Sunday, February 28, 2010

TRANSFIGÚRANOS, SEÑOR


TRANSFIGÚRANOS, SEÑOR


2º Domingo de Cuaresma, 28-02-2010.


Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a un monte alto. A la vista de ellos su aspecto cambió completamente. Incluso sus ropas se volvieron resplan-decientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, que conversaban con Jesús. Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Levantemos tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. No sabía lo que decía, porque estaban desconcertados. En esto ser formó una nube que los cubrió con su sombra, y desde la nube se oyeron estas palabras: Éste es mi Hijo, el amado. Escúchenlo! Y de pronto, mirando a su alrededor, no vieron ya a nadie; sólo Jesús estaba con ellos. Lucas 9, 28-36 .

Jesús sabe que su muerte se acerca, y así lo anuncia a sus discípulos. Ellos, como Jesús, se sienten afligidos por el inminente y triste desenlace. Pero con la transfiguración en el monte Tabor, el Padre les muestra, a los discípulos y a Jesús, un anticipo de la resurrección para reanimarlos.

Jesús habla con Moisés y Elías del fin ya próximo de su carrera terrena. Y el Maestro ha querido que sus discípulos predilectos, Juan, Pedro y Santiago, estén presentes, para que se animen viendo en qué va a terminar la muerte de Jesús, como él les había anunciado: Y al tercer día resucitaré. Aunque ellos no comprenden ni creen lo de la resurrección hasta que ven resucitado al Mesías.

Los discípulos dudan de si Jesús no estará equivocado, si no va hacia el fracaso total. Por eso el Padre les quiere dar una prueba más, hablándoles desde la nube: Este es mi Hijo predilecto: escúchenlo. Quiere decir: “Créanle. Es cierto lo que dice: que al tercer día resucitará, porque es mi verdadero Hijo”.

El sufrimiento y la perspectiva de la muerte engendran tristeza en nosotros, si no miramos más allá: a la resurrección. Lo peor es una tristeza sin la luz de la esperanza, porque tal tristeza no es cristiana: es contraria a la fe en la alegría de la resurrección, que es la primera y principal verdad de la fe.

Desde que Jesús sufrió, murió y resucitó, todo sufrimiento, y la muerte misma, tienen sentido y destino de resurrección y de vida, de felicidad y gloria sin fin. Nos lo asegura san Pablo: Si sufrimos con Cristo, reinaremos con él; si morimos con él, viviremos con él”.

Cada sufrimiento se nos compensará con un enorme peso de gozo y de gloria, si lo asociamos con fe y esperanza a los sufrimientos de Jesús. “Tengo por cierto que los sufrimientos de esta vida no tienen comparación alguna con el peso de gloria que se manifestará en nosotros”, dice san Pablo.

En Cristo se verifican otras transfiguraciones. La primera fue la gran transfiguración: el Hijo de Dios se hace a la vez hijo de María por la encarnación.

La otra gran transfiguración se verifica en la Eucaristía: el paso del Dios-hombre a ser pan y vino, para alimentar a los hombres con su vida divina. Quien come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él. Quien me come, vivirá por mí. Y la última gran transfiguración, la resurrección: el paso de Cristo muerto a Cristo resucitado y ascendido al cielo. Ese mismo camino lo ha abierto Jesús también para nosotros.

Si creemos en la presencia de Jesús en el pan eucarístico, hemos de creer también en su presencia bajo las especies humanas de los hombres, sus hermanos y nuestros, con quienes él mismo se identifica: Todo lo que hagan a uno de estos mis pequeños hermanos, a mí me lo hacen.

Convertirse es transfigurarse en Cristo por el amor agradecido y la unión con él; y por el amor salvífico al prójimo, como él lo ama: hasta dar la vida por quienes amamos. Es afianzarse en la verdadera vida cristiana (vida en Cristo), camino de la plenitud y de la felicidad temporal y eterna que todos anhelamos.


Génesis 15,5-12. 17-18.

Yavé sacó a Abram afuera y le dijo: "Mira al cielo y cuenta las estrellas, si puedes. Así será tu descendencia." Y creyó Abram a Yavé, quien lo tuvo en adelante por un hombre justo. Yavé le dijo: "Yo soy Yavé, que te sacó de Ur de los Caldeos, para entregarte esta tierra en propiedad." Abram le preguntó: "Señor, ¿en qué conoceré yo que será mía?" Le contestó: "Tráeme una ternera, una cabra y un carnero, todos ellos de tres años, y también una paloma y un pichón." Abram trajo todos estos animales, los partió por mitad, y puso una mitad frente a la otra; las aves no las partió. Cuando el sol ya se había puesto y estaba todo oscuro, algo como un calentador humeante y una antorcha encendida pasaron por medio de aquellos animales partidos. Aquel día Yavé pactó una alianza con Abram diciendo: "A tu descendencia le daré esta tierra desde el torrente de Egipto hasta el gran río Éufrates”.

Abram es anciano y no tiene descendencia. Situación muy penosa en aquellos tiempos, por no poder estar entre los ascendientes del Mesías. Pero Dios le promete una descendencia inmensa. Y por la fe en la palabra de Dios, el “padre de los creyentes” engendra a un hijo, que será padre de multitudes a través de los siglos.

¿Quién no ha probado la tristeza de sentir estéril su vida, aunque haya tenido hijos de la propia carne? En especial cuando los hijos olvidan a sus padres, y tal vez todo da a entender que no se los ha engendrado en la fe. Triste es constatar: ¿De qué vale haber tenido hijos y nietos, si al final se pierden para siempre?

¿Será auténtica la fe de los padres que no pasa a sus hijos? Es necesario recurrir más a la oración, al buen ejemplo, al sacrificio ofrecido, a obras y actitudes de fe, y especialmente a la Eucaristía ofrecida por ellos, y al final entregar la vida por su salvación, ejerciendo así el sacerdocio bautismal a favor de ellos.

Y esta paternidad-maternidad que engendra hijos para la vida eterna, se puede y se debe extender, en unión con Cristo, a toda la familia, a las amistades, vecinos... y a muchos otros. Así nos hacemos, en verdad, padres y madres de multitudes. A cada uno de nosotros Dios le ha asignado su parcela de salvación.


Filipenses 3,17-21. 4, 1

Sean imitadores míos, hermanos, y fíjense en los que siguen nuestro ejemplo. Porque muchos viven como enemigos de la cruz de Cristo; se lo he dicho a menudo y ahora se lo repito llorando. La perdición los espera; su dios es el vientre, y se sienten muy orgullosos de cosas que deberían avergonzarlos. No piensan más que en las cosas de la tierra. Nosotros tenemos nuestra patria en el cielo, y de allí esperamos al Salvador que tanto anhelamos, Cristo Jesús, el Señor. Pues él cambiará nuestro cuerpo miserable usando esa fuerza con la que puede someter a sí el universo, y lo hará semejante a su propio cuerpo, del que irradia su gloria. Por eso, hermanos míos, a quienes tanto quiero y echo de menos, que son mi alegría y mi corona, sigan así firmes en el Señor, amadísimos.

A San Pablo le arranca lágrimas el hecho de que muchos convertidos a la fe en Cristo crucificado y resucitado, habían convertido el estómago y el sexo en ídolos de sus vidas y de sus aspiraciones, haciéndose “enemigos de la cruz de Cristo”.

¿Sobre cuántos cristianos tendría que llorar san Pablo hoy? ¿También sobre mí y sobre ti? Vale la pena verificar con sinceridad y profundidad si nos arrodillamos o no ante esos ídolos.

Si creemos que nuestra patria es el cielo, tenemos que echar mano de los medios para conquistarla. Y el medio esencial nos lo propone Jesús: Si alguno quiere ser mi discípulo, que cargue con su cruz cada día y se venga conmigo.

Pero la cruz no es el destino, sino sólo el camino por donde se sigue a Cristo hacia el destino absoluto: la resurrección y la gloria inmensa y sin fin.

La cruz es el pan cotidiano de quien renuncia a gozar a costa del sufrimiento ajeno; de quien elige arrancar las cruces de los que sufren; de quien opta por ser leal a Dios y al prójimo. Pero es sufrimiento que sana, salva y produce vida, alegría y felicidad, a semejanza de los dolores de parto de una madre amante de la vida que está para dar a luz.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, February 21, 2010

Las tentaciones de Jesús y las nuestras


Las tentaciones de Jesús y las nuestras


Domingo 1º de Cuaresma - Ciclo C / 21-2-2010.



