Sunday, December 31, 2006

FAMILIA, SANTUARIO de AMOR y FELICIDAD

FAMILIA, SANTUARIO de AMOR y FELICIDAD

Sagrada Familia – C / 31-12-2006


Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Cuando Jesús cumplió los doce años, subió también con ellos a la fiesta, pues así había de ser. Al terminar los días de la fiesta regresaron, pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que sus padres lo supieran. Seguros de que estaba con la caravana de vuelta, caminaron todo un día. Después se pusieron a buscarlo entre sus parientes y conocidos. Como no lo encontraran, volvieron a Jerusalén en su búsqueda. Al tercer día lo hallaron en el Templo, sentado en medio de los maestros de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su inteligencia y de sus respuestas. Sus padres se emocionaron mucho al verlo; su madre le decía: "Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo hemos estado muy angustiados mientras te buscábamos." El les contestó: "¿Y por qué me buscaban? ¿No saben que yo debo estar donde mi Padre?" Pero ellos no comprendieron esta respuesta. Jesús entonces regresó con ellos, llegando a Nazaret. Posteriormente siguió obedeciéndoles. Su madre, por su parte, guardaba todas estas cosas en su corazón. Mientras tanto, Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia, ante Dios y ante los hombres. Lucas 2, 41 - 52

La fiesta de la Sagrada Familia es la fiesta de todas las familias, pues toda familia es sagrada, por ser templo donde Dios Amor comunica la vida a través del amor de los padres. Amor no reducible al placer y los bienes materiales, que son también dones de Dios para usar, gozar y compartir con orden, gratitud.

Hoy la entrañable institución familiar se debate entre dos extremos: la familia como un ídolo al que se sacrifica todo, donde los hijos son objetos de propiedad privada de unos padres que ejercen sobre ellos poderes absolutos. Y por otro lado, la familia como algo totalmente relativo y sin valor ni valores.

La familia está al servicio de la persona y de su misión en la vida, y no al revés. Los hijos son un don de Dios y le pertenecen. Sólo Dios es el Padre verdadero y dueño de los hijos. Los padres son sólo cauces de la vida de sus hijos. Por eso Jesús, a los doce años, sin contar con sus padres, se quedó en el templo para cumplir la voluntad de su Padre. Y también la Virgen María, a los trece, había dado ya su SÍ al ángel, sin consultar a sus padres ni a los sacerdotes.

Jesús, el Hijo de Dios, quiso nacer en una familia, pues la familia unida en el amor es el ambiente insustituible para el crecimiento sano y feliz. Para la persona humana no existe bien más gratificante que un hogar donde los padres se aman, aman a sus hijos y estos corresponden. Donde se ama está Dios Amor.

La gran mayoría de las enfermedades psíquicas, morales, espirituales y físicas tienen a menudo su origen en la ausencia de familia o en la falta de amor en el hogar. El verdadero amor y la unión familiar son la mayor medicina preventiva contra de enfermedades y desviaciones.

En la Sagrada Familia hubo incluso miedo, destierro, falta de trabajo y de pan. Hubo sufrimiento frecuente e indecible. Hubo agonía y muerte. Pero el amor verdadero los conservó unidos a Dios Padre y entre sí, con lazos cada vez más fuertes. Ese fue el gran secreto de su felicidad en el tiempo y en la eternidad.

No existe amor verdadero sin sufrimiento; y el sufrimiento sin amor, es ya infierno en la tierra, así como el amor hace cielo en la tierra, aun en medio de sufrimientos. Donde hay amor, allí está Dios Amor, que sostiene a sus hijos en el sufrimiento y se lo convierte en fuente de felicidad, de vida y de salvación. Y de la misma muerte hace surgir la vida por la resurrección. Pues “cuando el afligido invoca al Señor, él lo escucha”.

Eclesiástico 3, 2 - 6. 12-14

Porque el Señor quiso que los hijos respetaran a su padre y estableció la autoridad de la madre sobre sus hijos. El que respeta a su padre obtiene el perdón de sus pecados; el que honra a su madre se prepara un tesoro. Sus propios hijos serán la alegría del que respeta a su padre; el día en que le implore, el Señor lo atenderá. El que respeta a su padre tendrá larga vida; el que obedece al Señor será el consuelo de su madre. Hijo mío, cuida de tu padre cuando llegue a viejo; mientras viva, no le causes tristeza. Si se debilita su espíritu, aguántalo; no lo desprecies porque tú te sientes en la plenitud de tus fuerzas. El bien que hayas hecho a tu padre, no será olvidado; se te tomará en cuenta como una reparación de tus pecados.

Dios quiere que los hijos respeten y amen a sus padres, porque ellos lo representan y son sus colaboradores en la creación de la vida y en la salvación eterna de sus hijos. Se pueden aplicar a los padres las palabras que Jesús dijo respecto de los niños: “Todo lo que hagan a uno de estos, a mí me lo hacen”.

Es tanto el aprecio de Dios hacia los padres, que concede el perdón de los pecados a los hijos que los respetan y aman. Y ese respeto y amor serán también una condición para que Dios escuche las oraciones de los hijos en las necesidades y aflicciones, y les conceda una vida larga en años.

Y cuando los padres se vean enfermos, y resulten un peso inútil, será la preciosa ocasión para merecer de Dios que a su vez los propios hijos traten a sus padres con el amor y dedicación con que estos han tratado a los suyos en la enfermedad y la vejez. El ejemplo arrastra.

Colosenses 3,12 - 21

Pónganse, pues, el vestido que conviene a los elegidos de Dios, sus santos muy queridos: la compasión tierna, la bondad, la humildad, la mansedumbre, la paciencia. Sopórtense y perdónense unos a otros si uno tiene motivo de queja contra otro. Como el Señor los perdonó, a su vez hagan ustedes lo mismo. Por encima de esta vestidura pondrán como cinturón el amor, para que el conjunto sea perfecto. Así la paz de Cristo reinará en sus corazones, pues para esto fueron llamados y reunidos. Finalmente, sean agradecidos. Que la palabra de Cristo habite en ustedes y esté a sus anchas. Tengan sabiduría, para que se puedan aconsejar unos a otros y se afirmen mutuamente con salmos, himnos y alabanzas espontáneas. Que la gracia ponga en sus corazones un cántico a Dios, y todo lo que puedan decir o hacer, háganlo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él. Esposas, sométanse a sus maridos como conviene entre cristianos. Maridos, amen a sus esposas y no les amarguen la vida. Hijos, obedezcan a sus padres en todo, porque eso es lo correcto entre cristianos. Padres, no sean pesados con sus hijos, para que no se desanimen.

Los consejos que san Pablo da a la comunidad de Colosas, se aplican perfectamente a la comunidad familiar, santuario doméstico, lugar privilegiado de la presencia y de la acción de Dios Amor y Creador.

Una familia no puede menos de ser feliz cuando entre sus miembros se cultiva la compasión, el amor, la ternura, el perdón mutuo, la paciencia, la paz, la gratitud; cuando la Palabra de Cristo, centro de la familia, se lee, se escucha, se medita, se practica; cuando se cantan himnos de alabanza, y amor a Dios, fuente de todo amor y de toda familia.

Una familia así se asegura la esperanza de integrarse completa en la felicísima Familia eterna de la Trinidad, origen y destino de toda familia.

P. Jesús Álvarez, ssp.

Monday, December 25, 2006

VINO A LOS SUYOS...

VINO A LOS SUYOS...

Misa del día / Ciclo B / 25-12-2006.


Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron. Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino el testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él, al declarar: «Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí, me ha precedido, porque existía antes que yo». Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Dios Hijo único, que está en el seno del Padre. (Juan 1, 1 - 18)

La Navidad es la fiesta conmemorativa del nacimiento de Jesús. Ocasión para tomar una mayor conciencia de la alianza que Dios hace con nosotros por medio de la encarnación. Es la fiesta del misterio de la salvación puesto a nuestro alcance por la fidelidad inquebrantable de Dios que viene y está ya compartiendo nuestra vida en Cristo vivo presente.

La Navidad es la fiesta para celebrar y agradecer el inmenso beneficio que Dios nos hace dándonos a su Hijo: “Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo”. Es la fiesta en la que tomamos mayor conciencia de que Dios comparte nuestra historia. El “puso su tienda entre nosotros” y se compromete a vivir con nosotros todos los días, y aunque “nosotros le seamos infieles, él permanece fiel”.

Sin embargo el hombre, engañado por las fuerzas del mal y en complicidad con ellas, siembra las tinieblas de la injusticia, del hambre, del odio, de la guerra, de la pobreza, del orgullo, del pecado, de la impiedad. Pero el Salvador se compromete a “iluminar a todo hombre que viene a este mundo”, y a “los que han nacido por voluntad de Dios” llevarlos a una vida sobrenatural y eternamente feliz.

El nacimiento del Hijo de Dios en carne mortal cobra su pleno sentido en vista de la Resurrección, la cual fue el “nacimiento” de Cristo para la gloria eterna. La acogida de Cristo en el corazón, en la vida, en la familia..., hace que la Navidad sea verdadera, y nos merezca la Navidad sin fin a través de la resurrección, nacimiento a la vida eterna. He ahí el pleno sentido y el fruto de la Navidad.

La Navidad hoy se revive sobre todo en el acto sencillo y a la vez supremo de la comunión eucarística, donde se realiza de forma especial lo dicho por Juan evangelista: “A quienes lo acogieron, les dio la capacidad de ser hijos de Dios”.

