Sunday, November 20, 2005

SIN OBRAS DE AMOR, NO HAY SALVACIÓN


SIN OBRAS DE AMOR, NO HAY SALVACIÓN

Fiesta de Cristo Rey – A / 20-11-2005

Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria rodeado de todos sus ángeles, se sentará en el trono de gloria, que es suyo. Todas las naciones serán llevadas a su presencia, y separará a unos de otros, al igual que el pastor separa las ovejas de los chivos. Colocará a las ovejas a su derecha y a los chivos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los que están a su derecha: "Vengan, benditos de mi Padre, y tomen posesión del reino que ha sido preparado para ustedes desde el principio del mundo. Porque tuve hambre y ustedes me dieron de comer; tuve sed y ustedes me dieron de beber. Fui forastero y ustedes me recibieron en su casa. Anduve sin ropas y me vistieron. Estuve enfermo y fueron a visitarme. Estuve en la cárcel y me fueron a ver." Entonces los justos dirán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero y te recibimos, sin ropa y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?” El Rey responderá: "En verdad les digo que, cuando lo hicieron con alguno de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mí." Dirá después a los que estén a la izquierda: "¡Malditos, aléjense de mí y vayan al fuego eterno, que ha sido preparado para el diablo y para sus ángeles! Porque tuve hambre y ustedes no me dieron de comer; tuve sed y no me dieron de beber; era forastero y no me recibieron en su casa; estaba sin ropa y no me vistieron; estuve enfermo y encarcelado y no me visitaron." Estos preguntarán también: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, desnudo o forastero, enfermo o encarcelado, y no te ayudamos?" El Rey les responderá: "En verdad les digo: siempre que no lo hicieron con alguno de estos más pequeños, ustedes dejaron de hacérmelo a mí. Y éstos irán a un suplicio eterno, y los buenos a la vida eterna." (Mt 25,31-46).

Esta página del Evangelio, aunque a primera vista no lo parezca, calza muy bien con la fiesta de Cristo Rey, pues su reino se construye a base de obras de misericordia corporal, moral, afectiva, psicológica, familiar, eclesial, social, espiritual... Todo lo demás, incluidos los sacramentos, sin el “sacramento del prójimo”, no nos dan derecho a entrar en el reino del Rey del universo. No se acoge a Cristo en los sacramentos si no se lo acoge en el prójimo.

Al fin del mundo todos seremos convocados al juicio universal; pero ya al final de nuestra vida terrena seremos juzgados individualmente sobre las obras de amor al prójimo, medida de nuestro amor a Dios. No podemos vivir en la mediocridad: sería exponernos a la maldición.

Prepararse para la muerte, o mejor dicho, para la resurrección y la vida eterna, significa prepararse para el encuentro con Cristo Rey, que nos juzgará sobre el amor hecho obras.

Es significativo que Jesús no haga aquí alusión alguna a las prácticas de culto, porque el culto fundamental es el amor a Dios vivido en las obras de amor al prójimo, sin el cual todo otro rito de culto resulta estéril, y hasta escandaloso. ¡Tomémoslo en serio!

No se nos examinará sólo sobre lo que hayamos hecho mal, sino principalmente sobre el bien que hemos dejado de hacer al prójimo necesitado de mil maneras. Y obra máxima que podemos hacer al prójimo, es ayudarle a conseguir la salvación eterna: con el ejemplo, la oración, el sufrimiento reparador, el perdón, el consejo... Pero es puro engaño pretender esto ignorando o negándose a socorrer las necesidades temporales a nuestro alcance.

Algún teólogo llama a esta página “la página más laica del Evangelio”, “el evangelio de los que no conocen a Dios”, pero que se dedican al bien del prójimo, empezando por el amor en la familia y continuando por el amor al pueblo, a la nación, al mundo. Y son multitud, que no pertenecen a la Iglesia institucional, o ni siquiera conocen a Cristo, pero son por él reconocidos, los sostiene y los acoge en su reino, gracias al “sacramento del amor al prójimo necesitado” por ellos practicado en sus vidas. Pero este sacramento, para el cristiano, no excluye, sino que incluye los otros.