Jesús volvió de las orillas del Jordán lleno del Espíritu Santo y se dejó guiar por el Espíritu a través del desierto, donde fue tentado por el demonio durante cuarenta días. En todo ese tiempo no comió nada, y al final sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: Si eres Hijo de Dios, manda a esta piedra que se convierta en pan. Jesús le contestó: Dice la Escritura: El hombre no vive solamente de pan. Lo llevó después el diablo a un lugar más alto, le mostró en un instante todas las naciones del mundo y le dijo: Te daré poder sobre estos pueblos, y sus riquezas serán tuyas, porque me las han entregado a mí y yo las doy a quien quiero. Si te arrodillas y me adoras, todo será tuyo. Jesús le replicó: La Escritura dice: Adorarás al Señor tu Dios y a él sólo servirás. A continuación el diablo lo llevó a Jerusalén, y lo puso en la muralla más alta del Templo, diciéndole: Si tú eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, pues dice la Escritura: Dios ordenará a sus ángeles que te protejan; y también: Ellos te llevarán en sus manos, para que tu pie no tropiece en ninguna piedra. Jesús le replicó: También dice la Escritura: No tentarás al Señor, tu Dios. Al ver el diablo que había agotado todas las formas de tentación, se alejó de Jesús, a la espera de otra oportunidad. (Lucas. 4,1-13).

Jesús hace ayuno como entrenamiento de libertad frente a las exigencias del cuerpo, y también como experiencia del hambre, ese lento y horrible tormento de tantos humanos.

El tentador le pide que venda su conciencia por un trozo de pan que, con su poder, Jesús mismo podía sacar de las piedras. Frente a la solución milagrera, Jesús declara que por encima de las necesidades del cuerpo, hay necesidades más profundas del espíritu y de la persona que no se pueden canjear por un pedazo de pan, ni por dinero, placer, fama o poder. El hombre no es sólo estómago, vientre y sexo, sino un ser con hambre de infinito que sólo Dios infinito puede saciar.

A la segunda propuesta de ambición y esclavitud al poder, Jesús responde que el poder y la libertad suprema están en servir, adorar y amar a Dios, de quien recibimos todo lo que somos, tenemos, gozamos, amamos y esperamos. Servir a los ídolos del placer, del poder y del dinero equivale a perderlo todo al final.

Y por último, la tentación de la fama, el aplauso y la admiración de los idólatras. Es la peor de las tentaciones: ser como Dios a espaldas Dios y pretender utilizarlo en función de los propios intereses, pero con fin fatal.

Jesús, entrenado para sufrimiento positivo y productivo de salvación, y a la renuncia en vista de la conquista del paraíso, vence definitivamente al tentador, y el Padre lo premia con un banquete servido por los mismos ángeles.

Jesús nos enseña que el camino de la victoria sobre las tentaciones no es cuestión de pura renuncia y tristeza, sino de valentía, libertad, coraje, gozo y honor por la victoria contra el mal.

Y nos indica los medios: la oración, mediante la cual nos hacemos con el mismo poder de Dios, único capaz de vencer al tentador en nosotros y con nosotros. La oración pone a nuestro alcance el tesoro infinito que es el mismo Dios.

El ayuno, también de alimento físico, para compartir con los pobres; pero en especial de todo cuanto hace daño al otro o a uno mismo, a la creación y a Dios, en el esfuerzo sufrido y valiente por hacer el bien.

Y la limosna, no sólo con ayudas materiales, sino con todo lo que nos ha sido dado: amor, inteligencia, tiempo, perdón, fortaleza, cercanía, compasión, consuelo, oración y sufrimiento por la salvación de los otros, que es la máxima limosna.

Así tendremos una cuaresma gozosa y una pascua jubilosa, con Cristo presente.


Deuteronomio 26, 4-10.

El sacerdote tomará de tus manos el canasto y lo depositará ante el altar de Yavé, tu Dios. Entonces tú dirás estas palabras ante Yavé: "Mi padre era un arameo errante, que bajó a Egipto y fue a refugiarse allí, siendo pocos aún; pero en ese país se hizo una nación grande y poderosa. Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron dura servidumbre. Llamamos pues a Yavé, Dios de nuestros padres, y Yavé nos escuchó, vio nuestra humillación, nuestros duros trabajos y nuestra opresión. Yavé nos sacó de Egipto con mano firme, demostrando su poder con señales y milagros que sembraron el terror. Y nos trajo aquí para darnos esta tierra que mana leche y miel. Y ahora vengo a ofrecer los primeros productos de la tierra que tú, Yavé, me has dado." Los depositarás ante Yavé, te postrarás y adorarás a Yavé, tu Dios.

¿Es Dios quien manda los sufrimientos y las pruebas? La respuesta está en otra pregunta: Algún padre que tenga corazón y sentido común, ¿puede desear afligir con sufrimientos a sus hijos? ¿Dios puede ser peor que un padre humano?

Con todo, un padre puede permitir una dolorosa operación para salvar la vida de su hijo. Dios acude a nuestro sufrimiento para convertirlo en fuente de vida, felicidad y gloria gracias a su omnipotencia amorosa. Eso hizo con su Hijo.

Y nuestra actitud ante el Padre no puede ser sino de gratitud y alabanza, a la vez que le entregamos parte de lo que nos dio para colocarlo en el altar de las necesidades del prójimo, con quien el mismo Dios se identifica.


Romanos 10, 8-13.

Hermanos: la Escritura dice: “Muy cerca de ti está la Palabra, ya está en tus labios y en tu corazón”. Ahí tienen nuestro mensaje, y es la fe. Porque te salvarás si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos. La fe del corazón te procura la verdadera rectitud, y tu boca, que lo proclama, te consigue la salvación. También dice la Escritura: “El que cree en él, no quedará defraudado”. Porque todo el que invoque el Nombre del Señor, se salvará.

La Palabra de Dios está escrita en nuestros corazones. Pero del corazón tiene que pasar a la mente y a la vida, de lo contrario el mismo corazón sería su triste tumba.

¿Cómo nos habla Dios al corazón? Mediante la vida, la naturaleza, la Biblia, las personas, la oración, los sacramentos y todo lo que sucede en nosotros y a nuestro alrededor. Todo es Palabra de Dios que él escribe en nuestro corazón para que la hagamos vida.

Pero es necesaria la atención, el deseo, el silencio, el amor, y la escucha leal para reconocer esa Palabra que llega a nuestros corazones, para dar a la vida valor eterno. Sólo la fe del corazón, o fe hecha amor, puede salvarnos.

La Palabra leída o escuchada es salvadora si nos contacta en vivo y en directo con la Palabra Persona: Cristo, quien pronuncia esa Palabra. Solo con esta unión logramos que la Palabra no quede estéril. El mismo lo afirma: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto; pero sin mí, no pueden hacer nada”.

Jesús escribe y pronuncia de continuo su Palabra en nuestros corazones, en nuestras vidas y en nuestro entorno mediante su presencia infalible: Yo estoy con ustedes todos los días... Y por su parte el Padre nos exhorta: Este es mi Hijo muy amado: escúchenlo. Él es el único Salvador: sólo quien le cree, lo ama, lo invoca y en él espera, alcanzará el perdón y la salvación.

No basta, pues, hablar de Dios y oír hablar de él; es necesario escucharlo a él en persona, que es nuestro Maestro interior, y nos habla al corazón y a la mente.

Tenemos que evitar a toda costa quebrantar el segundo mandamiento: “No pronunciarás el nombre de Dios en vano”. Y pecamos contra este mandamiento si tenemos a Dios en los labios, pero no en el corazón.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Saturday, February 13, 2010

LA FELICIDAD QUE POCOS BUSCAN Y ENCUENTRAN


LA FELICIDAD QUE POCOS

BUSCAN Y ENCUENTRAN


Domingo 6° durante el año C 14-2-2010.


