Sunday, July 08, 2007

SUS NOMBRES ESCRITOS EN EL CIELO

SUS NOMBRES ESCRITOS EN EL CIELO


Domingo 14° del tiempo ordinario – C / 8-7-2007


Después de esto, el Señor eligió a otros setenta y dos discípulos y los envió de dos en dos delante de él, a todas las ciudades y lugares adonde debía ir. Les dijo: “La cosecha es abundante, pero los obreros son pocos. Rueguen, pues, al dueño de la cosecha que envíe obreros a su cosecha. Vayan, pero sepan que los envío como corderos en medio de lobos… Cuando entren en una ciudad y sean bien recibidos, coman lo que les sirvan, sanen a los enfermos y digan a su gente: ‘El Reino de Dios ha venido a ustedes’. Pero si entran en una ciudad y no quieren recibirles, vayan a sus plazas y digan: ‘Nos sacudimos y les dejamos hasta el polvo de su ciudad que se ha pegado a nuestros pies. Con todo, sépanlo bien: el Reino de Dios ha venido a ustedes’. Yo les aseguro que, en el día del juicio, Sodoma será tratada con menos rigor que esa ciudad. Los setenta y dos discípulos volvieron muy contentos, diciendo: "Señor, hasta los demonios nos obedecen al invocar tu nombre." Jesús les dijo: "Alégrense, no porque los demonios se someten a ustedes, sino más bien porque sus nombres están escritos en los cielos." (Lucas 10,1-12.17-20).

Los discípulos acompañan a Jesús hacia Jerusalén. Para ellos, la meta es el fracaso del Calvario; para Jesús la meta es el triunfo de la resurrección. Experimentan poco a poco las exigencias del seguimiento de Jesús: renuncia a los intereses egoístas, e incluso a la presencia física de Jesús.

Los setenta y dos discípulos enviados –72: símbolo de las naciones paganas - no eran del grupo de los apóstoles; sino que eran como los laicos de hoy. Todos los seguidores de Jesús, clero y laicos, estamos llamados a anunciar el reino de Jesús y salvar a la humanidad. Cada cual según sus posibilidades reales.

Ningún cristiano está dispensado y a nadie se le niega este privilegio y los medios necesarios. Y todo cristiano debe exclamar con San Pablo: “¡Ay de mí si no evangelizo!” Pues si los que no escuchan a los evangelizadores serán tratados con mayor rigor que Sodoma, ¡cuánto más los enviados que no escuchan a Cristo!

La Gran Misión de América Latina y el Caribe, a partir de Aparecida, tiene ese sentido y exigencias. Evangelización y humanización son inseparables.

La vida interior de unión con Cristo, la misión y el plan común de acción tienen que ser la preocupación fundamental de toda comunidad cristiana, parroquial o extra-parroquial. Quien se decide por Cristo (por ser cristiano), no puede menos de anunciarlo, como sea. Quien no lo anuncia, no es cristiano.

La mies es muy abundante y los obreros muy pocos. Eso hace cada vez más urgente que toda comunidad cristiana tome conciencia de su vocación a la misión evangelizadora y la realice, y promueva por todos los medios las vocaciones consagradas radicalmente a la evangelización. Conscientes de que la gran mayoría de los bautizados no han sido evangelizados o están alejados; y ¡qué decir de los no bautizados!

La palabra y la acción evangelizadora tienen que ir acompañadas por la vida de los mensajeros -que es la palabra más elocuente-, para hacer creíble y convincente el mensaje a los destinatarios. A la base de toda evangelización está la intimidad con el Maestro: hay que escucharlo para hablar en su nombre.

El premio de la evangelización no son las obras ni los éxitos, sino la salvación: “Alégrense porque sus nombres están escritos en el cielo”.

Isaías 66,10-14

    Alégrense con Jerusalén, y que se feliciten por ella todos los que la aman. Siéntanse, ahora, muy contentos con ella todos los que por ella anduvieron de luto, porque tomarán la leche hasta quedar satisfechos de su seno acogedor, y podrán saborear y gustar sus pechos vivificantes. Pues Yavé lo asegura: “Yo voy a hacer correr hacia ella, como un río, la paz, y como un torrente que lo inunda todo, la gloria de las naciones”. Ustedes serán como niños de pecho llevados en brazos y acariciados sobre las rodillas. Como un hijo a quien consuela su madre, así yo los consolaré a ustedes. Cuando ustedes vean todo esto, les saltará de gozo el corazón y su cuerpo rejuvenecerá como la hierba. La mano de Yavé se dará a conocer a sus servidores y hará que sus enemigos vean su enojo.

    La Jerusalén de que habla el profeta Isaías, simboliza a la Iglesia de Cristo en su condición de militante en la tierra y triunfante en la eternidad. Ambas gozan de la presencia cariñosa y todopoderosa de Dios Trinidad. Pero la militante en forma misteriosa y velada, mientras que la triunfante goza de Dios cara a cara, y sus miembros disfrutan de la acogida, de la ternura maternal, las caricias y delicias del Dios Amor.

    En el paso a la Iglesia triunfante, se verificarán a la letra las palabras: “Les saltará de gozo el corazón y su cuerpo rejuvenecerá como la hierba”.

    Pero Dios ya nos regala aquí en la tierra realidades y experiencias felices que encontrarán su plenitud sólo en el paraíso. Lugares, vivencias, deleites, personas con las que nos gustaría gozar para siempre sin cansarnos nunca. Y si todo eso lo gozamos en el amor y gratitud a Dios, aunque sean cosas pasajeras, se harán eternas, con una felicidad inmensamente superior.

    Tenemos que pensar, sentir, gozar y amar mucho más en la perspectiva del cielo, nuestra casa definitiva. Y que lleguemos a sentir lo que San Pablo: “Para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir”.


    Gálatas 6,14-18

    En cuanto a mí, no quiero sentirme orgulloso más que de la cruz de Cristo Jesús, nuestro Señor. Por él el mundo ha sido crucificado para mí y yo para el mundo. No hagamos ya distinción entre pueblo de la circuncisión y mundo pagano, porque una nueva creación ha empezado. Que la paz y la misericordia acompañen a los que viven según esta regla, que son el Israel de Dios. Por lo demás, que nadie venga a molestarme, pues me basta con llevar en mi cuerpo las señales de Jesús. Hermanos, que la gracia de Cristo Jesús, nuestro Señor, esté con su espíritu. Amén.

    San Pablo se gloría en la cruz de Cristo, porque la considera como lo que realmente es: la puerta y el precio de la resurrección y de la gloria eterna. Y se alegra de “estar crucificado con Cristo”: “Me alegro de sufrir; así completo en mi carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo, que es la Iglesia”.

    Y esa alegría se la da la convicción de que “los padecimientos de esta vida presente no son nada en comparación con la gloria futura que se ha de revelar en nosotros”. Pero añade otro gran motivo de su alegría: “Llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús”.¡Cuán decisivo es para nuestra felicidad terrena y eterna vivir en esta perspectiva de San Pablo! No se trata de una ilusión, sino de una realidad necesaria que hemos de pedir, vivir y agradecer. Así nuestra cruz se hará gloriosa y causa de gloria eterna, en unión con la de Cristo.


    P. Jesús Álvarez, ssp.

    Sunday, July 01, 2007

    EXIGENCIA contra INTRANSIGENCIA

    EXIGENCIA contra INTRANSIGENCIA

    Domingo 13°-Ordinario C / 1-7-2007.


    Como ya se acercaba el tiempo en que sería llevado al cielo, Jesús emprendió resueltamente el camino a Jerusalén. Envió mensajeros delante de él, que fueron y entraron en un pueblo samaritano para prepararle alojamiento. Pero los samaritanos no lo quisieron recibir, porque se dirigía a Jerusalén. Al ver esto sus discípulos Santiago y Juan, le dijeron: - Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que los consuma? Pero Jesús se volvió y los reprendió. Y continuaron el camino hacia otra aldea. Mientras iban de camino, alguien le dijo: - "Maestro, te seguiré adondequiera que vayas." Jesús le contestó: - "Los zorros tienen cuevas y las aves tienen nidos, pero el Hijo del Hombre ni siquiera tiene donde recostar la cabeza". Jesús dijo a otro: "Sígueme". El contestó: - "Señor, deja que me vaya y pueda primero enterrar a mi padre". Jesús le dijo: - "Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú vé a anunciar el Reino de Dios". Otro le dijo: - "Te seguiré, Señor, pero antes déjame despedirme de mi familia." Jesús le contestó: - "El que pone la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios". (Lucas. 9,51-62).

