Sunday, December 21, 2008

DIOS SE HACE HOMBRE PARA HACER AL HOMBRE DIOS




DIOS SE HACE HOMBRE PARA HACER AL HOMBRE DIOS




Domingo 4° Adviento – b / 21-dic. 2008




Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una joven virgen que estaba comprometida en matrimonio con un hombre llamado José, de la familia de David. La virgen se llamaba María. Llegó el ángel hasta ella y le dijo: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo." María quedó muy conmovida al oír estas palabras, y se preguntaba qué significaría tal saludo. Pero el ángel le dijo: "No temas, María, porque has encontrado el favor de Dios. Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, al que pondrás el nombre de Jesús. Será grande y justamente será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de su antepasado David; gobernará por siempre al pueblo de Jacob y su reinado no terminará jamás." María entonces dijo al ángel: "¿Cómo puede ser eso, si yo soy virgen?" Contestó el ángel: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el niño santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel está esperando un hijo en su vejez, y aunque no podía tener familia, se encuentra ya en el sexto mes del embarazo. Para Dios, nada es imposible." Dijo María: "Yo soy la servidora del Señor: hágase en mí tal como has dicho." Después la dejó el ángel. Lucas 1, 26-38




Hace más de dos mil años, en un rincón desconocido por el mundo, en el seno de una jovencita aldeana e insignificante, el Mesías, Hijo de Dios, asumía la vida mortal para hacer eterna nuestra vida temporal. Este hecho desconocido iba a cambiar para siempre la historia de la humanidad. Es el grandioso acontecimiento que en la Navidad conmemoramos.




La jovencita María estudiaba y vivía cuanto en las Escrituras se refería a la venida del Mesías prometido. Anhelaba e imploraba su pronta llegada, pero nunca habría soñado ser ella la madre del Salvador. Pero el Ángel le anunció que Dios se había fijado en ella para hacerla madre del Mesías Salvador que pedía y esperaba.




María se quedó perpleja, pues la propuesta no cuadraba con su proyecto de vida virginal, pues se había consagrado totalmente a Dios para entregarse como servidora a plena disposición del Mesías, cuya venida ella esperada como inminente, igual que todo el pueblo sometido a la dura dominación romana.




Sin embargo, María, valiente y humilde, pidió explicaciones al Ángel, quien le había dicho que se alegrara, pero a primera vista no había motivo de alegría. Mas el Ángel la tranquilizaba respecto a su virginidad, aclarando que el Dios del amor omnipotente la había elegido para ser la madre virgen del Mesías.




Entonces María aceptó y se llenó de júbilo, porque Dios añadía a su virginidad el incomparable privilegio de ser la madre virginal del Dios-con-nosotros. Así la virginidad y la maternidad ponían en marcha la última etapa del proyecto de salvación a favor de su pueblo y de todos los pueblos. Ese día se concretó el amor salvífico de María por nosotros, que luego, al pie de la cruz, nos engendraría con Cristo para la vida eterna.




En un mundo que ha elegido el odio y la muerte, estamos llamados a vivir en el amor y dar un sí a la vida, a imitación de María, hasta cuando nos toque entregar la existencia temporal en la espera de recibir a cambio la resurrección y la vida eterna, que es eterna fiesta navideña.




Cada cristiano, para serlo de verdad, tiene que acoger con alegría en su vida al Salvador, Cristo resucitado, para ofrecerlo a los demás, como María. Nos salvaremos ayudando a otros a conocer y amar al único Salvador y a gozar de su salvación.




2da Samuel 7, 1-5. 8-12. 14. 16




Cuando David se estableció en su casa y el Señor le dio paz, librándolo de todos sus enemigos de alrededor, el rey dijo al profeta Natán: «Mira, yo habito en una casa de cedro, mientras el Arca de Dios está en una tienda de campaña». Natán respondió al rey: «Ve a hacer todo lo que tienes pensado, porque el Señor está contigo». Pero aquella misma noche, la palabra del Señor llegó a Natán en estos términos: «Ve a decirle a mi servidor David: Así habla el Señor: ¿Eres tú el que me va a edificar una casa para que Yo la habite? Yo te saqué del campo de pastoreo, de detrás del rebaño, para que fueras el jefe de mi pueblo Israel. Estuve contigo dondequiera que fuiste y exterminé a todos tus enemigos delante de ti. Yo te he dado paz, librándote de todos tus enemigos. Y el Señor te ha anunciado que Él mismo te hará una casa. Sí, cuando hayas llegado al término de tus días y vayas a descansar con tus padres, Yo elevaré después de ti a uno de tus descendientes, a uno que saldrá de tus entrañas, y afianzaré su realeza. Seré un padre para él, y él será para mí un hijo. Tu casa y tu reino durarán eternamente delante de mí, y tu trono será estable para siempre».




Dios nunca se deja vencer en generosidad. David quiere “hacer un favor” a Dios, pero Dios corresponde a ese deseo de David con un inmenso favor: dar a su casa una duración eterna por el nacimiento de un descendiente suyo, el Mesías salvador.




Por lo demás, Dios prefiere la tienda movible y no ser encerrado en un templo inamovible: quiere estar con el hombre allí donde éste se encuentre, para hacerse él mismo patria del hombre al habitar entre los hombres.




La casa que Dios le construirá a David será al fin el templo preferido de Dios en todo el mundo: Jesús, quien se califica a sí mismo como templo: “Destruyan este templo, y en tres días yo lo reedificaré”.




Jesús es la Luz del mundo y va al frente de su pueblo guiando su caminar hacia la luz eterna, plenitud de la promesa de Dios.




Jesús es el Dios-con-nosotros, templo, víctima y altar. Pero él, a su vez, tiene un templo preferido por encima de todo templo-construcción: el templo-hombre. “Si alguien me ama, lo amará mi Padre, y vendremos a morar en él”. ¡Inmensa dignidad del hombre e inaudita dignación de Dios!




Romanos 16, 25-27




Hermanos: Gloria a Dios, que tiene el poder de afianzarlos, según la Buena Noticia que yo anuncio, proclamando a Jesucristo, y revelando un misterio que fue guardado en secreto desde la eternidad y que ahora se ha manifestado! Este es el misterio que, por medio de los escritos proféticos y según el designio del Dios eterno, fue dado a conocer a todas las naciones para llevarlas a la obediencia de la fe. ¡A Dios, el único sabio, por Jesucristo, sea la gloria eternamente! Amén.




Deberíamos alegrarnos y agradecer sin descanso a Dios el que nos haya concedido vivir en la época de Jesús, en quien se ha revelado y se realiza la plenitud del misterio insondable de la salvación de Dios. Misterio que permanecía oculto antes de la venida de Jesús.




A esta realidad sólo podemos y debemos corresponder con una fe viva en la presencia del Resucitado en nuestras vidas y en el mundo: “Estoy con ustedes todos los días”, y vivir en permanente alabanza, con una gratitud hecha obediencia, a imitación de la obediencia de Jesús, entregado a la liberación y salvación del hombre.




P. Jesús Álvarez, ssp.

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