Jesús levantó los ojos hacia sus discípulos y les dijo: "Felices ustedes los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios. Felices ustedes los que ahora tienen hambre, porque serán saciados. Felices ustedes los que lloran, porque reirán. Felices ustedes si los hombres los odian, los expulsan, los insultan y los consideran unos delincuentes a causa del Hijo del Hombre. Alégrense en ese momento y llénense de gozo, porque les espera una recompensa grande en el cielo. Recuerden que de esa manera trataron también a los profetas en tiempos de sus padres. Pero ¡pobres de ustedes, los ricos, porque tienen ya su consuelo! ¡Pobres de ustedes los que ahora están satisfechos, porque después tendrán hambre! ¡Pobres de ustedes los que ahora ríen, porque van a llorar de pena! ¡Pobres de ustedes, cuando todos hablen bien de ustedes, porque de esa misma manera trataron a los falsos profetas en tiempos de sus antepasados!” (Lucas 6,17.20-26).

La felicidad es lo que toda persona busca en lo vive, hace, dice, goza y espera, e incluso en todo lo que sufre. Pero ¡cuánto engaño en buscar la felicidad y cuánta felicidad sin buscadores!

Ser feliz significa experimentar que la propia vida es verdadera y exitosa porque se fundamenta en valores que no perecen ni siquiera con la muerte, que en el fondo es lo que anhela todo el que la busca. Felicidad es sentirse persona libre ante todo que lleva a la infelicidad; amar y ser amados, con un amor a Dios y al prójimo que asegura la victoria sobre la muerte.

Cristo tuvo como objetivo primordial de su vida la felicidad temporal y eterna del hombre, y la suya propia. Y nos enseñó el camino real de esa felicidad plena y eterna, que él siguió, logrando el éxito más rotundo sobre la muerte: la resurrección y la ascensión a la gloria eterna. Y ése es el camino de la felicidad que nos indica hoy: las bienaventuranzas. El camino que siguieron y siguen todos los suyos, cristianos de verdad por vivir unidos a él.

Pero... ¿cuántos buscan ese camino de la verdadera felicidad temporal y eterna que todos anhelamos? Cada religión, cada cultura, cada generación tiene sus criterios de felicidad, que en su gran mayoría son los falsos criterios de sociedad del poder, del tener y del placer, que acaban en nada.

Las bienaventuranzas son el programa de vida que Jesús ofrece a todos para lograr la felicidad en esta tierra y su misma felicidad divina en el cielo.

Pero, ¿cómo pueden ser felices los pobres, los que lloran, los que sufren, los perseguidos, los hambrientos, los pacíficos...? Muy sencillo: Dios convierte esas infelicidades pasajeras en felicidad temporal y eterna. Así lo hizo con Cristo y lo hace con quienes lo siguen.

La verdadera pobreza consiste en tener conciencia de que todo lo que somos, tenemos, amamos, gozamos y esperamos es propiedad de Dios. Son bienes puestos en nuestras manos para gozarlos y compartirlos con gratitud. Pobre verdadero es quien no pone en lugar de Dios a ninguna criatura o disfrute.

Pero infelices y pobres son los ricos a costa de los pobres, que ríen sobre la tristeza ajena, se sacian a costa del hambre de otros... Su futuro es la muerte y la infelicidad eterna. Pues ya se dieron a sí mismos su paga en este mundo.

De cada cual depende elegir el camino real de la verdadera felicidad que traspasa la muerte, o de la felicidad engañosa y pasajera que se esfuma con la muerte para siempre.

Jeremias 17,5-8

Así habla Yavé: “¡Maldito el hombre que confía en otro hombre, que busca su apoyo en un mortal, y que aparta su corazón de Yavé! Es como mata de cardo en la estepa; no sentirá cuando llegue la lluvia, pues echó sus raíces en lugares ardientes del desierto, en un solar despoblado. ¡Bendito el que confía en Yavé, y que en él pone su esperanza! Se asemeja a un árbol plantado a la orilla del agua, y que alarga sus raíces hacia la corriente: no tiene miedo de que llegue el calor, su follaje se mantendrá verde; en año de sequía no se inquieta, ni deja de producir sus frutos.

Dios no maldice la confianza necesaria entre las personas de buena voluntad, en función de una sana y gratificante convivencia humana en la amistad, en la mutua ayuda y en la fraternidad, en su presencia. Pero sí maldice la confianza excesiva puesta en una persona humana que lleva al hombre a volver las espaldas a Dios, porque espera del hombre lo que sólo de Dios puede dar. Pone al hombre en el lugar de Dios, lo cual es idolatría.

Esta confianza maldita que excluye a Dios de la vida y pone en su lugar los ídolos del tener, del placer y del poder, vuelve la vida estéril y desértica, porque se ha cortado de única fuente de la vida: Dios. Y sólo queda una pasajera apariencia de vida y felicidad, pero en realidad es la más triste “malaventuranza” que lleva a la eterna infelicidad.

Sin embargo, el que ha puesto su confianza en Dios, se conecta con la fuente y la corriente de aguas vivas, que hacen posible que la vida sea vida - no apariencia de vida – y produzca frutos de vida, felicidad y salvación para sí y para muchos otros. Recordemos siempre la consigna clave de Jesús: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”; como el árbol plantado a la orilla del río.

1 Corintios 15,12. 16-20

Ahora bien, si proclamamos un Mesías resucitado de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos ahí que no hay resurrección de los muertos? Pues si los muertos no resucitan, tampoco Cristo pudo resucitar. Y si Cristo no resucitó, de nada les sirve su fe: ustedes siguen en sus pecados. Y, para decirlo sin rodeos, los que se durmieron en Cristo están totalmente perdidos. Si nuestra esperanza en Cristo se termina con la vida presente, somos los más infelices de todos los hombres. Pero no, Cristo resucitó de entre los muertos, siendo el primero y primicia de los que se durmieron.

San Pablo es el apóstol por excelencia de la resurrección. Después de la venida del Espíritu Santo la resurrección de Cristo era el tema esencial de la evangelización: “Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho poder” (Hechos 4, 33).

Y también hoy toda evangelización, predicación y catequesis verdadera deben tener como tema fundamental y explícito a Cristo resucitado presente y la resurrección de los muertos por la que se alcanza la vida eterna.

Sin fe real en Cristo resucitado, presente y actuante, vana es la fe, la catequesis y la predicación; y no hay perdón de los pecados al no creer en el único que los puede perdonar. Seríamos los más infelices de los hombres al no gozar del Resucitado y de sus inmensos bienes ni en esta vida ni en la otra.

¡Pero no! Cristo está resucitado y cumple con nosotros su infalible promesa: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. Vivamos y promovamos la cultura de la resurrección con una vida pascual en Cristo resucitado, y él nos dará la última y total bienaventuranza: la resurrección.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, February 07, 2010

PESCADORES DE HOMBRES


PESCADORES DE HOMBRES


Domingo 5° durante el año – C - 06-02-2010


Jesús vio dos barcas junto a la orilla del lago de Genesaret; los pescadores habían bajado y estaban limpiando las redes. Jesús subió a una de las barcas, que era la de Simón Pedro, y le pidió que se apartara un poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la multitud desde la barca. Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: “Navega mar adentro, y echen las redes”. Simón le respondió: “Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si Tú lo dices, echaré las redes”. Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse. Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: “Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador”. El temor se había apoderado de él y de los que lo acompañaban, por la cantidad de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: “No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres”. Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron. (Lucas 5, 1-11)

Los maestros de la Ley explicaban las Escrituras en el templo, en las sinagogas y escuelas. Y creían que la salvación era sólo para quienes acudían a esos lugares. ¿No creen hoy lo mismo muchos cristianos y pastores? Pero Jesús pasó a enseñar en cualquier parte: calles, casas, cerros, descampado, orillas del mar...

Hoy se han multiplicado casi al infinito los lugares de transmisión y escucha de la Palabra salvadora de Dios: libros, revistas, radio, televisión, teléfono, cine, celular, videos, CD, DVD, internet, mail, web, blog, facebook, e-book…

Cada cual tiene a su alcance uno o varios de estos nuevos púlpitos fuera de los templos, nuevas formas de evangelización no exclusivas del sacerdote, y alcanzan a multitudes. Con razón dijo Jesús: “Harán obras aún mayores que las mías”.

Hay que poner a disposición de Cristo esos medios, como Pedro puso su barca vacía a disposición del Maestro para que la gente lo escuchara mejor.