Pero la Navidad se paganiza para quienes se cierran a la presencia real del Redentor resucitado, Dios-con-nosotros: “Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”. No hay Navidad verdadera sin acogida real a Cristo vivo y presente.

Pero la Navidad es real, auténtica cuando con fe y amor se acoge a Cristo Resucitado en el corazón, en la vida, en la familia, pues sólo así se celebra de verdad el acontecimiento de su primera Navidad en la humildad; y sólo así nos preparamos a la Navidad eterna, a la que Jesús nos llevará por la resurrección.

“Dichosos ustedes porque han oído y creído, pues todo el que cree, como María, concibe y da a luz al Verbo de Dios”, dice san Ambrosio.

Isaías 52, 7 - 10

¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: «Tu Dios es Rey»! Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión. Rompan a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén: el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios.

Isaías se refiere al final del destierro y al regreso a Jerusalén, su ciudad reducida a ruinas. Destierro y destrucción son consecuencia de haber abandonado a Dios suplantándolo por ídolos: armas, aliados, soberbia, poder, placer...

¿Quién no ha probado la ausencia de Dios por haberlo rechazado? Se lo excluye de la familia, de la sociedad, de la enseñanza, de la política, del trabajo, de las relaciones, del sufrimiento y de la alegría..., y a menudo lo echamos incluso de la Iglesia, con un culto sin amor a él y al prójimo, de lo que Dios mismo se lamenta: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”. Y luego llegamos incluso al descaro de echarle la culpa del mal que nos acosa.

Pero Dios mismo toma la iniciativa de saltar la distancia que hemos puesto entre nosotros y él. Si la tristeza es el resultado del pecado, la alegría es la consecuencia del perdón de Dios y del perdón entre nosotros, del amor a Dios y al prójimo. El nacimiento de Jesús es el acercamiento libre de Dios hacia nosotros, quien sólo espera ser acogido como Amor misericordioso para llenarnos de luz, alegría, paz, de sentido de la vida, y para llevarnos a la eterna Navidad.

Hebreos 1,1-6.

En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los Profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. El es reflejo de su gloria, impronta de su ser. El sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de su majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado. Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: «Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado»? O: ¿«Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo»? Y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: «Adórenlo todos los ángeles de Dios».

El autor alude a la Palabra de Dios en el Antiguo Testamento, pronunciada por los profetas, pero ahora hecha carne en Cristo, Palabra viva y personificada del Padre. El Hijo ha sido nombrado heredero de toda la inmensa creación visible a invisible, que él gobierna y sostiene con su brazo poderoso, a la vez que guía a la humanidad, con su Palabra omnipotente, hacia las moradas eternas.

Pero Cristo ejerce su omnipotencia sobre todo arrancando al hombre del poder del mal, mediante el perdón y la purificación de los pecados. Y ahora está encumbrado sobre todos los ángeles, a la derecha del Padre, donde intercede por nosotros. Él mismo nos está preparando un puesto en su banquete eterno.

Es para saltar de gratitud y alegría ante el infinito amor misericordioso que Dios nos ha mostrado y muestra en su Hijo encarnado, crucificado y resucitado, el Dios-con-nosotros de cada día, que anhela vivir con nosotros en una perenne navidad: “Llamo a la puerta; y quien me abra, me tendrá consigo a la mesa”.

Somos cuna y templo del Resucitado. Y en nosotros lo adoran los ángeles como en Belén. Dichosa realidad para vivir con amorosa y eterna gratitud.


¡FELIZ NAVIDAD! Y que toda tu vida sea Navidad por la acogida diaria al Resucitado presente, Dios-con-nosotros de cada día, hasta la Navidad eterna.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, December 24, 2006

SERVICIO y SALVACIÓN

SERVICIO y SALVACIÓN

Domingo 4° de adviento-C/ 24-12-2006


Por entonces María tomó su decisión y se fue, sin más demora, a una ciudad ubicada en los cerros de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Al oír Isabel su saludo, el niño dio saltos en su vientre. Isabel se llenó del Espíritu Santo y exclamó en alta voz: "¡Bendita tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Cómo he merecido yo que venga a mí la madre de mi Señor? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de alegría en mis entrañas. ¡Dichosa tú por haber creído que se cumplirían las promesas del Señor!" Lucas 1, 39 - 45

Difícil de imaginar la grande y grata sorpresa de Isabel al oír el saludo de su joven prima, y no sólo por su presencia, sino sobre todo porque la creía portadora de otra presencia más grata, el Mesías Salvador, reconocido primero por el niño que llevaba en su seno y que saltó de gozo ante el Niño Dios.

Es sumamente gratificante ver cómo Dios se hace presente con su salvación a través de un servicio ordinario, humilde, humano. El máximo servicio que podemos hacer a las personas a quienes prestamos ayudas materiales, humanas, consiste en llevarles a la vez la salvación que Dios puede hacerles llegar a través de nuestro servicio, testimonio, oración, alegría, sufrimiento, perdón, palabra, fe vivida...

Ciertamente Isabel valoraba mucho más el servicio salvífico de María, portadora del Salvador, que sus servicios domésticos, que también agradecía de corazón, aunque se sentía indigna por venir de la madre del Mesías.

¡Qué maravilloso ejemplo el de estas dos mujeres! En María y en Isabel todo gesto humano ordinario se convierte en acontecimiento de salvación, gracias a que ambas han creído que la salvación de Dios se encarna en acciones y en gestos ordinarios cuando estos se realizan con amor y fe.

Desde la caricia a un niño, la sonrisa a un anciano, la limosna a un pobre, la visita a un enfermo o encarcelado, el consuelo a un afligido, el sufrimiento ofrecido, la alegría, la evangelización, el testimonio, e incluso la ternura total en el matrimonio, todo puede y debe ser cauce de salvación para el protagonista y para el destinatario.

Esos gestos realizados en unión con Cristo en la fe y el amor, nos hacen acreedores del elogio de Isabel a María: “Dichosa tú porque has creído”.

María fue la primera apóstol y la primera “sacerdotisa” después de Cristo, Sumo Sacerdote, porque medió entre Dios y los hombres, entre-gándoles la Víctima propiciatoria de la salvación. Apostolado o misión es vivir en unión con Cristo y facilitar a los hombres, con todos los recursos a nuestro alcance, el encuentro salvador con él.

El apostolado y el sacerdocio de María superan con mucho al de todos los apóstoles, obispos, papas, misioneros y sacerdotes juntos. La mujer no tiene por qué ambicionar el sacerdocio ministerial, -ni tampoco infravalorarlo- pues si con amor y fe ejerce su sacerdocio bautismal a imitación de la Virgen María, puede igualar y superar en eficacia salvadora al sacerdocio ministerial.

Este privilegio salvífico, hecho vida y obras, nos hace verdaderos cristianos, auténticos imitadores de Cristo, más allá de los ritos y prácticas externas, que valen en cuanto están vivificadas por esa ansia de salvación.

Miqueas 5, 1 - 4

Pero tú, Belén Efrata, aunque eres la más pequeña entre todos los pueblos de Judá, tú me darás a aquel que debe gobernar a Israel: su origen se pierde en el pasado, en épocas antiguas. Por eso, si Yavé los abandona es sólo por un tiempo, hasta que aquella que debe dar a luz tenga su hijo. Entonces el resto de sus hermanos volverá a Israel. El se mantendrá a pie firme y guiará su rebaño con la autoridad de Yavé, para gloria del nombre de su Dios; vivirán seguros, pues su poder llegará hasta los confines de la tierra. El mismo será su paz.

Dios ignora el centro religioso judío, Jerusalén, para elegir la ignorada aldea de Belén, pues en ella la Virgen dará a luz al Mesías Príncipe que gobernará al nuevo Israel, el nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia de Cristo.

El Hijo de María implantará con firmeza su nuevo reino de paz y justicia, de vida y verdad, de amor y libertad, y como un pastor reunirá en un solo rebaño a gentes de todas las razas y pueblos, condiciones y lenguas, incluido al final también el pueblo judío, apartado “sólo por un tiempo”.

Los hijos de Dios vivirán seguros bajo el poder universal e insuperable de Cristo, que garantiza la paz de su pueblo. Aunque de momento su acción salvífica universal se esconda bajo formas humildes, imperceptibles, su eficacia es infalible e irrefrenable, duradera y eterna.

¡Ojalá sepamos percibir y apoyar esa escondida y grandiosa acción salvífica de nuestro único Salvador, en especial mediante la Eucaristía vivida.

Hebreos 10, 5 - 10

Por eso, al entrar Cristo en el mundo dice: Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, sino que me formaste un cuerpo. No te agradaron los holocaustos ni los sacrificios por el pecado; entonces dije: "Aquí estoy yo, oh Dios, como en un capítulo del libro está escrito de mí, para hacer tu voluntad". Comienza por decir: No quisiste sacrificios ni ofrendas, ni te agradaron holocaustos o sacrificios por el pecado. Y sin embargo esto es lo que pedía la Ley. Entonces sigue: Aquí estoy yo para hacer tu voluntad. Con esto anula el primer orden de las cosas para establecer el segundo. Esta voluntad de Dios, de que habla, es que seamos santificados por la ofrenda única del cuerpo de Cristo Jesús.

Los sacrificios de los judíos en el templo terminaron por desagradar a Dios, pues se habían convertido en ritos vacíos, inútiles y odiosos: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”.

