Sunday, November 29, 2009

CON ESPERANZA, SIN ANGUSTIA


CON ESPERANZA, SIN ANGUSTIA


Domingo 1º de Adviento - C / 29 – 11 - 2009.


Dijo Jesús a sus discípulos: Entonces habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y por toda la tierra los pueblos estarán llenos de angustia, aterrados por el estruendo del mar embravecido. La gente se morirá de espanto con sólo pensar en lo que va a caer sobre la humanidad, porque las fuerzas del universo serán sacudidas. Y en ese preciso momento verán al Hijo del Hombre viniendo en la Nube, con gran poder e infinita gloria. Cuando se presenten los primeros signos, enderécense y levanten la cabeza, porque está cerca su liberación. Cuiden de ustedes mismos, no sea que una vida consumista, las borracheras o los afanes de este mundo los vuelvan interiormente torpes y ese día caiga sobre ustedes de improviso, pues se cerrará como una trampa sobre todos los habitantes de la tierra. Por eso estén vigilando y orando en todo momento, para que se les conceda escapar de todo lo que debe suceder y estar de pie ante el Hijo del Hombre. (Lucas 21,25-28.34-36).

Jesús hoy nos anuncia un aterrador cataclismo cósmico, mas sin fecha. Pero no pretende asustarnos, sino atraer nuestra mirada y nuestro corazón a la imagen grandiosa que aparecerá al centro de ese marco catástrófico: Él en persona, que viene con poder y gloria para librar a los suyos de esa gran tribulación y de la muerte, invitándonos a levantar la cabeza, pues él mismo viene a liberarnos.

Por eso nuestra actitud no puede ser el temor y el terror, sino la esperanza y "el amor a su venida" como único salvador, amigo y glorificador. Jesús quiere que grabemos bien en la memoria su invitación a orar y estar preparados a tal acontecimiento, viviendo en real unión afectiva y efectiva con él.

Jesús nos pide mantenernos de pie a su lado, compartiendo con gozo su misión liberadora y salvadora en favor del prójimo, construyendo con él la civilización del amor y la cultura de la vida. Y nos apremia a no dejarnos contagiar por el materialismo, consumismo, vicios, corrupción y desórdenes de una sociedad que vive de espaldas a Dios y al prójimo, sumergida en la cultura de la muerte.

Adviento significa tiempo de espera gozosa de Alguien que viene. La Iglesia en el Adviento nos invita a considerar cuatro venidas de Cristo Jesús, que sale a nuestro encuentro en formas y tiempos diferentes.

La primera venida de Jesús sucedió hace más de dos mil años, con su Nacimiento en Belén, que conmemoramos y celebramos cada año en la Navidad. Es la venida primordial, que hace posibles las otras venidas.

La última venida de Cristo será su aparición gloriosa al fin de los tiempos, para hacer un mundo nuevo, su reino definitivo de vida y verdad, de justicia y de paz, de libertad y amor, de alegría y felicidad. Venida que presenciaremos de persona. Y Dios quiera que sea en condición de resucitados.

Entre la primera y la última venidas de Jesús se da la venida intermedia y permanente a nuestra vida y persona durante la existencia terrena, según sus palabras infalibles: Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo (Mateo 28, 20). Quien come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él (Juan 6, 36).

Y al fin de nuestra vida terrena se realizará la venida de Jesús que acudirá para librarnos de las garras de la muerte y llevarnos a su gloria eterna, si hemos vivido unidos a él, compartiendo su misión en favor del hombre. Nos dio su palabra: Me voy a prepararles un lugar. Luego vendré para llevarlos conmigo (Juan 14, 2-3).

Esta venida de Jesús será para cada uno la hora del éxito total de su existencia por la resurrección, si hemos acogido a Cristo en su venida durante la vida terrena: en el prójimo, en la Eucaristía, en la oración, en la Palabra de Dios, en la creación, en el sufrimiento, en la alegría, en los acontecimientos... Entonces Él nos acogerá en la muerte para resucitarnos, dándonos un cuerpo glorioso y felicísimo como el suyo.

Jeremías 33,14-16

Se acerca ya el momento, dice Yavé, en que cumpliré la promesa que hice a la gente de Israel y a la de Judá: En esos días, haré nacer un nuevo brote de David que ejercerá la justicia y el derecho en el país. Entonces Judá estará a salvo, Jerusalén vivirá segura y llevará el nombre de "Yavé-nuestra-justicia".

Los reyes de Israel no habían correspondido a las esperanzas del pueblo y de Dios: fundar un reino de justicia y de paz, y ser testigos suyos ante los paganos. A pesar de todo, Dios promete a su pueblo un descendiente de David que sí fundará un reino de justicia y paz, de amor y libertad, de vida y verdad: Cristo Jesús.

Él librará a los pobres del pueblo oprimidos injustamente por los poderosos y los dirigentes políticos e incluso religiosos. Sin embargo, la acción liberadora y salvadora del Redentor no es acogida por todos, y no se impone a quienes se oponen a Él y a sus exigencias. Solamente la consiguen quienes lo acogen y se comprometen con él en construir un mundo mejor, donde reine la verdad, la justicia, la paz, el amor, la libertad... Bienes que todos deseamos, pero que muchos combaten porque exigen renunciar a intereses egoístas, privilegios y vicios.

A pesar de todo, el reino de Cristo sigue creciendo incontenible, de forma misteriosa, oculta para sus opositores y a pesar de ellos.

Y nosotros, ¿dónde nos encontramos? ¿En el reino de Cristo o fuera de él? No hay término medio: Quien no está conmigo, está contra mí. Quien conmigo no recoge, desparrama (Mateo 12, 30). ¡No nos engañemos a nosotros mismos!

1 Tesalonicenses 3, 12-13. 4, 1-2.

Que el Señor los haga crecer más y más en el amor que se tienen unos a otros y en el amor para con todos, imitando el amor que sentimos por ustedes. Que él los fortalezca interiormente para que sean santos e irreprochables delante de Dios, nuestro Padre, el día que venga Jesús, nuestro Señor, con todos sus santos. Por lo demás, hermanos, les pedimos y rogamos en nombre del Señor Jesús: aprendieron de nosotros cómo han de portarse para agradar a Dios; ya viven así, pero procuren hacer nuevos progresos. Conocen las tradiciones que les entregamos con la autoridad del Señor Jesús.

El reino de Jesús se establece en las personas, familias, comunidades grupos que viven en el amor mutuo fundado en el amor de Dios, en la relación amorosa con la Trinidad, fuente de toda relación de amor y salvación.

Sólo en esta relación de amor salvífico con Dios y con el prójimo, se nos concede la fortaleza que nos hace irreprochables ante Él para el día de la venida de Jesús, y nos dispone para acceder a la vida eterna en la casa del Padre.

En la Iglesia tenemos innumerables modelos de auténtica vida cristiana, en especial los santos, que nos indican el camino y demuestran que la vida de amor a Dios y al prójimo no es un imposible, sino la máxima necesidad que el mismo Cristo Resucitado nos la hace posible con su presencia y ayuda permanente: Si alguno me ama, lo amará mi Padre, y vendremos a él y viviremos con él. San Pablo nos confirma esta promesa de Jesús diciendo: Todo lo puedo en aquel que me conforta.

Pero el modelo supremo es siempre el mismo Jesús, Maestro, Camino, Verdad y Vida. A él podemos y debemos acceder de forma permanente en la oración, en la Eucaristía, en la lectura de la Biblia, en la ayuda al prójimo necesitado, en el sufrimiento y en la alegría.

Son esos los medios para mantener y acrecentar la fe verdadera, cuya garantía es el amor a Dios y al prójimo. Sin obras de amor a Dios y al prójimo la fe está muerta y no puede salvar. Y además carece de valor y de interés.

Concédeme, Señor, una fe verdadera, garantizada por el amor a ti y al prójimo, que te proporcione el gozo de acogerme en tu reino eterno.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, November 22, 2009

CRISTO, REY Y TESTIGO DE LA VERDAD


CRISTO, REY Y TESTIGO DE LA VERDAD



SOLEMNIDAD - JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

Domingo 34º T.O.-B / 22-11-2009.



Pilato volvió a entrar en el palacio, llamó a Jesús y le preguntó: ¿Eres tú el Rey de los judíos? Jesús le contestó: ¿Viene de ti esta pregunta o repites lo que te han dicho otros de mí? Pilato respondió: ¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los jefes de los sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho? Jesús contestó: Mi realeza no procede de este mundo. Si fuera rey como los de este mundo, mis guardias habrían luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reinado no es de acá. Pilato le preguntó: Entonces, ¿tú eres rey? Jesús respondió: Tú lo has dicho: yo soy Rey. Yo doy testimonio de la verdad, y para esto he nacido y he venido al mundo. Todo el que está del lado de la verdad escucha mi voz. Juan 18, 33 - 37

Para Jesús su reinado consiste en ser testigo de la verdad y del amor; en dar a conocer el amor de Dios hacia los hombres y reunirlos en el reino eterno de Dios, reino que empieza en el tiempo. Esa es la verdad regia que testimonia Cristo Rey y que deben testimoniar sus verdaderos súbditos y discípulos: los cristianos, hombres y mujeres realmente unidos a Cristo resucitado presente.

Jesús es el único Rey verdadero, principio, conductor y
“fin de la historia..., centro de la humanidad, gozo del corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones” (GS 45).

Cristo es el Rey de todo lo creado visible e invisible. Rey de amor, de sufrimiento y de gloria. Rey de la vida y la verdad, de la justicia y la paz, del amor y la libertad, de la dignidad humana y la fraternidad universal... Rey crucificado y resucitado, presente y actuante en la historia de la humanidad y de cada persona humana, confiriéndoles valor y proyección de eternidad.

Los reyes de este mundo se apoyan en ejércitos, armas, dinero, poder, mentira, la injusticia, corrupción, esclavitud, violencia, odio. Y a menudo edifican el bienestar propio y el de su población rica sobre la explotación y muerte de la población pobre y de pueblos pobres.

Los poderosos prepotentes (políticos o religiosos) pertenecen al reino de este mundo injusto, no al reino de la verdad y del amor. Ellos no comprenden el poder absoluto de Cristo fundado en el amor, en la cruz y en la resurrección.

Cristo, Rey crucificado, ridiculiza la lucha por el poder y las riquezas. El “I.N.R.I.” (Jesús nazareno, Rey de los judíos) sobre la cabeza de Jesús es la mejor vacuna contra la ambición de poder y riqueza; ambición que puede contaminar, lamentablemente, también a la Iglesia: laicado, clero, jerarquía.

