y si nos da alguna autoridad, usémosla como él: con amor servicial, sin evadir responsabilidades y exigiendo el cumplimiento de responsabilidades a quienes nos han sido encomendados.

Isaías 53,10-11

Quiso Yavé destrozarlo con padecimientos, y él ofreció su vida como sacrificio por el pecado. Por esto verá a sus descendientes y tendrá larga vida, y el proyecto de Dios prosperará en sus manos. Después de las amarguras que haya padecido su alma, gozará del pleno conocimiento. El Justo, mi servidor, hará una multitud de justos, después de cargar con sus deudas.


La expresión del profeta: “Quiso Yavé destrozarlo con padecimientos”, hoy la entendemos así: “El Padre asistió a Jesús cuando era destrozado con padecimientos”, pues Dios no es un padre sádico que se ensaña contra el que más ama: su propio Hijo predilecto. El Dios-Amor no puede querer el mal de sus hijos; sino que entra en el sufrimiento de sus hijos para convertirlo en felicidad eterna.

El Padre no planeó ni aprobó el sufrimiento infligido a Jesús, sino que premió su fidelidad en el amor a él y a los hombres, a pesar del sufrimiento: dio su vida por librarnos del pecado, de la muerte y del infierno, y ganarnos la resurrección y la vida eterna.

Los sufrimientos de Cristo fueron como dolores de parto, pues con ellos engendró a sus hermanos para la vida sin fin en la Familia eterna de la Trinidad, según su plan de salvación a favor de los hombres, nosotros.
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Nosotros estamos llamados a vivir lo mismo: compartir con Cristo nuestros sufrimientos, incluida la muerte, para engendrar, en unión con és, a muchos hermanos, participando de la paternidad-maternidad universal del Padre en favor de los pecadores, empezando siempre por los más cercanos.

Acojamos con gozo esta vocación de compartir la obra redentora de Cristo, asociando nuestros sufrimientos inevitables, y los ajenos, a los de Jesús, presentándonos “como ofrenda agradable al Padre”, especialmente en la celebración de la Eucaristía, donde Cristo comparte con nosotros su redención.

Hebreos 4,14-16

Tenemos, pues, un Sumo Sacerdote excepcional, que ha entrado en el mismo cielo, Jesús, el Hijo de Dios. Esto es suficiente para que nos mantengamos firmes en la fe que profesamos. Nuestro Sumo Sacerdote no se queda indiferente ante nuestras debilidades, pues ha sido probado en todo igual que nosotros, a excepción del pecado. Por lo tanto, acerquémonos con plena confianza al Dios de bondad, a fin de obtener misericordia y hallar la gracia del auxilio oportuno.

El Sumo Sacerdote israelita entraba en el Tabernáculo, para expiar ante Dios los propios pecados y los del pueblo. Jesús, el nuevo Sumo Sacerdote, se presenta ante el Padre cargando sobre sí mismo nuestros pecados y sufrimientos.

Si Cristo ha hecho tanto por nosotros, es justo que nos acerquemos a él con plena confianza suplicando perdón, conversión, resurrección y vida eterna, puesto que para eso se encarnó, trabajó, predicó, sufrió, murió y resucitó. ¿Qué más podría hacer por nosotros, sus hermanos?
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Necesitaremos toda la eternidad para agradecer tan inmensos favores, sin dejar de agradecerlos también ya en esta vida, compartiendo el Sacerdocio de Jesús mediante el sacerdocio bautismal: Él confiere el honor del sacerdocio real a todo su pueblo santo (Prefacio de Jesús Sumo Sacerdote).

Ejercer el sacerdocio bautismal es imitar a Cristo: “Él entregó la vida por nosotros; y también nosotros debemos dar ahora la vida por nuestros hermanos” (1 Juan 3,16). Puesto que de todos modos debemos darla, démosla sacerdotalmente junto con Cristo, para recuperarla resucitada por él.



P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, October 11, 2009

¿Felices los ricos o felices los pobres?


¿Felices los ricos o felices los pobres?