    Jesús sube hacia Jerusalén decidido a morir por la salvación de todos los hombres, por cada uno de nosotros. Los discípulos no entienden y le siguen con miedo. Pero cuando los samaritanos les niegan hospedaje, se enfurecen y pretenden defender a Jesús eliminando a los samaritanos con una lluvia de fuego.

    En realidad están cediendo a la intransigencia y al ancestral desprecio mutuo entre los judíos y los samaritanos. Sus actitudes violentas no tienen nada de cristianas, no tienen nada que ver con la misión de Cristo.

    Jesús ha venido para salvar, no para condenar; para abatir las barreras que separan a los hombres, no para destruir a los hombres; para ser exigente, pero no intransigente; para promover el perdón y la paz, y no la violencia. Ha venido para usar el poder de Dios en favor de los hombres, y no en contra de ellos. Ha venido para ser misericordia universal de Dios en favor de buenos y malos.

    También nosotros, cristianos, tenemos que verificar si reflejamos en nuestra vida y relaciones la semejanza con Cristo por la unión real con él.

    Jesús es indulgente incluso con sus enemigos, pero es exigente con sus seguidores: “Si alguien quiere ser discípulo mío, tome su cruz cada día y me siga”. “No pueden servir a dos señores: a Dios y al dinero”. “Quien ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí”. “Quien deja padre, madre, hermanos, casas y tierras por mí, tendrá cien veces más y luego la vida eterna”.

    Jesús no es exigente por gusto, sino porque quiere para los suyos lo mejor: el ciento por uno y la vida eterna, que sólo con la exigencia pueden conseguir. Quiere que los suyos pisen sus huellas subiendo al calvario, porque ese es el camino real de la resurrección, de la vida y de la gloria eterna. No hay otro.

    El “seguidor de Cristo”, -el cristiano- no puede ponerle condiciones a Jesús: “Déjame enterrar a mi padre…, despedirme de mi familia”. No puede vivir un cristianismo light donde prevalecen las comodidades, lujos, vicios… Es Cristo quien pone las condiciones de su seguimiento: “Si alguien quiere seguirme...”

    Pero no es cuestión de que el cristiano piense y viva sólo en la cruz, sino sobre todo en una vida pascual, gozosa con Cristo Resucitado, que alivia la cruz y da al calvario el esplendor de la resurrección y de la gloria eterna.

    1 Reyes 19,16. 19-21

    El Señor dijo a Elías: “Consagrarás a Eliseo, hijo de Safat, de Abel-Mejolá, como profeta en vez de ti". Partió de allí Elías y encontró a Eliseo, hijo de Safat, quien estaba arando; tenía doce medias hectáreas de tierra para arar y estaba en la duodécima. Elías se le acercó y le tiró encima su manto. Inmediatamente, dejando sus bueyes, Eliseo corrió tras Elías diciendo: "Permíteme que vaya a abrazar a mi padre y te seguiré". Y Elías le respondió: "Puedes ir; ¿quién te lo impide?" Eliseo se dio media vuelta, tomó la yunta de bueyes y los sacrificó; asó su carne con el yugo y se la sirvió a su gente; luego se levantó, salió tras Elías.

    El manto con el cual Elías cubrió a Eliseo, es símbolo de transmisión del poder profético, del poder de Dios. La respuesta de Eliseo es modelo de respuesta a la vocación cristiana y consagrada: decisión pronta y gozosa. Es consciente de la grandeza de su vocación, y cualquier desprendimiento le parece poca cosa con tal de corresponder a la gran misión que Dios le confía.

    Elías no le impide a Eliseo despedirse de sus padres, pues lo ve totalmente decidido. Pero, en parecidas peticiones, Jesús vio indecisión y poca valoración del seguimiento por parte de los dos que se le ofrecían.

    Es necesario discernir las intenciones reales que hay en el fondo de nuestro ser cristianos: ¿seguimiento de Cristo o cumplimiento de normas, ritos, moral...?

    En concreto, la vocación de todo cristiano es imitar a Cristo, vivir unido a él y promover los bienes de su reino en el propio radio de acción o influencia: la vida y la verdad, la justicia y la paz, le libertad y el amor, la dignidad humana, el progreso, el bienestar..., y colaborar con él, mediante la oración, el trabajo, la alegría y el sufrimiento, el testimonio..., en la salvación de sus hermanos.

    Esa es la vocación cristiana, tanto para los consagrados como para los fieles, cada cual a su manera y con el alcance de su condición, fuerzas, talentos y medios. No hay otra vocación, aunque son diferentes los modos de vivirla.

    Gálatas 5,1.13-18

    Cristo nos liberó para ser libres. Manténganse, pues, firmes y no se sometan de nuevo al yugo de la esclavitud. Nuestra vocación, hermanos, es la libertad. No hablo de esa libertad que encubre los deseos de la carne, sino del amor por el que nos hacemos esclavos unos de otros. Pues la Ley entera se resume en una frase: Amarás al prójimo como a ti mismo. Pero si se muerden y se devoran unos a otros, ¡cuidado!, que llegarán a perderse todos. Por eso les digo: caminen según el espíritu y así no realizarán los deseos de la carne.

    ¡Cuánto se habla hoy de libertad! Pero es cierto que nunca ha habido tantas y tan crueles esclavitudes que, además, se hacen pasar por libertad.

    Hasta se le llama libertad al poder de esclavizar, explotar y utilizar indignamente, e incluso de eliminar a quien resulta incómodo a la propia comodidad, egoísmo y ambición, empezando por el aborto, hasta la guerra y toda violencia por parte de los esclavos del poder, del dinero, del placer.

    Pablo nos indica dónde está la verdadera libertad: ser esclavos unos de los otros por amor. Porque sólo el amor da la verdadera libertad. El egoísmo esclaviza al egoísta y al que está a su alcance.

    Dios prohíbe sólo aquello que nos impide ser libres y felices. Dios no nos quiere como marionetas en sus manos, sino como personas e hijos libres con su misma libertad hecha amor. Sólo el amor hace posible que dos libertades se unan libre y felizmente en el tiempo y en la eternidad.

    P. Jesús Álvarez, ssp.

    Sunday, June 24, 2007

    NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA


    NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA


    24-06-2007


    Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo. Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella. A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre dijo: “No, debe llamarse Juan”. Ellos le decían: “No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre”. Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran. Éste pidió una pizarra y escribió: “Su nombre es Juan”. Todos quedaron admirados, y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios. Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea. Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: “¿Qué llegará a ser este niño?” Porque la mano del Señor estaba con él. El niño iba creciendo y se fortalecía en su espíritu; y vivió en lugares desiertos hasta el día en que se manifestó a Israel. (Lc 1, 57-66. 80)


    Jesús mismo teje el mejor elogio que se puede hacer a una persona humana: “Les aseguro que entre todos los nacidos de mujer no hay profeta mayor que Juan”, a excepción del mismo Jesús, que añadió: “Pero el más pequeño en el Reino de Dios es mayor que él”. Juan es grande en relación al máximo Profeta: Cristo.


    Y Juan vive esa grandeza con profunda humildad, confesada con aquellas palabras: “Después de mí viene uno que es más que yo, y no me considero digno siquiera de soltar la correa de sus sandalias. Él debe crecer y yo disminuir”. “Sólo soy una voz que clama en el desierto: conviértanse, preparen el camino al Señor”.


    El Bautista grita en el desierto –símbolo de libertad- contra todo pecado e injusticia de quienes acuden a él para bautizarse, entre los cuales se mezclaban hipócritas buscando una salvación fácil, pero él los encaraba: “¡Raza de víboras, ¿quién les enseñó a burlar la ira de Dios que se acerca? Produzcan frutos de sincera conversión”.


    Se movía por los pueblos a lo largo del río Jordán, y su palabra encendida se dirigía a toda clase de gentes y pecadores: campesinos, pescadores, escribas, sacerdotes, soldados y gobernantes, y entre ellos el adúltero Herodes, que terminó suprimiéndolo por instigación de la adúltera esposa de su hermano con la que convivía con escándalo para el pueblo.


    Juan no conocía personalmente a Jesús a pesar de ser su primo. Lo conoció y lo señaló a la gente cuando le pidió ser bautizado, vio descender el Espíritu sobre él y escuchó las Palabras del Padre: “Este es mi Hijo predilecto: escúchenlo”.