Entonces se presentó Jesús al Padre, ofreciéndole el cuerpo humano recibido de María, en lugar de los cuerpos de los animales, que no expiaban los pecados ni favorecían la conversión. Con su propuesta: “Aquí estoy para hacer tu voluntad”, sustituye el culto antiguo por el nuevo centrado en su Cuerpo ofrecido, muerto, resucitado y eucarístico.

Esta ofrenda única, la Eucaristía, multiplicada en todos los tiempos y latitudes, es la que hace posible la santificación querida por Jesús: “Sean santos como su Padre celestial es santo”. Porque Cristo resucitado presente nos comunica la misma santidad y vida del Padre.

¡Que nuestras Eucaristías no se reduzcan a ritos vacíos e inútiles por la indiferencia del cumplimiento! Si no que nos ofrezcamos junto con Cristo como ofrenda agradable al Padre por nuestra salvación y la del prójimo.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, December 17, 2006

¿QUÉ HACER PARA SER FELICES?

¿QUÉ HACER PARA SER FELICES?

Domingo 3° de adviento-C / 17-12-2006


La gente le preguntaba a Juan Bautista: "¿Qué debemos hacer?" Él les contestaba: "El que tenga dos capas, que dé una al que no tiene, y el que tenga de comer, haga lo mismo." Vinieron también cobradores de impuestos para que Juan los bautizara. Le dijeron: "Maestro, ¿qué tenemos que hacer?" Respondió Juan: "No cobren más de lo establecido." A su vez, unos soldados le preguntaron: "Y nosotros, ¿qué debemos hacer?" Juan les contestó: "No abusen de la gente, no hagan denuncias falsas y conténtense con su sueldo." El pueblo estaba en la duda, y todos se preguntaban interiormente si Juan no sería el Mesías, por lo que Juan hizo a todos esta declaración: "Yo los bautizo con agua, pero está para llegar uno con más poder que yo, y yo no soy digno de desatar las correas de su sandalia. El los bautizará con el Espíritu Santo y el fuego”. Lucas 3,10-18.


El adviento es tiempo de verificar si nuestra vida humana y cristiana nos lleva a la verdadera felicidad que ansiamos: ¿Qué es lo que está frustrando nuestra alegría y felicidad de vivir? ¿Cómo convertirnos a la verdadera felicidad?

La infelicidad tiene siempre que ver con el pecado propio o ajeno: con las cosas mal hechas, mal pensadas, mal sentidas, mal dichas…; con la omisión del bien que podíamos haber hecho, dicho, pensado, sentido; con las relaciones humanas frías, egoístas, abusivas, perjudiciales o pervertidas. Pero la infelicidad se debe sobre todo a nuestras relaciones deficientes o negativas con la Fuente misma de toda felicidad: Dios.

¿Qué podemos hacer? Para ser felices en lo posible en esta vida y plenamente la eterna, hay que dejar las cusas de la infelicidad, pero a la vez volverse a la Fuente de toda felicidad: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón anda inquieto mientras no descansa en ti” (San Agustín).

Juan anuncia la Buena Noticia, que identifica con la persona de Cristo. Y el mismo Jesús se pone a sí mismo cada día a nuestra disposición como fuente de la felicidad que ansiamos: “Estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. En su compañía está nuestra auténtica felicidad. Y sobre él tenemos que modelar nuestra vida humana y cristiana de cada día para que sea de verdad feliz, con la felicidad pascual de Jesús resucitado y presente, que a la vez nos está preparando un puesto de felicidad eterna.

A espaldas de él se pueden lograr satisfacciones, pero no la felicidad que ansiamos desde lo más profundo de nuestro ser, y que buscamos inútilmente una y mil veces allí donde no se encuentra. Se vuelve con obstinación a las charcas resecas y contaminadas de muerte, como si nos faltara el sentido común y la racionalidad, pero sobre todo por falta de fe. Jesús nos dice: “Les he comunicado estas cosas para que mi felicidad esté en ustedes”. ¿Le creemos?

Jesús, por ser el Hijo de Dios, nos posibilita la liberación del pecado y de sus consecuencias, y nos da la alegría de vivir en el tiempo, y la esperanza de la felicidad en la eternidad. No vino para condenarnos, sino que murió y resucitó a fin de que nosotros resucitemos con él para la felicidad total que nos está preparando.

No olvidemos que la mejor vacuna contra el pecado y sus infelices consecuencias, es el trato asiduo con el Resucitado presente en todo momento.

Sofonías 3,14-18

¡Grita de gozo, oh hija de Sión, y que se oigan tus aclamaciones, oh gente de Israel! ¡Regocíjate y que tu corazón esté de fiesta, hija de Jerusalén! Pues Yavé ha cambiado tu suerte, ha alejado de ti a tus enemigos. No tendrás que temer desgracia alguna, pues en medio de ti está Yavé, rey de Israel. Ese día le dirán a Jerusalén: "¡No tengas ningún miedo, ni tiemblen tus manos! ¡Yavé, tu Dios, está en medio de ti, el héroe que te salva! Él saltará de gozo al verte a ti, y te renovará su amor. Por ti danzará y lanzará gritos de alegría como lo haces tú en el día de la Fiesta”. Apartaré de ti ese mal con el que te amenacé, y ya no serás humillada.

A este domingo se le llama “laetare”, alégrate: domingo de la alegría. La verdadera alegría -la que nadie nos puede quitar- se encuentra en Dios, que “está cerca”, “en medio de nosotros”, “en nosotros”, en la profundidad de nuestro ser. Sólo es cuestión de abrirnos a él, acogerlo y tratarlo con amor.

Es la alegría de sabernos hijos de Dios muy queridos por él, acunados entre sus brazos divinos y cubiertos de sus caricias. Dios salta de gozo al mirarnos y ver en nosotros su imagen divina, y nos mantiene su amor y fidelidad. Sólo espera correspondencia: “Sea el Señor tu delicia y él te dará lo que pide tu corazón”.

Por eso debemos desterrar el miedo y sustituirlo por la oración confiada, seguros en la presencia tierna y omnipotente de nuestro Padre “materno”, con una esperanza indestructible apoyada en la promesa infalible de su presencia amorosa, que solicita de continuo nuestro amor y fidelidad hacia él y hacia el prójimo, con el cual él se identifica por ser también su imagen.

Pero esta verdadera alegría no nos libra del sufrimiento y del dolor; no hace de nuestra vida una serie ininterrumpida de comodidades y gratificaciones. Sino que la alegría de Dios es nuestra fortaleza y paz en el combate contra las penas, las tensiones y los temores que nos pueden asaltar en cualquier momento, y que él transforma en fuentes de victoria, felicidad y gloria eterna.

Filipenses 4,4-7

Estén siempre alegres en el Señor; se lo repito, estén alegres y den a todos muestras de un espíritu muy abierto. El Señor está cerca. No se inquieten por nada; antes bien, en toda ocasión presenten sus peticiones a Dios y junten la acción de gracias a la súplica. Y la paz de Dios, que es mayor de lo que se puede imaginar, les guardará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús.

San Pablo escribe desde la cárcel, y tiene motivos más que suficientes para estar triste y afligido. Sin embargo, rebosa de alegría por la presencia del Resucitado en su vida, en sus acciones y sufrimientos, y por la victoria triunfal que espera de su mano poderosa y amorosa al final de la carrera terrena. Desde esa situación contagia a los filipenses su alegría por la presencia salvadora de Cristo vivo.

Esta presencia del Resucitado testimoniada con la adoración, la súplica y la acción de gracias, hacen que la paz y la alegría de Dios reine en los corazones y en los hogares; destierran el terror ante el mal y el miedo infundado a Dios, a la vez que son el más eficaz antídoto para curarse del pecado y evitarlo.

La alegría cristiana, alegría pascual que brota de la presencia viva del Resucitado, es una condición esencial de la evangelización: nos hace testigos de Cristo presente. La alegría pascual hace convincente y eficaz la evangelización.

P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, December 10, 2006

TODOS VERÁN LA SALVACIÓN DE DIOS

TODOS VERÁN LA SALVACIÓN DE DIOS

Domingo 2º adviento-C / 10-12-2006.

Era el año quince del reinado del emperador Tiberio. Poncio Pilato era gober-nador de Judea, Herodes gobernaba en Galilea, su hermano Filipo en Iturea y Traco-nítide, y Lisanias en Abilene; Anás y Caifás eran los jefes de los sacerdotes. En este tiempo la palabra de Dios le fue dirigida a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto. Juan empezó a recorrer toda la región del río Jordán, predicando bautismo y conversión, para obtener el perdón de los pecados. Esto ya estaba escrito en el libro del profeta Isaías: “Oigan ese grito en el desierto: Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos. Las quebradas serán rellenadas y los montes y cerros allanados. Lo torcido será enderezado, y serán suavizadas las asperezas de los caminos. Todo mortal entonces verá la salvación de Dios”. (Lucas 3,1-6).

La predicación de Juan Bautista, precursor y anunciador del Mesías, se realiza en situaciones políticas, sociales y religiosas bien concretas, donde abunda la hipocresía, la corrupción, la opresión, la explotación, la manipulación, con el consiguiente sufrimiento para el pueblo sencillo y pobre. Hoy esa historia se repite.

El Bautista denuncia esas injusticias e invita a los responsables a que se conviertan, y trabajen por eliminar las diferencias escandalosas entre las clases sociales y religiosas, entre razas y naciones: allanar cerros, enderezar senderos, suavizar las asperezas creadas por el egoísmo, la prepotencia, la corrupción...