Luego Jesús invita a Pedro a que reme mar adentro para pescar. Pedro es un maestro como pescador, y sabe cuáles son los tiempos y lugares de la pesca: durante la noche, como lo habían hecho, aunque sin haber sacado ni un solo pez. Y Jesús, no pescador sino carpintero, le pide echar las redes en pleno día.

Pedro deja la lógica de su oficio para entrar en la lógica ilógica del Maestro. La sorpresa de la abundante pesca los desconcierta: Pedro reconoce la grandeza de Jesús y su propia pequeñez y pecado, y se ve indigno de estar al lado del Señor. Pero Jesús, con su “absurda” lógica, lo transforma de pescador de peces en pescador de hombres con las redes de la Palabra salvadora de Dios.

No es discípulo de Jesús quien sólo está a su lado, sino quien descubre en Jesús a alguien tan extraordinario y tan grande, que se siente indigno de estar en su presencia, la que él nos aseguró con palabras infalibles: “Estoy con ustedes todos los días” para dar eficacia salvadora a nuestras vidas y obras.

Todo cristiano (=discípulo de Cristo unido a él), es llamado a ser “pescador de hombres”; o sea: a colaborar con Jesús en la propia salvación, la de sus hermanos y de todos los hombres, con la vida, la palabra, las obras, el sufrimiento, la oración, el ejemplo, y con todos los medios posibles, pero unido él, pues sólo “quien está unido a mí produce mucho fruto”.
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Es la condición esencial para que nuestra vida y obras, alegrías y penas, trabajo y descanso, sean cauces de salvación para nosotros, para los nuestros y para el mundo.

Isaías 6, 1-2. 3-8.

El año de la muerte del rey Ozías, yo vi al Señor sentado en un trono elevado y excelso, y las orlas de su manto llenaban el Templo. Unos serafines estaban de pie por encima de Él. Cada uno tenía seis alas. Y uno gritaba hacia el otro: «¡Santo, santo, santo es el Señor de los ejércitos! Toda la tierra está llena de su gloria». Uno de los serafines voló hacia mí, llevando en su mano una brasa que había tomado con unas tenazas de encima del altar. Él le hizo tocar mi boca, y dijo: «Mira: esto ha tocado tus labios; tu culpa ha sido borrada y tu pecado ha sido expiado». Yo oí la voz del Señor que decía: «¿A quién enviaré y quién irá por nosotros?» Yo respondí: «¡Aquí estoy: envíame!»

Tantas veces pronunciamos o escuchamos la palabra SANTO referida a Dios, sin quizás saber qué significa: admirable, insuperable, omnipotente, infinitamente amable y bello, inalcanzable y a la vez el más cercano a nosotros.

Es el Creador y cuidador del universo material, donde las distancias se expresan en millones de años luz; y de la diminuta tierra, que en un solo metro cuadrado puede contener millones de seres vivos que él cuida desde hace millones y millones de años.

Por referirnos a algo muy pequeño: él hizo nuestro corazoncito, que realiza 36 millones de latidos al año, bombea más de 2 millones de litros anuales de sangre por 100 mil kilómetros de venas y arterias. Y el cerebro supera con mucho al corazón en perfección y actividad.
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Dios el Hacedor del mundo visible y del invisible, éste inmensamente superior al visible. E infinitamente por encima de todo eso, está él. Pero a la vez se abaja a nosotros en la encarnación, y se hace aún menos que nosotros: se hace pan en la Eucaristía, para estar con nosotros.

¿Cómo no sentirse indignos y anonadados ante nuestro Dios y Padre que, a pesar de nuestro pecado, se enorgullece de elevarnos a la dignidad de hijos suyos, hacernos colaboradores de su obra creadora y redentora, y además nos llama a compartir su felicidad en mansión celestial por toda la eternidad?

Sin embargo, ¡qué poco le creemos y amamos! Y con nuestra ceguera tal vez opacamos su presencia divina. Mas nuestra indignidad no nos libra de la responsabilidad y privilegio de creerle, amarlo y respetarlo, y de ser puentes entre él y nuestros hermanos que no le creen ni lo aman ni lo respetan, para su propio mal. Tenemos que responder como Isaías y Jesús: “Aquí estoy: envíame”.

1 Corintios 15, 3-8. 11.

Hermanos: Les he trasmitido en primer lugar, lo que yo mismo recibí: Cristo murió por nuestros pecados, conforme a la Escritura. Fue sepultado y resucitó al tercer día, de acuerdo con la Escritura. Se apareció a Cefas y después a los Doce. Luego se apareció a más de quinientos hermanos al mismo tiempo, la mayor parte de los cuales vive aún, y algunos han muerto. Además, se apareció a Santiago y a todos los Apóstoles. Por último, se me apareció también a mí, que soy como el fruto de un aborto. En resumen, tanto ellos como yo, predicamos lo mismo, y esto es lo que ustedes han creído.

San Pablo es el apóstol por excelencia de la resurrección de Cristo. Jesús resucitado es el centro de su vida y la fuerza de toda su predicación. Él no hace cuentos, sino que habla de hechos reales narrados por testigos presenciales y se apoya en la experiencia vivida por él mismo con el Resucitado.

Hoy se cuestiona o se niega la Resurrección de Jesús sencillamente porque no es demostrable; pero, sobre todo, porque Cristo resucitado exige cargar con la cruz cada día para seguirlo hacia la resurrección y la gloria.

La fe no es razonable ni demostrable. Pero “si Cristo no resucitó, es vana la fe y la predicación”, asegura san Pablo. Y que “si Cristo no está resucitado, somos los más necios y desgraciados de los hombres”, pues nuestra fe se apoyaría en una gran mentira, en uno cualquiera que ha muerto definitivamente; sería una fe inútil y absurda. Pero no: ¡Cristo ha resucitado y vive entre nosotros!

Cultivemos asiduamente y vivamos nuestra fe en quien nos dijo: “Estoy con ustedes todos los días”, resucitado, presente, actuante.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, January 31, 2010


RECHAZO Y ESCUCHA DEL SALVADOR



Domingo 4º del tiempo ordinario-C/31-1-2010.



Jesús empezó a decir en la sinagoga: Hoy les llegan noticias de cómo se cumplen estas palabras proféticas. Todos lo aprobaban y se quedaban maravillados al escuchar esta proclamación de la gracia de Dios que salía de sus labios. Y decían: ¡Pensar que es el hijo de José! Jesús les dijo: Seguramente ustedes me van a recordar el dicho: Médico, cúrate a ti mismo. Realiza también aquí, en tu patria, lo que nos cuentan que hiciste en Cafarnaún. Y Jesús añadió: Ningún profeta es bien recibido en su patria. En verdad les digo que había muchas viudas en Israel en tiempos de Elías, cuando el cielo retuvo la lluvia durante tres años y medio y una gran hambre asoló todo el país. Sin embargo Elías no fue enviado a ninguna de ellas, sino a una mujer de Sarepta, en tierras de Sidón. También había muchos leprosos en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio. Todos en la sinagoga se indignaron al escuchar estas palabras; se levantaron y lo empujaron fuera del pueblo, llevándolo hacia un barranco del cerro sobre el que está construido el pueblo, con intención de arrojarlo desde allí. Pero Jesús pasó por medio de ellos y siguió su camino. (Lucas 4,21-30).

Desconcertante la reacción de los habitantes de Nazaret ante el anuncio de Jesús que declaraba ser el Mesías que ellos mismos esperaban. ¿Cómo va a ser el Mesías un pueblerino hijo de un carpintero, sin estudios ni renombre?

Si admitían a Jesús como Mesías, sus paisanos tenían que cambiar la forma de pensar y de vivir. Sin embargo, ni siquiera recapacitan ante el poder sobrenatural de Jesús, que los inmoviliza y se libera de ser despeñado, pasando ileso, seguro, tranquilo, por en medio de ellos.

Dios nos ama y pone continuamente profetas en nuestro camino a fin de que despertemos de muy posibles letargos en la fe, y cuestionemos nuestraq forma de vivir la fe, que tal vez consideramos la mejor, pero sin verificarlo. Siempre podemos ser y hacer más y mejor, al fin y al cabo para ventaja y felicidad nuestra. "Sean perfectos como el Padre celestial es perfecto". ¿Cómo podemos considerarnos ya perfectos?