Domingo 28º tiempo ordinario-B / 11 de Octubre de 2009.



Un hombre salió al encuentro de Jesús, se arrodilló delante de él y le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para conseguir la vida eterna?” Jesús le dijo: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino sólo Dios. Ya conoces los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no digas cosas falsas de tu hermano, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre”. El hombre le contestó: “Maestro, todo eso lo he practicado desde muy joven”. Jesús fijó su mirada en él, le tomó cariño y le dijo: “Sólo te falta una cosa: vete, vende todo lo que tienes y reparte el dinero entre los pobres, y tendrás un tesoro en el Cielo. Después, ven y sígueme”. Al oír esto se desanimó totalmente, pues era un hombre muy rico, y se fue triste. Entonces Jesús paseó su mirada sobre sus discípulos y les dijo: “¡Qué difícilmente entrarán en el Reino de Dios los que tienen riquezas!” Los discípulos se sorprendieron al oír estas palabras, pero Jesús insistió: “Hijos, ¡qué difícil es para los que ponen su confianza en el dinero entrar en el Reino de Dios! Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el Reino de Dios”. Ellos se sombraron todavía más y comentaban: “Entonces, ¿quién podrá salvarse?” Jesús los miró fijamente y les dijo: “Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para Dios todo es posible”. Marcos 10,17-30

El joven rico del Evangelio estaba dispuesto cumplir la ley, las prácticas religiosas y también a dar algunas limosnas con el fin de ganarse el cielo. Jesús le pide más para alcanzar la verdadera felicidad temporal y eterna que busca. Pero él se queda triste con sus riquezas, renunciando a la alegría y a la libertad frente a los bienes materiales, y arriesgándose a perder la felicidad eterna.

También hoy existen adinerados que cumplen normas y hacen algunas obras buenas, pero no se deciden a emplear en el bien lo que les sobra de sus riquezas, y no aceptan ni cargan con amor la cruz inevitable que lleva a la suprema riqueza: la resurrección y la vida eterna, ante las cuales nada valen todas las riquezas de este mundo.

Jesús afirma que es muy difícil que se salven quienes ponen su confianza en el dinero, -sean ricos o pobres-, dejando que este ídolo suplante en su corazón y en su vida a Dios y al prójimo necesitado. ¡Infelices los ricos que sólo tienen plata e infelices también los pobres que confían sólo en el dinero!

Decía la Beata Teresa de Calcuta: “Rico no es quien más tiene, sino el que menos necesita”. Rico es el que da de lo que es y de lo que tiene. No sólo bienes económicos y materiales, sino también dones personales: tiempo, inteligencia, corazón, profesionalidad, ejemplo, fe, esperanza, ayuda salvífica…

El dinero y los bienes materiales son una bendición de Dios para compartir. Mas se vuelven maldición a causa del egoísmo. Sin embargo, los bienes materiales generan un cúmulo de bendiciones cuando se administran para el bien, en especial cuando se invierte en la evangelización para la salvación de los hombres. Ésta es la máxima limosna que se puede hacer a otros y que podemos hacernos a nosotros mismos: “Quien salva a un persona, tiene asegurada su propia salvación”.

Los ricos desprendidos son como camellos cargados de tesoros que van repartiendo de lo que son y de lo que tienen; y por eso Dios les concede el milagro de pasar por el agujero de una aguja hacia la resurrección y la gloria.

Cuántos reyes, poderosos y ricos, usando sus bienes y su persona como Dios quiere, han llegado a una gran santidad. Pensemos en Moisés, José, virrey de Egipto, san Mateo, san Bernardo, san Francisco de Asís…, a los que han imitado innumerables reyes, poderosos, empresarios a través de la historia, y también hoy. “Para Dios no hay nada imposible”.

¡Felices los ricos que se hacen pobres comprando con sus riquezas el reino de Dios en la tierra y en el paraíso! ¡Y felices los pobres que lo esperan todo de Dios, a la vez que hacen lo imposible por llevar una vida digna y ayudan a otros a salir de la miseria material, moral y espiritual!