El reino de Jesús no es monopolio de los católicos ni de los cristianos de otras confesiones. En él tienen cabida quienes buscan y promueven lealmente la verdad, la justicia, la paz, la misericordia, que son valores del reino de Cristo.

Este reino crece incontenible en medio de grandes oposiciones, pero no puede ser obstruido por los poderes de este mundo, aunque se disfracen de religiosos. Solamente los humildes, mansos y sufridos pueden sostenerlo, hacerlo triunfar en unión con su Rey “manso y humilde de corazón”.

Para seguir de verdad a Cristo Rey necesitamos una apertura acogedora al hombre y a los valores del reino, indispensables para una vida digna en la tierra que nos garantice la vida eterna en el paraíso. El reino de Dios -que es la verdad primera y última del hombre-, se juega en el corazón de cada ser humano.

Daniel 7, 13 - 14

Mientras seguía contemplando esas visiones nocturnas, vi a alguien como un hijo de hombre que venía sobre las nubes del cielo; se dirigió hacia el anciano y lo llevaron a su presencia. Se le dio el poder, la gloria y la realeza, y todos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieron. Su poder es el poder eterno que nunca pasará; su reino no será destruido.

Dios está sobre todos los poderes del mal que pretenden adueñarse del mundo, y entrega todo lo creado a su Hijo, verdadero Dueño y Rey del universo, “por quien y para quien todo fue hecho”.

El Mesías es de origen divino, y su figura humana revela el poder salvador de Dios en favor de la humanidad y de la creación, que están sufriendo “dolores de parto”, en el trance de alumbrar un mundo nuevo con la omnipotencia amorosa del Rey Salvador, cuyo reino no tendrá fin.

Todos estamos llamados a gestar el reino de Cristo. La única condición consiste en acoger la llamada a trabajar con el Rey Resucitado para implantar su reino en la tierra: en nuestro corazón, en la familia, en la sociedad, en el mundo: “El reino de Dios está entre ustedes”.

Es indispensable promover responsablemente el reino de Cristo en la tierra, revistiéndonos de buenas obras para “el día en que seamos desnudados de nuestro cuerpo mortal para ser revestidos de un cuerpo glorioso e inmortal” y compartir con Cristo su reino eterno.

Apocalipsis 1, 5 - 8

Cristo Jesús es el testigo fiel, el primer nacido de entre los muertos, el rey de los reyes de la tierra. Él nos ama y por su sangre nos ha purificado de nuestros pecados, haciendo de nosotros un reino y una raza de sacerdotes de Dios, su Padre. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén. Miren, viene entre nubes; lo verán todos, incluso los que lo hirieron, y llorarán por su muerte todas las naciones de la tierra. Sí, así será. “Yo soy el Alfa y la Omega”, dice el Señor Dios, Aquel que es, que era y que ha de venir, el Todopoderoso.

Jesús, el enviado del Padre, de quien es fiel testigo hasta la muerte de cruz, por la resurrección es constituido Rey de todo lo creado.

Pero Jesús es ante todo el Rey cuyo poder máximo es el amor, que él mismo testimonia con su muerte: “Nadie tiene un amor más grande que el de quien da la vida por los que ama”. Y él la dio por nosotros, por mí, por ti, por todos. Y la dio con generosidad invencible, sin que se lo hayamos pedido.

Su muerte en la cruz fue el acto culminante de su Sacerdocio supremo, mediante el cual “hizo de nosotros un reino sacerdotal para Dios, su Padre”. Así nos estimula a imitar lo que él hizo: dar la vida por los que amamos; lo cual constituye el acto máximo de nuestro sacerdocio bautismal, la plenitud y el éxito total de nuestra vida humana y cristiana; y la recuperaremos por haberla dado.

Dar la vida por los que amamos –para eso la hemos recibido: para engendrar en Cristo otras vidas a la eternidad -, nos merecerá poder salir al encuentro de Cristo Rey con la frente alta, cuando venga entre las nubes en su gloria, admirado incluso por sus crueles asesinos.

Preparémonos cada día con ilusión, esperanza y decisión inquebrantable a ese acontecimiento supremo que nadie podrá eludir. Allí estaremos. Y depende de nosotros cómo estaremos: a la derecha o a la izquierda del Rey eterno.

Oh Cristo, Rey de amor, de justicia y paz, admíteme a colaborar contigo en tu reino temporal para gozar en tu reino eterno.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, November 15, 2009

Vigilancia y esperanza, sí; terror, no


Vigilancia y esperanza, sí; terror, no



Domingo 33º del tiempo ordinario-B / 15 -11-2009.



Dijo Jesús a sus discípulos: Después de una gran tribulación llegarán otros días; entonces el sol dejará de alumbrar, la luna perderá su brillo, las estrellas caerán del cielo y el universo entero se conmoverá. Y se verá al Hijo del Hombre venir en medio de las nubes con gran poder y gloria. Enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro puntos cardinales, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo. Aprendan de este ejemplo de la higuera: cuando sus ramas están tiernas y le brotan las hojas, saben que el verano está cerca. Así también ustedes, cuando vean que suceden estas cosas, sepan que todo se acerca, que ya está a las puertas. En verdad les digo que no pasará esta generación sin que ocurra todo eso. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Por lo que se refiere a ese día y cuándo vendrá, no lo sabe nadie, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino solamente el Padre. (Marcos. 13, 24 - 32).

Lo que pretende Jesús al hablar de su venida gloriosa al fin del mundo, es prevenirnos para que estemos vigilantes y preparados, gozosamente esperanzados y no aterrorizados, pues ni un solo cabello se nos caerá sin permiso del Padre, y porque se acerca la hora de ir en sus brazos hacia la resurrección y la vida eterna.

Estamos en buenas manos: las de Quien nos ama más que nadie. Por eso, más que temer aquel momento, hay que prepararlo para que la muerte y el fin del mundo sean para nosotros triunfo de resurrección y de gloria con Jesús Resucitado.

En realidad este mundo termina para cada uno de nosotros en el momento de la muerte, la cual nos abre las puertas de la resurrección y del mundo eternno, de felicidad sin fin para quienes hayan pasado poor este mundo haciendo el bien. De lo contrario...

Jesús no es profeta de calamidades, sino mensajero de amor y de esperanza, de salvación gloriosa, por encima de las catástrofes y sufrimientos del presente, de nuestra muerte y del fin del mundo. “Los padecimientos de este mundo no tienen comparación con la gloria que se ha de manifestar en nosotros”, asegura san Pablo.

Dejemos de lado a los falsos profetas de desastres, que fijan fechas para el fin del mundo, sin que nunca acierten (gracias a Dios), y que hasta de los acontecimientos calamitosos sacan provecho económico y proselitista, cerrándose a la esperanza, al amor y a la misericordia infinita de Dios Padre.

Al fin del mundo ¿será destruido el planeta tierra o el inmenso universo con sus millones y millones de astros, planetas, y galaxias? Eso poco nos importa. Lo decisivo es el Reino nuevo de Cristo: “He aquí que hago todo nuevo”, y que seamos admitidos en ese Reino eterno.

La historia de este mundo está en manos del Padre, quien, como hizo con su Hijo a través del Calvario, la va conduciendo a través de un doloroso alumbramiento hacia el triunfo total de la resurrección en Cristo. Guerras, calamidades, epidemias, desgracias, enfermedades y muerte, constituyen un penoso parto, pero nadie puede saber la fecha del final de nuestro lindo planeta, sólo Dios la conoce.

Dios quiere que seamos testigos de su Hijo resucitado en un mundo que vive de espaldas a Él, y que lo acojamos cada día, pues prometió estar con nosotros todos los días con su presencia infalible. La unión con él nos garantiza frutos de salvación; mientras que todo lo que no se fundamente en Él, será destruido.

En medio de la lucha y del sufrimiento, sólo de la mano con Jesús encontraremos el sentido de la vida, la esperanza gozosa y el triunfo sobre el dolor y la muerte mediante la resurrección. Se requiere vigilancia y optimismo invencible, con el apoyo en la oración, como trato permanente de amistad con Dios, que no puede fallarnos.

Jesús nos pide que no nos dejemos contagiar con este mundo que, atrapado por la cultura de la muerte, está empeñado en autodestruirse sin esperanza de futuro, y vive de espaldas al Dios de la Vida y del Amor, de la Alegría, de la Paz y de la Felicidad, pretendiendo encontrar esos bienes prescindiendo de su Fuente. Pero nos pide nuestra colaboración para salvar al mundo.


Daniel 12, 1 - 3

En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe, que defiende a los hijos de tu pueblo; porque será un tiempo de calamidades como no lo hubo desde que existen pueblos hasta hoy en día. En ese tiempo se salvará tu pueblo, todos los que estén inscritos en el Libro. Muchos de los que duermen en el lugar del polvo despertarán, unos para la vida eterna, otros para vergüenza y horror eternos. Los que tengan el conocimiento, brillarán como un cielo resplandeciente, los que hayan guiado a los demás por la justicia, brillarán como las estrellas por los siglos de los siglos.

Las lecturas nos van marcando el final del año litúrgico, sugiriéndonos que también se acerca día a día el final de nuestra carrera terrena y el final de este mundo. Daniel nos recuerda que nos esperan días difíciles: calamidades y tal vez persecuciones, la experiencia de la enfermedad, de la agonía y de la muerte.

Sin embargo, todo contribuye para el bien de los que aman a Dios y al prójimo. Y ese bien culmina en el máximo bien de la resurrección y en la gloria eterna, pues sus nombres están escritos en el Libro de la Vida. El amor a Dios y al prójimo lo transforma todo en felicidad temporal y eterna, y nos libra de la “vergüenza y del horror eterno”.

Quienes adquieran un conocimiento amoroso de Dios y, con su palabra y ejemplo, enseñen a otros el camino de la vida, brillarán como estrellas por toda la eternidad. Y eso está a nuestro alcance.

Sólo se requiere asumir en serio la responsabilidad salvífica sobre la propia vida y la de aquellos que Dios ha puesto a nuestro alcance, y que constituyen nuestra parcela personal de salvación.


Hebreos 10, 11 - 14.