    El ejemplo y el mensaje del Bautista sigue siendo actual para nosotros y para el mundo. Y primero para la Iglesia, jerarquía, clero y pueblo: convertirse y preparar los caminos de Jesús resucitado presente, no contentándose con una religiosidad superficial, que no compromete a nada y no puede salvarnos ni salvar a otros.


    Todo bautizado es constituido testigo para anunciar a Cristo con todos los medios a su alcance, pero sobre todo con la palabra más eficaz: el ejemplo de una vida en unión con el Señor, que nos prometió estar todos los días con nosotros.Y todos somos destinatarios directos de las Palabras del Padre: “Este es mi Hijo predilecto: escúchenlo”. Hay que tomar muy en serio la máxima tarea de la salvación propia y ajena, pues “¿de qué le vale al hombre ganar todo el mundo, si al final se pierde a sí mismo?” Asegurémonos el éxito total de nuestra vida.


    Isaías 49, 1-6


    ¡Escúchenme, costas lejanas, presten atención, pueblos remotos! El Señor me llamó desde el vientre materno, desde el vientre de mi madre pronunció mi nombre. Él hizo de mi boca una espada afilada, me ocultó a la sombra de su mano; hizo de mí una flecha punzante, me escondió en su aljaba. Él me dijo: “Tú eres mi Servidor, Israel, por ti yo me glorificaré”. Pero yo dije: “En vano me fatigué, para nada, inútilmente, he gastado mi fuerza”. Sin embargo, mi derecho está junto al Señor y mi retribución, junto a mi Dios. Y ahora, ha hablado el Señor, el que me formó desde el vientre materno para que yo sea su Servidor, para hacer que Jacob vuelva a él y se le reúna Israel. Yo soy valioso a los ojos del Señor y mi Dios ha sido mi fortaleza. Él dice: “Es demasiado poco que seas mi Servidor para restaurar a las tribus de Jacob y hacer volver a los sobrevivientes de Israel; Yo te destino a ser la luz de las naciones, para que llegue mi salvación hasta los confines de la tierra”.


    Cada uno de nosotros ha sido formado prodigiosa y amorosamente por Dios en el seno materno, originándose así una profunda relación de amor incomparable del Creador hacia nosotros, la cual demanda una sentida correspondencia de amor agradecido, a fin de que esa relación filial sea real y se prolongue en la eternidad.


    Cada uno de nosotros es “valioso a los ojos del Señor”, quien merece en justicia nuestro testimonio amoroso de vida y nuestra colaboración con Cristo para que otros lo reconozcan, lo amen, se alegren en él y se salven. Frente a la sensación de inutilidad de nuestros esfuerzos, Jesús nos asegura la eficacia salvadora de nuestro testimonio: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”. No serán en vano nuestros esfuerzos por imitar a Cristo y darlo a conocer con la palabra de nuestra vida, y de nuestra boca cuando sea posible y necesario.


    Hechos 13, 22-26


    En la sinagoga de Antioquía de Pisidia, Pablo decía: “Dios suscitó para nuestros padres como rey a David, de quien dio este testimonio: ‘He encontrado en David, el hijo de Jesé, a un hombre conforme a mi corazón, que cumplirá siempre mi voluntad’. De la descendencia de David, como lo había prometido, Dios hizo surgir para Israel un Salvador, que es Jesús. Como preparación a su venida, Juan Bautista había predicado un bautismo de penitencia a todo el pueblo de Israel; y al final de su carrera, Juan Bautista decía: ‘Yo no soy el que ustedes creen, pero sepan que después de mí viene Aquél a quien yo no soy digno de desatar las sandalias’. Hermanos, este mensaje de salvación está dirigido a ustedes: los descendientes de Abraham y los que temen a Dios”.


    Dios había encontrado en “David un hombre conforme a su corazón, que cumpliría siempre su voluntad”. En realidad David desvió su corazón y conculcó la voluntad de Dios; pero el nuevo David, Jesús, siempre fue conforme al corazón del Padre y cumplió fielmente su voluntad.


    Por eso Jesús fue y es nuestro único y definitivo Salvador. Su bautismo no es de sólo agua, como el de Juan, sino de agua y de fuego del Espíritu Santo, que nos hace hijos verdaderos de Dios en su Hijo Jesucristo, y coherederos suyos.


    En el Bautismo Jesús nos hace con él “sacerdotes, profetas y reyes”; sacerdotes: colaboradores con él de la salvación nuestra y del mundo; profetas: cuya vida habla de Dios; reyes: hijos del Rey, con la libertad de los hijos de Dios.


    Nuestra vida no es indiferente en donde vivimos, en la Iglesia, en el mundo. O apoyamos la obra salvadora de Cristo, o la obstaculizamos. ¿Nos encuentra Dios conforme a su corazón y a su voluntad? “Quien no está conmigo, está contra mí”.


    P. Jesús Álvarez, ssp.

    Sunday, June 17, 2007

    TUS PECADOS ESTÁN PERDONADOS






    TUS PECADOS ESTÁN PERDONADOS



    Domingo 11° durante el año- C / 17 junio 2007



    En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se puso a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás Junto a sus pies, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies, se los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo:- «Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora». Jesús tomó la palabra y le dijo:- «Simón, tengo algo que decirte». Él respondió:- «Dímelo, maestro». Jesús le dijo:- «Un prestamista tenia dos deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más?» Simón contestó:- «Supongo que aquel a quien le perdonó más». Jesús le dijo;- «Has juzgado rectamente». Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón:- «¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha secado con sus cabellos. Tú no me diste el beso de saludo; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero a quien poco se le perdona, es porque demuestra poco amor». Y a ella le dijo:- «Tus pecados están perdonados». Los demás invitados empezaron a decir entre si:- «¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?» Pero Jesús dijo a la mujer:- «Tu fe te ha salvado: vete en paz». Después de esto iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio del reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, administrador de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes. (Lucas 7,36-8,3)


    Samuel 12,7-10. 13.


    En aquellos días, dijo Natán a David: “Así dice el Señor Dios de Israel: Yo te ungí rey de Israel, te libré de las manos de Saúl, te entregué la casa de tu Señor, puse sus mujeres en tus brazos, te entregué la casa de Israel y la de Judá, y por si fuera poco, pienso darte otro tanto. ¿Por qué has despreciado tú la palabra del Señor, haciendo lo que a él le parece mal? Mataste a espada a Urías el hitita y te quedaste con su mujer. Pues bien, la espada no se apartará nunca de tu casa; por haberme despreciado, quedándote con la mujer de Urías”. David respondió a Natán: “He pecado contra el Señor”. Y Natán le dijo: “Pues el Señor perdona tu pecado. No morirás”.


    David, a pesar de tantos privilegios de Dios, cae en los abominables pecados de adulterio y asesinato, y merecía la muerte. Pero termina siendo modelo de pecador arrepentido: un “pecador bueno” por la conversión y la penitencia.

    ¿Qué habríamos merecido nosotros por nuestros pecados? Pero Dios “no nos ha pagado según merecen nuestras culpas”, sino que espera pidamos perdón y reparemos haciendo el bien contrario al mal que hicimos, y sobre todo con obras de misericordia, entre las cuales se encuentra aquella a la que Dios condiciona su perdón: perdonar a quienes nos han ofendido, nos ofenden o nos ofenderán: “Perdonen y serán perdonados”, pide Jesús. Perdonar es pura obra de amor.

    Los pecados perdonados deberían ser la causa de una permanente gratitud y amor a Dios, demostrado ante todo por la lucha sincera para evitar el pecado. La “gracia (perdón) de Dios vale más que la vida”, puesto que la vida sin el perdón de Dios desemboca en muerte eterna, que separa de Dios-Vida-Amor. Más valdría no haber nacido.



    Gálatas 2,16. 19-21.

    Hermanos: Sabemos que el hombre no se justifica por cumplir la ley, sino por creer en Cristo Jesús. Por eso hemos creído en Cristo Jesús para ser justificados por la fe de Cristo y no por cumplir la ley. Porque el hombre no se justifica por cumplir la ley. Para la ley yo estoy muerto, porque la ley me ha dado muerte; pero así vivo para Dios. Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí. Y mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí. Yo no anulo la gracia de Dios. Pero si la justificación fuera efecto de la ley, la muerte de Cristo sería inútil.