Sabiduría 7, 7-11

Oré y me fue dada la inteligencia; supliqué, y el espíritu de sabiduría vino a mí. La preferí a los cetros y a los tronos, y estimé en nada la riqueza al lado de ella. Comprendí que valía más que las piedras preciosas; el oro es sólo un poco de arena delante de ella, y la plata, menos que el barro. La amé más que a la salud y la belleza, incluso la preferí a la luz del sol, pues su claridad nunca se oculta. Junto con ella me llegaron todos los bienes: sus manos estaban repletas de riquezas incontables.


La verdadera sabiduría es la capacidad de ver, juzgar y sentir a las personas, las cosas, los acontecimientos con los ojos, la mente y el corazón de Dios. Lo cual se consigue con la oración: “Oré y descendió sobre mí el espíritu de la Sabiduría”.

La oración verdadera es el espacio del encuentro personal y gozoso con el Dios vivo, y a la vez escuela del conocimiento amoroso de Dios Amor, Dios Trinidad y Familia, fuente de toda sabiduría y de todos los bienes que sólo de ella nos vienen.

La sabiduría que viene de Dios es el tesoro escondido por el cual vale la pena darlo todo, pues ella nos devuelve al mil por uno todo lo que para adquirirla hayamos dejado, e inmensamente más. Darlo todo para alcanzar la sabiduría es la mejor inversión, el mejor negocio de nuestra vida.

“Si alguno se ve falto de sabiduría, pídala a Dios, que da generosamente y sin poner condiciones, y Él se la dará” (Santiago 1,5).

Así como la Palabra de Dios va más allá de la palabra sonido y nos pone en comunicación directa con la Palabra Persona, el Verbo Divino, Jesucristo; así también la sabiduría nos une con la Sabiduría Persona, que es el mismo Cristo Jesús.


Hebreos 4, 12-13

En efecto, la palabra de Dios es viva y eficaz, más penetrante que espada de doble filo, y penetra hasta donde se dividen el alma y el espíritu, los huesos y los tuétanos, haciendo un discernimiento de los deseos y pensamientos más íntimos. No hay criatura a la que su luz no pueda penetrar; todo queda desnudo y al descubierto a los ojos de aquél al que rendiremos cuentas.


La Palabra de Dios, por su eficacia, no regresa a Él sin comunicar luz: “Lámpara es tu Palabra para mis pasos, luz en mi sendero” (Salmo 118); y sin producir frutos de salvación, como nos lo asegura Jesús, la Palabra de Dios personificada e infalible: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto” (Juan 15, 5).

La Palabra de Dios es como una espada tajante que separa la verdad de la mentira, la luz de las tinieblas, el bien del mal, las intenciones buenas de las malas, la vida de la muerte, la justicia de la injusticia, el amor del egoísmo, la transparencia de la hipocresía...

No podemos acercarnos a la Palabra de Dios sin dejarnos iluminar agradecidos y aceptar ser cuestionados amorosamente por ella, a fin de que nuestras vidas vayan por caminos de luz, de verdad y de bien, de resurrección y de vida eterna.

Pero tengamos bien presente que si la Palabra de Dios escrita, pronunciada, memorizada o hecha imagen, no nos llevara al encuentro con la Palabra viva, la Palabra Persona, Cristo, el Verbo de Dios, esa Palabra nos resultaría estéril, y al final seríamos juzgados por ella misma.

La Palabra de Dios no sólo es la que está escrita en la Biblia; también son Palabra de Dios, - que nos habla de Él -, la creación, la vida, las personas, y la que está escrita en nuestros corazones. No está lejos de nosotros, sino entre nosotros y en nosotros, que somos templo vivo del Espíritu Santo, donde resuena de continuo la Palabra de Dios.

Quien la escucha y la pone en práctica, se hace testigo verdadero de Cristo resucitado y acreedor a la vida eterna, como él nos lo asegura: “Quien escucha mi palabra y la pone en práctica, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”. Jesús habla en serio, para suerte nuestra inaudita.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, October 04, 2009

POR EL AMOR A LA FELICIDAD




POR EL AMOR A LA FELICIDAD




Domingo 27° durante el año – B – 4-10-2009.