Hoy la palabra de Juan y sus denuncias son de absoluta actualidad. La Palabra de Dios sigue iluminando y cuestionando la historia, la vida social, política, familiar e individual. Y llama a la conversión a todos los que se creen con derecho a gozar y enriquecerse a costa del sufrimiento y de la miseria de sus hermanos, tanto en la vida familiar, eclesial y social, como en el ámbito internacional.

La noticia de que el Mesías está para entrar en la historia social, política, familiar e individual, es una noticia esperada, deseada por quienes sufren; pero a la vez indeseada, temida y rechazada por quienes gozan a costa del prójimo, pues el Mesías liberador y salvador viene a dar la cara por los pobres y a ponerse, con todo su poder y su amor, al lado de los que sufren injusticia.

Los que tienen el poder de la autoridad y del dinero, individuos, grupos o naciones, imponen leyes y costumbres que les favorecen a ellos a costa de los más débiles, pero a la vez se presentan cínicamente como bienhechores de los necesitados. También en lo religioso se dan fórmulas, ritos, cumplimientos que no raramente sirven de pretexto para no cambiar el corazón con efectiva unión con Cristo, quien ofrece y pide a todos compartir su vida y misión en favor del prójimo necesitado y sufriente.

Cristo Jesús, vivo y presente en nuestra vida, es el objetivo y el centro de la Buena Nueva del Adviento y de la Navidad. Él nos pide modelar sobre su ejemplo nuestra existencia humana y cristiana de cada día, tanto en la alegría como en el sufrimiento, en el trabajo como en el descanso, en la lucha como en la fiesta.

La Palabra de Dios interpreta e ilumina el sentido de la vida, nos da fuerza y esperanza. Pero es necesario leer, escuchar, asimilar y vivir esa Palabra en momentos concretos de silencio y oración, que son los espacios de Dios, fuente de la vida, de la alegría, de la paz, de la esperanza y de la salvación. En esos espacios Dios nos ofrece la posibilidad de encontrarnos personalmente con la Palabra Viva, la Palabra Persona, el Verbo hecho carne, Cristo Jesús, el Dios-con-nosotros de cada día. Y desde esa experiencia podremos proyectarnos hacia el prójimo que sufre, empezando por casa...

Entonces sí seremos de los que “verán la salvación de Dios”.

Baruc 5, 1-9

Jerusalén, quítate tu vestido de duelo y desdicha y vístete para siempre con el esplendor de la gloria de Dios. Reviste cual un manto la justicia de Dios, ponte como corona la gloria del Eterno; porque Dios mostrará tu grandeza a todo lo que hay bajo el cielo. Dios te llamará para siempre: "Paz en la justicia y gloria en el temor de Dios." Levántate, Jerusalén, ponte en lo alto, mira al oriente y ve a tus hijos reunidos del oriente al poniente por la voz del Santo, felices porque Dios se acordó de ellos. Salieron a pie escoltados por los enemigos, pero Dios te los devuelve, traídos con gloria, como hijos de rey. Porque Dios ha ordenado que todo cerro elevado y toda cuesta interminable sean rebajados, y rellenados los valles hasta aplanar la tierra, para que Israel camine seguro bajo la gloria de Dios. Hasta los bosques y todo árbol oloroso les darán sombra por orden de Dios. Porque él guiará a Israel en la alegría y a la luz de su gloria, escoltándolos con su misericordia y justicia.

Hoy se realiza en la Iglesia y en el mundo la profecía de Baruc: “Él guiará a Israel en la alegría y a la luz de su gloria, escoltándolos con su misericordia y justicia”. Aunque a veces parezca todo lo contrario.

De hecho, Cristo Resucitado realiza su promesa pascual: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. Y aunque eso sea cuestión de fe, es una realidad misteriosa, profunda, oculta, pero realidad maravillosa a nuestro alcance: vivir y gozar con inmensa gratitud esa presencia de Jesús.

Él hoy nos pone su manto de justicia y la corona de gloria de Dios, pues la Trinidad habita en quienes lo aman: “Si alguno me ama, lo amará mi Padre, y vendremos a él y haremos morada en él”. “Ustedes son templo del Espíritu Santo”.

Ante esta realidad todos somos iguales en nuestra esencia más profunda y más alta: ser hijos e imágenes de Dios, y hermanos del mismo Hijo de Dios, Cristo Jesús. Todas las desigualdades, privilegios, poderes y ciencia desaparecen ante esta sublime realidad de nuestro ser. Pero se quedan a ras de tierra quienes utilizan el poder, los privilegios, el dinero y el saber para ponerse por encima de sus hermanos y explotarlos o marginarlos.

Filipenses 1,4-11

Hermanos: En mis oraciones pido por todos ustedes a cada instante. Y lo hago con alegría, recordando la cooperación que me han prestado en el servicio del Evangelio desde el primer día hasta ahora. Y si Dios empezó tan buen trabajo en ustedes, estoy seguro de que lo continuará hasta concluirlo el día de Cristo Jesús. Bien sabe Dios que la ternura de Cristo Jesús no me permite olvidarlos. Pido que el amor crezca en ustedes junto con el conocimiento y la lucidez. Quisiera que saquen provecho de cada cosa y cada circunstancia para que lleguen puros e irreprochables al día de Cristo, habiendo hecho madurar, gracias a Cristo Jesús, el fruto de la santidad. Esto será para gloria de Dios y un honor para mí.

San Pablo mantiene con los filipenses una relación salvífica, no sólo mediante la predicación, sino también con la oración y el sufrimiento a favor de ellos. Y valora la cooperación salvífico-evangelizadora que le han prestado y prestan.

Pero esa relación salvífica no es espiritualista, sino que se encarna en la ternura y en el amor humano-divino que Cristo mismo les tiene: “Ámense unos a otros como yo los amo”. Y Pablo suplica en su oración diaria que Dios acreciente en ellos ese amor-ternura, junto con el conocimiento amoroso y la lucidez.

El amor a Cristo y al prójimo nos alcanzará también a nosotros la santidad y podremos presentarnos puros e irreprochables cuando Cristo venga a buscarnos al final de los días terrenos. Por ese amor nos reconocerá Cristo y nosotros a él.

¿Se parece nuestra relación con los destinatarios de nuestra vida y misión a la relación salvífica cultivada por Pablo con sus evangelizados?


P. Jesús Álvarez, ssp.

Friday, December 08, 2006

Elegidos para ser santos e inmaculados.

Elegidos para ser santos e inmaculados.

Para que la solemnidad de la Inmaculada Concepción no se quede en mera celebración de los «privilegios» de María, sino que nos toque y nos implique profundamente, debemos comprenderla a la luz de las palabras de Pablo en la segunda lectura: «Dios Padre nos ha elegido en Jesucristo antes de la creación del mundo para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor». Todos, por lo tanto, estamos llamados a ser santos e inmaculados; es nuestro verdadero destino; es el proyecto de Dios sobre nosotros. Poco más adelante, en la misma Carta a los Efesios, Pablo contempla este plan de Dios refiriéndolo no ya a los hombres singularmente considerados, cada uno por su cuenta, sino a la Iglesia Universal esposa de Cristo: «Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificarla mediante el bautismo y la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa en inmaculada» (Ef 5, 25-27).

Una humanidad de santos e inmaculados: he aquí el gran proyecto de Dios al crear la Iglesia. Una humanidad que pueda, por fin, comparecer ante Él, que ya no tenga que huir de su presencia, con el rostro lleno de vergüenza como Adán y Eva tras el pecado. Una humanidad, sobre todo, que Él pueda amar y estrechar en comunión consigo, mediante Su Hijo, en el Espíritu Santo.

¿Que representa, en este proyecto universal de Dios, la Inmaculada Concepción de María que celebramos? La liturgia responde a esta pregunta en el prefacio de la Misa del día, cuando dirigiéndose a Dios canta: En Ella has señalado el «comienzo de la Iglesia, esposa de Cristo, llena de juventud y de limpia hermosura... Entre todos los hombres es abogada de gracia y ejemplo de santidad». He aquí, entonces, lo que celebramos en esta solemnidad en María: el inicio de la Iglesia, la primera realización del proyecto de Dios, en la que existe como la promesa y la garantía de que todo el plan irá hacia su cumplimiento: «¡Nada es imposible para Dios!». María es la prueba de ello. En Ella brilla ya todo el esplendor futuro de la Iglesia, como en una gota de rocío, en una mañana serena, se refleja la bóveda azul del cielo. También y sobre todo por esto María es llamada «madre de la Iglesia ».

María no se presenta, en cambio, sólo como aquella que está detrás de nosotros, al comienzo de la Iglesia, sino también como quien está ante nosotros «como modelo de santidad para el pueblo de Dios». Nosotros no hemos nacido inmaculados como, por singular privilegio de Dios, nació Ella; es más, el mal anida en nosotros en todas las fibras y en todas las formas. Estamos llenos de «arrugas» que hay que estirar y de «manchas» que hay que lavar. Es en esta labor de purificación y de recuperación de la imagen de Dios en la que María está ante nosotros como poderosa llamada.