    El perdón, la justificación y la salvación no se deben al cumplimiento de leyes, normas, ritos y obras, sino sólo a la fe en Cristo, que murió y resucitó por nuestra justificación. Por su muerte nos mereció el perdón, y por su resurrección, la justificación, que es relación positiva y filial con Dios, gracias a Cristo y en Cristo.

    Entonces las leyes, las obras, las normas y los ritos ¿no tienen valor? Por sí solos no pueden ser causa de la justificación y la salvación, sino sólo condición. El canal no es el origen o causa del agua, sino sólo la condición o cauce del agua que llega a las plantas y árboles para darles vida.

    Por eso en los ritos, leyes y obras tiene que preocuparnos más la fe y el encuentro amoroso con Cristo, que el cumplimiento externo, pues sólo la presencia del Salvador resucitado, acogido con fe y amor, les confiere eficacia santificadora y salvadora.

    Sólo la unión real con Cristo presente hace al cristiano – persona unida a Cristo -. Unión que San Pablo expresa de manera magistral: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí… Vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí”. Jesús también dijo: “Quien me come, vivirá por mí”.



    P. Jesús Álvarez, ssp.









    LA SEMILLA DE LA VIDA


    Jesús dijo a la gente: - Escuchen esta comparación del Reino de Dios. Un hombre esparce la semilla en la tierra, y ya duerma o esté despierto, sea de noche o de día, la semilla brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da fruto por sí misma: primero la hierba, luego la espiga, y por último la espiga se llena de granos. Y cuando el grano está maduro, se le mete la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha. Jesús les dijo también: - ¿A qué se parece el Reino de Dios? ¿Con qué comparación lo podríamos expresar? Es semejante a una semilla de mostaza; al sembrarla, es la más pequeña de todas las semillas que se echan en la tierra, pero una vez sembrada, crece y se hace más grande que todas las plantas del huerto y sus ramas se hacen tan grandes, que los pájaros del cielo buscan refugio bajo su sombra. (Marcos 4, 26 - 34.)


    Con esta parábola de la semilla Jesús se refiere a la aparente insignificancia de su misión, compartida por sus seguidores en la siembra de la Palabra de Dios. Les da a entender que lo decisivo es sembrar con la vida y con la palabra, con la oración y la acción, con el sufrimiento y la alegría, pero unidos a él.

    La semilla del reino crecerá de forma incontenible, porque es sembrada y cultivada por el mismo Dios, hasta el tiempo de la siega, o juicio divino. La acción profunda, lenta y paciente de Dios es una invitación a todos sus colaboradores frente a la impaciencia por los resultados visibles e inmediatos

    El reino de Dios en la tierra - reino de vida y de verdad, de justicia y de paz, de libertad y solidaridad, de amor y fraternidad -, es sembrado por manos humanas en nombre de Dios. Y Dios da el crecimiento infalible, el cual no se debe a la sola actividad del hombre, como da a entender sin rodeos Jesús: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto; pero sin mí no pueden hacer nada”.

    La Palabra de Dios y los sacramentos son semilla del reino de Dios y de la vida divina sembrada en el hombre. Son cauces del poder divino que transforma a quien la acoge con fe y amor como don de Dios. Y crecerá incesantemente, aunque el hombre no lo perciba. “Quien escucha mis palabras y las cumple... quien come mi carne... tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”, afirma Jesús. Sin embargo, el hombre, en su libertad, puede cerrarse a la semilla o arrojarla de su corazón y de su vida.

    Pero el reino de Dios, la Iglesia de Jesús, no debe temer el fracaso del evangelio por la pobreza de recursos y la insignificancia de los sembradores. Lo único que necesita son servidores pobres e incondicionales.

    Pobres también si se valen de los medios más rápidos, costosos, poderosos y eficaces, de alcance mundial, como son los medios de comunicación social, que Cristo y los Apóstoles usarían hoy, como usaron entonces lugares con buena acústica, la barca, los areópagos, el cerro, el libro. Y a través de ellos se puede realizar hoy a la letra el mandato de Jesús: “Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a todas las gentes”: “Lo que les digo al oído, proclámenlo sobre los tejados”.

    A pesar de todas las apariencias, el reino de Dios crece y se desarrolla incesantemente bajo la omnipotente mano divina y con la pobre colaboración humana. Es necesario tomar conciencia del gran honor que nos Dios concede al llamarnos a compartir con Cristo la construcción de su reino mediante la vida y el ejemplo, la palabra y la acción, la oración y el sacrificio ofrecido.


    Hará falta toda la eternidad para comprender el misterio de la semilla divina sembrada en nosotros y por nosotros, y para agradecer el privilegio de ser sus colaboradores.


    P. Jesús Álvarez, ssp.

    Sunday, June 10, 2007

    PAN DEL CIELO PARA TODOS



    PAN DEL CIELO PARA TODOS

    Fiesta del Corpus Christi - C / 10-06-2007.

    El día comenzaba a declinar. Los Doce se acercaron para decirle: «Despide a la gente para que se busquen alojamiento y comida en las aldeas y pueblecitos de los alrededores, porque aquí estamos lejos de todo".» Jesús les contestó: «Denles ustedes mismos de comer». Ellos dijeron: «No tenemos más que cinco panes y dos pescados. ¿O desearías, tal vez, que vayamos nosotros a comprar alimentos para todo este gentío?» De hecho había unos cinco mil hombres. Pero Jesús dijo a sus discípulos: «Hagan sentar a la gente en grupos de cincuenta». Así lo hicieron los discípulos, y todos se sentaron. Jesús entonces tomó los cinco panes y los dos pescados, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, los partió y se los entregó a sus discípulos para que los distribuyeran a la gente. Todos comieron hasta saciarse. Después se recogieron los pedazos que habían sobrado, y llenaron doce canastos. (Lucas 9, 11 - 17).


    La multiplicación de los panes es un preanuncio y símbolo de la Eucaristía, en la que se multiplica y se sirve el Pan de la Palabra y Pan de la Vida, que, desde la Última Cena, es distribuido para salvación de los hombres en todos los tiempos y en todo el mundo, aunque todavía hoy de forma muy limitada.



    La Última Cena fue la primera Misa. Jesús estaba para regresar al Padre y su inmenso amor le llevó a buscar una forma inaudita de quedarse con ellos y con nosotros para siempre: la Eucaristía, en la que cumple su promesa: “No teman: Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.



    En la celebración de la Eucaristía todos estamos invitados a ejercer el sacerdocio real que el Espíritu Santo nos confirió en el bautismo, haciéndonos “pueblo sacerdotal”, para compartir con Cristo la propia salvación, la salvación de la humanidad y de la creación entera, al ofrecernos junto con él.



    En la Comunión se da la máxima unión entre Jesús y nosotros; una fusión como la del alimento: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”. "Quien come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él". Quien comulga con fe y amor, puede en verdad decir con san Pablo: “Ya no soy el que vive; es Cristo quien vive en mí”. Y se cumple la consoladora palabra de Jesús: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”. Fruto de santificación y salvación.



    La comunión, unión real con Cristo, requiere y produce la comunión fraterna, empezando por casa. Aunque coma la hostia consagrada, no recibe a Cristo ni comulga con él quien alimenta rencores, desprecios, explotación, violencia o indiferencia hacia el prójimo, con el que Cristo mismo se identifica: “Todo lo que hagan a uno de estos, a mí me lo hacen”. "Si falta la fraternidad, sobra la Eucaristía", porque resulta inútil, e incluso escandalosa. Si los ojos de la fe y del corazón perciben a Cristo en la Eucaristía, también lo percibirán presente en el prójimo, sobre todo en el necesitado.



    Quien recibe el Cuerpo de Cristo sólo por costumbre o rutina, sin obras y actitudes de amor al prójimo, merece la advertencia de San Pablo: “Quien come el Cuerpo de Cristo a la ligera, se come y traga su propia condenación”. Decir que se cree en Jesús, y luego llevar una vida contraria a la suya, es no creer en él, sino estar en contra de él: "Quien no está conmigo, está contra mí”.



    Pero hay otra realidad preocupante: Jesús mandó a los discípulos que dieran de comer a todos. E instituyó la Eucaristía para todos los hijos de Dios, hermanos suyos y nuestros… "Cuerpo entregado y sangre derramada por ustedes y por todos los hombres".



    La Iglesia posee el tesoro sublime de la Eucaristía, pero incluso multitud de bautizados mueren de anemia espiritual ante la indiferencia de muchos discípulos de Cristo, encargados de distribuir a todos el Pan de los Ángeles. ¿Será voluntad de Jesús que la Iglesia se reserve en exclusiva el Pan que él quiso para todos?