Hermanos: los sacerdotes del culto antiguo estaban de servicio diariamente para cumplir su oficio, ofreciendo repetidas veces los mismos sacrificios, que nunca tienen el poder de quitar los pecados. Cristo, por el contrario, ofreció por los pecados un único y definitivo sacrificio y se sentó a la derecha de Dios, esperando solamente que Dios ponga a sus enemigos debajo de sus pies. Su única ofrenda lleva a la perfección definitiva a los que santifica. Pues bien, si los pecados han sido perdonados, ya no hay sacrificios por el pecado.

En el Antiguo Testamento se creía que los sacrificios de animales borraban automáticamente los pecados, incluso sin una verdadera conversión a Dios y al prójimo. Y muchos católicos siguen creyendo lo mismo respecto de la confesión, la Eucaristía, las procesiones, novenas y otras prácticas externas.

Lo cual resulta evidente, pues a pesar de un fiel cumplimiento externo de prácticas piadosas, en nada mejoran su relación con Dios y con el prójimo. Sin la conversión del corazón y de la vida, la fe se reduce a un “cumplo-y-miento”, a un mentir a Dios, al prójimo y a sí mismos.

Eso mismo le sucedió al fariseo que oraba cerca del altar contándole a Dios sus méritos y despreciando al publicano que, en el fondo del templo, pedía sinceramente perdón con el propósito firme de enmendar su vida. Este salió perdonado y aquel con un pecado más: el de orgullo.

Nuestro Sumo Sacerdote, Cristo, con su vida, pasión, muerte y resurrección nos mereció el perdón total de nuestros pecados. Sin embargo, es necesario que creamos en su perdón, lo pidamos y agradezcamos, demostrando nuestra sinceridad con la conversión real vivida día a día, y perdonando a los que nos ofenden.

Usemos agradecidos el sublime privilegio de compartir con Cristo su Sacerdocio supremo a favor de los que amamos o debiéramos amar, ejerciendo activamente nuestro sacerdocio bautismal con la ofrenda de oraciones, de sacrificios inevitables, y en especial ofreciéndonos en el Sacramento de la reconciliación perfecta: la Eucaristía.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, November 08, 2009

LOS POBRES SON MÁS GENEROSOS


LOS POBRES SON MÁS GENEROSOS


Domingo 32º del tiempo ordinario- B / 8-11-2009.



Jesús se había sentado frente a las alcancías del Templo, y podía ver cómo la gente echaba dinero para el tesoro; pasaban ricos, y daban mucho. Pero también se acercó una viuda pobre y echó dos moneditas de muy poco valor. Jesús entonces llamó a sus discípulos y les dijo: Yo les aseguro que esta viuda pobre ha dado más que todos los otros. Pues todos han echado de lo que les sobraba, mientras ella ha dado desde su pobreza; no tenía más, y dio todos sus recursos. (Marcos. 12,38-44).

Este paso evangélico contrapone dos estilos de religiosidad: la religión de la apariencia y la religión del corazón. Jesús desenmascara la vanidad, la hipocresía y la avaricia de los fariseos frente a la humildad y generosidad de una pobre viuda.
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Dios lee y sabe lo que hay dentro del corazón humano. No se fija en la lista de obras materiales y gestos llamativos, sino en la transparencia, en el amor y la fe viva, en los sentimientos, las actitudes con que se obra y se vive.

Jesús veía lo que daban los ricos, y la gente también lo veía, y tal vez se admiraba. Pero sólo Jesús miraba y admiraba a la viuda pobre; y nadie se enteró de que había dado más que nadie: todo lo que tenía, que era tan poquito. Jesús se identificó con la viuda, pues él no tenía “una piedra donde reposar la cabeza”, y se entregó por nosotros con todo lo que era y tenía: Dios y hombre.

Los hechos se repiten en las misas de los domingos, y en la vida ordinaria, donde muchos pobres dan de lo poco que tienen y algunos ricos dan poco o nada de lo mucho que les sobra, o tal vez dan con el fin de aparecer los primeros en las listas de donantes, mientras que nadie se fija en sacrificio heroico del pobre que da.

La pobre viuda no se enteró del valor de su gesto ni de que el mismo Hijo de Dios la estaba mirando y admirando. Como no se enteran los verdaderos pobres de que Dios está con ellos, y de que serán los primeros en el reino de los cielos. Porque Dios nunca se deja vencer en generosidad. “Por suerte hay pobres para ayudar a los pobres; sólo ellos saben dar”, decía San Vicente de Paúl.

Sin embargo los pobres son también a menudo los primeros en la mira de los ricos en dinero, poder, ciencia, tecnología y armas, pero no para hacer la guerra a la pobreza, sino para hacerles pagar la guerra a los pobres con el sudor de su frente y muchas veces con el derramamiento de su sangre.

La Iglesia, las iglesias, deben convertirse a la pobreza y a los pobres, y restituir el protagonismo a los oprimidos, a los explotados, a los que pasan hambre y otras necesidades, haciendo realidad progresiva la “opción preferencial por los pobres”.

Fatal ilusión es dar algunas limosnitas para tranquilizar la conciencia y evadir a quienes necesitan acogida y ternura, tiempo y compañía, sonrisa y alegría, consejo y ejemplo, esperanza y fe, cultura y pan.

El cristianismo es la religión positiva del sí generoso a Dios y al hombre, y también la religión del dar y sobre todo del darse con gozo. Darse a Dios y a los demás es el verdadero camino de la libertad y la felicidad; el camino del verdadero cristiano; es decir, del discípulo auténtico de Cristo. El camino de la gloria eterna.

Muy pobres son los ricos que sólo tienen dinero, poder y placeres, porque todo eso les será arrebatado en un instante, lo perderán todo cuando menos lo piensen.
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Rico de verdad es quien da y se da, porque sólo es nuestro lo que damos y sólo ganamos y salvamos la vida, nuestra persona, si la entregamos. Paradojas de la existencia cristiana que hemos de acostumbrarnos a vivir con gozo y realismo.


1 Reyes 17, 8-16.

La palabra del Señor llegó al profeta Elías en estos términos: «Ve a Sarepta, que pertenece a Sidón, y establécete allí; ahí Yo he ordenado a una viuda que te provea de alimento». Él partió y se fue a Sarepta. Al llegar a la entrada de la ciudad, vio a una viuda que estaba juntando leña. La llamó y le dijo: «Por favor, tráeme en un jarro un poco de agua para beber». Mientras ella lo iba a buscar, la llamó y le dijo: «Tráeme también en la mano un pedazo de pan». Pero ella respondió: «¡Por la vida del Señor, tu Dios! No tengo pan cocido, sino sólo un puñado de harina en el tarro y un poco de aceite en el frasco. Apenas recoja un manojo de leña, entraré a preparar un pan para mí y para mi hijo; lo comeremos, y luego moriremos». Elías le dijo: «No temas. Ve a hacer lo que has dicho, pero antes prepárame con eso una pequeña galleta y tráemela; para ti y para tu hijo lo harás después. Porque así habla el Señor, el Dios de Israel: El tarro de harina no se agotará ni el frasco de aceite se vaciará, hasta el día en que el Señor haga llover sobre la superficie del suelo». Ella se fue e hizo lo que le había dicho Elías, y comieron ella, él y su hijo, durante un tiempo. El tarro de harina no se agotó ni se vació el frasco de aceite, conforme a la palabra que había pronunciado el Señor por medio de Elías.


Nadie en Israel le daría un trozo de pan a Elías, perseguido político. Y como Israel no responde, Dios se vale de una pagana para salvar la vida de su profeta, a la vez que salva la vida de la viuda y de su hijo. En las ocasiones más difíciles, Dios actúa en la historia valiéndose incluso de los instrumentos más inverosímiles.

El hombre no ve en el mundo la huella de Dios, sino sólo la huella del hombre en los éxitos que fascinan. Y cuando llega el fracaso, no acude al Conductor de la historia, sino que redobla, a espaldas de Dios, sus esfuerzos inútiles ante el fracaso seguro de la muerte, de la cual sólo Dios puede librar mediante la resurrección.

Los profetas de Dios son incómodos porque no son corruptibles, tanto por su fidelidad a Dios como por su defensa de los derechos del pueblo. Por eso se les hace la vida imposible con la persecución que suele terminar en muerte. Así fue para Juan Bautista, para Jesús, y para muchos otros a través de la historia.

También hoy se dan profetas perseguidos y mártires, en número muy superior a lo que pensamos y sabemos. Y puede tocarnos a cualquiera y en cualquier momento. Que sepamos reconocer ese momento como paso de Dios liberador.


Hebreos 9, 24-28.

Cristo no entró en un santuario erigido por manos humanas --simple figura del auténtico Santuario-- sino en el cielo, para presentarse delante de Dios en favor nuestro. Y no entró para ofrecerse a sí mismo muchas veces, como lo hace el Sumo Sacerdote que penetra cada año en el Santuario con una sangre que no es la suya. Porque en ese caso, hubiera tenido que padecer muchas veces desde la creación del mundo. En cambio, ahora Él se ha manifestado una sola vez, en la consumación de los tiempos, para abolir el pecado por medio de su Sacrificio. Y así como el destino de los hombres es morir una sola vez, después de lo cual viene el Juicio, así también Cristo, después de haberse ofrecido una sola vez para quitar los pecados de la multitud, aparecerá otra vez, ya no en relación con el pecado, sino para salvar a los que lo esperan.


“Sacrificio”, referido al culto, no significa sufrimiento y muerte, sino “hacer sagrado”, consagrado a Dios, más allá y a pesar del sufrimiento y de la muerte. ¡Tantos sufrimientos y muertes que no son sacrificio, ofrenda a Dios, y se pierden en el vacío!

La muerte de Cristo es el momento supremo de su ofrenda a Dios y al hombre, es su “ejercicio sacerdotal”, que elimina distancias entre la criatura y el Creador.

Dios no está en contra del hombre, de lo contrario no nos hubiera entregado a su Hijo; sino que es el hombre quien se pone en contra Dios, que en Cristo tiende la mano a todo el que de veras quiere volverse a él, acercarse a él y compartir con él su misma eterna felicidad pasando por el sufrimiento inevitable y por la muerte a la resurrección.



P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, November 01, 2009

LA FELICIDAD QUE BUSCAMOS


LA FELICIDAD QUE BUSCAMOS



Todos los Santos - Domingo 31º Tiempo Ordinario-B / 01-11-2009.