La liturgia habla de Ella como de un «modelo de santidad». La imagen es justa, a condición de que superemos las analogías humanas. La Virgen no es como las modelos humanas que posan, inmóviles, para dejarse pintar por el artista. Ella es un modelo que obra con nosotros y dentro de nosotros, que nos lleva la mano al representar las líneas del modelo por excelencia, suyo y nuestro, que es Jesucristo, para hacernos «conformes a su imagen» (Rm 8, 29). Es de hecho «abogada de gracia» antes aún que modelo de santidad. La devoción a María, cuando es iluminada y eclesial, en verdad no desvía a los creyentes del único Mediador, sino que les lleva hacia Él. Quien ha tenido la experiencia auténtica de la presencia de María en la propia vida sabe que ésta se determina por entero en una experiencia de Evangelio y en un conocimiento más profundo de Cristo. Ella está idealmente ante todo el pueblo cristiano repitiendo siempre lo que dijo en Caná: «Haced lo que Él os diga».

Padre Raniero Cantalamessa, ofmcap. - Predicador del Papa.

Sunday, December 03, 2006

ESPERANZADOS, NO ANGUSTIADOS

ESPERANZADOS, NO ANGUSTIADOS

Domingo 1º de Adviento-C/ 3 dic. 2006


Dijo Jesús a sus discípulos: - Entonces habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y por toda la tierra los pueblos estarán llenos de angustia, aterrados por el estruendo del mar embravecido. La gente se morirá de espanto con sólo pensar en lo que va a caer sobre la humanidad, porque las fuerzas del universo serán sacudidas. Y en ese preciso momento verán al Hijo del Hombre viniendo en la Nube, con gran poder e infinita gloria. Cuando se presenten los primeros signos, enderécense y levanten la cabeza, porque está cerca su liberación. Cuiden de ustedes mismos, no sea que una vida consumista, las borracheras o los afanes de este mundo los vuelvan interiormente torpes y ese día caiga sobre ustedes de improviso, pues se cerrará como una trampa sobre todos los habitantes de la tierra. Por eso estén vigilando y orando en todo momento, para que se les conceda escapar de todo lo que debe suceder y estar de pie ante el Hijo del Hombre. (Lucas 21,25-28.34-36).


Jesús hoy nos anuncia un aterrador cataclismo cósmico, mas sin fecha. Pero no pretende asustarnos, sino atraer nuestra mirada y nuestro corazón al cuadro grandioso que aparecerá al centro de esa catástrofe: Él en persona, que viene con poder y gloria para librar a los suyos de esa gran tribulación y de la muerte.

Por eso nuestra actitud no puede ser el temor y el terror, sino la esperanza y "el amor a su venida" como único salvador, amigo y glorificador. Jesús quiere que grabemos bien en la memoria su invitación a orar y estar preparados a tal acontecimiento, que para cada cual se anticipa en cierto sentido en la muerte.

Jesús nos pide mantenernos de pie a su lado, compartiendo con gozo su misión liberadora y salvadora en favor del prójimo, construyendo con él la civilización del amor y la cultura de la vida. Y nos apremia a no dejarnos contagiar por el materialismo, consumismo, vicios, corrupción y desórdenes de una sociedad que vive de espaldas a Dios y al prójimo, sumergida en la cultura de la muerte.

Adviento significa tiempo de espera gozosa de Alguien que viene. La Iglesia en el Adviento nos invita a considerar cuatro venidas de Cristo Jesús, que sale a nuestro encuentro en formas y tiempos diferentes.

La primera venida de Jesús sucedió hace más de dos mil años, con su Nacimiento en Belén, que conmemoramos y celebramos cada año en la Navidad. Es la venida primordial, que hace posibles las otras venidas.

La última venida de Cristo será su aparición gloriosa al fin de los tiempos, para hacer un mundo nuevo, su reino definitivo de vida y verdad, de justicia y de paz, de libertad y amor, de alegría y felicidad. Venida que presenciaremos de persona. Y Dios quiera que en condición de resucitados.

Entre la primera y la última venidas de Jesús se da la venida intermedia y permanente a nuestra vida y persona durante la existencia terrena, según sus palabras infalibles: Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo (Mateo 28, 20). Quien come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él (Juan 6, 36).

Y al fin de nuestra vida terrena se realizará la venida de Jesús que acudirá para librarnos de las garras de la muerte y llevarnos a su gloria eterna, si hemos vivido unidos a él, compartiendo su misión en favor del hombre. Nos dio su palabra: Me voy a prepararles un lugar. Luego vendré para llevarlos conmigo (Juan 14, 2-3).

Esta venida de Jesús será para cada uno la hora del éxito total de su existencia por la resurrección, si hemos acogido a Cristo en su venida durante la vida terrena: en el prójimo, en la Eucaristía, en la oración, en la Palabra de Dios, en la creación, en el sufrimiento, en la alegría, en los acontecimientos... Entonces Él nos acogerá en la muerte para resucitarnos. Y así podremos estar felices a su lado en su venida gloriosa al fin del mundo.

Jeremías 33,14-16

Se acerca ya el momento, dice Yavé, en que cumpliré la promesa que hice a la gente de Israel y a la de Judá: En esos días, haré nacer un nuevo brote de David que ejercerá la justicia y el derecho en el país. Entonces Judá estará a salvo, Jerusalén vivirá segura y llevará el nombre de "Yavé-nuestra-justicia".

Los reyes de Israel no habían correspondido a las esperanzas del pueblo y de Dios: fundar un reino de justicia y de paz. A pesar de todo, Dios promete a su pueblo un descendiente de David que sí fundará un reino de justicia y paz, de amor y libertad, de vida y verdad: Cristo Jesús.

Él librará a los pobres del pueblo oprimidos injustamente por los poderosos y los dirigentes políticos e incluso religiosos. Sin embargo, la acción liberadora y salvadora del Redentor no es acogida por todos, ni alcanza a los que se oponen a Él y a sus exigencias, sino sólo a quienes lo acogen y se comprometen con él en construir un mundo mejor, donde reine la verdad, la justicia, la paz, el amor, la libertad... Bienes que todos deseamos, pero que muchos combaten porque se oponen a sus intereses egoístas, a sus privilegios, a sus vicios.

A pesar de todo, el reino de Cristo sigue creciendo incontenible, de forma misteriosa, oculta para sus opositores y a pesar de ellos.

¿Dónde nos encontramos? ¿En el reino de Cristo o fuera de él? No hay término medio: Quien no está conmigo, está contra mí. Quien conmigo no recoge, desparrama (Mateo 12, 30). ¡No nos engañemos a nosotros mismos!

1 Tesalonicenses 3, 12-13. 4, 1-2

Que el Señor los haga crecer más y más en el amor que se tienen unos a otros y en el amor para con todos, imitando el amor que sentimos por ustedes. Que él los fortalezca interiormente para que sean santos e irreprochables delante de Dios, nuestro Padre, el día que venga Jesús, nuestro Señor, con todos sus santos. Por lo demás, hermanos, les pedimos y rogamos en nombre del Señor Jesús: aprendieron de nosotros cómo han de portarse para agradar a Dios; ya viven así, pero procuren hacer nuevos progresos. Conocen las tradiciones que les entregamos con la autoridad del Señor Jesús.

El reino de Jesús se establece en las personas, familias, comunidades grupos... que viven en el amor mutuo fundado en el amor de Dios, en la relación amorosa con la Trinidad, fuente de toda relación de amor y salvación.

En esta relación de amor salvífico con Dios y con el prójimo, se nos comunica la fortaleza que nos hace irreprochables ante Él para el día de la venida de Jesús y nos dispone para acceder a la vida eterna en la casa del Padre.

En la Iglesia tenemos innumerables modelos de auténtica vida cristiana, en especial los santos, que nos indican el camino y demuestran que la vida de amor a Dios y al prójimo no es un imposible, sino la máxima necesidad que el mismo Cristo Resucitado nos la hace posible con su presencia y ayuda permanente: Si alguno me ama, lo amará mi Padre, y vendremos a él y viviremos con él. San Pablo nos confirma esta promesa de Jesús diciendo: Todo lo puedo en aquel que me conforta.

Pero el modelo supremo es siempre el mismo Jesús, Maestro, Camino, Verdad y Vida, a cuya palabra y guía podemos y debemos acceder de forma permanente en la oración, en la Eucaristía, en la lectura de la Biblia, en la ayuda al prójimo necesitado, en el sufrimiento y en la alegría.

Son esos los medios para mantener y acrecentar la fe verdadera, cuya garantía es el amor a Dios y al prójimo. Sin obras de amor a Dios y al prójimo la fe está muerta y no puede salvar. Carece de valor y de interés.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, November 26, 2006

REY y TESTIGO DE LA VERDAD

REY y TESTIGO DE LA VERDAD

Cristo Rey – B / 26 nov. 2006


Pilato volvió a entrar en el palacio, llamó a Jesús y le preguntó: "¿Eres tú el Rey de los judíos?" Jesús le contestó: "¿Viene de ti esta pregunta o repites lo que te han dicho otros de mí?" Pilato respondió: "¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los jefes de los sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?" Jesús contestó: "Mi realeza no procede de este mundo. Si fuera rey como los de este mundo, mis guardias habrían luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reinado no es de acá". Pilato le preguntó: "Entonces, ¿tú eres rey?" Jesús respondió: "Tú lo has dicho: yo soy Rey. Yo doy testimonio de la verdad, y para esto he nacido y he venido al mundo. Todo el que está del lado de la verdad escucha mi voz". Juan 18, 33-37

Para Jesús su reino consiste en ser testigo de la verdad. Dar testimonio de la verdad es dar a conocer el amor de Dios hacia los hombres y reunirlos en el reino temporal y eterno de Dios. Esa es la verdad regia que testimonia Cristo Rey y que deben testimoniar sus verdaderos súbditos y discípulos: los cristianos.