    SACRAMENTO DEL AMOR




    La Eucaristía, “fuente y plenitud” de la vida cristiana, es la expresión máxima del amor infinito y permanente de Dios al hombre, pero que requiere una acogida de amor vivo por parte del hombre para que no derive en rito vacío o supersticioso. La Eucaristía se celebra y se recibe con fe y amor, o resulta inútil o contraproducente. Fe en Cristo resucitado presente, acogido con inmensa gratitud por su dignación amorosa en rebajarse y darse a nosotros.



    Reporto algunos pensamientos de la Exhortación apostólica de Benedicto XVI, “El Sacramento de la caridad”, cuya lectura les recomiendo.

    1. Sacramento del amor, la Santísima Eucaristía es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre. En este admirable sacramento se manifiesta el amor “más grande”, el amor que impulsa a “dar la vida por quienes se ama” (Juan 15, 13). En efecto, Jesús amó a los suyos hasta el extremo… Del mismo modo en el sacramento eucarístico Jesús sigue amándonos “hasta el extremo”, hasta el don de su cuerpo y de su sangre.

    2. En el Sacramento del altar el Señor sale al encuentro del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, acompañándolo en su camino. En efecto, en este sacramento el Señor se hace comida para el hombre hambriento de verdad y libertad.

    6. La Eucaristía es “misterio de la fe” por excelencia. La fe de la Iglesia es esencialmente fe eucarística y se alimenta de modo particular en la mesa de la Eucaristía… Cuanto más viva es la fe eucarística en el Pueblo de Dios, tanto más profunda es su participación en la vida eclesial mediante la adhesión consciente a la misión que Cristo ha confiado a sus discípulos.

    52. Los fieles, “instruidos por la Palabra de Dios, reparen sus fuerzas en el banquete del Cuerpo del Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada juntamente con el sacerdote, y se perfeccionen día a día, por Cristo Mediador, en la unión con Dios y entre sí” (SC).

    70. El Señor Jesús, que por nosotros se ha hecho alimento de verdad y de amor, hablando del don de su vida, nos asegura que “quien coma de este pan, vivirá para siempre” (Juan 6, 51). Pero esta “vida eterna” se inicia en nosotros ya en este tiempo por el cambio que el don eucarístico realiza en nosotros: “El que me come, vivirá por mí” (Juan 6, 57)… Comulgando el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, él nos hace partícipes de su vida divina…

    La Eucaristía transforma toda nuestra vida en culto espiritual agradable a Dios. “Los exhorto… a presentar sus cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios. Éste es el culto razonable” (Romanos 12, 1).

    84. La Eucaristía no es sólo fuente y culmen de la vida de la Iglesia, sino también de su misión. “Una Iglesia auténticamente eucarística es una Iglesia misionera”… Nada hay más hermoso que encontrar a Cristo y comunicarlo a los demás.

    97. La Eucaristía nos permite descubrir que Cristo muerto y resucitado se hace contemporáneo nuestro en el misterio de la Iglesia, su Cuerpo… Vayamos llenos de alegría y admiración al encuentro de la santa Eucaristía, para experimentar y anunciar la promesa de Jesús: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mateo 28, 20).


    P. Jesús Álvarez, ssp.


    Sunday, June 03, 2007

    MISTERIO DE AMOR Y VIDA

    MISTERIO DE AMOR Y VIDA

    Santísima Trinidad – C / 3 junio 2007


    Dijo Jesús a sus discípulos: “Aún tengo muchas cosas que decirles, pero es demasiado para ustedes por ahora. Y cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, los guiará en todos los caminos de la verdad. Él no viene con un mensaje propio, sino que les dirá lo que escuchó y les anunciará lo que ha de venir. Él tomará de lo mío para revelárselo a ustedes, y yo seré glorificado por él. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso les he dicho que tomará de lo mío para revelárselo a ustedes." Juan 16, 12 - 15

    Como a los discípulos, también a nosotros nos quedan muchas cosas por conocer y vivir sobre Jesús, su misión, el misterio de la Trinidad...

    Se trata de un conocimiento amoroso, ante el cual san Pablo decía que todo lo demás lo consideraba como basura. Conocimiento que no se consigue sólo en los libros o de oídas, sino necesariamente por el trato directo y amoroso con las tres Personas Divinas, que habitan en nosotros, templos vivos de la Trinidad.

    Dios uno en tres Personas es un misterio de amor, de poder, de vida y felicidad infinita, de ternura y cercanía íntima, no un frío problema de cálculo: tres en uno y uno en tres.

    El Misterio de la Trinidad no es una contradicción. Se nos revela y transparenta incluso en la misma creación, obra de su sabiduría, de su amor y de su poder universal. Hay semejanzas, aunque lejanas, que nos dan a entender que la Trinidad no es un absurdo: un árbol es a la vez raíz, tronco y ramas, pero sólo juntos hacen el árbol. El mundo es uno, pero son tres sus elementos que lo forman: aire, agua y tierra. Y el hombre es la más perfecta imagen y semejanza de la Trinidad, con sus tres facultades constitutivas: mente, voluntad y amor.

    Otro reflejo evidente de la Trinidad es la familia unida en el amor. De hecho, cuando padre, madre e hijos se aman de verdad, decimos que son una sola cosa, pero ninguno por sí solo hace ni se llama familia.

    La familia humana, como la Trinidad, es un misterio de amor y de vida, de ternura y de paz, de cercanía y belleza; esa es su naturaleza, su misión. Sólo vive y es feliz de verdad quien vive de amor. Por el amor y la vida la familia humana se hace familia de Dios en el tiempo y en la eternidad.

    La Familia Trinitaria es origen y destino de toda familia y de toda la familia humana. Sublime origen y destino.

    Jesús nos reveló el misterio de la Trinidad, que nuestra pequeña inteligen-cia no puede comprender, pero sí puede adorar, contemplar, amar, desear, acoger y gozar para siempre, ya desde este mundo.

    Ese misterio de amor y de vida está en nosotros, si nos abrimos y lo acogemos, como nos garantiza el mismo Jesús: “Si alguien me ama, lo amará mi Padre, vendremos a él y viviremos en él”. ¡Misterio admirable de amor, poder y grandeza: el hombre hecho templo vivo de la Santísima Trinidad!

    Creer en la Trinidad, es vivir en relación de amor y gratitud con las tres divinas Personas: con el Padre que nos ama, con el Hijo que nos salva y con el Espíritu Santo que nos sana.

    Y esto es realmente posible porque los tres viven en nosotros, templos de la Trinidad, donde se sienten felices y nos hacen felices si los acogemos con amor y gratitud. Así podremos llegar a su Hogar eterno.

    Probervios 8, 22 - 31

    Yavé me creó - fue el inicio de su obra - antes de todas las criaturas, desde siempre. Antes de los siglos fui formada, desde el comienzo, mucho antes que la tierra. Aún no existían los océanos cuando yo nací, no había fuente alguna de donde brotaran los mares. Las montañas no habían aparecido, ni tampoco había colinas cuando fui dada a luz. Yavé no había hecho ni la tierra ni el campo, ni siquiera el primitivo polvo del mundo. Yo ya estaba allí cuando puso los cielos en su lugar, cuando trazó en el océano el círculo de los continentes, cuando formó las nubes en las alturas, y reguló en el fondo de los mares el caudal de sus aguas, cuando le impuso sus fronteras al mar, un límite que no franquearían sus olas. Cuando ponía los cimientos de la tierra, yo estaba a su lado poniendo la armonía. Día tras día encontraba en eso mis delicias y continuamente jugaba en su presencia. Me entretengo con este mundo, con la tierra que ha hecho, y mis delicias son estar con los hombres.

    Hay lugares tan bellos en este maravilloso planeta, que gustosos nos quedaríamos contemplándolos eternamente. Y sin embargo, nuestra tierra es un punto insignificante entre los millones de astros inmensamente mayores y bellos.

    La luz de la estrella más lejana conocida ha llegado a la tierra desde hace más de un millón de años-luz, (la luz recorre trescientos mil kilómetros por segundo). Pero no es la más lejana. El sol dista de la tierra sólo ocho minutos-luz.

    Pero el mundo invisible, espiritual, creación también de la Sabiduría de Dios, es inmensamente superior y maravilloso. La mente se desconcierta y el corazón se estremece. No es extraño que la Sabiduría encontrara sus delicias en esas maravillas y jugara jubilosa entre tan extraordinarias bellezas.