Jesús, al ver toda aquella muchedumbre, subió al cerro. Se sentó y sus discípulos se reunieron a su alrededor. Entonces comenzó a hablar y les enseñaba diciendo: Felices los que tienen el espíritu del pobre, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Felices los que lloran, porque recibirán consuelo. Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia. Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Felices los compasivos, porque obtendrán misericordia. Felices los de corazón limpio, porque verán a Dios. Felices los que trabajan por la paz, porque serán reconocidos como hijos de Dios. Felices los que son perseguidos por causa del bien, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Felices ustedes, cuando por causa mía los insulten, los persigan y les levanten toda clase de calumnias. Alégrense y muéstrense contentos, porque será grande la recompensa que recibirán en el cielo. Pues bien saben que así persiguieron a los profetas que vivieron antes de ustedes. Mateo 5,1-12.

Hoy celebramos a todos los santos que han alcanzado la gloria del cielo, aunque no han sido canonizados o declarados santos por la Iglesia.

Por lo general, se asocia la santidad al sufrimiento, pero en realidad la santidad es igual a felicidad en el tiempo y en la eternidad. La santidad verdadera convierte en felicidad el mismo sufrimiento e incluso la muerte. Dios es el Santo de los santos, el felicísimo y fuente de toda felicidad.

El santo es una persona de carne y hueso, que ha encontrado la libertad, la alegría profunda de vivir y el sentido pascual de la muerte.

La santidad no la hacen los milagros ni los éxtasis ni las penitencias. Estas cosas pueden ser medios o fruto de la santidad. La santidad es sencillamente vivir unidos a Cristo amando a Dios y al prójimo. Y eso está al alcance de todos; y todos estamos llamados a esa santidad.

Santos han sido, son y serán quienes han buscado y alcanzado la plenitud de la vida y la felicidad en las fuentes que Cristo mismo señaló: las bienaventuranzas.

Mansos son quienes aceptan con paz sus limitaciones y las ajenas, con la mirada puesta en Dios que ensalza a los humildes.

Los sufridos felices son quienes viven y ofrecen, con paciencia, paz y esperanza el sufrimiento causado por la enfermedad, por el pecado propio y ajeno, por las fuerzas del mal, y por la muerte, que es paso a la vida eterna.

Los hambrientos y sedientos de justicia son los que piden a Dios que salga en su defensa frente a la injusticia, y a la vez luchan por la justicia.

Los misericordiosos son quienes imitan la conducta de Dios Padre para con el prójimo: su amor, compasión, misericordia, perdón, ayuda...

Los limpios de corazón obran y viven con transparencia, sin intenciones dobles e inconfesables, sin hipocresía y sin falsas apariencias.

Los que trabajan por la paz quienes luchan con Cristo, Príncipe de la Paz, por establecer la paz en el corazón, en el hogar, en la Iglesia y en el mundo.

Los perseguidos por la justicia son quienes sufren por hacer el bien.

Ahí está la felicidad que buscamos. Jesús no nos engaña. Todo lo contrario: él quiere todo lo mejor para nosotros. Creámosle.

Apocalípsis 7, 2-4.9.-14.

Oí entonces el número de los que habían sido marcados: eran ciento cuarenta y cuatro mil pertenecientes a todas las tribus de Israel. Después de esto, vi una enorme muchedumbre imposible de contar, formada por gente de todas las naciones, familias, pueblos y lenguas. Estaban de pie ante el trono y delante del Cordero, vestidos con túnicas blancas; llevaban palmas en la mano y exclamaban con voz potente: “¡La salvación viene de nuestro Dios que está sentado en el trono y del Cordero!”. Y todos los ángeles que estaban alrededor del trono, de los ancianos y de los cuatro seres vivientes, se postraron con el rostro en tierra delante del trono, y adoraron a Dios, diciendo: “¡Amén! ¡Alabanza, gloria y sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza a nuestro Dios para siempre! ¡Amén!”. Y uno de los ancianos me preguntó: “¿Quiénes son y de dónde vienen los que están revestidos de túnicas blancas?”. Yo le respondí: “Tú lo sabes, Señor”. Y él me dijo: “Estos son los que vienen de la gran tribulación; ellos han lavado sus vestiduras y las han blanqueado en la sangre del Cordero”.

El Apocalipsis presenta una escena grandiosa del paraíso, donde se encuentra el pueblo elegido de Israel y multitudes que nadie puede contar, elegidos de todas las naciones, razas, lenguas y tiempos.

Todos ellos, unidos a la multitud de ángeles y arcángeles, alaban, cantan, dan gracias y aman a su Creador, que ha querido compartir con ellos su infinita felicidad eterna y la belleza fascinante de toda la creación.

Entre todos destacan por su hermosura y felicidad los mártires, con sus vestidos blancos, lavados en la sangre de Cristo, el Cordero inmolado.

Que toda nuestra vida esté orientada hacia la felicidad eterna del paraíso, donde gozaremos y veremos a Dios “cara a cara, tal cual es”. “Ni ojo vio, ni oído oyó, ni mente humana puede sospechar lo que Dios tiene preparado para quienes lo aman” amando al prójimo. Es la felicidad por la que suspira todo nuestro ser desde lo más profundo. No nos la juguemos neciamente.

1 Juan 3,1 - 3.

Queridos hermanos: ¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente. Si el mundo no nos reconoce, es porque no lo ha reconocido a él. Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. El que tiene esta esperanza en él, se purifica, así como él es puro.

A veces puede parecernos absurdo que Dios se interese por cada uno de nosotros, hasta el punto de creer imposible que Dios pueda tenernos como hijos suyos muy queridos, y lo seamos de verdad.

Esa incredulidad se debe a que no se reconoce a Dios lo suficiente, su infinita misericordia y su amor sin límites. Y no sólo somos simples hijos adoptivos, sino verdaderos, porque tanto la vida natural como la sobrenatural es puro don de su amor infinito.

Pero, además, Dios es nuestra herencia eterna. Nos quiere con él para que lo veamos y gocemos tal cual es, haciéndonos semejantes a él en belleza y felicidad. ¿Podremos arriesgar esa infinita herencia?


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, October 25, 2009

CIEGOS VIDENTES Y VIDENTES CIEGOS


CIEGOS VIDENTES Y VIDENTES CIEGOS



Domingo 30º tiempo ordinario-B / 25-10-2009.



Llegaron a Jericó. Al salir Jesús de allí con sus discípulos y con bastante más gente, un limosnero ciego se encontraba a la orilla del camino. Se llamaba Bartimeo (hijo de Timeo). Al enterarse de que era Jesús de Nazaret el que pasaba, empezó a gritar: ¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí! Varias personas trataban de hacerlo callar. Pero él gritaba con más fuerza: ¡Hijo de David, ten compasión de mí! Jesús se detuvo y dijo: Llámenlo. Llamaron, pues, al ciego diciéndole: Vamos, levántate, que te está llamando. Y él, arrojando su manto, se puso en pie de un salto y se acercó a Jesús. Jesús le preguntó: ¿Qué quieres que haga por ti? El ciego respondió: Maestro, que vea. Entonces Jesús le dijo: Puedes irte; tu fe te ha salvado. Y al instante pudo ver y siguió a Jesús por el camino. Marcos 10, 46-52.

La ceguera en tiempos de Jesús - y también hoy en muchos casos - condena a los pacientes a una vida dura, pobre y marginada. Y en los países pobres no tienen otra salida que mendigar o morir de hambre en la angustia de sus tinieblas.

Sin embargo también se dan muchos casos de ciegos que saben aprovechar su limitación física como ocasión para aumentar su visión mental y espiritual, y ganarse la vida con su trabajo. Me decía amigo que en un accidente perdió la vista y al encanto de sus ojos, su esposa: "Desde que estoy ciego, veo mejor".

Como hay una ceguera física, también hay ceguera mental por falta de formación, cultura, información, comunicación. Hay una ceguera espiritual que es desconocimiento del sentido y del destino eterno de la vida: incapacidad para ver más allá de lo material e inmediato. Es la peor ceguera y miseria.

La multitud que seguía a Jesús iba buscando luz y sentido eterno para su vida. Sin embargo, entre los que entonces se juntaban con él y entre los que hoy aparentan seguir a Jesús, hay quiénes cifran su vida y esperanza en lo destinado a perecer.

El Hijo de Dios y su plan salvación no entran en sus raquíticos planes egoístas. Asisten celebraciones religiosas, y luego ignoran a Cristo vivo presente en la Eucaristía, en la Biblia, en la creación, en los que sufren y en la propia vida . Se cierran al amor de Dios y al amor al prójimo, y por tanto a la salvación.

A casi nadie de los que acompañaban a Jesús le interesaba el sufrimiento del pobre ciego. Sólo Jesús sintió compasión e interés por él. ¿No sucede hoy lo mismo con tantos que se profesan cristianos, católicos y viven indiferentes, cierran los ojos y el corazón ante el sufrimiento de multitud de hermanos? Incluso de hermanos con los conviven cada día. No hay peor ciego que el que no quiere ver.

“¡Señor, que yo vea!”, tiene que ser también hoy el grito sincero de cada uno de nosotros. Supliquemos que se nos abran los ojos de la cara para contemplar y agradecer las maravillas de la creación, que es transparencia y presencia de Dios.

Que se nos abran los ojos del corazón para descubrir las manifestaciones del amor de Dios para con nosotros y el grito de Cristo suplicándonos un gesto de amor para los que sufren de mil maneras.

Que se nos abran los ojos de la mente, para conocer la verdad que nos hace libres e hijos de Dios. Que se nos abran los ojos de la fe, para ver y vivir el sentido profundo de la vida y alcanzar el feliz destino eterno de nuestra existencia, ayudando a otros a conquistar ese destino maravilloso.

Sólo quien se reconoce ciego y pobre, puede desear, pedir y recibir la curación de su ceguera. Creer en Jesús no es cuestión sólo de palabras, doctrinas, ideas y rezos, ritos, sino de hechos, de adhesión amorosa a Él allí donde se manifiesta: Eucaristía, Biblia, prójimo, naturaleza...

“¡Señor Jesús, que yo vea!” Dame la fe que te permita curarme.

Jeremías 31, 7-9

Así dice Yavé: “¡Vitoreen con alegría a Jacob, aclamen a la primera de las naciones! Háganse escuchar, celébrenlo y publíquenlo: ‘¡Yavé ha salvado a su pueblo, al resto de Israel!’ Miren cómo los traigo del país del norte, y cómo los junto de los extremos del mundo. Están todos, ciegos y cojos, mujeres encinta y con hijos, y forman una multitud que vuelve para acá. Partieron en medio de lágrimas, pero los hago regresar contentos; los voy a llevar a los arroyos por un camino plano para que nadie se caiga. Pues he llegado a ser un padre para Israel, y Efraím es mi primogénito.

