Sunday, November 26, 2006

REY y TESTIGO DE LA VERDAD

REY y TESTIGO DE LA VERDAD

Cristo Rey – B / 26 nov. 2006


Pilato volvió a entrar en el palacio, llamó a Jesús y le preguntó: "¿Eres tú el Rey de los judíos?" Jesús le contestó: "¿Viene de ti esta pregunta o repites lo que te han dicho otros de mí?" Pilato respondió: "¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los jefes de los sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?" Jesús contestó: "Mi realeza no procede de este mundo. Si fuera rey como los de este mundo, mis guardias habrían luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reinado no es de acá". Pilato le preguntó: "Entonces, ¿tú eres rey?" Jesús respondió: "Tú lo has dicho: yo soy Rey. Yo doy testimonio de la verdad, y para esto he nacido y he venido al mundo. Todo el que está del lado de la verdad escucha mi voz". Juan 18, 33-37

Para Jesús su reino consiste en ser testigo de la verdad. Dar testimonio de la verdad es dar a conocer el amor de Dios hacia los hombres y reunirlos en el reino temporal y eterno de Dios. Esa es la verdad regia que testimonia Cristo Rey y que deben testimoniar sus verdaderos súbditos y discípulos: los cristianos.

Jesús es el único Rey verdadero, principio, conductor y “fin de la historia..., centro de la humanidad, gozo del corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones” (GS 45). Rey de todo lo creado visible e invisible. Rey de amor, de sufrimiento y de gloria. Rey de la vida y la verdad, de la justicia y la paz, del amor y la libertad, de la dignidad humana y la fraternidad universal... Rey crucificado y resucitado, presente y actuante en la historia de la humanidad y de cada persona humana, confiriéndoles valor y proyección de eternidad.

Los reyes de este mundo se apoyan en los ejércitos, en las armas, en el dinero, en el poder, y a menudo en la mentira, la injusticia, la corrupción, la esclavitud, la violencia, el odio. Y a menudo edifican el bienestar propio y el de su población rica sobre la explotación y muerte de la población y pueblos pobres.

Los poderosos prepotentes (políticos o religiosos) pertenecen a este mundo injusto, no a la verdad. Y no pueden escuchar la palabra de Jesús ni comprender su poder fundado en el amor, en la cruz y en la resurrección.

Jesús, Rey crucificado, ridiculiza la lucha por el poder y las riquezas, sobre todo entre los poderosos que viven a la sombra de la fe. El “I.N.R.I.” sobre la cabeza de Jesús es la mejor vacuna contra la ambición de poder y riqueza; ambición que se filtra también en la Iglesia: laicado, clero, jerarquía.

El reino de Jesús no es monopolio de los católicos ni de los cristianos de otras confesiones. En él tienen cabida quienes buscan y promueven lealmente todo lo bueno, lo noble y lo justo: los valores del reino de Cristo.

Este reino crece incesante e imperceptiblemente en medio de grandes oposiciones, pero no puede ser detenido ni destruido por los poderes de este mundo, por más que se disfracen de religiosos. Solamente los humildes, mansos y sufridos pueden sostenerlo, hacerlo crecer y triunfar en unión con su Rey.

Para seguir de verdad a Cristo Rey necesitamos una apertura acogedora al hombre y a los valores del reino, indispensables para una vida digna en la tierra que nos garantice la vida eterna en el paraíso. El reino de Dios -que es la verdad primera y última del hombre-, se juega en el corazón de cada ser humano.

Daniel 7,13-14

Mientras seguía contemplando esas visiones nocturnas, vi a alguien como un hijo de hombre que venía sobre las nubes del cielo; se dirigió hacia el anciano y lo llevaron a su presencia. Se le dio el poder, la gloria y la realeza, y todos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieron. Su poder es el poder eterno que nunca pasará; su reino no será destruido.

Dios está sobre todos los poderes del mal que pretenden adueñarse del mundo, y entrega todo lo creado a su verdadero Dueño y Rey: el Mesías, Hijo de Dios, “por quien y para quien todo fue hecho”.

El Mesías es de origen divino, y por eso su figura humana revela el poder salvador de Dios a favor de la humanidad y de la creación, que están sufriendo “dolores de parto”, en el trance de alumbrar un mundo nuevo con la omnipotencia amorosa del Rey Salvador.

Todos estamos incluidos en la gestación del reino de Cristo, que no tendrá fin. La única condición consiste en acoger la llamada a trabajar con el Rey Resucitado para establecer su reino en la tierra: en nuestro corazón, en la familia, en la sociedad, en el mundo: “El reino de Dios está entre ustedes”.

Hay que prepararse responsablemente para el reino eterno de Cristo Rey, revistiéndonos de buenas obras para el día en que seamos desnudados de nuestro cuerpo mortal.

Apocalipsis 1,5-8

Cristo Jesús es el testigo fiel, el primer nacido de entre los muertos, el rey de los reyes de la tierra. Él nos ama y por su sangre nos ha purificado de nuestros pecados, haciendo de nosotros un reino y una raza de sacerdotes de Dios, su Padre. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén. Miren, viene entre nubes; lo verán todos, incluso los que lo hirieron, y llorarán por su muerte todas las naciones de la tierra. Sí, así será. “Yo soy el Alfa y la Omega”, dice el Señor Dios, Aquel que es, que era y que ha de venir, el Todopoderoso.

Jesús, el enviado del Padre, de quien es fiel testigo hasta la muerte de cruz, con la resurrección es constituido, en cuanto Dios-hombre, Rey de todo lo creado.

Pero Jesús es ante todo el Rey cuyo poder máximo es el amor, que él testimonia con su muerte: “Nadie tiene un amor más grande que el de quien da la vida por los que ama”. Y él la dio por nosotros, por mí, por ti, por todos.

Su muerte en la cruz fue el acto culminante de su Sacerdocio supremo, mediante el cual “hizo de nosotros un reino y una raza de sacerdotes de Dios, su Padre”. Así nos estimula a imitar lo que él hizo: dar la vida por los que amamos; lo cual constituye el acto máximo de nuestro sacerdocio bautismal, la plenitud y el éxito total de nuestra vida humana y cristiana, como imitadores de Cristo.

Dar la vida por los que amamos – que para eso la hemos recibido principalmente: para engendrar en Cristo otras vidas a la eternidad -, nos merecerá poder salir al encuentro de Cristo Rey con la frente alta, cuando venga entre las nubes en su gloria, admirado incluso por quienes lo mataron.

Preparémonos cada día con ilusión, esperanza y decisión inquebrantable a ese acontecimiento ineludible y supremo. Allí estaremos. Y depende de nosotros cómo estaremos: a la derecha o a la izquierda del Rey eterno.


P. Jesús Álvarez, ssp.