Palabras, lecturas, gestos, conducta y necesidades de personas importantes o insignificantes, niños, jóvenes, adultos, ricos o pobres, familiares o ajenos, sacerdotes o fieles, creyentes e incluso no creyentes, pueden ser nuestros profetas de cada día, a través de los cuales Dios nos habla.

Pero escuchar a un profeta exige aceptar el esfuerzo -sufrido y feliz a la vez- de orientar mejor la vida hacia Dios y hacia el prójimo, como fuentes únicas de la felicidad que solemos buscar donde no puede encontrarse: en el dinero, en el placer, en el poder.

El mayor sufrimiento del profeta, en especial de Cristo, es ver rechazado su mensaje de liberación y salvación llevado a sus oyentes sin otro interés que el amor y el deseo del máximo bien para ellos. El rechazo a Jesús por parte de muchos judíos lo hizo llorar de pena y amargura; pero, ante ese rechazo, decidió enviar a sus mensajeros para llevar la buena noticia de la salvación fuera del pueblo judío, a todo el mundo.

Todo cristiano es mensajero y profeta por vocación, pero puede traicionarla, como dice San Juan: “Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”. Sin embargo, el cristiano verdadero acoge a Cristo en su vida real diaria, y es de aquellos de quienes dice el mismo evangelista: “A cuantos lo recibieron, les concedió ser hijos de Dios”.

Estos dejan que Dios intervenga en sus vidas pra dar eficacia salvadora a sus obras. Descubren a Cristo en el rostro y en la vida de sus semejantes, por más que éstos vivan y piensen de otra forma, y en ellos lo escuchan. Además, a su vez, se hacen profetas.

Ante el profeta Jesús, y ante sus profetas, hay sólo dos actitudes: quedar conmovidos en el alma y abrirse a ellos con fe, amor y gratitud, y cambiar de vida; o cerrarse por egoísmo y comocdidad. ¿Cuál es nuestra actitud real y profunda? Nos jugamos el éxito de esta vida y la eternidad.


Jeremias 1, 4-5.

Me llegó una palabra de Yavé: "Antes de formarte en el seno de tu madre, ya te conocía; antes de que tú nacieras, yo te consagré, y te destiné a ser profeta de las naciones." Tú, ahora, muévete y anda a decirles todo lo que yo te mande. No temas enfrentarlos, porque yo también podría asustarte delante de ellos. Este día hago de ti una fortaleza, un pilar de hierro y una muralla de bronce frente a la nación entera: frente a los reyes de Judá y a sus ministros, frente a los sacerdotes y a los propietarios. Ellos te declararán la guerra, pero no podrán vencerte, pues yo estoy contigo para ampararte, palabra de Yavé."

Lo que Dios le dice a Jeremías en el Antiguo Testamento, lo realiza en los seguidores de Cristo. En el bautismo todos recibimos la consagración de Dios como profetas, sacerdotes y reyes. Pero es necesario valorar, agradecer, ejercer y vivir estos ministerios, que son un gran privilegio de Dios para con nosotros.

Como profetas, para comprender y ayudar a comprender la realidad, los hechos, las personas, desde la perspectiva de Dios y de la eternidad.

Como sacerdotes, para compartir con Cristo la obra de la salvación nuestra, de los nuestros y de muchos otros, sobre todo mediante la Eucaristía, la oración, el ejemplo, la palabra, el sufrimiento y las obras.

Como reyes, hijos libres del Rey supremo y universal, para vivir y actuar con la libertad de los hijos de Dios frente a los poderes y seducciones del mundo.
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Para eso fuimos formados desde el seno de nuestras madres. ¡Gran privilegio del amor de Dios Padre!


1 Corintios 12, 31. 13, 1-13.

Ustedes aspiren a los carismas más elevados; y yo quisiera mostrarles un camino que los supera a todos. Aunque hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si me falta el amor, sería como bronce que resuena o campana que retiñe. Aunque tuviera el don de profecía y descubriera todos los misterios -el saber más elevado-; aunque tuviera tanta fe como para trasladar montes, si me falta el amor, nada es. Aunque repartiera todo lo que poseo e incluso sacrificara mi cuerpo, pero para recibir alabanzas, sin hacerlo por amor, de nada me sirve. El amor es paciente y muestra comprensión. El amor no tiene celos, no aparenta ni se envanece. No actúa con bajeza ni busca su propio interés; no se deja llevar por la ira y olvida lo malo. No se alegra de lo injusto, sino que se goza en la verdad. Perdura a pesar de todo, lo cree todo, lo espera todo y lo soporta todo. El amor nunca pasará. Ahora son válidas la fe, la esperanza y el amor; las tres, pero la mayor de estas tres es el amor.


Esta extraordinaria página de San Pablo es el necesario espejo que nos ayuda a distinguir hoy, con claridad, si vivimos o no en el verdadero amor o en el egoísmo camuflado de amor. Si estamos en el camino de la salvación o de la perdición.
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El poder, el dinero y el placer luchan sin descanso para sepultar el amor bajo las losas del egoísmo, y sobre ellas escriben en letras de oro la palabra amor, embaucando así a la gran mayoría de la humanidad, que se arrodilla, engañada, ante los altares de esos tres ídolos, dispuestos a destruir a quienes buscan en ellos la felicidad que no dan.

El amor verdadero se diferencia del falso (egoísmo) por la capacidad de renuncia sufriente a todo lo que puede hacer daño a las persona amadas, -o a uno mismo-, y por el esfuerzo costoso de hacerles el mayor bien posible. Por eso no existe amor real sin el sufrimiento real que lo sostenga y acredite.

El amor verdadero está muy lejos de reducirse a la experiencia sexual, como se esfuerzan por hacerlo creer, sobre todo a los jóvenes, quienes adoran los tres ídolos del poder, del poseer y del placer. Si éstos perdieran la lucha del amor falso por la victoria del amor verdadero, sus astronómicos negocios sucumbirían, pero la gente sería de verdad más feliz.

“¿De qué le vale al hombre ganar todo el mundo, si al final se pierde a sí mismo?” “Si me falta el amor, nada soy”.



P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, January 24, 2010

CRISTO JESÚS NOS HABLA HOY.


CRISTO JESÚS NOS HABLA HOY.



Domingo 3º del tiempo ordinario – C /24-01-2010.



Muchos han tratado de relatar ordenadamente los acontecimientos que se cumplieron entre nosotros, tal como nos fueron transmitidos por aquéllos que han sido desde el comienzo testigos oculares y servidores de la Palabra. Por eso, después de informarme cuidadosamente de todo desde los orígenes, yo también he decidido escribir para ti, excelentísimo Teófilo, un relato ordenado, a fin de que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido. Jesús volvió a Galilea con el poder del Espíritu y su fama se extendió en toda la región. Enseñaba en las sinagogas de ellos y todos lo alababan. Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”. Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: “Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”. Lucas 1, 1-4; 4, 14-21

El evangelista san Lucas no había visto a Jesús en su vida terrena. Por eso se ha dedicado a investigar de persona acudiendo a quienes “han sido testigos oculares y servidores de la Palabra”: los apóstoles, discípulos, y la misma Madre de Jesús.
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San Lucas es literato, historiador y teólogo, y su Evangelio está escrito en un estilo correcto, y elegante, con gran fuerza comunicativa, que trata de conectar con la vida concreta de cada lector.

El Evangelio no es un libro que sólo trate de contar y explicar lo que pasó en tiempos de Jesús, sino que ilumina, aprueba o denuncia lo que está pasando hoy, aquí y ahora referido a mi persona y a los otros.

El Evangelio no es una lección de moral, de exégesis, de historia o de catequesis, sino que proclama cómo se realiza el designio salvador del Padre en el cristiano y en el pueblo, que han de vivir el momento presente como ocasión privilegiada de la venida del resucitado: “Estoy con ustedes todos los días”. “Hoy se cumple esta palabra que han oído”.

Por tanto, no se puede abordar la Palabra de Dios como una simple narración de lo que hizo y dijo Jesús, sino como un encuentro personal con el mismo Cristo resucitado, que nos habla a través de su Palabra, que toca nuestra vida personal y comunitaria, que él quiere vivificar con su presencia y con su Palabra, y continuar con nosotros su obra liberadora y redentora, en nuestros ambientes y en el mundo entero.