Llegaron donde Jesús unos fariseos que querían ponerlo a prueba y le preguntaron: "¿Puede un marido despedir a su esposa?" Les respondió: "¿Qué les ha ordenado Moisés?" Contestaron: "Moisés ha permitido firmar un acta de separación y después divorciarse". Jesús les dijo: "Moisés, al escribir esta ley, tomó en cuenta lo tercos que eran ustedes. Pero al principio de la creación Dios los hizo hombre y mujer; por eso dejará el hombre a su padre y a su madre para unirse con su esposa, y serán los dos una sola carne. De manera que ya no son dos, sino uno solo. Pues bien, lo que Dios ha unido, que el hombre no lo separe". Cuando ya estaban en casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo, y él les dijo: "El que se separa de su esposa y se casa con otra mujer, comete adulterio contra su esposa; y si la esposa abandona a su marido para casarse con otro hombre, también ésta comete adulterio". Le presentaban unos niños para que los tocara; pero los discípulos les reñían. Más Jesús, al ver esto, se enfadó y les dijo: "Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el Reino de Dios. Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él." Y abrazaba a los niños, y los bendecía poniendo las manos sobre ellos. (Marcos 10,2-16.)

El matrimonio tiene sentido y destino de éxito, de felicidad temporal y eterna, porque el amor, que es su vida y su poder, más fuerte que la muerte, tiende a crecer indefinidamente, hasta hacerse eterno.

Los esposos que se aman de verdad, desean que la felicidad buscada en el matrimonio se haga eterna. Pero eso tiene un costo: vivir las leyes del amor dadas por el Creador del matrimonio, y evitar cuanto pueda destruirlo, y esto sucede cuando el egoísmo suplanta al amor.

Al amor verdadero van siempre unidas la libertad y la felicidad, incluso en medio del sufrimiento, y a veces gracias al sufrimiento, por paradójico que parezca.

La indisolubilidad del matrimonio propuesta por Jesús no es cuestión de leyes, sino de vida y de amor; es la posibilidad, la oportunidad y responsabilidad para el amor total, para la felicidad en el tiempo y en la eternidad: felicidad de la mente, del corazón, del espíritu y del cuerpo, ya en esta vida, en cuanto sea posible.

Pero esto no es gratuito, y muchos optan por no pagar su precio, cediendo al engaño fatal de tomar por amor y felicidad lo que es sólo placer del cuerpo, mientras que la felicidad es conquista de la mente, del corazón y de la voluntad: brota de las profundidades del ser, de los valores esenciales de la persona total y de la vida.

La indisolubilidad del matrimonio es un programa de vida plena y feliz, a pesar de sufrimientos. Jesús ratifica el plan inicial de Dios, sin conceder rebajas al egoísmo. Sabe muy bien que cualquier otro camino lleva al fracaso, al sufrimiento estéril.

Los fracasos matrimoniales son tantos porque son muy pocos los que buscan y viven el amor verdadero: el amor-felicidad-libertad, sumergido en el amor de Dios, su fuente. El amor cortado de esa fuente, se seca y siembra desolación.

El matrimonio indisoluble es una buena noticia, un sí a la familia, a la vida, a la dignidad de la mujer y del hombre, al amor pleno, al derecho del niño a nacer, a tener y amar a un padre y a una madre que se amen y lo amen. Es un sí a la felicidad temporal de la familia, que encontrará su plenitud eterna en la Familia Trinitaria.

Los padres tienen también la misión de engendrarse mutuamente y engendrar a sus hijos para la vida eterna, lo cual constituye el éxito final y total del matrimonio. ¿De qué les sirve a los esposos ganar todo el mundo y engendrar hijos e hijas, si al final los pierden y se pierden a sí mismos para siempre?