Jesús es el único Rey verdadero, principio, conductor y “fin de la historia..., centro de la humanidad, gozo del corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones” (GS 45). Rey de todo lo creado visible e invisible. Rey de amor, de sufrimiento y de gloria. Rey de la vida y la verdad, de la justicia y la paz, del amor y la libertad, de la dignidad humana y la fraternidad universal... Rey crucificado y resucitado, presente y actuante en la historia de la humanidad y de cada persona humana, confiriéndoles valor y proyección de eternidad.

Los reyes de este mundo se apoyan en los ejércitos, en las armas, en el dinero, en el poder, y a menudo en la mentira, la injusticia, la corrupción, la esclavitud, la violencia, el odio. Y a menudo edifican el bienestar propio y el de su población rica sobre la explotación y muerte de la población y pueblos pobres.

Los poderosos prepotentes (políticos o religiosos) pertenecen a este mundo injusto, no a la verdad. Y no pueden escuchar la palabra de Jesús ni comprender su poder fundado en el amor, en la cruz y en la resurrección.

Jesús, Rey crucificado, ridiculiza la lucha por el poder y las riquezas, sobre todo entre los poderosos que viven a la sombra de la fe. El “I.N.R.I.” sobre la cabeza de Jesús es la mejor vacuna contra la ambición de poder y riqueza; ambición que se filtra también en la Iglesia: laicado, clero, jerarquía.

El reino de Jesús no es monopolio de los católicos ni de los cristianos de otras confesiones. En él tienen cabida quienes buscan y promueven lealmente todo lo bueno, lo noble y lo justo: los valores del reino de Cristo.

Este reino crece incesante e imperceptiblemente en medio de grandes oposiciones, pero no puede ser detenido ni destruido por los poderes de este mundo, por más que se disfracen de religiosos. Solamente los humildes, mansos y sufridos pueden sostenerlo, hacerlo crecer y triunfar en unión con su Rey.

Para seguir de verdad a Cristo Rey necesitamos una apertura acogedora al hombre y a los valores del reino, indispensables para una vida digna en la tierra que nos garantice la vida eterna en el paraíso. El reino de Dios -que es la verdad primera y última del hombre-, se juega en el corazón de cada ser humano.

Daniel 7,13-14

Mientras seguía contemplando esas visiones nocturnas, vi a alguien como un hijo de hombre que venía sobre las nubes del cielo; se dirigió hacia el anciano y lo llevaron a su presencia. Se le dio el poder, la gloria y la realeza, y todos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieron. Su poder es el poder eterno que nunca pasará; su reino no será destruido.

Dios está sobre todos los poderes del mal que pretenden adueñarse del mundo, y entrega todo lo creado a su verdadero Dueño y Rey: el Mesías, Hijo de Dios, “por quien y para quien todo fue hecho”.

El Mesías es de origen divino, y por eso su figura humana revela el poder salvador de Dios a favor de la humanidad y de la creación, que están sufriendo “dolores de parto”, en el trance de alumbrar un mundo nuevo con la omnipotencia amorosa del Rey Salvador.

Todos estamos incluidos en la gestación del reino de Cristo, que no tendrá fin. La única condición consiste en acoger la llamada a trabajar con el Rey Resucitado para establecer su reino en la tierra: en nuestro corazón, en la familia, en la sociedad, en el mundo: “El reino de Dios está entre ustedes”.

Hay que prepararse responsablemente para el reino eterno de Cristo Rey, revistiéndonos de buenas obras para el día en que seamos desnudados de nuestro cuerpo mortal.

Apocalipsis 1,5-8

Cristo Jesús es el testigo fiel, el primer nacido de entre los muertos, el rey de los reyes de la tierra. Él nos ama y por su sangre nos ha purificado de nuestros pecados, haciendo de nosotros un reino y una raza de sacerdotes de Dios, su Padre. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén. Miren, viene entre nubes; lo verán todos, incluso los que lo hirieron, y llorarán por su muerte todas las naciones de la tierra. Sí, así será. “Yo soy el Alfa y la Omega”, dice el Señor Dios, Aquel que es, que era y que ha de venir, el Todopoderoso.

Jesús, el enviado del Padre, de quien es fiel testigo hasta la muerte de cruz, con la resurrección es constituido, en cuanto Dios-hombre, Rey de todo lo creado.

Pero Jesús es ante todo el Rey cuyo poder máximo es el amor, que él testimonia con su muerte: “Nadie tiene un amor más grande que el de quien da la vida por los que ama”. Y él la dio por nosotros, por mí, por ti, por todos.

Su muerte en la cruz fue el acto culminante de su Sacerdocio supremo, mediante el cual “hizo de nosotros un reino y una raza de sacerdotes de Dios, su Padre”. Así nos estimula a imitar lo que él hizo: dar la vida por los que amamos; lo cual constituye el acto máximo de nuestro sacerdocio bautismal, la plenitud y el éxito total de nuestra vida humana y cristiana, como imitadores de Cristo.

Dar la vida por los que amamos – que para eso la hemos recibido principalmente: para engendrar en Cristo otras vidas a la eternidad -, nos merecerá poder salir al encuentro de Cristo Rey con la frente alta, cuando venga entre las nubes en su gloria, admirado incluso por quienes lo mataron.

Preparémonos cada día con ilusión, esperanza y decisión inquebrantable a ese acontecimiento ineludible y supremo. Allí estaremos. Y depende de nosotros cómo estaremos: a la derecha o a la izquierda del Rey eterno.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, November 19, 2006

VIGILANCIA Y ESPERANZA, NO TERROR

VIGILANCIA Y ESPERANZA, NO TERROR

Domingo 33º del tiempo ordinario-B / 19 -11-2006


Dijo Jesús a sus discípulos: - Después de una gran tribulación llegarán otros días; entonces el sol dejará de alumbrar, la luna perderá su brillo, las estrellas caerán del cielo y el universo entero se conmoverá. Y se verá al Hijo del Hombre venir en medio de las nubes con gran poder y gloria. Enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro puntos cardinales, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo. Aprendan de este ejemplo de la higuera: cuando sus ramas están tiernas y le brotan las hojas, saben que el verano está cerca. Así también ustedes, cuando vean que suceden estas cosas, sepan que todo se acerca, que ya está a las puertas. En verdad les digo que no pasará esta generación sin que ocurra todo eso. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Por lo que se refiere a ese día y cuándo vendrá, no lo sabe nadie, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino solamente el Padre. (Marcos 13, 24-32).

Lo que interesa a Jesús al hablar de su venida gloriosa al fin del mundo, es prevenirnos para que estemos vigilantes y preparados, gozosamente esperanzados y no aterrorizados, pues ni un solo cabello se nos caerá sin permiso del Padre, y porque se acerca la hora de ir en sus brazos hacia la resurrección y la vida eterna.

Estamos en buenas manos: las de Quien nos ama más que nadie. Por eso, más que temer aquel momento, hay que prepararse para que la muerte y el fin del mundo sean para nosotros triunfo de resurrección y de gloria con Jesús Resucitado.

Jesús no es profeta de catástrofes, sino un mensajero del amor y la esperanza, de la salvación gloriosa, por encima de las catástrofes y sufrimientos del presente y del fin del mundo. “Los padecimientos de este mundo no tienen comparación con la gloria que se ha de manifestar en nosotros”, asegura san Pablo.

Dejemos de lado a los falsos profetas de desastres, que fijan fechas para el fin del mundo, sin que nunca acierten (gracias a Dios), y que hasta de los acontecimientos calamitosos sacan provecho económico y proselitista, cerrándose al amor, a la esperanza, a la misericordia.

Hoy está generalizada la creencia de que la destrucción del mundo será el fin de todo creado. Sin embargo, lo que sí se dará será el principio del reino glorioso Cristo Resucitado: “He aquí que hago todo nuevo”. Las naciones están en una carrera de autodestrucción y mutua destrucción sin esperanza alguna.

Pero la historia del mundo está en manos del Padre, quien, como hizo con su Hijo a través del Calvario, lo va conduciendo a través de un doloroso alumbramiento hacia el triunfo total de la resurrección en Cristo. Guerras, calamidades, epidemias, desgracias, enfermedades, muerte, constituyen un penoso parto, pero no el fin de nuestro lindo planeta, cuya transformación tiene su fecha sólo en la mente de Dios.

Dios quiere que seamos testigos de su Hijo resucitado en un mundo que vive de espaldas a Él, y que lo acojamos cada día en su presencia infalible, pues prometió estar con nosotros todos los días. La unión con él nos garantiza frutos de salvación; mientras que todo lo que no se fundamente en Él, será destruido.

En medio de la lucha y del sufrimiento sólo al lado de Jesús encontraremos el sentido de la vida, la esperanza gozosa y el triunfo sobre el dolor y la muerte mediante la resurrección. Se requiere vigilancia y optimismo invencible, con el apoyo en la oración, como trato permanente de amistad con Dios, que no puede fallarnos.

Jesús nos pide que no nos dejemos contagiar con ese mundo que, atrapado por la cultura de la muerte, está empeñado en autodestruirse sin esperanza de futuro, y vive de espaldas al Dios de la Vida y del Amor, de la Alegría y de la Felicidad, del tiempo y de la eternidad. Pero nos pide colaboración para salvarlo.

