Sunday, August 06, 2006

TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR

TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR

Ciclo B - 6-8-2006


Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor. Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: «Éste es mi Hijo muy querido, escúchenlo». De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos. Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos cumplieron la orden, pero se preguntaban qué significaría «resucitar de entre los muertos». Mc 9, 2-10

Jesús trata de hacerles comprender a los discípulos que su mesianismo va mucho más allá de un reino terreno, que es mucho más glorioso y definitivo, y que lo alcanzará a través de la pasión, la muerte y la resurrección. Pero como eso de la resurrección a los discípulos no les dice nada, no pueden aceptar el fracaso de sus ideales a consecuencia de la muerte-fracaso del Maestro.


El mismo Pedro, que poco antes había confesado: “Tú eres el Mesías de Dios”, cuando Jesús les anuncia su pasión, lo toma a parte e intenta disuadirlo de someterse a la muerte. Pero el Maestro no duda en llamarle ‘Satanás’ a la cara, delante de todos, por sus pretensiones contrarias a la voluntad del Padre.

Entonces los discípulos caen en una profunda depresión por el derrumbe inminente de sus sueños. Y Jesús siente en el alma el dolor de los suyos, que se suma al que él sufre por la trágica muerte que le espera. El Padre, compadecido de tanto sufrimiento, dispone la escena del Tabor en presencia de sus discípulos preferidos, para que con él gocen por unos momentos de la verdadera gloria mesiánica que le espera a él y a ellos por la muerte y la resurrección.

Es de admirar la fidelidad inquebrantable de Jesús hacia Pedro, que lo eligió para ver su gloria en el Tabor, cuando poco antes lo había reprochado con el más humillante de los títulos: Satanás. Y Pedro experimentará de nuevo la fidelidad, la compasión y el perdón de Jesús después de haberlo negado tres veces.

Los discípulos se sienten en el cielo al contemplar el rostro glorioso de Jesús resplandeciente como el sol, sus vestidos blancos como la luz y a Elías y Moisés conversando con Jesús. Y le piden al Maestro poder quedarse allí indefinidamente. Pero aquello era un pequeño anticipo de la realidad futura, no esa realidad.

Jesús no vivió ni propuso una vida de sufrimiento, sino de alegría, incluso en medio del sufrimiento, que tiene destino de felicidad. “Les he dicho estas cosas para que mi alegría esté en ustedes y esa alegría sea total”.

Jesús hizo felices a sus predilectos por unos momentos en el Tabor; pero con el Calvario y la Resurrección les ganó la felicidad para siempre en unión con todos los que se esfuercen por imitarlo pasando por la vida haciendo el bien.

No podemos quedarnos en el Tabor de pasajeras felicidades que nos aparten de la felicidad eterna, ni pretender el cielo en la tierra, y menos a costa de hacerles el infierno a otros, pues eso nos llevaría derechos al fracaso total de nuestra existencia y de nuestro anhelo de felicidad sin fin.

El Padre mismo nos señala el modo de seguir a Jesús para compartir con él su resurrección y su gloria: “Este es mi Hijo predilecto: escúchenlo”.

Dn 7, 9-10. 13-14

Daniel continuó el relato de sus visiones, diciendo: «Yo estuve mirando hasta que fueron colocados unos tronos y un Anciano se sentó. Su vestidura era blanca como la nieve y los cabellos de su cabeza como la lana pura; su trono, llamas de fuego, con ruedas de fuego ardiente. Un río de fuego brotaba y corría delante de Él. Miles de millares lo servían, y centenares de miles estaban de pie en su presencia. El tribunal se sentó y fueron abiertos unos libros. Yo estaba mirando, en las visiones nocturnas, y vi que venía sobre las nubes del cielo como un Hijo de hombre; Él avanzó hacia el Anciano y lo hicieron acercar hasta Él. Y le fue dado el dominio, la gloria y el reino, y lo sirvieron todos los pueblos, naciones y lenguas. Su dominio es un dominio eterno que no pasará, y su reino no será destruido».

Los reinos de este mundo, fundados sobre, las armas, la violencia, la prepotencia, el orgullo, la egolatría…, no mejoran el mundo, sino todo lo contrario: la infelicidad, el sufrimiento, la destrucción y la muerte se multiplican sin cesar a causa de los ídolos del poder, del placer y del poseer.

Cualquier pueblo o cualquiera de nosotros puede llegar a ser víctima de una ferocidad sin compasión. Pero ante esa posibilidad nada improbable, debemos vivir en vela ante el Hijo del hombre, cuyo reino eterno no podrá ser jamás destruido por ninguna fuerza del mal.

La sociedad secularizada y violenta nos invita a dejar de lado a Dios, la fe y el amor, y a sumarnos a su idolatría del poder, del placer y del dinero, para atraparnos en sus planes de destrucción masiva. Frente a sus voces seductoras, escuchemos y cumplamos la Palabra de Dios, para ser miembros de su Familia Trinitaria y súbditos fieles del Rey eterno, que está con nosotros todos los días, y es el único que puede librarnos de las garras de este mundo violento y de la muerte mediante la resurrección.

2 Ped 1, 16-19

Queridos hermanos: No les hicimos conocer el poder y la Venida de nuestro Señor Jesucristo basados en fábulas ingeniosamente inventadas, sino como testigos oculares de su grandeza. En efecto, Él recibió de Dios Padre el honor y la gloria, cuando la Gloria llena de majestad le dirigió esta palabra: «Éste es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección». Nosotros oímos esta voz que venía del cielo, mientras estábamos con Él en la montaña santa. Así hemos visto confirmada la palabra de los profetas, y ustedes hacen bien en prestar atención a ella, como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro hasta que despunte el día y aparezca el lucero de la mañana en sus corazones.

Los hechos narrados en los Evangelio no podría inventarlos jamás la mente más ingeniosa y soñadora. Ninguna otra religión tiene en su origen acontecimientos tan desconcertantes y extraordinarios narrados por tantos testigos oculares, y en especial por los apóstoles, que para nada eran personas experimentadas en literatura de fantasía, pero sí “duros de cerviz” para creer, sobre todo para creer en la resurrección, hasta que “tocaron” a Cristo resucitado en persona.

La transfiguración es anticipo de la resurrección y de la gloriosa venida de Cristo al final de los tiempos. Jesús pidió a los tres discípulos que no hablaran de lo que vieron, pues nadie les creería y hasta se burlarían de ellos. Como algunos hicieron luego ante el anuncio de la resurrección hecho por “unas mujeres”.Nuestra fe está bien fundamentada, pero no sólo en hechos históricos y testigos que dieron por ella la vida, sino en la gracia de Cristo presente, que nos la sostiene por su Espíritu, a quien hemos de pedirle que nos la aumente cada día.

P. Jesús Álvarez, ssp

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