La sexualidad, para que sea realmente humana, feliz y salvadora, debe ser comunión de amor entre dos, en cuerpo y espíritu, pero a la vez comunión de amor con Dios, creador de la sexualidad, del amor y de la familia.

Una pareja o familia sin amor mutuo arraigado en su Fuente, es un lugar de fiesta convertido en infierno. La solución no está destruir la planta con el divorcio, sino en volver decididos a regarla con amor, fe, oración, esperanza, decisión, perseverancia y optimismo, pues para Dios y para quien cree en él y a él se acoge, nada hay imposible.

Génesis 2, 18-24.

Dijo Yavé Dios: "No es bueno que el hombre esté solo. Le daré, pues, un ser semejante a él para que lo ayude". Entonces Yavé hizo caer en un profundo sueño al hombre y este se durmió. Le sacó una de sus costillas y rellenó el hueco con carne. De la costilla que Yavé había sacado al hombre, formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces el hombre exclamó: "Ésta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada varona porque del varón ha sido tomada". Por eso el hombre deja a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y pasan a ser una sola carne.

Según el Génesis, Dios creó al hombre y lo puso en un jardín de delicias, e incluso el mismo Dios por las tardes paseaba conversando con él. Pero en ausencia de Dios se sentía sólo y nada de lo creado lo llenaba.

Dios se dio cuenta del sufrimiento del hombre al sentirse solo. Y por eso le dio a la mujer, sacándola del cuerpo del hombre. Es el primer signo de predilección de Dios hacia la mujer: en vez de formarla de la tierra como al hombre, la formó de la materia más noble existente, del cuerpo del hombre.

Allí empezó el matrimonio como Dios lo quería: dos en una sola carne, hechos el uno para el otro en ayuda mutua, sirviéndose mutuamente en la gozosa libertad del amor, no en la esclavitud del instinto, que sin amor verdadero degrada al hombre y a la mujer por debajo de los animales, hundiéndolos en la infelicidad.

El matrimonio es una gran bendición de Dios para la humanidad, pues Dios mismo comparte su poder creador y amoroso con los esposos.

Hebreos 2, 9-11.

Al que Dios había hecho por un momento inferior a los ángeles, a Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria y honor como premio de su muerte dolorosa. Fue una gracia de Dios que experimentara la muerte por todos. Dios, del que viene todo y que actúa en todo, quería introducir en la gloria a un gran número de hijos, y le pareció bien hacer perfecto, por medio del sufrimiento, al que se hacía cargo de la salvación de todos; de este modo, el que comunicaba la santidad, se identificaría con aquellos a los que santificaba. Por eso él no se avergüenza de llamarnos hermanos.

El hombre, hecho poco inferior a los ángeles, se degradó por debajo de su propia condición al pretender ser más que los ángeles e igual a Dios. Quiso apropiarse la condición de Dios prescindiendo de Dios y contra Dios. Y esa pretensión sigue hoy entre los hombres, siendo la causa de todos los males y desgracias de la humanidad.

Compadecido de tanto sufrimiento, Dios retoma la comunicación directa con el hombre en la persona de Cristo que, entregándose al sufrimiento por amor al hombre, brinda de nuevo a la humanidad el verdadero amor, la libertad, la comunicación y la unión, perdidos por el abuso del placer, del poseer y del poder, con los cuales los humanos destruyen la naturaleza, se destruyen mutuamente y se autodestruyen.

Jesús, Dios hecho hombre, se somete a la humillación del sufrimiento para devolver al hombre y a la mujer su dignidad de hijos de Dios, con el gozo de compartir en la pareja la creación de nuevas vidas y de engendrarlas en Cristo para la vida eterna.

Cristo, el Hijo de Dios, ya no se conforma con ofrecer al hombre conversación al atardecer en un paraíso terrenal, sino que se compromete a estar con él todos los días hasta el fin del mundo.

Como los hombres somos también hijos de su mismo Padre, Jesús no se avergüenza de llamarnos hermanos, y carga en la cruz con nuestras rebeliones para así llevarnos al Paraíso eterno.



P. Jesús Álvarez, ssp.