Daniel 12,1-3

En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe, que defiende a los hijos de tu pueblo; porque será un tiempo de calamidades como no lo hubo desde que existen pueblos hasta hoy en día. En ese tiempo se salvará tu pueblo, todos los que estén inscritos en el Libro. Muchos de los que duermen en el lugar del polvo despertarán, unos para la vida eterna, otros para vergüenza y horror eternos. Los que tengan el conocimiento, brillarán como un cielo resplandeciente, los que hayan guiado a los demás por la justicia, brillarán como las estrellas por los siglos de los siglos.


Las lecturas nos van marcando el final del año litúrgico, sugiriéndonos que también se acerca día a día el final de nuestra carrera terrena. Daniel nos recuerda que nos esperan días difíciles: calamidades en el mundo y tal vez persecuciones, y la experiencia de la enfermedad, de la agonía y de la muerte.

Sin embargo, todo contribuye para el bien de los que aman a Dios y al prójimo. Y ese bien culmina en la resurrección y en la gloria, pues sus nombres están escritos en el Libro de la Vida. El amor a Dios y al prójimo lo transforma todo en felicidad temporal y eterna, y nos libra de la “vergüenza y del horror eterno”.

Quienes adquieran un conocimiento amoroso de Dios y, con su palabra y ejemplo, enseñen a otros el camino de la vida, brillarán como estrellas por toda la eternidad, pasando de la muerte a la resurrección. Y eso está a nuestro alcance. Sólo se requiere asumir la responsabilidad salvífica sobre la propia vida y la ajena.

Hebreos 10,11-14

Hermanos: los sacerdotes del culto antiguo estaban de servicio diariamente para cumplir su oficio, ofreciendo repetidas veces los mismos sacrificios, que nunca tienen el poder de quitar los pecados. Cristo, por el contrario, ofreció por los pecados un único y definitivo sacrificio y se sentó a la derecha de Dios, esperando solamente que Dios ponga a sus enemigos debajo de sus pies. Su única ofrenda lleva a la perfección definitiva a los que santifica. Pues bien, si los pecados han sido perdonados, ya no hay sacrificios por el pecado.

En el Antiguo Testamento se creía que los sacrificios de animales borraban automáticamente los pecados, incluso sin una verdadera conversión a Dios y al prójimo. Y muchos católicos siguen creyendo lo mismo respecto a la confesión, la Eucaristía, las procesiones, novenas y otras prácticas externas. De hecho, a pesar de un fiel cumplimiento externo de prácticas piadosas, en nada mejoran su vida en relación con Dios y con el prójimo. No hay conversión del corazón y de la vida. Son católicos del “cumplo-y-miento”, pues mienten a Dios, al prójimo y a sí mismos.

Les sucede lo que al fariseo que oraba cerca del altar contándole a Dios sus méritos y despreciando al publicano que, en el fondo del templo, pedía sinceramente perdón con el propósito firme de enmendar su vida. Este salió perdonado y aquel con un pecado más: el de orgullo.

Es cierto que la vida, pasión, muerte y resurrección de Cristo borran definitivamente nuestros pecados, pero a condición de que creamos en su perdón, lo acojamos con gratitud y demostremos nuestra sinceridad con la conversión real vivida día a día, y en especial perdonando a los que nos ofenden.

Usemos agradecidos el sublime privilegio de compartir con Cristo su Sacerdocio supremo a favor de los que amamos o debiéramos amar, ejerciendo activamente nuestro sacerdocio bautismal con la ofrenda de oraciones, de sacrificios inevitables, y en especial ofreciéndonos en el Sacramento de la reconciliación perfecta: la Eucaristía.

P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, November 12, 2006

LOS POBRES DAN MÁS

LOS POBRES DAN MÁS


Domingo 32º del tiempo ordinario- B / 12-11-2006


Jesús se había sentado frente a las alcancías del Templo, y podía ver cómo la gente echaba dinero para el tesoro; pasaban ricos, y daban mucho. Pero también se acercó una viuda pobre y echó dos moneditas de muy poco valor. Jesús entonces llamó a sus discípulos y les dijo: - Yo les aseguro que esta viuda pobre ha dado más que todos los otros. Pues todos han echado de lo que les sobraba, mientras ella ha dado desde su pobreza; no tenía más, y dio todos sus recursos. (Mc. 12,38-44).

Este paso evangélico contrapone dos estilos de religiosidad: la religión de la apariencia y la religión del corazón. Jesús desenmascara la vanidad, la hipocresía y la avaricia de los fariseos frente a la humildad y generosidad de una pobre viuda.

Dios lee y sabe lo que hay dentro del corazón humano. No se fija en la lista de obras materiales y gestos llamativos, sino en la transparencia, en el amor y la fe viva, en los sentimientos, las actitudes con que se hacen las obras y se vive la vida.

Jesús veía lo que daban los ricos, y la gente también lo veía y tal vez se admiraba. Pero sólo Jesús miraba y admiraba a la pobre viuda; y nadie se enteró de que había dado todo lo que tenía, aunque era tan poquito. Pero fue la que más dio. Jesús se identificó con ella, ya que no teniendo una piedra donde reposar la cabeza, se entregó por nosotros con todo lo que era y tenía: Dios y hombre. “Por suerte hay pobres para ayudar a los pobres; sólo ellos saben dar”, decía san Vicente de Paúl.

Los hechos se repiten en las misas de los domingos, y en la vida ordinaria, donde muchos pobres dan de lo poco que tienen y algunos ricos dan poco o nada de lo mucho que les sobra, o tal vez dan con el fin de aparecer los primeros en las listas de donantes, mientras que del sacrificio heroico del pobre que da, nadie se entera.

La pobre viuda no se enteró del valor de su gesto ni de que el mismo Hijo de Dios la estaba mirando y admirando. Como no se enteran los verdaderos pobres de que Dios está con ellos, y de que serán los primeros en el reino de los cielos. Porque Dios nunca se deja vencer en generosidad.

Sin embargo los pobres son también a menudo los primeros en la mira de los ricos en dinero, poder, ciencia, tecnología y armas, pero no para hacer la guerra a la pobreza, sino para hacerles pagar la guerra a los pobres con el sudor de su frente y muchas veces con la muerte de miembros de su familia.

La Iglesia, las iglesias, deben convertirse a los pobres, y restituir el protagonismo a los oprimidos, a los explotados, a los que pasan hambre y otras necesidades, haciendo realidad progresiva la “opción preferencial por los pobres”.

Fatal ilusión es dar algunas limosnitas para tranquilizar la conciencia y evadir a quienes necesitan acogida y ternura, tiempo y compañía, sonrisa y alegría, consejo y ejemplo, esperanza y fe, ayuda y pan.

El cristianismo es la religión positiva del sí generoso a Dios y al hombre, y también la religión del dar y sobre todo del darse con gozo. Darse a Dios y a los demás es el verdadero camino de la libertad y la felicidad; el camino del verdadero cristiano; es decir, del discípulo auténtico de Cristo. El camino de la gloria eterna.

Muy pobres son los ricos que sólo tienen dinero, poder y placeres, porque todo eso les será arrebatado en un instante, cuando menos lo piensen.

Rico de verdad es quien da y se da, porque sólo es nuestro lo que damos y sólo ganamos y salvamos la vida, nuestra persona, si la entregamos. Paradojas de la existencia cristiana que hemos de acostumbrarnos a vivir con gozo y realismo.

1 Reyes 17, 8-16

La palabra del Señor llegó al profeta Elías en estos términos: «Ve a Sarepta, que pertenece a Sidón, y establécete allí; ahí Yo he ordenado a una viuda que te provea de alimento». Él partió y se fue a Sarepta. Al llegar a la entrada de la ciudad, vio a una viuda que estaba juntando leña. La llamó y le dijo: «Por favor, tráeme en un jarro un poco de agua para beber». Mientras ella lo iba a buscar, la llamó y le dijo: «Tráeme también en la mano un pedazo de pan». Pero ella respondió: «¡Por la vida del Señor, tu Dios! No tengo pan cocido, sino sólo un puñado de harina en el tarro y un poco de aceite en el frasco. Apenas recoja un manojo de leña, entraré a preparar un pan para mí y para mi hijo; lo comeremos, y luego moriremos». Elías le dijo: «No temas. Ve a hacer lo que has dicho, pero antes prepárame con eso una pequeña galleta y tráemela; para ti y para tu hijo lo harás después. Porque así habla el Señor, el Dios de Israel: El tarro de harina no se agotará ni el frasco de aceite se vaciará, hasta el día en que el Señor haga llover sobre la superficie del suelo». Ella se fue e hizo lo que le había dicho Elías, y comieron ella, él y su hijo, durante un tiempo. El tarro de harina no se agotó ni se vació el frasco de aceite, conforme a la palabra que había pronunciado el Señor por medio de Elías.

Nadie en Israel le daría un trozo de pan a Elías, perseguido político. Y como Israel no responde, Dios se vale de una pagana para salvar la vida de su servidor, a la vez que salva la vida de la viuda y de su hijo. En las ocasiones más difíciles, Dios actúa en la historia valiéndose incluso de los instrumentos más inadecuados.

El hombre no ve en el mundo la huella de Dios, sino sólo la huella del hombre en los éxitos que fascinan. Y cuando llega el fracaso, no acude al Conductor de la historia, sino que redobla, a espaldas de Dios, sus esfuerzos inútiles ante el fracaso seguro de la muerte, de la cual sólo Dios puede librar mediante la resurrección.

Los profetas de Dios son incómodos porque no son corruptibles, tanto por su fidelidad a Dios como por su defensa de los derechos del pueblo. Por eso se les hace la vida imposible con la persecución que suele terminar en muerte. Así fue para Juan Bautista, para Jesús, y para muchos otros a través de la historia.