La predicación o la catequesis no pueden referirse sólo a lo que pasó, o a transmitir la doctrina cristiana, sino interpretar lo que está pasando hoy en mi vida, en la vida de la Iglesia, de la comunidad y de la sociedad, a la luz de la Palabra y de la vida de Jesús, en perspectiva de liberación, redención y glorificación eterna.

Jesús nos sugiere la actitud y la vivencia que nos integran en su misión: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”.

La Palabra de Dios está al mismo nivel de la Eucaristía: ambas son presencia viva de Cristo resucitado, que en la Escritura nos habla y en la Eucaristía nos alimenta.

¿Cuánto nos falta para vivir a fondo estas divinas realidades?


Nehemías 8, 2-4. 5-6. 8-10.


El sacerdote Esdras trajo la Ley ante la Asamblea, compuesta por los hombres, las mujeres y por todos los que podían entender lo que se leía. Esdras, el escriba, estaba de pie sobre una tarima de madera que habían hecho para esa ocasión. Abrió el libro a la vista de todo el pueblo –porque estaba más alto que todos– y cuando lo abrió, todo el pueblo se puso de pie. Esdras bendijo al Señor, el Dios grande, y todo el pueblo, levantando las manos, respondió: “¡Amén! ¡Amén!”. Luego se inclinaron y se postraron delante del Señor con el rostro en tierra. Los levitas leían el libro de la Ley de Dios, con claridad, e interpretando el sentido, de manera que se comprendió la lectura. Entonces Nehemías, el gobernador, Esdras, el sacerdote escriba, y los levitas que instruían al pueblo, dijeron a todo el pueblo: “Éste es un día consagrado al Señor, su Dios: no estén tristes ni lloren”. Porque todo el pueblo lloraba al oír las palabras de la Ley.
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Es de admirar cómo el pueblo hebreo reverencia el Libro de la Ley, o de las Escrituras, y cómo percibe la presencia de Dios que les habla en ese Libro: “Todo el pueblo se puso de pie… Luego se inclinaron y se postraron ante el Señor con el rostro en tierra”.

Era tanta la impresión al oír la Palabra de Dios, que todo el pueblo lloraba al escucharla, tal vez arrepentido por no haber cumplido esa Palabra. Pero Esdras les dijo: “este es un día consagrado al Señor: no estén tristes ni lloren”. Tal vez anticipando lo que luego dijo Jesús: “Ustedes están limpios por la Palabra que les he dicho”.

Gran lección para nosotros, que tal vez vemos en la Biblia un libro más, y lo usamos sin percibir la presencia viva de Quien nos habla a través de él.


I Corintios 12, 12-14. 27


Hermanos: Así como el cuerpo tiene muchos miembros, y sin embargo, es uno, y estos miembros, a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo, así también sucede con Cristo. Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo –judíos y griegos, esclavos y hombres libres– y todos hemos bebido de un mismo Espíritu. El cuerpo no se compone de un solo miembro sino de muchos. Ustedes son el Cuerpo de Cristo, y cada uno en particular, miembros de ese Cuerpo.

San Pablo nos hace notar una realidad que quizás valoramos poco: “Ustedes son el Cuerpo de Cristo, y cada uno en particular, miembro de ese Cuerpo”, pues en el Bautismo el Espíritu Santo nos ha injertado en el Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia.

Este gran privilegio nos iguala a todos en la dignidad de hijos de Dios y en la dignidad del Pueblo sacerdotal de Dios, la Iglesia.
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Que el mismo Espíritu ilumine nuestra mente para valorar, agradecer y vivir esta realidad misteriosa que nos toca directamente a todos y cada cual en particular.



P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, January 17, 2010

Las Bodas de Caná


Hagan lo que él les diga.


Domingo 2° de Tiempo Ordinario "C" / 17-01-2010.


Juan 2, 1-11.

En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino, y la madre de Jesús le dijo: No les queda vino. Jesús le contestó: Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora. Su madre dijo a los sirvientes: Hagan lo que él les diga. Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dijo: Llenen las tinajas de agua. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les mandó: Saquen ahora un poco y llévenselo al mayordomo. Así lo hicieron. El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (sólo lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua), y entonces llamó al novio y le dijo: Todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora. Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en él.

Isaías 62, 1-5.

Por amor a Sión no callaré, por amor a Jerusalén no descansaré, hasta que su justicia resplandezca como luz, y su salvación brille como antorcha. Los pueblos verán tu justicia, y los reyes tu gloria; te pondrán un nombre nuevo, pronunciado por la boca del Señor. Serás corona preciosa en la mano del Señor y anillo real en la palma de tu Dios. Ya no te llamarán «Abandonada», ni a tu tierra «Devastada»; a ti te llamarán «Mi favorita», y a tu tierra «Desposada», porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá un esposo. Como un joven se casa con su novia, así se casará contigo el que te construyó; la alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo.

Corintios 12, 4-11.

Hermanos: Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Y así, uno recibe del Espíritu el hablar con sabiduría; otro, el hablar con inteligencia, según el mismo Espíritu. Hay quien, por el mismo Espíritu, recibe el don de la fe; y otro, por el mismo Espíritu, el don de curar. A éste le ha concedido hacer milagros, a aquél profetizar. A otro, distinguir los buenos y los malos espíritus. A uno, la diversidad de lenguas; a otro, el don de interpretarlas. El mismo y único Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular como a él le parece.

Sunday, January 10, 2010

BAUTISMO, VIDA DE DIOS PARA EL HOMBRE


El Bautismo de Jesús


10-1-2010


Un día fue bautizado también Jesús entre el pueblo que venía a recibir el bautismo. Y mientras estaba en oración, se abrieron los cielos: el Espíritu Santo bajó sobre él y se manifestó en forma corporal, como una paloma, y del cielo vino una voz: Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección. (Lucas 3,15-16.21-22).

Jesús en el bautismo fue “invadido” por el Espíritu Santo para liberar al pueblo de sus esclavitudes: “Dar la vista a los ciegos, oído a los sordos, libertad a los cautivos, resurrección a los muertos, y anunciar la buena noticia a los pobres”.

En el bautismo Jesús fue ungido por el Padre como sacerdote, que une al hombre con Dios; como profeta, que conoce e interpreta la historia y el mundo según Dios y habla en nombre de Dios; y como rey que vive en libertad victoriosa frente a las fuerzas esclavizantes del mal.

El sentido y valor salvífico de nuestro bautismo arranca del bautismo de Jesús, que nos hace miembros de su Cuerpo místico, la Iglesia. Nacemos hijos de Dios, pues de él recibimos la vida natural a través de los padres.

Pero el bautismo injerta en nosotros la misma vida divina y eterna de Dios: somos declarados hijos de Dios, “conformes con la imagen de su Hijo”, hermanos de Cristo, nuevas criaturas predilectas de Dios, sanadas por el fuego del amor infinito de la Trinidad, nuestra Familia de origen y de destino.

“Miren qué amor nos tiene el Padre, para llamarnos hijos suyos, pues lo somos”, exclama San Pablo con inmensa gratitud. El bautismo es eso: la gracia-amor de Dios que nos transforma en hijos suyos, semejantes a Jesús. En el bautismo la gracia de Dios invade toda nuestra persona.

Por el bautismo también nosotros somos constituidos sacerdotes, miembros del Pueblo Sacerdotal, la Iglesia, convertidos en ofrenda agradable a Dios para la salvación de nuestros hermanos. Somos constituidos profetas, capaces de ver y comprender a las personas, las cosas y los acontecimientos con los ojos de Dios. Somos constituidos reyes, porque se nos da la libertad de los hijos de Dios, pues servir a Dios en el prójimo es reinar en el tiempo y en la eternidad.

¿En qué medida vivimos el sacerdocio bautismal: en la eucaristía y en la vida, sirviendo y amando a los otros como Jesús los ama y nos ama? ¿Vemos las cosas como Dios las ve, y vivimos como hijos suyos, hijos del Rey universal?

¿Por qué tantos bautizados dejan de vivir como cristianos? Tal vez la catequesis no se fundamentó en lo que hace al cristiano: sacerdote, profeta y rey, unido a Cristo Resucitado presente, con todo lo que eso supone para la vida práctica.