    Sin embargo la Sabiduría, el Verbo e Hijo de Dios, prefería jugar con la bola de la tierra y su mayor delicia era estar con los hombres, su obra maestra. Y los hombres seguimos siendo objeto de sus delicias.

    Somos los preferidos del Creador en su inmensa obra. Pero a la inaudita preferencia de Dios el hombre corresponde con inaudita indiferencia. Mas a quienes lo acogen, aman y agradecen, les da la inmensa gloria de ser hijos suyos.

    Romanos 5, 1 - 5

    Por la fe, pues, hemos sido reordenados, y estamos en paz con Dios por medio de Jesucristo, nuestro Señor. Por él hemos tenido acceso a un estado de gracia e incluso hacemos alarde de esperar la misma Gloria de Dios. Al mismo tiempo nos sentimos seguros incluso en las tribulaciones, sabiendo que la prueba ejercita la paciencia, que la paciencia nos hace madurar y que la madurez aviva la esperanza, la cual no quedará frustrada, pues ya se nos ha dado el Espíritu Santo, y por él el amor de Dios se va derramando en nuestros corazones.

    En los principios de su existencia, el hombre “se desordenó” al pretender, con necedad y orgullo, “ser como Dios”, prescindiendo de Dios. El fracaso vergonzoso de su pretensión le privó de la paz con Dios, consigo mismo y con la creación, la cual quedó, como él, desordenada y sometida a la muerte.

    Pero el Verbo de Dios seguía teniendo nostalgia de sus delicias de estar con los hombres, y se hizo hombre para conceder al hombre lo que había soñado y perdido: ser como Dios, haciéndose partícipe de su grandeza y gloria.

    El hombre recupera la amistad y el trato con Dios en Cristo, la Sabiduría eterna, que vuelve a disfrutar sus delicias al estar de nuevo con los hombres que lo reconocen y lo aman, con lo cual se abren a la misma gloria eterna de Dios, acogiendo su amor derramado en los corazones humanos. Por la fe, hecha amor a Dios y al prójimo, recuperamos la paz con Dios y volvemos a ser las delicias del Hijo de Dios y a gozar de las delicias de Dios.

    P. Jesús Álvarez, ssp.

    Sunday, May 27, 2007

    ¡VEN, ESPÍRITU SANTO!



    ¡VEN, ESPÍRITU SANTO!


    Pentecostés, 27 - 05 - 2007


    Ese mismo día, el primero después del sábado, los discípulos estaban reunidos por la tarde, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se puso de pie en medio de ellos y les dijo: ¡La paz esté con ustedes! Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron mucho al ver al Señor. Jesús les volvió a decir: ¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, así los envío yo también a ustedes. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo: a quienes descarguen de sus pecados, serán liberados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos. (Juan. 20,19 - 23).


    Como les pasó a los discípulos de Jesús, así el miedo y la cobardía marcan también la actitud de los pastores y de los fieles cristianos mientras no vivamos conscientes de que Jesús resucitado está en medio de nosotros, y eso nos llene de paz, alegría y seguridad. Él no está diciéndonos una mentira piadosa cuando declara: “Estoy con ustedes todos los días”. ¡Inmensa dignación! Sólo hace falta que nosotros correspondamos a esa promesa entrañable con el sereno esfuerzo cotidiano y la voluntad optimista de “estar con él todos los días”.


    Por otra parte, debemos tener presente que, como el Padre lo envió a él, así él nos envía a nosotros para ser testigos de su palabra y de su presencia resucitada allí donde vivimos y donde alcancemos según nuestras posibilidades potenciadas por la fuerza omnipotente del Espíritu Santo.


    “Así los envío yo a ustedes”, no es una consigna en exclusiva para la jerarquía o el clero, sino que alcanza a toda la comunidad, a todo cristiano, por el meero hecho de ser cristiano, nombre que significa eso: “portador de Cristo”, “testigo de Cristo resucitado”.


    Ser testigos de Jesús no consiste en sólo repetir sus palabras y su doctrina, sino en imitarlo en sus actitudes y obras, lo cual sólo es posible por la acción del Espíritu Santo en nosotros, como lo afirma san Pablo: “No podemos decir: ‘Jesús es el Señor’ si no es bajo la acción del Espíritu Santo”.


    A pesar de ser débiles, pecadores y deficientes en todo, Jesús nos enco-mienda su misma misión confiada a los apóstoles, en un mundo donde imperan las poderosas fuerzas del mal, que nos superan inmensamente. Pero si nos encarga la misma misión que a los apóstoles, también pone a nuestra disposición los mismos dones y carismas que concedió a los apóstoles.


    No bastan los proyectos pastorales, la profesionalidad, los medios, la oratoria, los estudios teológicos y pedagógicos, etc.; todo eso es bueno, pero sin la acción del Espíritu Santo resulta inútil, e incluso fatal, como sugieren las palabras de Jesús a quienes pedían entrar en el paraíso: “No los conozco, obradores de iniquidad”, pues habían prescindido de Dios al realizar las obras de Dios.


    Jesús nos envía el Espíritu Santo y viene con él para que produzcamos mucho fruto, asegurado por su promesa infalible: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”. Por eso nuestra primera y principal preocupación tiene que ser en absoluto la de vivir unidos a Cristo resucitado presente; todo lo demás es relativo, por muy bueno que sea.


    El cristiano –clero o laico- unido a Cristo en el Espíritu, “es imposible que no produzca frutos de salvación, como es imposible que el sol no produzca luz y calor”. (S. J. Crisóstomo).


    Hechos 2, 1 - 11


    Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido, como el de una violenta ráfaga de viento, que llenó toda la casa donde estaban, y aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y fueron posándose sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía que se expresaran. Estaban de paso en Jerusalén judíos piadosos, llegados de todas las naciones que hay bajo el cielo. Y entre el gentío que acudió al oír aquel ruido, cada uno los oía hablar en su propia lengua. Todos quedaron muy desconcertados y se decían, llenos de estupor y admiración: "Pero estos ¿no son todos galileos? ¡Y miren cómo hablan! Cada uno de nosotros les oímos hablar en nuestras propias lenguas las maravillas de Dios."


    Los discípulos, unidos en torno a la Madre de Jesús, compartían el miedo y el sufrimiento, la oración confiada y la esperanza. Estaban cerrados en el Cenáculo, pero no encerrados en sí mismos. Por otra parte, si se hubieran dispersado, no habría sido posible el milagro de Pentecostés.


    Y así el milagro se prolonga en la calle y en las plazas: la gente escucha y se convierte al oírlos hablar con valentía sobre Jesús resucitado. Antes de su pasión el Maestro decía a sus discípulos: “En esto reconocerán que ustedes son mis discípulos: si se aman unos a otros”; y oraba así por ellos: “Padre, que sean uno, como nosotros somos uno, para que el mundo crea”. Vivían unidos y les creían.


    La unión en el amor de Cristo es la primera condición – y la primera palabra creíble - de la eficacia salvadora en la evangelización. La unión con y en Cristo es el lenguaje que todo el mundo entiende. Pero la falta de unión hace incomprensible e inaceptable el mensaje de Jesús.


    Grupos, comunidades, catequistas, familias cristianas, clero y laicos, sólo harán creíble el Evangelio si viven esa unión en torno a Cristo resucitado, que sigue enviando su Espíritu a quienes lo desean, lo piden y lo acogen.

    1 Corintios 12, 3 - 7. 12 - 13

    Nadie puede decir: “Jesús es el Señor”, si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.

    Parecería que san Pablo exagera al afirmar que por nuestras solas fuerzas no podemos decir ni siquiera: “Jesús es el Señor”. Pero no se trata de pronunciar una frase, sino de creer y vivir que Jesús es el Hijo de Dios, muerto y resucitado, vivo y presente entre nosotros; lo cual es imposible sin la ayuda del Espíritu Santo.


    Asimismo, sólo es posible por la acción del Espíritu santo el que cada cual asuma con gozo, convicción y gratitud activa sus talentos para cumplir su misión en el mundo, en la Iglesia, en la familia, en el grupo o comunidad, como valiosa aportación a la obra de la liberación y salvación encabezada por Cristo en el Espíritu. Sin envidia, ni rivalidades, ni privilegios, ni indiferencia. Estamos en la “era del Espíritu Santo”: supliquemos sus dones como hicieron los apóstoles en intensa oración unidos con María, la Madre de Jesús, Madre y Reina de los Apóstoles.



    P. Jesús Álvarez, ssp.

    Sunday, May 20, 2007

    EL ÉXITO FELIZ Y TOTAL

    EL ÉXITO FELIZ Y TOTAL



    Ascensión del Señor-C / 20-5-2007


    Les dijo Jesús a sus discípulos: - Todo esto estaba escrito: los padecimientos del Mesías y su resurrección de entre los muertos al tercer día. Luego debe proclamarse en su nombre el arrepentimiento y el perdón de los pecados, comenzando por Jerusalén, y yendo después a todas las naciones, invitándolas a que se conviertan. Ustedes son testigos de todo esto. Ahora yo voy a enviar sobre ustedes lo que mi Padre prometió. Permanezcan, pues, en la ciudad hasta que sean revestidos de la fuerza que viene de arriba. Jesús los llevó hasta cerca de Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Ellos se postraron ante él. Después volvieron llenos de gozo a Jerusalén, y continuamente estaban en el Templo alabando a Dios. (Lucas 24, 46 - 53).

    La Ascensión de Jesús constituye la cumbre de nuestra esperanza: mediante las obras de bien y los padecimientos inevitables de esta vida y de la muerte, llegar en unión con él y como él, a la resurrección y la eterna felicidad en la Casa del Padre.


    “Subir al cielo” equivale al éxito total y final de la existencia humana; éxito que nos mereció Jesús con su encarnación, vida, pasión, muerte y resurrección; éxito que equivale a un salto inaudito en calidad de vida para mejor.


    Jesús no se encarnó, trabajó, predicó, sufrió, murió y resucitó sólo para transmitirnos una doctrina o una moral, sino ante todo para enseñarnos una forma de vivir, de amar, de obrar y de morir, y para acompañarnos todos los días de nuestra vida. Amor, alegrías, penas y obras en conformidad con la voluntad del Padre, marcan la misión y razón de ser de Cristo Jesús; y también nuestra misión y el éxito final de nuestra existencia.


    Jesús ascendió al reino de los cielos en la casa del Padre después de haber echado las bases del reino de Dios en la casa de los hombres, el mundo. Así nos enseña que el acceso al reino de Dios en los cielos sólo es posible a través del esfuerzo serio y eficaz con Jesús por implantar en el hogar, en la sociedad y en el mundo el reino de Dios, que culminará en la tierra con la fraternidad universal bajo un solo Pastor, y en el cielo con la gloria eterna.


    Esa es nuestra esperanza infalible fundada en la piedra angular y roca firme: Cristo resucitado. Esperanza de una “tierra nueva” donde reine la paz y la justicia, la verdad y la libertad, el amor, el deleite y la alegría; y de un “cielo nuevo” donde no habrá más llanto ni dolor.


    P. Jesús Álvarez, ssp.

    Sunday, May 13, 2007

    AMOR y PAZ

    AMOR y PAZ

    Domingo 6° de Pascua-C / 13-05-2007

    Jesús dijo: "Si alguien me ama, guardará mis palabras, y mi Padre lo amará. Entonces vendremos a él para poner nuestra morada en él. El que no me ama, no guarda mis palabras; pero el mensaje que escuchan no es mío, sino del Padre que me ha enviado. Les he dicho todo esto mientras estaba con ustedes. En adelante el Espíritu Santo, el Intérprete que el Padre les va a enviar en mi Nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que yo les he dicho. Les dejo la paz, les doy mi paz. La paz que yo les doy no es como la que da el mundo. Que no haya en ustedes angustia ni miedo". (Juan 14, 23 - 29).

    Jesús hace una promesa inaudita a quienes lo aman de verdad. Y la demostración de ese amor es la fidelidad en escuchar su Palabra y cumplirla. Esa promesa, que nadie podría jamás imaginarse, consiste en que la persona fiel a su Palabra será amada por la Trinidad, que entrará a morar en ella.

    Es un gran misterio de vida, amor, luz y enaltecimiento que debería llenarnos de júbilo, paz y esperanza invencible: la presencia de la Trinidad en el corazón y en la vida del que ama a Cristo Jesús cumpliendo su Palabra. Sólo Dios puede revelar este misterio de amor infinito y hacerlo realidad en la vida del cristiano; es decir, de quien ama a Cristo y vive unido a él.

    Y no se trata de un privilegio exclusivo de místicos y santos de altar. Es una realidad al alcance de todo creyente. Y más aun: una necesidad del creyente para ser creyente de verdad.

    Ante tan “divina” oferta del amor de Dios, no nos queda otra que abrirnos sin reticencias ni retrasos para acogerlo con inmensa gratitud, pidiendo al Espíritu Santo nos capacite para ser el templo donde la Trinidad se encuentra de veras a gusto, y nosotros con ella, en una relación sencilla, amorosa, íntima y perma-nente con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. ¿Hay algo más sublime que podamos desear y gozar aquí en la tierra?

    Eso sería - mejor: ¡es! – el cielo que empieza ya en la tierra, incluso en medio de las cruces. Y a pesar de ser cosa tan divina y sublime, es propia de vida cristiana, que no es otra cosa que “vida en Cristo”; de lo contrario no es cristiana. Al ser “vida en Cristo”, por escuchar y vivir su Palabra, es también “vida en la Trinidad”, porque las tres divinas Personas son inseparables.

    Tenemos gran necesidad de hacernos más conscientes de esta inaudita promesa de nuestro Salvador. Por parte de Dios no falla, pero puede fallar por nuestra indiferencia o incredulidad ante tan inmensa condescendencia divina.

    Nuestros pecados pasados no pueden impedir este milagro divino, sino que son eliminados por esa presencia trinitaria, por el amor de Dios y el amor a Dios. Entonces viviremos la oferta de Jesús: “Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten por nada ni teman!” ¿Cómo inquietarse y temer, sabiendo que la Trinidad, tierno poder infinito, habita en nosotros y está totalmente a nuestro favor? Aunque a veces no lo parezca?

    La experiencia más viva de esta inhabitación de la Santísima Trinidad en nosotros, se verifica en la Eucaristía y en la comunión eucarística. Es su máxima expresión y su sostén.

    Hechos 15, 1 - 2

    Llegaron algunos de Judea que aleccionaban a los hermanos con estas palabras: "Ustedes no pueden salvarse, a no ser que se circunciden como lo manda Moisés." Esto ocasionó bastante perturbación, así como discusiones muy violentas de Pablo y Bernabé con ellos. Al fin se decidió que Pablo y Bernabé junto con algunos de ellos subieran a Jerusalén para tratar esta cuestión con los apóstoles y los presbíteros. Entonces los apóstoles y los presbíteros, de acuerdo con toda la Iglesia, decidieron elegir algunos hombres de entre ellos para enviarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé. Fueron elegidos Judas, llamado Barsabás, y Silas, ambos dirigentes entre los hermanos. Debían entregar la siguiente carta: "Los apóstoles y los hermanos con título de ancianos saludan a los hermanos no judíos de Antioquía, Siria y Cilicia. Nos hemos enterado de que algunos de entre nosotros los han inquietado y perturbado con sus palabras. No tenían mandato alguno nuestro. Les enviamos, pues, a Judas y a Silas, que les expondrán de viva voz todo el asunto. Fue el parecer del Espíritu Santo y el nuestro no imponerles ninguna otra carga fuera de las indispensables”.

    Pablo y Bernabé olfatearon enseguida el peligro judaizante para la fe de los paganos convertidos, e intervinieron decididos, derivando la cuestión a los mismos Apóstoles de la Iglesia de Jerusalén.

    Pero resultó que no tenían mandato alguno por parte de los Apóstoles, los cuales declararon que el Espíritu Santo y ellos, dispensaban de la circuncisión a los paganos convertidos. Un gran paso en la evangelización de los gentiles.

    Situaciones parecidas suelen darse en los grupos cristianos, parroquias, familias, comunidades, Iglesia... No es raro que haya individuos que intentan imponer sus propias opiniones y costumbres sin mandato alguno, sin referencia a la palabra y el ejemplo de Jesús. Es necesario desenmascararlos recurriendo a la autoridad competente y a personas sabias, de fiar, consagradas de verdad al servicio de Cristo, que no se buscan a sí mismas.

    Apocalipsis 21, 10 - 14

    Me trasladó en espíritu a un cerro muy grande y elevado y me mostró la Ciudad Santa de Jerusalén, que bajaba del cielo de junto a Dios, envuelta en la gloria de Dios. Resplandecía como piedra muy preciosa con el color del jaspe cristalino. Tenía una muralla grande y alta con doce puertas, y sobre las puertas doce ángeles y nombres grabados, que son los nombres de las doce tribus de los hijos de Israel. La muralla de la ciudad descansa sobre doce bases en las que están escritos los nombres de los doce Apóstoles del Cordero. No vi templo alguno en la ciudad, porque su templo es el Señor Dios, el Todopoderoso, y el Cordero. La ciudad no necesita luz del sol ni de la luna, porque la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero.

    Muy poco podemos intuir cómo es el cielo. El Apocalipsis propone imágenes grandiosas, pero se quedan inmensamente cortas. Pero lo cierto es que allí todo habla de Dios, todo está inundado de su luz, de su felicidad, de su gloria, de su paz, de su amor, que él comparte gozoso con sus criaturas. Y ese cielo empieza ya aquí para quienes se hacen templos de la Santísima Trinidad, pues el mismo Dios del cielo mora en quien lo acoge en su corazón y vida, incluso con penas.

    P. Jesús Álvarez, ssp.

    Sunday, May 06, 2007

    GLORIFICACIÓN Y AMOR

    GLORIFICACIÓN Y AMOR

    Domingo 5° de Pascua- C / 6-5-07

    Cuando Judas salió, Jesús dijo: "Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en él. Por lo tanto, Dios lo va a introducir en su propia Gloria, y lo glorificará muy pronto. Hijos míos, yo estaré con ustedes por muy poco tiempo. Me buscarán, y como ya dije a los judíos, ahora se lo digo a ustedes: donde yo voy, ustedes no pueden venir. Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Ustedes deben amarse unos a otros como yo los he amado. En esto reconocerán todos que son mis discípulos: en que se aman unos a otros." Juan 13,31-33.

    Dios es glorificado en Jesús porque él ha realizado en sí el proyecto humano del Padre al crear al hombre a su imagen y al redimirlo: en Cristo la imagen se ha identificado con el original, pues “el Hijo del hombre” es a la vez “el Hijo de Dios”.

    Y Jesús va a ser glorificado, reconocido por el Padre mediante el premio de la resurrección y la gloria por su fidelidad inquebrantable hasta la muerte.

    Jesús está de despedida y dice a los discípulos que ellos no pueden ir con él por ahora; pero no les dice que no lo encontrarán, como les dijo a los escribas y fariseos, que lo rechazaron. Ellos sí lo encontrarán, pues los acompañará en sus obras de evangelización y salvación a favor de los hombres, y les dará la fortaleza de imitarlo hasta el amor más grande: “dar la vida por los que se ama”; y, al recuperar la vida como él a través de la resurrección, lo encontrarán para siempre en la gloria eterna. Y como fue para los discípulos de entonces, lo será para los de hoy, nosotros, si lo imitamos como ellos.

    De camino hacia su glorificación por la muerte y la resurrección, Jesús deja a los discípulos su testamento entrañable: “Ámense unos a otros como yo los he amado”. No es un consejo, sino un mandato, la síntesis de todos los mandamientos. Cumplido ese mandato, todos los demás están cumplidos: “Ama y haz lo que quieras”, declara san Agustín. Sólo puede salvar y salvarnos el amor al prójimo fundado en el amor de Dios.

    El amor cualitativo goza con las cualidades de las personas y las cosas; y el amor solidario goza identificándose con las personas amadas, con sus ideales y necesidades. Este es el amor verdadero que da plenitud a la vida, nos hace adultos, nos salva y da fuerza de salvación a nuestra vida y obras. De él habla San Pablo en 1 Corintios 13, donde afirma: “Si no tengo amor, nada soy”.

    Este amor tiene tres grados: amar al prójimo como a nosotros mismos; amarlo como amamos a Jesús; amarlo como Jesús lo ama: “Ámense como yo los amo”. Este tercer grado es el amor pleno, a imitación del amor de Cristo.

    Este amarse como Jesús nos ama, testimonia la presencia de Cristo Resucitado, acogido entre los suyos por la fe hecha amor. “La señal por la que conocerán que ustedes son discípulos míos, será que se amen unos a otros”. Ningún otro signo es válido si falta este. Ni siquiera la Eucaristía, que más bien se hace escándalo cuando no está motivada y vivida en ese amor fraterno.

    El amor fraterno es el distintivo original del cristiano frente a tantas otras religiones. Sin amor de nada sirve la fe, la alegría, el sufrimiento, la vida y la muerte. Sólo el amor verdadero a Dios y al prójimo nos puede merecer la felicidad en esta vida y al final la vida eterna a través de la resurrección. Nada es tan grave como no tener ese amor. Es necesario pedirlo y cultivarlo.

    Si queremos verificar la seriedad y autenticidad de nuestra fe, verifiquemos la calidad de nuestro amor. Nos va en ello la alegría de vivir, de morir y resucitar.

    Hechos 14, 21 - 27

    Pablo y Bernabé, después de haber evangelizado en Derbe, donde hicieron muchos discípulos, regresaron de nuevo a Listra y de allí fueron a Iconio y Antioquía. A su paso animaban a los discípulos y los invitaban a perseverar en la fe; les decían: "Es necesario que pasemos por muchas pruebas para entrar en el Reino de Dios." En cada Iglesia designaban presbíteros y, después de orar y ayunar, los encomendaban al Señor en quien habían creído. Atravesaron la provincia de Pisidia y llegaron a la de Panfilia. Predicaron la Palabra en Perge y bajaron después a Atalía. Allí se embarcaron para volver a Antioquía, de donde habían partido encomendados a la gracia de Dios para la obra que acababan de realizar. A su llegada reunieron a la Iglesia y les contaron todo lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto las puertas de la fe a los pueblos paganos.

    La verdadera evangelización no se limita a predicar la Palabra de Dios, sino que debe confortar y animar a la perseverancia, pues sólo “quien persevere hasta el fin, se salvará”. Tarde o temprano el verdadero cristiano se verá afligido por tribulaciones y contrariedades, a imitación de Cristo.

    Otra tarea ineludible de la evangelización consiste en “establecer presbíteros”, que animen a las comunidades, las cuales deberán apoyarlos con “la oración y el ayuno” para que su trabajo pastoral y salvífico sea eficaz. La escasez de sacerdotes y de vocaciones al sacerdocio se debe a la falta de responsabilidad, de iniciativas, de oración y sufrimientos ofrecidos por los sacerdotes y las vocaciones sacerdotales , tanto por parte de los fieles como de los pastores.

    Y el verdadero evangelizador no se conforma con “su grupito” del 7% que acude al templo, sino que se preocupa y ocupa en evangelizar al 93% de los bautizados alejados y a los no creyentes. Y comparte con los fieles la misma preocupación misionera, implicándolos en ella. De lo contrario no cumpliría el mandato de Jesús: “Vayan y evangelicen a todas las gentes”.

    Apocalipsis 21, 1 - 5

    Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido y el mar no existe ya. Y vi a la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia que se adorna para recibir a su esposo. Y oí una voz que clamaba desde el trono: "Esta es la morada de Dios con los hombres; él habitará en medio de ellos; ellos serán su pueblo y él será Dios-con-ellos; él enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte ni lamento, ni llanto ni pena, pues todo lo anterior ha pasado." Y el que estaba sentado en el trono dijo: "Ahora todo lo hago nuevo". Luego me dijo: "Escribe, que estas palabras son ciertas y verdaderas."

    Esta tierra y este universo maravillosos, que sólo Dios sabe cuántos millones de años tiene, y cuántos ha de durar todavía, dejarán un día el puesto a otra tierra y a otro cielo inmensamente más maravillosos, por obra del mismo Creador.

    Allí recobrará el hombre la felicidad original del paraíso terrenal, pero de una calidad inmensamente superior a aquella. Allí, en la nueva Jerusalén, el nuevo paraíso, Dios mismo, con sus manos tiernas, enjugará las lágrimas derramadas por las contrariedades, los sufrimientos, las enfermedades y la muerte. Y no habrá más lamento, ni pena ni muerte. Misterio esperanzador.

    Así Jesús realizará en plenitud las “delicias que encuentra al estar con los hijos de los hombres”. Y a la vez saciará el ansia infinita del hombre de estar con Dios y con todos los hombres redimidos y resucitados.

    P. Jesús Álvarez, ssp.