Sunday, January 15, 2006

JESÚS, ¿DÓNDE VIVES?

JESÚS, ¿DÓNDE VIVES?

Domingo 2° durante el año – B / 15-01-06

Juan el Bautista se encontraba de nuevo en el mismo lugar con dos de sus discípulos. Mientras Jesús pasaba, se fijó en él y dijo: "Ese es el Cordero de Dios." Los dos discípulos le oyeron decir esto y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les preguntó: - ¿Qué buscan? Le contestaron: - Rabbí (que significa Maestro), ¿dónde vives? Jesús les dijo: - Vengan y lo verán. Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día. Eran como las cuatro de la tarde. Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que siguieron a Jesús por la palabra de Juan. Encontró primero a su hermano Simón y le dijo: - Hemos encontrado al Mesías (que significa el Cristo). Y se lo presentó a Jesús. Jesús miró fijamente a Simón y le dijo: - Tú eres Simón, hijo de Juan, pero te llamarás Kefas (que quiere decir Piedra). Jn 1, 35-42.

Este texto evangélico sugiere el modelo más eficaz de pastoral vocacional, tarea y preocupación primordial de la Iglesia, de las congregaciones religiosas, del clero y del laicado comprometido: “¡Hemos encontrado a Cristo!” “Vengan y vean”.

Más del 90 % de los bautizados en la Iglesia viven descolgados de ella, y son la presa más fácil y cuantiosa del proselitismo de las sectas. Cada día se pasan a las sectas decenas de miles de bautizados católicos, -que nunca han vivido a fondo su bautismo ni conocido a su Iglesia, su Cabeza, Cristo resucitado- los cuales se convierten en eficaces agentes de proselitismo, alegando con entusiasmo la motivación más eficaz: “¡Por fin hemos encontrado a Cristo!” “Vengan y vean”. Aunque luego no corresponda a la verdad ni a la realidad.

Los católicos “fieles” desean que haya buenos y abundantes sacerdotes, pues los necesitan para vivir y para morir bien. Pero pocos se interesan en serio de que siga habiendo sacerdotes entregados. E ignoran el mandato apremiante de Jesús: “Rueguen al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies”.

“Las vocaciones son un don del Dios providente a una comunidad orante”, y a él hay que pedírselas y en su nombre acogerlas, y cuidarlas, conscientes de la afirmación de Jesús: “Soy yo quien los ha elegido”. Por tanto, la primera e indispensable tarea es ayudar al vocacionable a encontrarse con Cristo, el único que puede llamar.

Las sectas comprometen desde el principio a sus laicos en la tarea de conquistar nuevos adeptos, en el pago de los diezmos y preparan abundancia de pastores. En eso nos dan ejemplo. En nuestra Iglesia católica, al menos en algunas parroquias y congregaciones, están surgiendo grupos de laicos comprometidos en la evangelización, pero son todavía muy pocos. Jóvenes de esos grupos se abrirán al sacerdocio y a la consagración para el Reino.

La Iglesia –jerarquía, clero y laicado– tiene ante sí la tarea más urgente e impostergable: salir en busca del 90% de las ovejas perdidas - católicos sólo de bautismo y nombre - dándoles a conocer todo lo que Jesús ha entregado a su Iglesia para ellos: su presencia viva, la redención, el sacerdocio, el Bautismo, la Eucaristía, y los demás sacramentos, la Biblia, el amor y el perdón de Dios Padre y a Jesús mismo...

Así realizarán el mandato de Jesús: “Vayan y evangelicen a todos los hombres”, mandato que hoy el Maestro completaría con la indicación semejante a la que dio a sus discípulos: “Empiecen por los hijos descarriados de la Iglesia”, que son la gran mayoría de los bautizados, y dejar de cuidarse tanto de la reducida minoría que sigue en el redil...

“Las obras de Dios las hacen los hombres y mujeres de Dios”, que vivan en Cristo –eso es la santidad - y repitan convencidos la invitación de Jesús: “¡Vengan y vean!”, en especial a través de los medios más rápidos, más eficaces y de mayor alcance: los maravillosos medios de masas. Pero siendo a la vez testigos de Cristo resucitado para los cercanos y los lejanos: “¡Hemos encontrado al Salvador!”

