Sunday, February 01, 2009

JESÚS y nosotros frente a SATANÁS


JESÚS Y NOSOTROS FRENTE A SATANÁS


Domingo 4° Tiempo Ordinario Ciclo – B / 01-02-09.


Jesús entró en Cafarnaúm, y cuando llegó el sábado, fue a la sinagoga y comenzó a enseñar. Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas. Y había en la sinagoga de ellos un hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios». Pero Jesús lo increpó, diciendo: «Cállate y sal de este hombre». El espíritu impuro lo sacudió violentamente, y dando un alarido, salió de ese hombre. Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y éstos le obedecen!» Marcos 1, 21-28.

Los escribas y fariseos sólo leían y “daban clase” de Sagrada Escritura, pero no vivían la Palabra de Dios ni ayudaban al pueblo a vivirla. Hoy puede suceder lo mismo con tantos cursos de Biblia, catequesis, predicación, clases de religión, libros, artículos, con el solo objetivo de conocer el texto sagrado como cualquier otro texto y saberlo manejar, sin llegar al encuentro personal y salvífico con Dios que habla en y a través de su Palabra.

¿No estamos ante nuevos fariseos, que hablan de la Palabra de Dios, pero alejan de Dios a la gente por no vivir lo que enseñan? Se convierten en aliados inconscientes del propio Satanás. Jesús no dudó en llamar “Satanás” a Pedro cuando lo quería apartar de su misión.

Jesús sí vivía lo que enseñaba, y lo confirmaba con sus obras y milagros a favor de los necesitados, especialmente los enfermos, que la ciencia médica de entonces no alcanzaba a curar. Pero hoy se multiplican cada vez más las enfermedades y calamidades físicas, espirituales, psíquicas, morales, familiares, sociales, ante las cuales la ciencia se ve impotente, y los fariseos de hoy pasan de largo ante tanto sufrimiento humano.

Jesús no hablaba ni obraba en nombre propio, sino en nombre del Padre, haciendo lo que el Padre le indicaba. Así, todos los que hablan de Dios y profesan estar a servicio de la liberación y salvación de sus hermanos, deben tener la conciencia, la libertad y la decisión de hablar y obrar en nombre del Resucitado, pues sólo así podrán enseñar “con autoridad”. De lo contrario, al final deberán oír al Juez Supremo: “No los conozco. ¡Aléjense de mi, malvados!”

De la existencia del Diablo, como de la existencia de Dios, no hay pruebas para quienes no creen. Sólo desde la fe y desde la experiencia se los puede reconocer. Algunos teólogos “modernos” proclaman la existencia de Dios, y niegan la del Diablo, como si la presencia del Diablo en la Biblia – muestra el evangelio de hoy- se pudiera eliminar como si se tratara de un simple fantasma.

Tampoco se pueden eliminar de un carpetazo las experiencias de lucha con el diablo en la vida de tantos santos y no santos, de exorcistas, de cristianos y no cristianos; igual se diga de la presencia del Diablo en las sectas satánicas y en personas que hacen pacto con el Diablo. ¿Puede la sola mente humana llegar a tanta maldad y tan refinada crueldad?

En el evangelio de hoy leemos cómo el Diablo dice saber quién es Jesús. El Diablo profesa su fe en Jesús, pero no le sirve de nada, porque esa fe surge del odio a Dios y al hombre; mientras que la fe salvadora nace del amor a Dios y al hombre.

Pero no echemos la culpa al Diablo de todos los males, pues muchos son obra de sus colaboradores los hombres, incluso cualificados cristianos y pastores que le “ahorran mucho trabajo” al demonio. Incluso tú y yo podemos hacernos sus colaboradores, si no vigilamos.

Lo que sí es cierto es que su fuerza es muy superior a las nuestras, y que sólo podemos vencerlo con el poder de Cristo presente, la ayuda de María y de los ángeles: invoquemos sus nombres y su ayuda; usemos los sacramentos, la Eucaristía, la Biblia, el crucifijo, el rosario, la oración, el agua bendita contra ese poder que nos supera totalmente.


Deuteronomio 18, 15-20.