Se necesita una catequesis más bíblica y vivencial en la preparación al bautismo,

- Con la escucha y experiencia viva del Hijo resucitado y presente en la Biblia, en la Eucaristía, en el prójimo y en uno mismo;

- Con la experiencia de ayuda al prójimo necesitado, como ayuda al mismo Cristo;

- Y la experiencia profética de evangelizar ya desde niños, de modo que esas experiencias dejen huellas definitivas en el espíritu, en la vida y la persona del bautizado, más allá de la “fiesta social”.

Así el bautismo se vivirá como lo que es: el inmenso don de la misma vida divina de Dios.

Isaías 40, 1-5. 9-11

¡Consuelen, consuelen a mi Pueblo, dice su Dios! Hablen al corazón de Jerusalén y anúncienle que su tiempo de servicio se ha cumplido, que su culpa está pagada, que ha recibido de la mano del Señor doble castigo por todos sus pecados. Entonces se revelará la gloria del Señor y todos los hombres la verán juntamente, porque ha hablado la boca del Señor. Levanta tu voz sin temor, di a las ciudades de Judá: «¡Aquí está su Dios!» Ya llega el Señor con poder y su brazo le asegura el dominio: el premio de su victoria lo acompaña y su recompensa lo precede. Como un pastor, Él apacienta su rebaño, lo reúne con su brazo; lleva sobre su pecho a los corderos y guía con cuidado a las que han dado a luz.

Los individuos y los pueblos somos a menudo víctimas de los propios pecados y de los pecados ajenos: enfermedades, fracasos, muerte, grandes calamidades, guerras, hambre, violencias, asesinatos, holocausto de inocentes… Son como los dolores de parto que están dando a luz un mundo nuevo, con la fuerza invencible de la tierna mano de Dios que se hace presente para liberar y salvar.

La vida y la alegría surgen del fondo de la pena, cuando nos confiamos a Dios Padre:
“En tus manos, Señor, pongo mi vida, confío en ti: tú actuarás”. “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha”, porque “aquí está tu Dios”: “Estoy con ustedes todos los días”. “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiado y yo los aliviaré”. Él nos lleva en sus brazos como a los corderitos.

Nuestro Dios convierte el fracaso en victoria, la enfermedad en felicidad y la muerte en resurrección y vida:
“Quien cree en mí, aunque haya muerto, vivirá”. Hay razones para esperar contra toda experiencia de fracaso, dolor y muerte.

Tito 2, 11-14; 3, 4-7

Querido hijo: La gracia de Dios, que es fuente de salvación para todos los hombres, se ha manifestado. Ella nos enseña a rechazar la impiedad y los deseos mundanos, para vivir en la vida presente con sobriedad, justicia y piedad, mientras aguardamos la feliz esperanza y la Manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador, Cristo Jesús. Él se entregó por nosotros, a fin de librarnos de toda iniquidad, purificarnos y crear para sí un Pueblo elegido y lleno de celo en la práctica del bien. Pero cuando se manifestó la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor a los hombres, no por las obras de justicia que habíamos realizado, sino solamente por su misericordia, El nos salvó, haciéndonos renacer por el bautismo y renovándonos por el Espíritu Santo.

La gracia -el amor y la misericordia- de Dios es la que nos salva, no nuestras solas obras de bien que, sin embargo, son indispensables para que la salvación de Dios nos alcance: “Rechazar la impiedad y los deseos mundanos para vivir con sobriedad, justicia y piedad”, en una amorosa relación con Dios y con el prójimo.
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“Nuestro gran Dios y Salvador, Jesucristo… se entregó por nosotros, para merecernos el perdón, la conversión, santificación y la salvación que no podíamos merecer ni lograr por nosotros solos.
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Nuestra parte consiste en ser “buenos pecadores”, o sea: pecadores arrepentidos y convertidos de verdad, vueltos al Padre; pecadores profundamente agradecidos por el don inmenso del perdón de Dios, que nos anima a no pecar.

La gratitud es una expresión del amor a Dios, y
“a quien ama mucho, se le perdona mucho”. Pero la verdadera gratitud se muestra con una vida conforme a la voluntad de Dios: rechazar el mal y obrar el bien a favor del prójimo. Sólo así nos hacemos “herederos de la vida eterna”, y para agradecer eternamente el perdón misericordioso de Dios.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, January 03, 2010

LA EPIFANÍA DEL SEÑOR


Hemos visto salir su estrella

y venimos a adorarlo.


LA EPIFANÍA DEL SEÑOR - Solemnidad.

Mateo 2, 1-12.

Jesús nació en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo. Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó. y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta: "Y tú, Belén, tierra de Judea, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judea, pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel". Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles: Vayan y averigüen cuidadosamente acerca del niño y, cuando lo encuentren, avísenme, para ir yo también a adorarlo. Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y habiendo sido advertidos en sueños, para que no volvieran adonde estaba Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino.

Isaías 60, 1-6.

¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Mira: las tinieblas cubren la tierra, y la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti. Y caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora. Levanta la vista en torno, mira: todos se han reunido, vienen hacia ti; tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos. Al ver esto, te pondrás radiante de alegría; palpitará y se emocionará tu corazón, cuando vuelquen sobre ti los tesoros del mar y te traigan las riquezas de los pueblos. Te inundará una multitud de camellos, de dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Saba, trayendo incienso y oro, y proclamando las alabanzas del Señor.

Efesios 3, 2-3a. 5-6.

Hermanos: Seguramente han oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me ha dado a favor de ustedes. Ya que se me dio a conocer por revelación el misterio, que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus apóstoles y profetas: que también los otros pueblos comparten la misma herencia, son miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo, por medio del Evangelio.

Los judíos pretendían que el Mesías esperado fuera sólo para los judíos, como también hoy muchos católicos y no católicos pretenden que Jesús, el Salvador del mundo, sea sólo para ellos.

Pero el mismo Jesús, recién nacido, hizo llegar su salvación a los paganos, los magos, y empezó su misión pública predicando en una zona de paganos: Galilea. Y casi todos los apóstoles, después de Pentecostés, predicaron la salvación de Jesús por todo el mundo pagano entonces conocido. San Pablo es el abanderado de la evangelización de los paganos.

La fiesta de la Epifanía - que significa manifestación de Dios - nos recuerda que Jesús vino para todos, para salvar a todos los hijos de Dios en todo el mundo y en todos los tiempos. “A quienes lo acogen, les da el poder ser hijos de Dios”. “Ha aparecido la bondad y misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”. Al conocimiento de su Padre Dios y de su hermano y Salvador, Cristo Jesús.

Una vez se decía que “fuera de la Iglesia no hay salvación”. Pero Dios realiza su salvación no sólo dentro de los templos, ni con los solos siete sacramentos oficiales (que sí son los máximos medios de salvación), ni sólo en los grupos católicos, catequesis, ni sólo en los límites de la Iglesia oficial o de otras iglesias. ¡Gracias a Dios! Pero lo que sí es cierto que “fuera de Cristo no hay salvación”. En la Iglesia católica tenemos los máximo medios de salvación, pero no la exclusiva de la salvación.

Sigue vigente para millones de hijos de Dios en todo el mundo, fuera de los límites geográficos de la Iglesia oficial, el bautismo de deseo y el bautismo de sangre, con la misma eficacia redentora y salvadora que el bautismo de agua, pues en los tres es el mismo Espíritu quien bautiza.

Sigue vigente la comunión con Cristo de quienes comulgan, como buenos samaritanos, con el prójimo necesitado, con el cual Jesús mismo se identifica: “Tuve hambre y ustedes me dieron de comer…, vengan benditos de mi Padre a poseer el reino preparado para ustedes desde el principio del mundo”; “Todo lo que hagan a uno de estos, a mí me lo hacen”.

La Palabra de Dios sigue siendo sacramento universal de salvación: “Ustedes están limpios por la palabra que les he dicho”. “Quien escucha mi Palabra y la cumple, tiene vida eterna”. ¡Y la cumplen muchos que ni siquiera la escuchan ni la conocen por oídas, si no por la voz interior del Espíritu, “que sopla donde quiere”! “Mi Palabra no regresa a mí sin producir fruto”."Tengo otras ovejas que no son de este redil, y debo atraerlas hacia mí".