Ezequiel 34, 11-12. 15-17

Así habla el Señor: ¡Aquí estoy Yo! Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él. Como el pastor se ocupa de su rebaño cuando está en medio de sus ovejas dispersas, así me ocuparé de mis ovejas y las libraré de todos los lugares donde se habían dispersado, en un día de nubes y tinieblas. Yo mismo apacentaré a mis ovejas y las llevaré a descansar -oráculo del Señor-. Buscaré a la oveja perdida, haré volver a la descarriada, vendaré a la herida y sanaré a la enferma, pero exterminaré a la que está gorda y robusta. Yo las apacentaré con justicia. En cuanto a ustedes, ovejas de mi rebaño, así habla el Señor: «Yo voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carneros y chivos».

En la Biblia el pastor evoca a una persona cercana, cariñosa, que ayuda, defiende, cuida, cura, orienta, va delante como guía hacia verdades y valores que proporcionan la alegría de vivir. Y orientan hacia el Buen Pastor y guían hacia la “tierra prometida”, la vida eterna.

Pero a veces hay pastores se apacientan a sí mismos a costa de las ovejas, de quienes les han sido encomendados. Son más funcionarios que seguidores de Jesús, y más que señalar a Jesús, lo suplantan poniéndose a sí mismos en su lugar. Se sirven a sí mismos en vez de servir al pueblo. Y son causa de muchos males que sufren las ovejas. Mas la amenaza de Dios contra los malos pastores es terrible: “¡Ay de los pastores que se apacientan a sí mismos!”

Sin embargo, entre los cristianos nunca debe cundir el desaliento por causa de algún mal pastor, pues Dios afirma que él mismo en persona se ocupará de su rebaño. Y lo hace por medio de su Hijo, el Buen Pastor, que conoce a sus ovejas y ellas lo conocen a él, que las guía hacia abundantes pastos y “da la vida por ellas”, por cada uno de nosotros.

Nuestra fe cristiana no se fundamenta en los pastores humanos, buenos o malos, sino en Cristo Rey y Buen Pastor, que nos ha prometido con palabra infalible: “Yo estoy con ustedes todos los días”, y sólo espera que nosotros queramos estar con él para llevarnos a los buenos pastos de su paz, palabra, de su eucaristía, de su alegría, de la vida eterna. Y además nos dará buenos pastores, si se los pedimos, merecemos y agradecemos.

1Corintios 15, 20-26. 28

Hermanos: Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos. Porque la muerte vino al mundo por medio de un hombre, y también por medio de un hombre viene la resurrección. En efecto, así como todos mueren en Adán, así también todos revivirán en Cristo, cada uno según el orden que le corresponde: Cristo, el primero de todos; luego, aquellos que estén unidos a Él en el momento de su venida. En seguida vendrá el fin, cuando Cristo entregue el Reino a Dios, el Padre, después de haber aniquilado todo Principado, Dominio y Poder. Porque es necesario que Cristo reine hasta que ponga a todos los enemigos debajo de sus pies. El último enemigo que será vencido es la muerte. Y cuando el universo entero le sea sometido, el mismo Hijo se someterá también a Aquel que le sometió todas las cosas, a fin de que Dios sea todo en todos.

Cristo es el primer resucitado para tomar posesión, como Rey universal, de toda la creación, sometida hasta él al pecado y a la muerte. Por su presencia resucitada se hace conductor y protagonista de la historia, y la va conduciendo misteriosamente hacia su final glorioso, cuando se manifestará abiertamente su triunfo redentor sobre el pecado y la muerte, el peor enemigo del hombre. A este triunfo asociará a todos los que se unan a él.

No sólo el hombre será resucitado, sino también toda la creación, que “está sufriendo dolores de parto” para dar a luz “un mundo nuevo y una tierra nueva”, “donde Dios será todo en todos”. La resurrección es lo máximo a que puede aspirar el hombre, y el Resucitado la concederá a todo el que lo acoja: “A quienes lo reciban, les dará el ser hijos de Dios.

P. Jesús Álvarez, ssp

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