Moisés dijo al pueblo: ”El Señor, tu Dios, te suscitará un profeta como yo; lo hará surgir de entre ustedes, de entre tus hermanos, y es a Él a quien escucharán. Esto es precisamente lo que pediste al Señor, tu Dios, en el Horeb, el día de la asamblea, cuando dijiste: «No quiero seguir escuchando la voz del Señor, mi Dios, ni miraré más este gran fuego, porque de lo contrario moriré». Entonces el Señor me dijo: «Lo que acaban de decir está muy bien. Por eso, suscitaré entre sus hermanos un profeta semejante a ti, pondré mis palabras en su boca, y él dirá todo lo que Yo le ordene. Al que no escuche mis palabras, las que este profeta pronuncie en mi Nombre, Yo mismo le pediré cuenta. Y si un profeta se atreve a pronunciar en mi Nombre una palabra que Yo no le he ordenado decir, o si habla en nombre de otros dioses, ese profeta morirá»”.

El sacerdote pone lo sagrado al alcance del pueblo, mientras que el profeta asume lo profano para consagrarlo a Dios, y habla al pueblo en nombre de Dios.

El mayor de los profetas que Dios promete al pueblo por medio de Moisés, es Jesús de Nazaret, que no pertenecía a la clase sacerdotal judía, pero en seguida se manifestó como el gran profeta, que habla al pueblo en nombre de Dios. El mismo Padre dirá dos veces de él: “Este es mi Hijo predilecto: escúchenlo”. Y lo unge como Sacerdote, Profeta y Rey.

En el A. T. Dios hablaba en formas que aterrorizaban al pueblo. Por eso este pidió que le hablase Moisés. Pero Dios les promete un profeta al que no han de temer, pues se hará niño, y luego adulto “manso y humilde de corazón”; que se pondrá al alcance de todos, hablará con sencillez y se mezclará con los niños, los pobres y los pecadores.

Jesús resucitado en persona sigue mezclado entre nosotros, según su palabra infalible: “No teman: yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.

Nadie tendrá que temer acercarse a él, escuchar sus palabras y cumplirlas. No tendrán excusa los nuevos profetas que no hablen en su nombre ni transmitan con sinceridad y coherencia su mensaje de salvación; ni quienes se nieguen a reconocerlo en la sencillez de la creación, del necesitado, de su Palabra, de la Eucaristía, si está a su alcance.


Corintios 7, 32-35.

Hermanos: Yo quiero que ustedes vivan sin inquietudes. El que no tiene mujer, se preocupa de las cosas del Señor, buscando cómo agradar al Señor. En cambio, el que tiene mujer se preocupa de las cosas de este mundo, buscando cómo agradar a su mujer, y así su corazón está dividido. También la mujer soltera, lo mismo que la virgen, se preocupa de las cosas del Señor, tratando de ser santa en el cuerpo y en el espíritu. La mujer casada, en cambio, se preocupa de las cosas de este mundo, buscando cómo agradar a su marido. Les he dicho estas cosas para el bien de ustedes, no para ponerles un obstáculo, sino para que ustedes hagan lo que es más conveniente y se entreguen totalmente al Señor.

Al tiempo de Pablo el matrimonio era considerado como la única posibilidad. Pero en la perspectiva de la eternidad, resulta relativo también. Vale en cuanto sea lugar donde se vive la presencia salvífica y feliz de Dios en la relación conyugal amorosa de toda la persona.

Pero en la misma perspectiva eterna la virginidad recobra gran valor, ya que desde ella se hace más asequible el paraíso, si se vive y se vuelve fecunda en el amor a Dios y al prójimo, sin necesidad de dividir el corazón entre Dios y la pareja, que conlleva el peligro real de excluir a Dios del matrimonio, terminando así en fracaso eterno.

Aunque también existe el peligro de que los consagrados pongan su amor en cualquier cosa, excluyendo a Dios de su corazón y de su vida. La virginidad tiene sólo valor si se hace fecunda con la misma fecundad de Dios, compartendo con Cristo la misión de engendrar hombres y mujeres para la vida eterna. Sin esta fecundidad, la virginidad es un contrasentido.


P. Jesús Álvarez, ssp.

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