La historia del pueblo de Israel refleja nuestra historia individual, familiar, eclesial, nacional, mundial: infidelidad a Dios, pecado, goce desordenado a costa del sufrimiento ajeno, y al final de cuentas, también del propio sufrimiento... Poro no sólo sufrimos a causa de los pecados propios, sino –en especial los inocentes-, a causa de los ajenos.

Y Dios calla frente a los que hacen sufrir y ante los que sufren. Se demora en intervenir. Pero no se olvida. Él no puede fallar, sino que permanece fiel a su promesa: “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha”. Con tal de que le manifestemos este deseo con súplicas confiadas, conversión real, recurso a los medios de salvación: buenas obras, sacramentos, sufrimiento ofrecido, confianza en el omnipotente amor paternal-maternal de Dios.

La seguridad de la salvación consiste en que Dios es nuestro Padre y nos ama como hijos. Lo decisivo es que le creamos, lo aceptemos y amemos como Padre. Él sabe de nuestros llantos, sufrimientos y angustias. Puede demorarse, pero no olvida. Llega siempre a tiempo y en el momento justo.

Hebreos 5,1-6

Todo sumo sacerdote es tomado de entre los hombres, y le piden representarlos ante Dios y presentar sus ofrendas y víctimas por el pecado. Es capaz de comprender a los ignorantes y a los extraviados, pues también lleva el peso de su propia debilidad; por esta razón debe ofrecer sacrificios por sus propios pecados al igual que por los del pueblo. Pero nadie se apropia esta dignidad, sino que debe ser llamado por Dios, como lo fue Aarón. Y tampoco Cristo se atribuyó la dignidad de sumo sacerdote, sino que se la otorgó aquel que dice:”Tú eres mi Hijo, te he dado vida hoy mismo”. Y en otro lugar se dijo: “Tú eres sacerdote para siempre a semejanza de Melquisedec”.

El sacerdocio del Antiguo Testamento consistía en representar al pueblo ante Dios y ofrecer sacrificios de expiación por los pecados de ese pueblo y por los propios.

Pero Cristo añadió al sacerdocio una nueva función: ofrecerse a sí mismo por los pecados del pueblo. O sea: realizar a favor del pueblo la obra máxima de amor señalada y vivida por Jesús: Nadie tiene un amor tan grande como el de quien da la vida por los que ama.

Sólo ese amor da eficacia salvífica al sacerdocio ministerial y al sacerdocio bautismal. No basta con sólo ofrecer sacrificios, aunque sea el máximo: la Eucaristía, sino que es necesario ofrecerse en unión con Cristo eucarístico, como ofrenda agradable al Padre a favor de la humanidad y por el prójimo de cada día.

Todo bautizado recibido la dignidad del sacerdocio bautismal, por el que comparte el sumo sacerdocio de Cristo y el sacerdocio ministerial, realizando, a su nivel, las tres funciones del sacerdocio: representar a otros ante Dios mediante la oración, ofrecer sacrificios (sufrimientos, trabajos, penas) y ofrecerse a sí mismo en reparación por los pecados propios y ajenos, en especial en cada Eucaristía.

María es modelo de todo sacerdocio. Después del Sacerdocio Supremo del Salvador, ella ejerce el máximo sacerdocio: acoger a Cristo y darlo al mundo. Su sacerdocio supera en eficacia salvadora al de todos los sacerdotes, obispos y papas juntos. Modelo sacerdotal para la mujer de todos los tiempos.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, October 18, 2009

EL PRECIO DE LA FELIZ VIDA ETERNA


EL PRECIO DE LA FELIZ VIDA ETERNA


Domingo 29º Tiempo Ordinario-B / 18-10-2009.



Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: Maestro, concédenos que nos sentemos uno a tu derecha y otro a tu izquierda cuando estés en tu reino. Jesús les dijo: Ustedes no saben lo que piden. ¿Pueden beber la copa que yo estoy bebiendo o ser bautizados como yo soy bautizado? Ellos contestaron: - Sí, podemos. Jesús les dijo: Pues bien, la copa que yo bebo, la beberán también ustedes, y serán bautizados con el mismo bautismo que yo estoy recibiendo; pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me corresponde a mí concederlo; eso ha sido preparado para otros. Los otros diez se enojaron con Santiago y Juan. Jesús los llamó y les dijo: - Como ustedes saben, los que se consideran jefes de las naciones actúan como dictadores, y los que ocupan cargos abusan de su autoridad. Pero no será así entre ustedes. Por el contrario, el que quiera ser el más importante entre ustedes, debe hacerse el servidor de todos, y el que quiera ser el primero, se hará esclavo de todos. Sepan que el Hijo del Hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida como rescate por todos. Marcos 10,32-45

Los discípulos se peleaban por los primeros puestos del ansiado reino temporal de Jesús, mientras él afrontaba la angustia de la muerte inminente. No podían creer que la victoria total del Maestro mediante la resurrección sería el resultado de su fracaso aparente en la cruz.
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Y también hoy, mientras Cristo sufre y muere en millones de seres humanos, mucha gente y buena parte de cristianos viven indiferentes, e incluso son cómplices del sufrimiento y muerte de sus hermanos, hijos del mismo Padre Dios, y se enredan en una lucha mezquina por el poder, el dinero y los privilegios.

Jesús pregunta a los ambiciosos discípulos si están dispuestos a pagar el precio de lo que piden: "beber el cáliz”, compartir su pasión y muerte. Ellos responden que sí, sin saber lo que dicen.
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Pero al fin beberán el cáliz del martirio, a imitación de Cristo, que les dará infinitamente más de lo que pedían: les dará la resurrección, la vida eterna e impensables puestos de gloria en su reino eterno.

También Iglesia hay quiénes ambicionan mezquinamente puestos, poder, y privilegios, siendo así que la autoridad en la Iglesia no puede ser sino servicio de amor salvífico, ejercido a imitación y en nombre de Cristo muerto y resucitado.

El máximo honor es para quien más ama, no para quien más poder y títulos tiene. La autoridad se hace cruz de servicio en el amor, hasta imitar a Jesús en el máximo servicio y amor: dar la vida por los que ama, para así resucitar él y resucitarlos a ellos.

Dar la vida no significa sólo morir, sino también proyectar la vida entera como donación por el bien y la salvación de los hombres, para recuperarla al fin en total plenitud mediante la resurrección. “Quien entregue la vida por mí, la salvará”.

Jesús, pagando el precio de su muerte por nuestra vida, adquirió para sí y para la humanidad la victoria total y definitiva sobre su muerte y sobre nuestra muerte con la resurrección.

Los pastores no han sido elegidos “para ser servidos, sino para servir y dar la vida por sus hermanos”, como Cristo. Y a servicio total, premio total.

Jesús nos pide vivir en el amor sin dominio posesivo sobre los demás. Y si nos da alguna autoridad, usémosla como él: con amor servicial, sin evadir responsabilidades y exigiendo el cumplimiento de responsabilidades a quienes nos han sido encomendados.

Isaías 53,10-11

Quiso Yavé destrozarlo con padecimientos, y él ofreció su vida como sacrificio por el pecado. Por esto verá a sus descendientes y tendrá larga vida, y el proyecto de Dios prosperará en sus manos. Después de las amarguras que haya padecido su alma, gozará del pleno conocimiento. El Justo, mi servidor, hará una multitud de justos, después de cargar con sus deudas.


La expresión del profeta: “Quiso Yavé destrozarlo con padecimientos”, hoy la entendemos así: “El Padre asistió a Jesús cuando era destrozado con padecimientos”, pues Dios no es un padre sádico que se ensaña contra el que más ama: su propio Hijo predilecto. El Dios-Amor no puede querer el mal de sus hijos; sino que entra en el sufrimiento de sus hijos para convertirlo en felicidad eterna.

El Padre no planeó ni aprobó el sufrimiento infligido a Jesús, sino que premió su fidelidad en el amor a él y a los hombres, a pesar del sufrimiento: dio su vida por librarnos del pecado, de la muerte y del infierno, y ganarnos la resurrección y la vida eterna.

Los sufrimientos de Cristo fueron como dolores de parto, pues con ellos engendró a sus hermanos para la vida sin fin en la Familia eterna de la Trinidad, según su plan de salvación a favor de los hombres, nosotros.
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Nosotros estamos llamados a vivir lo mismo: compartir con Cristo nuestros sufrimientos, incluida la muerte, para engendrar, en unión con és, a muchos hermanos, participando de la paternidad-maternidad universal del Padre en favor de los pecadores, empezando siempre por los más cercanos.

Acojamos con gozo esta vocación de compartir la obra redentora de Cristo, asociando nuestros sufrimientos inevitables, y los ajenos, a los de Jesús, presentándonos “como ofrenda agradable al Padre”, especialmente en la celebración de la Eucaristía, donde Cristo comparte con nosotros su redención.

Hebreos 4,14-16

Tenemos, pues, un Sumo Sacerdote excepcional, que ha entrado en el mismo cielo, Jesús, el Hijo de Dios. Esto es suficiente para que nos mantengamos firmes en la fe que profesamos. Nuestro Sumo Sacerdote no se queda indiferente ante nuestras debilidades, pues ha sido probado en todo igual que nosotros, a excepción del pecado. Por lo tanto, acerquémonos con plena confianza al Dios de bondad, a fin de obtener misericordia y hallar la gracia del auxilio oportuno.

El Sumo Sacerdote israelita entraba en el Tabernáculo, para expiar ante Dios los propios pecados y los del pueblo. Jesús, el nuevo Sumo Sacerdote, se presenta ante el Padre cargando sobre sí mismo nuestros pecados y sufrimientos.

Si Cristo ha hecho tanto por nosotros, es justo que nos acerquemos a él con plena confianza suplicando perdón, conversión, resurrección y vida eterna, puesto que para eso se encarnó, trabajó, predicó, sufrió, murió y resucitó. ¿Qué más podría hacer por nosotros, sus hermanos?
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Necesitaremos toda la eternidad para agradecer tan inmensos favores, sin dejar de agradecerlos también ya en esta vida, compartiendo el Sacerdocio de Jesús mediante el sacerdocio bautismal: Él confiere el honor del sacerdocio real a todo su pueblo santo (Prefacio de Jesús Sumo Sacerdote).

