Sunday, June 13, 2010

A MUCHO PERDÓN, MUCHO AMOR

A MUCHO PERDÓN, MUCHO AMOR


Domingo XI del Tiempo Ordinario - Ciclo “C” / 13 de Junio de 2010.


En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se puso a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás Junto a sus pies, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies, se los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo:«Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora». Jesús tomó la palabra y le dijo: «Simón, tengo algo que decirte». Él respondió:«Dímelo, maestro». Jesús le dijo:«Un prestamista tenia dos deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más?» Simón contestó:«Supongo que aquel a quien le perdonó más». Jesús le dijo; «Has juzgado rectamente». Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón:«Simón, ¿ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no cesó de besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies. Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados. Por eso demuestra mucho amor. Pero aquél a quien se le perdona poco, demuestra poco amor».Y a ella le dijo:«Tus pecados están perdonados». Los demás invitados empezaron a decir entre si:«¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?» Pero Jesús dijo a la mujer:«Tu fe te ha salvado: vete en paz». Después de esto iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio del reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, administrador de Heredes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes. (Lucas 7, 36 - 8, 3).


Jesús asumió una nueva actitud frente a los pecadores, que las autoridades religiosas consideraban indignos de ser amados, considerados, acogidos, y sólo dignos de rechazo y desprecio. Hasta el punto que Jesús debió aclarar: “No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”. Los escribas y fariseos se consideraban a si mismos “los justos”.

Aquella mujer, como pecadora pública era despreciada y marginada por los “buenos”, o más bien puritanos, que se escandalizan de que Jesús acepte aquellas atenciones “fuera de lugar” y de tal pecadora, que por el arrepentimiento, la conversión y el gran amor, ya estaba más limpia y era más justa que sus delatores. Era ya una “pecadora buena”. Amó mucho como gratitud por el perdón recibido.

En verdad que no hay motivo más grande para amar a Dios que su perdón por nuestros pecados. Perdón que merece una gratitud eterna, porque nos devuelve el derecho a la vida eternamente feliz en la Casa del Padre.

Pero Dios también se siente feliz perdonando: “Hay más fiesta en el cielo por un pecador que se convierte, que por noventa y nueve justos”. Y desea que también nosotros gocemos la gran felicidad de perdonar como él nos perdona. El perdón es la obra de amor más genuina, pues no está contagiada de egoísmo.

Pidamos a Dios que nos dé el gozo de perdonar “setenta veces siete”, porque ésa es la garantía para asegurarnos su perdón. Si perdonamos a quien Jesús perdona, él lo toma como si le perdonáramos a él mismo. “Todo lo que hagan a uno de éstos, a mí me lo hacen”. Por tanto, la mejor señal de que amamos a Dios es el perdón que damos a quienes nos ofenden.

Y la mejor señal de que Dios nos ama, es su perdón: “En esto reconozco que me amas: en que mi enemigo no prevalece sobre mí”. Nuestro enemigo es el pecado.
.
Pero no caigamos en la ligereza de creer que Dios perdona todo sin condición alguna, y que la salvación la tenemos asegurada por más que pequemos. Él mismo nos lo dice bien claro: “Si ustedes no perdonan, no serán perdonados”. “No quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva”.

Danos, Señor, la gracia y el gozo de saber perdonar, para que tú puedas tener el gozo de perdonarnos.

P. Jesús Álvarez, ssp.

No comments: