Sunday, May 13, 2007

AMOR y PAZ

AMOR y PAZ

Domingo 6° de Pascua-C / 13-05-2007

Jesús dijo: "Si alguien me ama, guardará mis palabras, y mi Padre lo amará. Entonces vendremos a él para poner nuestra morada en él. El que no me ama, no guarda mis palabras; pero el mensaje que escuchan no es mío, sino del Padre que me ha enviado. Les he dicho todo esto mientras estaba con ustedes. En adelante el Espíritu Santo, el Intérprete que el Padre les va a enviar en mi Nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que yo les he dicho. Les dejo la paz, les doy mi paz. La paz que yo les doy no es como la que da el mundo. Que no haya en ustedes angustia ni miedo". (Juan 14, 23 - 29).

Jesús hace una promesa inaudita a quienes lo aman de verdad. Y la demostración de ese amor es la fidelidad en escuchar su Palabra y cumplirla. Esa promesa, que nadie podría jamás imaginarse, consiste en que la persona fiel a su Palabra será amada por la Trinidad, que entrará a morar en ella.

Es un gran misterio de vida, amor, luz y enaltecimiento que debería llenarnos de júbilo, paz y esperanza invencible: la presencia de la Trinidad en el corazón y en la vida del que ama a Cristo Jesús cumpliendo su Palabra. Sólo Dios puede revelar este misterio de amor infinito y hacerlo realidad en la vida del cristiano; es decir, de quien ama a Cristo y vive unido a él.

Y no se trata de un privilegio exclusivo de místicos y santos de altar. Es una realidad al alcance de todo creyente. Y más aun: una necesidad del creyente para ser creyente de verdad.

Ante tan “divina” oferta del amor de Dios, no nos queda otra que abrirnos sin reticencias ni retrasos para acogerlo con inmensa gratitud, pidiendo al Espíritu Santo nos capacite para ser el templo donde la Trinidad se encuentra de veras a gusto, y nosotros con ella, en una relación sencilla, amorosa, íntima y perma-nente con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. ¿Hay algo más sublime que podamos desear y gozar aquí en la tierra?

Eso sería - mejor: ¡es! – el cielo que empieza ya en la tierra, incluso en medio de las cruces. Y a pesar de ser cosa tan divina y sublime, es propia de vida cristiana, que no es otra cosa que “vida en Cristo”; de lo contrario no es cristiana. Al ser “vida en Cristo”, por escuchar y vivir su Palabra, es también “vida en la Trinidad”, porque las tres divinas Personas son inseparables.

Tenemos gran necesidad de hacernos más conscientes de esta inaudita promesa de nuestro Salvador. Por parte de Dios no falla, pero puede fallar por nuestra indiferencia o incredulidad ante tan inmensa condescendencia divina.

Nuestros pecados pasados no pueden impedir este milagro divino, sino que son eliminados por esa presencia trinitaria, por el amor de Dios y el amor a Dios. Entonces viviremos la oferta de Jesús: “Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten por nada ni teman!” ¿Cómo inquietarse y temer, sabiendo que la Trinidad, tierno poder infinito, habita en nosotros y está totalmente a nuestro favor? Aunque a veces no lo parezca?

La experiencia más viva de esta inhabitación de la Santísima Trinidad en nosotros, se verifica en la Eucaristía y en la comunión eucarística. Es su máxima expresión y su sostén.

Hechos 15, 1 - 2

Llegaron algunos de Judea que aleccionaban a los hermanos con estas palabras: "Ustedes no pueden salvarse, a no ser que se circunciden como lo manda Moisés." Esto ocasionó bastante perturbación, así como discusiones muy violentas de Pablo y Bernabé con ellos. Al fin se decidió que Pablo y Bernabé junto con algunos de ellos subieran a Jerusalén para tratar esta cuestión con los apóstoles y los presbíteros. Entonces los apóstoles y los presbíteros, de acuerdo con toda la Iglesia, decidieron elegir algunos hombres de entre ellos para enviarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé. Fueron elegidos Judas, llamado Barsabás, y Silas, ambos dirigentes entre los hermanos. Debían entregar la siguiente carta: "Los apóstoles y los hermanos con título de ancianos saludan a los hermanos no judíos de Antioquía, Siria y Cilicia. Nos hemos enterado de que algunos de entre nosotros los han inquietado y perturbado con sus palabras. No tenían mandato alguno nuestro. Les enviamos, pues, a Judas y a Silas, que les expondrán de viva voz todo el asunto. Fue el parecer del Espíritu Santo y el nuestro no imponerles ninguna otra carga fuera de las indispensables”.

Pablo y Bernabé olfatearon enseguida el peligro judaizante para la fe de los paganos convertidos, e intervinieron decididos, derivando la cuestión a los mismos Apóstoles de la Iglesia de Jerusalén.

Pero resultó que no tenían mandato alguno por parte de los Apóstoles, los cuales declararon que el Espíritu Santo y ellos, dispensaban de la circuncisión a los paganos convertidos. Un gran paso en la evangelización de los gentiles.

Situaciones parecidas suelen darse en los grupos cristianos, parroquias, familias, comunidades, Iglesia... No es raro que haya individuos que intentan imponer sus propias opiniones y costumbres sin mandato alguno, sin referencia a la palabra y el ejemplo de Jesús. Es necesario desenmascararlos recurriendo a la autoridad competente y a personas sabias, de fiar, consagradas de verdad al servicio de Cristo, que no se buscan a sí mismas.

Apocalipsis 21, 10 - 14

Me trasladó en espíritu a un cerro muy grande y elevado y me mostró la Ciudad Santa de Jerusalén, que bajaba del cielo de junto a Dios, envuelta en la gloria de Dios. Resplandecía como piedra muy preciosa con el color del jaspe cristalino. Tenía una muralla grande y alta con doce puertas, y sobre las puertas doce ángeles y nombres grabados, que son los nombres de las doce tribus de los hijos de Israel. La muralla de la ciudad descansa sobre doce bases en las que están escritos los nombres de los doce Apóstoles del Cordero. No vi templo alguno en la ciudad, porque su templo es el Señor Dios, el Todopoderoso, y el Cordero. La ciudad no necesita luz del sol ni de la luna, porque la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero.

Muy poco podemos intuir cómo es el cielo. El Apocalipsis propone imágenes grandiosas, pero se quedan inmensamente cortas. Pero lo cierto es que allí todo habla de Dios, todo está inundado de su luz, de su felicidad, de su gloria, de su paz, de su amor, que él comparte gozoso con sus criaturas. Y ese cielo empieza ya aquí para quienes se hacen templos de la Santísima Trinidad, pues el mismo Dios del cielo mora en quien lo acoge en su corazón y vida, incluso con penas.

P. Jesús Álvarez, ssp.

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