Ejercer el sacerdocio bautismal es imitar a Cristo: “Él entregó la vida por nosotros; y también nosotros debemos dar ahora la vida por nuestros hermanos” (1 Juan 3,16). Puesto que de todos modos debemos darla, démosla sacerdotalmente junto con Cristo, para recuperarla resucitada por él.



P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, October 11, 2009

¿Felices los ricos o felices los pobres?


¿Felices los ricos o felices los pobres?



Domingo 28º tiempo ordinario-B / 11 de Octubre de 2009.



Un hombre salió al encuentro de Jesús, se arrodilló delante de él y le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para conseguir la vida eterna?” Jesús le dijo: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino sólo Dios. Ya conoces los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no digas cosas falsas de tu hermano, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre”. El hombre le contestó: “Maestro, todo eso lo he practicado desde muy joven”. Jesús fijó su mirada en él, le tomó cariño y le dijo: “Sólo te falta una cosa: vete, vende todo lo que tienes y reparte el dinero entre los pobres, y tendrás un tesoro en el Cielo. Después, ven y sígueme”. Al oír esto se desanimó totalmente, pues era un hombre muy rico, y se fue triste. Entonces Jesús paseó su mirada sobre sus discípulos y les dijo: “¡Qué difícilmente entrarán en el Reino de Dios los que tienen riquezas!” Los discípulos se sorprendieron al oír estas palabras, pero Jesús insistió: “Hijos, ¡qué difícil es para los que ponen su confianza en el dinero entrar en el Reino de Dios! Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el Reino de Dios”. Ellos se sombraron todavía más y comentaban: “Entonces, ¿quién podrá salvarse?” Jesús los miró fijamente y les dijo: “Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para Dios todo es posible”. Marcos 10,17-30

El joven rico del Evangelio estaba dispuesto cumplir la ley, las prácticas religiosas y también a dar algunas limosnas con el fin de ganarse el cielo. Jesús le pide más para alcanzar la verdadera felicidad temporal y eterna que busca. Pero él se queda triste con sus riquezas, renunciando a la alegría y a la libertad frente a los bienes materiales, y arriesgándose a perder la felicidad eterna.

También hoy existen adinerados que cumplen normas y hacen algunas obras buenas, pero no se deciden a emplear en el bien lo que les sobra de sus riquezas, y no aceptan ni cargan con amor la cruz inevitable que lleva a la suprema riqueza: la resurrección y la vida eterna, ante las cuales nada valen todas las riquezas de este mundo.

Jesús afirma que es muy difícil que se salven quienes ponen su confianza en el dinero, -sean ricos o pobres-, dejando que este ídolo suplante en su corazón y en su vida a Dios y al prójimo necesitado. ¡Infelices los ricos que sólo tienen plata e infelices también los pobres que confían sólo en el dinero!

Decía la Beata Teresa de Calcuta: “Rico no es quien más tiene, sino el que menos necesita”. Rico es el que da de lo que es y de lo que tiene. No sólo bienes económicos y materiales, sino también dones personales: tiempo, inteligencia, corazón, profesionalidad, ejemplo, fe, esperanza, ayuda salvífica…

El dinero y los bienes materiales son una bendición de Dios para compartir. Mas se vuelven maldición a causa del egoísmo. Sin embargo, los bienes materiales generan un cúmulo de bendiciones cuando se administran para el bien, en especial cuando se invierte en la evangelización para la salvación de los hombres. Ésta es la máxima limosna que se puede hacer a otros y que podemos hacernos a nosotros mismos: “Quien salva a un persona, tiene asegurada su propia salvación”.

Los ricos desprendidos son como camellos cargados de tesoros que van repartiendo de lo que son y de lo que tienen; y por eso Dios les concede el milagro de pasar por el agujero de una aguja hacia la resurrección y la gloria.

Cuántos reyes, poderosos y ricos, usando sus bienes y su persona como Dios quiere, han llegado a una gran santidad. Pensemos en Moisés, José, virrey de Egipto, san Mateo, san Bernardo, san Francisco de Asís…, a los que han imitado innumerables reyes, poderosos, empresarios a través de la historia, y también hoy. “Para Dios no hay nada imposible”.

¡Felices los ricos que se hacen pobres comprando con sus riquezas el reino de Dios en la tierra y en el paraíso! ¡Y felices los pobres que lo esperan todo de Dios, a la vez que hacen lo imposible por llevar una vida digna y ayudan a otros a salir de la miseria material, moral y espiritual!


Sabiduría 7, 7-11

Oré y me fue dada la inteligencia; supliqué, y el espíritu de sabiduría vino a mí. La preferí a los cetros y a los tronos, y estimé en nada la riqueza al lado de ella. Comprendí que valía más que las piedras preciosas; el oro es sólo un poco de arena delante de ella, y la plata, menos que el barro. La amé más que a la salud y la belleza, incluso la preferí a la luz del sol, pues su claridad nunca se oculta. Junto con ella me llegaron todos los bienes: sus manos estaban repletas de riquezas incontables.


La verdadera sabiduría es la capacidad de ver, juzgar y sentir a las personas, las cosas, los acontecimientos con los ojos, la mente y el corazón de Dios. Lo cual se consigue con la oración: “Oré y descendió sobre mí el espíritu de la Sabiduría”.

La oración verdadera es el espacio del encuentro personal y gozoso con el Dios vivo, y a la vez escuela del conocimiento amoroso de Dios Amor, Dios Trinidad y Familia, fuente de toda sabiduría y de todos los bienes que sólo de ella nos vienen.

La sabiduría que viene de Dios es el tesoro escondido por el cual vale la pena darlo todo, pues ella nos devuelve al mil por uno todo lo que para adquirirla hayamos dejado, e inmensamente más. Darlo todo para alcanzar la sabiduría es la mejor inversión, el mejor negocio de nuestra vida.

“Si alguno se ve falto de sabiduría, pídala a Dios, que da generosamente y sin poner condiciones, y Él se la dará” (Santiago 1,5).

Así como la Palabra de Dios va más allá de la palabra sonido y nos pone en comunicación directa con la Palabra Persona, el Verbo Divino, Jesucristo; así también la sabiduría nos une con la Sabiduría Persona, que es el mismo Cristo Jesús.


Hebreos 4, 12-13

En efecto, la palabra de Dios es viva y eficaz, más penetrante que espada de doble filo, y penetra hasta donde se dividen el alma y el espíritu, los huesos y los tuétanos, haciendo un discernimiento de los deseos y pensamientos más íntimos. No hay criatura a la que su luz no pueda penetrar; todo queda desnudo y al descubierto a los ojos de aquél al que rendiremos cuentas.


La Palabra de Dios, por su eficacia, no regresa a Él sin comunicar luz: “Lámpara es tu Palabra para mis pasos, luz en mi sendero” (Salmo 118); y sin producir frutos de salvación, como nos lo asegura Jesús, la Palabra de Dios personificada e infalible: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto” (Juan 15, 5).

La Palabra de Dios es como una espada tajante que separa la verdad de la mentira, la luz de las tinieblas, el bien del mal, las intenciones buenas de las malas, la vida de la muerte, la justicia de la injusticia, el amor del egoísmo, la transparencia de la hipocresía...

No podemos acercarnos a la Palabra de Dios sin dejarnos iluminar agradecidos y aceptar ser cuestionados amorosamente por ella, a fin de que nuestras vidas vayan por caminos de luz, de verdad y de bien, de resurrección y de vida eterna.

Pero tengamos bien presente que si la Palabra de Dios escrita, pronunciada, memorizada o hecha imagen, no nos llevara al encuentro con la Palabra viva, la Palabra Persona, Cristo, el Verbo de Dios, esa Palabra nos resultaría estéril, y al final seríamos juzgados por ella misma.

La Palabra de Dios no sólo es la que está escrita en la Biblia; también son Palabra de Dios, - que nos habla de Él -, la creación, la vida, las personas, y la que está escrita en nuestros corazones. No está lejos de nosotros, sino entre nosotros y en nosotros, que somos templo vivo del Espíritu Santo, donde resuena de continuo la Palabra de Dios.

Quien la escucha y la pone en práctica, se hace testigo verdadero de Cristo resucitado y acreedor a la vida eterna, como él nos lo asegura: “Quien escucha mi palabra y la pone en práctica, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”. Jesús habla en serio, para suerte nuestra inaudita.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, October 04, 2009

POR EL AMOR A LA FELICIDAD




POR EL AMOR A LA FELICIDAD




Domingo 27° durante el año – B – 4-10-2009.



Llegaron donde Jesús unos fariseos que querían ponerlo a prueba y le preguntaron: "¿Puede un marido despedir a su esposa?" Les respondió: "¿Qué les ha ordenado Moisés?" Contestaron: "Moisés ha permitido firmar un acta de separación y después divorciarse". Jesús les dijo: "Moisés, al escribir esta ley, tomó en cuenta lo tercos que eran ustedes. Pero al principio de la creación Dios los hizo hombre y mujer; por eso dejará el hombre a su padre y a su madre para unirse con su esposa, y serán los dos una sola carne. De manera que ya no son dos, sino uno solo. Pues bien, lo que Dios ha unido, que el hombre no lo separe". Cuando ya estaban en casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo, y él les dijo: "El que se separa de su esposa y se casa con otra mujer, comete adulterio contra su esposa; y si la esposa abandona a su marido para casarse con otro hombre, también ésta comete adulterio". Le presentaban unos niños para que los tocara; pero los discípulos les reñían. Más Jesús, al ver esto, se enfadó y les dijo: "Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el Reino de Dios. Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él." Y abrazaba a los niños, y los bendecía poniendo las manos sobre ellos. (Marcos 10,2-16.)

El matrimonio tiene sentido y destino de éxito, de felicidad temporal y eterna, porque el amor, que es su vida y su poder, más fuerte que la muerte, tiende a crecer indefinidamente, hasta hacerse eterno.

Los esposos que se aman de verdad, desean que la felicidad buscada en el matrimonio se haga eterna. Pero eso tiene un costo: vivir las leyes del amor dadas por el Creador del matrimonio, y evitar cuanto pueda destruirlo, y esto sucede cuando el egoísmo suplanta al amor.

Al amor verdadero van siempre unidas la libertad y la felicidad, incluso en medio del sufrimiento, y a veces gracias al sufrimiento, por paradójico que parezca.