1 Samuel 3,3-10. 19

Samuel estaba acostado en el Templo del Señor, donde se encontraba el Arca de Dios. El Señor llamó a Samuel, y él respondió: «Aquí estoy». Samuel fue corriendo adonde estaba Elí y le dijo: «Aquí estoy, porque me has llamado». Pero Elí le dijo: «Yo no te llamé; vuelve a acostarte». Y él se fue a acostar. El Señor llamó a Samuel una vez más. Él se levantó, fue adonde estaba Elí y le dijo: «Aquí estoy, porque me has llamado». Elí le respondió: «Yo no te llamé, hijo mío; vuelve a acostarte». Samuel aún no conocía al Señor, y la palabra del Señor todavía no le había sido revelada. El Señor llamó a Samuel por tercera vez. Él se levantó, fue adonde estaba Elí y le dijo: «Aquí estoy, porque me has llamado». Entonces Elí comprendió que era el Señor el que llamaba al joven, y dijo a Samuel: «Ve a acostarte, y si alguien te llama, tú dirás: Habla, Señor, porque tu servidor escucha». Y Samuel fue a acostarse en su sitio. Entonces vino el Señor, se detuvo, y llamó como las otras veces: «¡Samuel, Samuel!» Él respondió: «Habla, porque tu servidor escucha». Samuel creció; el Señor estaba con él, y no dejó que cayera por tierra ninguna de sus palabras.

La vocación de Samuel es modelo de toda vocación cristiana, sacerdotal y consagrada. El primer paso o condición es reconocer la voz de Dios, escucharla y seguirla. El solo bautismo no capacita para reconocer la voz de Dios, sino que se necesita alguien que ayude a reconocer esa voz y a seguirla, y que confiese como Elí: “No soy yo quien te ha llamado, sino Dios, al que debes escuchar y seguir”. La vocación es don de Dios, no propiedad personal.

Hay que partir de la convicción de que todo cristiano recibe la vocación a ser profeta (hablar en nombre de Dios); sacerdote (dar una mano a Dios en la salvación de los hombres) y rey (vivir y contagiar la libertad de los hijos de Dios). La vocación sacerdotal, misionera, consagrada son sólo la radicalización de esa vocación en una unión más intensa con Cristo.

Se necesita silencio, que es el ambiente donde se encuentra Dios que habla y llama, y donde él da la capacidad para hablar eficazmente en su nombre. “Hablen de los hombres a Dios para hablar de Dios a los hombres”, decía santo Domingo de Guzmán.

Hay tanta palabrería y sermón inútiles porque no se escucha la Palabra de Dios, porque se habla en nombre propio, se habla de lo que se sabe, y no se vive lo que se habla.

1 Corintios 6, 13-15. 17-20

Hermanos: El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor es para el cuerpo. Y Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros con su poder. ¿No saben acaso que sus cuerpos son miembros de Cristo? El que se une al Señor se hace un solo espíritu con Él. Eviten la fornicación. Cualquier otro pecado cometido por el hombre es exterior a su cuerpo, pero el que fornica peca contra su propio cuerpo. ¿O no saben que sus cuerpos son templo del Espíritu Santo, que habita en ustedes y que han recibido de Dios? Por lo tanto, ustedes no se pertenecen, sino que han sido comprados, ¡y a qué precio! Glorifiquen entonces a Dios en sus cuerpos.

Dios es el autor del placer inherente a la comida, a la bebida, al sexo, al oído, al tacto, al olfato, a la buena salud, etc. Pero el cuerpo no se nos ha dado sólo para el placer físico y temporal, sino principalmente para el placer inmensamente superior de la vida eterna.

El desorden del placer en contra del sentido y del valor que Dios le ha asignado, -lo cual es idolatría por el rechazo a Dios-, no sólo privará del placer temporal para siempre, sino que se perderá el placer inmensamente mayor y eterno del cuerpo resucitado. Quienes se creen dueños de su cuerpo para abusar de él, lo perderán para siempre. Nuestro cuerpo ha sido comprado por Cristo con su sangre para que hacérnoslo totalmente nuestro por la resurrección y la vida eterna. La dignidad de nuestro cuerpo es incomparable, pues Dios lo ha hecho templo suyo y miembro de Cristo.
P. Jesús Álvarez, ssp.

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