Es la condición de los cristianos frente a los soberanos prepotentes. Y uno se atreve pensar si no habrá quiénes intenten hacer con Mons. Piña y con otros lo que hicieron con Mons. Romero. ¿O sabrán encajar la sacudida y cambiar de política?

Hebreos 9, 24-28

Cristo no entró en un santuario erigido por manos humanas --simple figura del auténtico Santuario-- sino en el cielo, para presentarse delante de Dios en favor nuestro. Y no entró para ofrecerse a sí mismo muchas veces, como lo hace el Sumo Sacerdote que penetra cada año en el Santuario con una sangre que no es la suya. Porque en ese caso, hubiera tenido que padecer muchas veces desde la creación del mundo. En cambio, ahora Él se ha manifestado una sola vez, en la consumación de los tiempos, para abolir el pecado por medio de su Sacrificio. Y así como el destino de los hombres es morir una sola vez, después de lo cual viene el Juicio, así también Cristo, después de haberse ofrecido una sola vez para quitar los pecados de la multitud, aparecerá otra vez, ya no en relación con el pecado, sino para salvar a los que lo esperan.

“Sacrificio” no significa sufrimiento y muerte, sino “hacer sagrado”, consagrar algo a Dios, más allá y a pesar del sufrimiento y de la muerte. ¡Tantos sufrimientos y muertes que no son sacrificio, ofrenda a Dios!

La muerte de Cristo es el momento supremo de su ofrenda a Dios y al hombre, es su “ordenación sacerdotal”, que elimina distancias entre la criatura y el Creador. Dios no tiene nada en contra del hombre, de lo contrario no nos hubiera entregado a su Hijo; sino que es el hombre quien está en contra Dios, que en Cristo tiende la mano a todo el que de veras quiere volverse a él, acercarse a él y compartir con él su misma eterna felicidad pasando por la muerte a la resurrección.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, November 05, 2006

El MANDAMIENTO del AMOR y la FELICIDAD

El MANDAMIENTO del AMOR y la FELICIDAD

Domingo 31° del tiempo ordinario-B/ 5-11-2006.


Un maestro de la ley que había oído la discusión, viendo que les había contestado bien, se le acercó y le preguntó: - ¿Cuál es el primero de todos los mandamientos? Jesús respondió: - El primero es: Escucha, Israel: el Señor, Dios nuestro, es el único Señor; y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que éstos. El escriba le dijo: - Muy bien, maestro; con razón has dicho que él es uno solo y que no hay otro fuera de él, y amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo vale mucho más que todos los holocaustos y sacrificios. Jesús, al ver que había respondido tan sabiamente, le dijo: - No estás lejos del reino de Dios. Marcos 12,28-34

Era lógico que un escriba preguntase al Maestro cuál era el principal de los mandamientos, pues ellos tenían 613 mandamientos, sin que se distinguiera cuáles eran divinos y cuáles sólo humanos. Aunque la pregunta iba con cierta malicia, era una buena pregunta: se necesitaba saber si había un mandamiento que los sintetizara todos.


Gran parte de aquel cúmulo de mandamientos eran invenciones humanas para evadir el principal mandamiento, justamente el que los resume todos, el mandamiento del amor: "Amarás al Señor tu Dios…; amarás a tu prójimo…”

¿Será equivocado pensar que también hoy la gran mayoría de los cristianos, después de veinte siglos, seguimos sustituyendo el mandamiento del amor a Dios y al prójimo por un buen catálogo de normas y leyes morales, disciplinares, canónicas, eclesiásticas, civiles, familiares, buenos modales, costumbres, ritos, educación…? Y no porque sean malas esas cosas, sino porque se vuelven inhumanas e idolátricas cuando suplantan la ley del amor, cosa tan al orden de cada día y en todo lugar, como una cruel esclavitud.

Jesús, con su nacimiento, vida, muerte y resurrección, tuvo un único objetivo: enseñarnos que Dios nos ama y enseñarnos a corresponderle amándolo a él y amándonos unos a otros. Es más: él superó y nos pide que superemos el mandamiento antiguo de "amar al prójimo como a sí mismo", cambiándolo por el suyo: "Ámense los unos a los otros como yo los amo". Él nos reveló su forma de amar: "Nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por los que ama".

El amor a Dios y al prójimo es la única fuente de la felicidad y de la libertad en este mundo y en la eternidad. Pero la mayoría pretenden beber el agua de la felicidad sin conectarse a su fuente. Y se buscan todos los charcos contaminados de los placeres: drogas, alcohol, orgías, lujos, poder, incluso a costa del sufrimiento e infelicidad del prójimo. Lo cual sucede también entre gente “muy religiosa”.

Se hace pasar por amor lo que es puro egoísmo, y por felicidad lo que es sólo cosquillas superficiales del sistema nervioso. Son muchas las cosas que gustan, pero que no llenan porque no son justas. Y en el intento desesperado por colmar el vacío, se añaden placeres a placeres cada vez más sofisticados y crueles para los otros y para sí mismos, hasta la reducción a la total infelicidad. Es el pan de cada día de la sociedad de consumo, camino a la autodestrucción.

Aprender a amar como Cristo Jesús y con él, es nuestra vocación, realización, libertad y felicidad en el tiempo y en la eternidad. El amor a Dios y al prójimo no puede ser algo rígido y moralizador. Es libertad para mejorar las expresiones y experiencias de ternura, de amistad, de dulzura. Es fuego del corazón humano, hecho a imagen del corazón de Dios-Amor-Cariño-Ternura, pero al infinito. "Si me falta el amor, de nada me sirve…"

Deuteronomio 6, 1-6

Moisés habló al pueblo diciendo: Este es el mandamiento, y estos son los preceptos y las leyes que el Señor, su Dios, ordenó que les enseñara a practicar en el país del que van a tomar posesión, a fin de que temas al Señor, tu Dios, observando constantemente todos los preceptos y mandamientos que yo te prescribo, y así tengas una larga vida, lo mismo que tu hijo y tu nieto. Por eso, escucha, Israel, y empéñate en cumplirlos. Así gozarás de bienestar y llegarás a ser muy numeroso en la tierra que mana leche y miel, como el Señor, tu Dios, te lo ha prometido. Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas.

Ya en el Antiguo Testamento Dios presenta sus mandamientos como leyes de vida para todas las épocas y pueblos. Dios condiciona sus bendiciones, también materiales, al cumplimiento de sus mandamientos, que son expresión del amor a Dios y al prójimo. De ellos hará depender la vida, la salud, el bienestar, el progreso y la paz de las naciones como de las familias.

Es evidente que si la humanidad cumpliera los mandamientos de Dios, sería totalmente distinto el panorama mundial: no habría violencias, guerras, violaciones, asesinatos, odios, corrupción, y tal vez ni desastres naturales.

El mundo parece que anda al revés: los que se portan mal, lo pasan bien; y los que se esfuerzan por cumplir los mandamientos, lo pasan mal. Pero eso no es del todo cierto: pensemos en las cárceles, en los enfermos a causa de sus vicios…, y en todos los que lo pasan bien, pues también llegarán a pasarlo mal con la enfermedad y la muerte. Sin referirnos siquiera a la eternidad.

Y quienes lo pasan mal por cumplir los mandamientos y por la maldad de otros, además de recibir las bendiciones de Dios en esta vida, terminarán pasándolo “divino” con la máxima bendición: la resurrección y la felicidad eterna.

Hebreos 7, 23-28

Hermanos: En la antigua Alianza los sacerdotes tuvieron que ser muchos, porque la muerte les impedía permanecer; pero Jesús, como permanece para siempre, posee un sacerdocio inmutable. De ahí que Él puede salvar en forma definitiva a los que se acercan a Dios por su intermedio, ya que vive eternamente para interceder por ellos. Él es el Sumo Sacerdote que necesitábamos: santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y elevado por encima del cielo. Él no tiene necesidad, como los otros sumos sacerdotes, de ofrecer sacrificios cada día, primero por sus pecados, y después por los del pueblo. Esto lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo.

La permanencia del sacerdocio del A. T. exigía la sucesión indefinida de los sacerdotes a causa de la muerte. Pero el sacerdocio de Cristo, muerto y resucitado, permanece para siempre. Los sacerdotes del pueblo judío eran pecadores y no podían salvar a los pecadores; pero Jesús, santo e inocente, “puede salvar definitivamente a los que se acercan a Dios por su medio”.

Los hombres somos incapaces de abrirnos el camino hacia Dios. Sólo Jesús, el Sumo Sacerdote de la Nueva Alianza, puede abrirnos al encuentro real y transformador con Dios. El rito, la oración, la celebración, el sacramento que no nos abra a este encuentro vivo con Dios, es inútil, engañoso y fatal.

La Eucaristía, sacramento de amor y de “reconciliación perfecta”, es el ejercicio permanente del sacerdocio de Cristo resucitado en unión con la Iglesia, pueblo sacerdotal, para la salvación de la humanidad. Y el cristiano comparte con Jesús, mediante el sacerdocio bautismal, su Sacerdocio Supremo al ofrecerse, voluntaria y conscientemente, en unión con él como ofrenda agradable al Padre. Sin esta condición, la Eucaristía se queda en rito sin vida, sin eficacia salvadora.Si ves que te queda mucho camino para llegar a esto, no te desalientes: comienza a caminar decidido y él te lo hará posible.

Jesús Alvarez, ssp.