La indisolubilidad del matrimonio propuesta por Jesús no es cuestión de leyes, sino de vida y de amor; es la posibilidad, la oportunidad y responsabilidad para el amor total, para la felicidad en el tiempo y en la eternidad: felicidad de la mente, del corazón, del espíritu y del cuerpo, ya en esta vida, en cuanto sea posible.

Pero esto no es gratuito, y muchos optan por no pagar su precio, cediendo al engaño fatal de tomar por amor y felicidad lo que es sólo placer del cuerpo, mientras que la felicidad es conquista de la mente, del corazón y de la voluntad: brota de las profundidades del ser, de los valores esenciales de la persona total y de la vida.

La indisolubilidad del matrimonio es un programa de vida plena y feliz, a pesar de sufrimientos. Jesús ratifica el plan inicial de Dios, sin conceder rebajas al egoísmo. Sabe muy bien que cualquier otro camino lleva al fracaso, al sufrimiento estéril.

Los fracasos matrimoniales son tantos porque son muy pocos los que buscan y viven el amor verdadero: el amor-felicidad-libertad, sumergido en el amor de Dios, su fuente. El amor cortado de esa fuente, se seca y siembra desolación.

El matrimonio indisoluble es una buena noticia, un sí a la familia, a la vida, a la dignidad de la mujer y del hombre, al amor pleno, al derecho del niño a nacer, a tener y amar a un padre y a una madre que se amen y lo amen. Es un sí a la felicidad temporal de la familia, que encontrará su plenitud eterna en la Familia Trinitaria.

Los padres tienen también la misión de engendrarse mutuamente y engendrar a sus hijos para la vida eterna, lo cual constituye el éxito final y total del matrimonio. ¿De qué les sirve a los esposos ganar todo el mundo y engendrar hijos e hijas, si al final los pierden y se pierden a sí mismos para siempre?

La sexualidad, para que sea realmente humana, feliz y salvadora, debe ser comunión de amor entre dos, en cuerpo y espíritu, pero a la vez comunión de amor con Dios, creador de la sexualidad, del amor y de la familia.

Una pareja o familia sin amor mutuo arraigado en su Fuente, es un lugar de fiesta convertido en infierno. La solución no está destruir la planta con el divorcio, sino en volver decididos a regarla con amor, fe, oración, esperanza, decisión, perseverancia y optimismo, pues para Dios y para quien cree en él y a él se acoge, nada hay imposible.

Génesis 2, 18-24.

Dijo Yavé Dios: "No es bueno que el hombre esté solo. Le daré, pues, un ser semejante a él para que lo ayude". Entonces Yavé hizo caer en un profundo sueño al hombre y este se durmió. Le sacó una de sus costillas y rellenó el hueco con carne. De la costilla que Yavé había sacado al hombre, formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces el hombre exclamó: "Ésta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada varona porque del varón ha sido tomada". Por eso el hombre deja a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y pasan a ser una sola carne.

Según el Génesis, Dios creó al hombre y lo puso en un jardín de delicias, e incluso el mismo Dios por las tardes paseaba conversando con él. Pero en ausencia de Dios se sentía sólo y nada de lo creado lo llenaba.

Dios se dio cuenta del sufrimiento del hombre al sentirse solo. Y por eso le dio a la mujer, sacándola del cuerpo del hombre. Es el primer signo de predilección de Dios hacia la mujer: en vez de formarla de la tierra como al hombre, la formó de la materia más noble existente, del cuerpo del hombre.

Allí empezó el matrimonio como Dios lo quería: dos en una sola carne, hechos el uno para el otro en ayuda mutua, sirviéndose mutuamente en la gozosa libertad del amor, no en la esclavitud del instinto, que sin amor verdadero degrada al hombre y a la mujer por debajo de los animales, hundiéndolos en la infelicidad.

El matrimonio es una gran bendición de Dios para la humanidad, pues Dios mismo comparte su poder creador y amoroso con los esposos.

Hebreos 2, 9-11.

Al que Dios había hecho por un momento inferior a los ángeles, a Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria y honor como premio de su muerte dolorosa. Fue una gracia de Dios que experimentara la muerte por todos. Dios, del que viene todo y que actúa en todo, quería introducir en la gloria a un gran número de hijos, y le pareció bien hacer perfecto, por medio del sufrimiento, al que se hacía cargo de la salvación de todos; de este modo, el que comunicaba la santidad, se identificaría con aquellos a los que santificaba. Por eso él no se avergüenza de llamarnos hermanos.

El hombre, hecho poco inferior a los ángeles, se degradó por debajo de su propia condición al pretender ser más que los ángeles e igual a Dios. Quiso apropiarse la condición de Dios prescindiendo de Dios y contra Dios. Y esa pretensión sigue hoy entre los hombres, siendo la causa de todos los males y desgracias de la humanidad.

Compadecido de tanto sufrimiento, Dios retoma la comunicación directa con el hombre en la persona de Cristo que, entregándose al sufrimiento por amor al hombre, brinda de nuevo a la humanidad el verdadero amor, la libertad, la comunicación y la unión, perdidos por el abuso del placer, del poseer y del poder, con los cuales los humanos destruyen la naturaleza, se destruyen mutuamente y se autodestruyen.

Jesús, Dios hecho hombre, se somete a la humillación del sufrimiento para devolver al hombre y a la mujer su dignidad de hijos de Dios, con el gozo de compartir en la pareja la creación de nuevas vidas y de engendrarlas en Cristo para la vida eterna.

Cristo, el Hijo de Dios, ya no se conforma con ofrecer al hombre conversación al atardecer en un paraíso terrenal, sino que se compromete a estar con él todos los días hasta el fin del mundo.

Como los hombres somos también hijos de su mismo Padre, Jesús no se avergüenza de llamarnos hermanos, y carga en la cruz con nuestras rebeliones para así llevarnos al Paraíso eterno.



P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, September 27, 2009

LA EXCLUSIVA DE LA FE Y EL ESCÁNDALO


LA EXCLUSIVA DE LA FE Y EL ESCÁNDALO



Domingo 26° durante el año-B- 27-09-2009



Juan le dijo a Jesús: "Maestro, hemos visto a uno que hacía uso de tu nombre para expulsar demonios, y hemos tratado de impedírselo porque no anda con nosotros." Jesús contestó: "No se lo prohíban, ya que nadie puede hacer un milagro en mi nombre y luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está con nosotros. Y cualquiera que les dé de beber un vaso de agua porque son de Cristo, yo les aseguro que no quedará sin recompensa." "El que haga caer a uno de estos pequeños que creen en mí, sería mejor para él que le ataran al cuello una gran piedra de moler y lo echaran al mar. Si tu mano te está haciendo caer, córtatela; pues es mejor para ti entrar con una sola mano en la vida, que ir con las dos al fuego que no se apaga". (Marcos 9,38-43)

Los discípulos de Jesús querían para su grupo la exclusiva de los milagros, de la fe, de la salvación y del mismo Salvador. El móvil solapado era el dominio y los privilegios, no el servicio humano y salvífico al hombre hermano, por ser también él hijo de Dios.

Los apóstoles quieren prohibir que otros hagan milagros en nombre de Jesús, pero la respuesta del Maestro es contundente: “Quien no está contra nosotros, está con nosotros”.

Aclaración que repite hoy a tantos cristianos y pastores que pretenden tener en exclusiva la acción y experiencia salvífica de Cristo, como si el Salvador debiera someterse en todo a sus controles, criterios y permisos. “El Espíritu sopla donde quiere”.

Jesús, el Salvador del mundo, desde la Iglesia realiza su obra redentora universal también fuera de límites eclesiásticos oficiales, como él declaró: “Tengo otras ovejas que no son de este redil; también las llamaré y escucharán mi voz” (Juan 10, 16).

Entre esas “otras ovejas” también están los niños, con los cuales Jesús se identifica, y que en su inocencia están abiertos a Dios, a la fe, al bien, a la salvación, pero que pueden ser fácilmente alejados de Dios y del camino de la salvación por el escándalo de los mayores.

Terrorífica es la perspectiva para quienes escandalizan a un inocente y a gente sencilla, alejándolos de Dios: “A quien escandalice a uno de estos pequeños, más le valiera que le ataran al cuello una gran piedra y lo arrojaran al fondo del mar”.

Y tajante también la amonestación de Jesús para quienes usan los miembros del cuerpo para hacer el mal que aleja de Dios y de la salvación: “Si tu mano o tu pie te hacen caer, córtatelos; y si tu ojo te lleva al mal, arráncatelo; pues más te vale entrar manco, cojo o tuerto en el paraíso, que precipitarte con todos tus miembros en el infierno eterno”.

Jesús no se anda con fáciles acomodaciones: su lenguaje drástico pone de relieve la seriedad y la suma importancia de sus tres enseñanzas de hoy: No creernos con la exclusiva de Dios, de la verdad, de la salvación; no escandalizar; no usar los miembros del cuerpo para hacernos mal a nosotros mismos, a los otros o a la creación, con el serio riesgo de perder la herencia eterna, con todo lo que somos, gozamos, tenemos y amamos.

Asociémonos a nuestro Salvador en su obra de redención dentro y fuera de la Iglesia, con la oración, el ejemplo, el sufrimiento ofrecido, las obras, la palabra, la unión a él, sobre todo con la Eucaristía, sacramento universal de salvación.

¡Cuánto debemos orar, trabajar y ofrecer las cruces por la salvación de quienes hemos escandalizado, tal vez de mil maneras! Y agradecer a Dios por darnos tiempo de reparar, a pesar de merecer ser arrojados al fondo del mar y ser mutilados.

Nadie gana más que nosotros mismos si tomamos en serio nuestra salvación y las de los otros. Todos tenemos nuestra parcela de personas en cuya salvación Cristo Jesús nos invita a colaborar con él, empezando por el hogar, condición para nuestra salvación.

Nada hay tan contradictorio como un cristiano al que no le interesa la salvación de los suyos, del prójimo, de los más posibles.

Números 11,25-29

Entonces Yavé bajó en la nube y habló, luego tomó del espíritu que estaba en Moisés y lo puso en los setenta hombres ancianos. Cuando el espíritu se posó sobre ellos, se pusieron a profetizar, pero después no lo hicieron más. Dos hombres se habían quedado en el campamento, el primero se llamaba Eldad y el otro, Medad; el espíritu se posó sobre ellos. Pertenecían a los inscritos, pero no habían ido a la Tienda, y profetizaron en el campamento. Un muchacho corrió para anunciárselo a Moisés: "Eldad y Medad están profetizando en el campamento". Josué, hijo de Nun, servidor de Moisés desde su juventud, tomó la palabra: "¡Mi señor Moisés, prohíbeselo!" Pero Moisés le respondió: "¿Así que te pones celoso por mí? ¡Ojalá que todo el pueblo de Yavé fuera profeta, que Yavé les diera a todos su espíritu!"

Dios elige de forma especial a personas y grupos para comunicarles su Espíritu con el fin de guiar a su pueblo hacia la salvación. Pero no se ata a nadie como si Él fuera un monopolio. Se reserva la libertad total de comunicar su Espíritu más allá de todo límite, creencia y pretensión humana.
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Esa apertura universal la retoma Jesús y se la comunica a sus apóstoles, frente a la actitud del pueblo judío que creía poseer en exclusiva a Dios y su salvación. Esta pretensión ha sido causa de las grandes y escandalosas divisiones religiosas, y las sigue causando y alimentando.

Pero el Espíritu de Dios sopla donde quiere, y dichosos quienes lo secundan con un corazón ecuménico, universal, en todo lo que él obra fuera de toda institución religiosa, incluida la Iglesia fundada por el mismo Jesucristo.

Santiago 5,1-6

Ahora les toca a los ricos: lloren y laméntense porque les ha venido encima desgracias. Los gusanos se han metido en sus reservas y la polilla se come sus vestidos, su oro y su plata se han oxidado. El óxido se levanta como acusador contra ustedes y como un fuego les devora las carnes. ¿Cómo han atesorado, si ya eran los últimos tiempos? El salario de los trabajadores que cosecharon sus campos se ha puesto a gritar, pues ustedes no les pagaron; las quejas de los segadores ya habían llegado a los oídos del Señor de los ejércitos. Han conocido sólo lujo y placeres en este mundo, y lo pasaron muy bien, mientras otros eran asesinados. Condenaron y mataron al inocente, pues ¿cómo podía defenderse?
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Santiago se refiere a los ricos que han hecho de las riquezas su dios, su ídolo, poniendo en ellas todas las esperanzas de su vida, sin usar esos bienes al servicio de sus semejantes, pues para ayudar los han recibido, a menos que sean fruto de corrupción y de robos.

Muchos se han hecho y se hacen ricos a costa de la pobreza de sus semejantes, y han construido y construyen su vida incluso sobre la muerte de inocentes. Y esto no se refiere sólo a individuos, sino también a pueblos y naciones. ¿Qué pueden esperar?

Sus seguridades y esperanzas serán destruidas de improviso, cuando menos lo piensen. Y así como sus víctimas no pudieron defenderse de ellos, así ellos no podrán escapar de lo que se les vendrá encima. ¡Más vale prevenir que lamentar!

Cristianos ricos, instituciones y naciones ricas, vean de dónde les vienen sus riquezas y cómo las invierten, pues pueden convertirse en la trampa y ruina fatal de todas sus seguridades. ¡Pónganse a salvo a tiempo, sin pensarlo dos veces!


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, September 20, 2009

SERVICIO contra AMBICIÓN


SERVICIO contra AMBICIÓN


Domingo 25º durante el año -B / 20-09- 2009.


Jesús atravesaba la Galilea junto con sus discípulos y no quería que nadie lo supiera, porque enseñaba y les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará». Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas. Llegaron a Cafarnaúm y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: «¿De qué hablaban en el camino?» Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande. Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: «El que quiera ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos». Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: «El que acoge a uno de estos pequeños en mi nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no me recibe a mí, sino a aquél que me ha enviado». Marcos. 9,30-37.

Ante la incomprensión de los discípulos, Jesús les repite el anuncio de su pasión y de su resurrección. Mas para ellos Jesús no puede ni debe morir, sino llegar a ser el Mesías, el rey glorioso que les asigne los cargos de ministros en su reino temporal.

Y mientras Jesús anuncia sufrimientos – con la certeza de que han de ser coronados por la resurrección -, surge entre los discípulos una vergonzosa contienda por los primeros puestos en el soñado reino terreno de Jesús.

Hoy, como entonces, sigue siendo arduo cargar la cruz detrás de Cristo para llegar con él a la resurrección y a la gloria eterna, pues el poder, la ambición y el disfrute están muy arraigados en el hombre, y en vano pretende alcanzar la resurrección y la gloria sin pasar por la cruz, haciéndose una religión a su gusto, de apariencias y cumplimiento, sin encuentro real con Cristo resucitado presente.

La cruz – todo sufrimiento, enfermedad, dolor, agonía, muerte ofrecidos en unión con Cristo- sigue siendo el único camino hacia la resurrección y a la gloria, y la única manera de triunfar sobre el dolor y la muerte, como lo fue para él. Sólo esta esperanza hace soportables y llevaderas nuestras cruces –pequeñas o grandes- de cada día y de toda la vida.

También a los discípulos o cristianos de hoy Jesús nos dirige el mismo anuncio que a los de entonces: "Si alguno quiere ser mi discípulo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo". La cruz del servicio a Dios y al prójimo es ya una cruz pascual, porque Cristo resucitado nos la alivia al cargarla con nosotros, por la etapa del Calvario, hacia la meta de la resurrección y de la gloria. “Los sufrimientos de este mundo no tienen comparación con el peso de gloria que nos espera”, dice san Pablo.

Sin embargo, tal vez evadimos una y mil veces el servicio generoso y la renuncia a lo que nos hace "enemigos de la cruz de Cristo", como si la cruz fuera causa de infelicidad, y no causa de resurrección y felicidad eternas, como lo fue para Cristo.

Pero es admirable ver cómo Jesús, ante las ambiciones y ceguera de los discípulos, no se pone a reprenderlos con enojo, sino que se sienta y los instruye de nuevo con infinita paciencia, esperando que entiendan de una vez. ¡Buen ejemplo para pastores, catequistas y padres!

A los discípulos de entonces y de hoy Jesús les propone como modelo a un niño. Los niños no tienen pretensiones de dominio y grandeza. Están abiertos a todos, sin malicia ni ambición posesiva; son sencillos, pacíficos, felices. No se imponen. Viven y sufren al estilo de Cristo: como mansos corderitos. Pero ¡ay de quienes los hacen sufrir! Dios saldrá en defensa de ellos frente a sus verdugos, a quienes devolverá con creces los sufrimientos causados.

Lo que hace grandes y nos merece los primeros puestos en el reino de Jesús, no es dominar y ser ricos, sino servir a los más pequeños, a los que sufren, a los pobres y marginados. Porque todo lo que se hace con ellos, con Cristo mismo se hace. “Estuve necesitado y ustedes me socorrieron: vengan, benditos de mi Padre a poseer el reino”.

Sabiduría 2, 12. 17-20

Dicen los impíos: Tendamos trampas al justo, porque nos molesta y se opone a nuestra manera de obrar; nos echa en cara las transgresiones a la Ley y nos reprocha las faltas contra la enseñanza recibida. Veamos si sus palabras son verdaderas y comprobemos lo que le pasará al final. Porque si el justo es hijo de Dios, Él lo protegerá y lo librará de las manos de sus enemigos. Pongámoslo a prueba con ultrajes y tormentos, para conocer su temple y probar su paciencia. Condenémoslo a una muerte infame, ya que él asegura que Dios lo visitará.

Los impíos, que abundan en todos los tiempos y lugares, viven con la esperanza puesta únicamente en lo material palpable, y se creen incluso con derecho de vida o muerte sobre sus hermanos; muerte en sus múltiples formas: la indiferencia, el desprecio y la marginación, el asesinato, hoy tan extendido, y tantas veces impune.

El impío no aguanta a una persona honrada, porque ésta, con su recta conducta, denuncia la mala conducta del impío, que intentará acallar de mil maneras al bueno, sin pensar en las consecuencias que lo alcanzarán de improviso.

Quienes hacen el mal porque no creen en Dios, o porque no él actúa de inmediato contra ellos mismpos a favor de los inocentes; y quienes piden cuentas a Dios o lo acusan porque permite las fechorías de los impíos contra los buenos, y no pasan de ahí, quedándose de brazos cruzados e indiferentes ante el mal, no creen realmente en Dios ni en la vida eterna, y la perderán a causa de su fatal autoengaño -dicen y no hacen-, que lamentarán eternamente.

El bueno, el inocente que sufre, será liberado de sus verdugos, incluso a través del sufrimiento y de la misma condena a muerte, como sucedió con el Bueno y Justo por excelencia: Cristo, liberado y liberador por la cruz y la resurrección.

Santiago 3, 16 - 4, 3

Hermanos: Donde hay rivalidad y discordia, hay también desorden y toda clase de maldad. En cambio, la sabiduría que viene de lo alto es, ante todo, pura; y además, pacífica, benévola y conciliadora; está llena de misericordia y dispuesta a hacer el bien; es imparcial y sincera. Un fruto de justicia se siembra pacíficamente para los que trabajan por la paz. ¿De dónde provienen las luchas y las querellas que hay entre ustedes? ¿No es precisamente de las pasiones que combaten en sus mismos miembros? Ustedes ambicionan, y si no consiguen lo que desean, matan; envidian, y al no alcanzar lo que preten¬den, combaten y se hacen la guerra. Ustedes no tienen, porque no piden. O bien, piden y no reciben, porque piden mal, con el único fin de satisfacer sus pasiones.


He aquí una radiografía de tantas familias cristianas, comunidades religiosas, grupos parroquiales donde impera la discordia, la rivalidad, las envidias…; y que delata las causas vergonzosas de esa situación: pasiones, ambición de poder, e incluso la oración mal hecha, porque con ella se intenta encubrir esas situaciones, en lugar de vivir y promover la unión con Dios y con el prójimo.

Están juntos para hacer cosas, en lugar de estar unidos a Cristo para vivir y ayudarse en el camino de la fe, de la evangelización y de la salvación propia y ajena.

Un cristiano sólo se puede sentir cristiano, si está unido a Cristo por la oración, la Eucaristía y por la misma comunión; si ama a quien Cristo ama, si perdona a quien Cristo perdona, si pide y sufre por la salvación de quienes Cristo ha venido a salvar y cuya obra redentora quiere que compartamos con él.

Pero Santiago también indica el remedio a tanto desconcierto escandaloso: la sabiduría de la fe, que es pura, pacificadora, conciliadora, imparcial, sincera, llena de misericordia… “Los que trabajan por la paz, serán llamados hijos de Dios”.

P. Jesús Álvarez, ssp.