Sigue en pie el perdón de Dios para quienes –creyentes o no creyentes-perdonan de corazón, aunque no tengan sacerdotes confesores a su alcance, que cada vez son menos, y se prestan menos para administrar ese admirable sacramento del perdón y de salvación, gran privilegio de la Iglesia católica.

También las Bienaventuranzas se viven fuera de la Iglesia oficial por tantísimos cristianos anónimos, y que les merecen, por misericordia gratuita de Dios, el acceso a la felicidad del reino de los cielos: Los que trabajan por la paz en todos las naciones, los pobres de espíritu que renuncian a acumular sólo para sí, y viven compartiendo lo lo que tienen; los misericordiosos; los que sufren renunciando a la venganza y al odio; los que luchan por la justicia en el hogar, en el trabajo, en la política, en el comercio...; los limpios de corazón, que sustituyen el amor posesivo por el amor oblativo y salvador.

Es necesario dar a conocer estos sacramentos alternativos, que vienen también del Evangelio y de Cristo Salvador universal.

Muchos pastores limitan la evangelización al sólo 7% de los católicos que van a misa y que tal vez sólo reciben los máximos sacramentos de la salvación en un reducido 3 ó 4 % de ese 7%. Fuera de la Iglesia sí hay salvación, pero no fuera de Cristo, que desde la Iglesia hace llegar la salvación a todo el mundo.

En la Eucaristía Cristo se ofrece por toda la humanidad, y cada participante-celebrante de verdad comparte con él la salvación universal, si con él se ofrece como “ofrenda agradable y permanente” al Padre junto con su Hijo, y hace vida la Eucaristía.

Todos estamos invitados a colaborar con Cristo Salvador en la salvación de toda la humanidad. No puede resultarnos indiferente que se salven o se pierdan los hijos de Dios que él quiere que se salven, también con nuestra oración, sufrimiento, ejemplo, palabra, obras. Y sobre todo con la Eucaristía.

Encontremos a nuestro Salvador resucitado allí donde se manifiesta con una epifanía especial: La Palabra de Dios, la Eucaristía, el prójimo necesitado y la creación.


P. Jesús Alvarez, ssp.

Friday, January 01, 2010

MADRE DE DIOS Y MADRE NUESTRA


Santa María, Madre de Dios



1 enero 2010



Los Pastores fueron corriendo a Belén y encon-traron a María y a José, y al niño acostado en un pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho. Al cumplirse los ocho días, fueron a circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el Ángel antes de su concepción. Lucas 2, 16-21.

San Cirilo de Alejandría aclara qué significa el título Madre de Dios: “El Verbo viviente, subsistente… se hizo carne en el tiempo, y por eso se puede decir que ha nacido de mujer. Jesús, Hijo eterno de Dios, ha nacido de María en el tiempo”.

De esta prerrogativa inigualable derivan todos los títulos demás que damos a María. Sin embargo, Jesús, ante la exclamación de una mujer: “Bendito el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron”, afirmó: “Más bien dichosos quienes escuchan la Palabra de Dios y la practican”.
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María es más feliz por escuchar y cumplir la Palabra de Dios que por ser Madre Jesús. Así nosotros: no merecemos la salvación sólo por ser hijos de Dios e hijos de María, sino, a la vez, por escuchar y cumplir la Palabra de Dios. Lo uno no excluye lo otro, sino que lo exige.

Es admirable ver cómo Dios inició la creación del género humano por el hombre sin concurso de la mujer, y cómo inició la redención por la mujer sin concurso del varón, pues el Salvador nació por obra del Espíritu Santo.

Dios ha dado a la mujer un lugar irremplazable en la historia de la salvación, en complementariedad con el hombre. El modelo supremo de esta misión salvífica femenina es María, que se une al único Salvador acogiéndolo en su seno virginal para darlo a la humanidad.

La encíclica Lumen Gentium (n.56): “María, hija de Adán, consintiendo a la palabra divina, se convirtió en madre de Jesús y, abrazando la voluntad salvífica de Dios con toda su alma y sin peso alguno de pecado, se consagró totalmente, como Servidora del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la redención bajo él y con él, mediante la gracia del omnipotente”.

En María queda superada la multisecular discriminación contra la mujer; discriminación que es contraria al plan creador y salvador de Dios, quien concede a la mujer la misión de compartir con el hombre el origen temporal y el destino eterno de la humanidad.

Hacen falta nuevas Marías que, con su ternura, decisión, fe y valentía continúen con la Madre de Jesús la historia de la salvación, acogiendo y haciendo presente a Cristo, único Salvador, para que libere a hombres y mujeres de las grandes esclavitudes que los están destruyendo como personas y degradando su condición de hijos e hijas de Dios.

Dichosas las mujeres -y los hombres- que creen y aman como María, pues también concebirán y darán a luz al Hijo de Dios, y compartirán su Sacerdocio supremo mediante el sacerdocio bautismal para salvar a la humanidad, empezando por el santuario doméstico, la familia.

Números 6,22-27.

El Señor habló a Moisés: “Di a Aarón y a sus hijos: ‘Esta es la fórmula con que ustedes bendecirán a los israelitas: El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz. Así invocarán mi nombre sobre los israelitas y yo los bendeciré’”.


Esta fórmula de bendición estaba reservada a los sacerdotes, Aarón y sus hijos. Dios se comprometía a conceder al pueblo, por medio de la bendición de los sacerdotes, la bendición de su presencia, de su protección y de la paz.

Mas la bendición de Dios tiene su máxima expresión y eficacia a través del Sumo Sacerdote, Cristo Jesús, “en quien Dios nos bendice con toda clase de bendiciones” materiales, espirituales, celestiales. La máxima bendición de Dios es Jesús, que en la cruz nos dio como bendición a su propia Madre.

La bendición del Hijo de Dios sigue llegándonos eficazmente por manos de los sacerdotes ministeriales, que nos hacen presente a Cristo Resucitado: en la Eucaristía y demás sacramentos, en la predicación, en sus personas consagradas.

Mas a partir de Cristo, las bendiciones de Dios no pasan sólo a través del sacerdocio ministerial, pues el supremo sacerdocio de Cristo es compartido también por todos los bautizados mediante el sacerdocio bautismal. Por eso los laicos deben recuperar la costumbre de bendecir y bendecirse mutuamente en nombre de Dios, con fe y confianza en él, que corresponderá.

Los sacerdotes bendicen con el Santísimo – Cristo presente en Persona en la Eucaristía-; y los fieles pueden bendecir con la Biblia, que es presencia privilegiada de Cristo, Verbo de Dios. Eucaristía y Biblia son puestos al mismo nivel por Cristo y por la Iglesia. Bendigamos con la Biblia, y bendigámonos por la Biblia, sobre todo leyéndola y haciéndola vida.

Gálatas 4,4-7.

Hermanos: Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción. Como sois hijos Dios envió a vuestros corazones al Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abbá! (Padre). Así que ya no eres esclavo, sino hijo, y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.


San Pablo es el que hace la primera alusión a María en el Nuevo Testamento. De ella nace el Libertador que viene a rescatar a los hombres de la esclavitud a las abusivas leyes humanas y a las poderosas fuerzas del mal.

El Hijo de Dios se hace esclavo con todas esas esclavitudes del hombre –menos el pecado-, para que el hombre alcance por él la libertad de los hijos de Dios, porque el Hijo no viene sólo a liberarnos de esclavitudes, sino a hacernos hijos de Dios y coherederos de su misma gloria eterna. Nos da un nuevo ser, y así podemos llamarle “Padre”, como lo hace su propio Hijo.

Ante tan inaudita bendición, san Juan exclama: “¡Miren qué amor nos tiene el Padre, que nos llama hijos suyos, pues lo somos!” (1 Juan 3, 1). Somos hijos de Dios, y nuestra vocación es la libertad de los hijos de Dios en esta vida y la e la libertad eterna a través de la resurrección, que dempostrará lo que realmente somos como hijos de Dios.
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Jesús "se hizo lo que somos nosotros para hacernos a nosotros lo que él es": hijos de Dios. Valoremos nuestra sublime dignidad.

Tenemos que ser conscientes y vivir con inmensa gratitud esta maravillosa realidad para liberarnos de las esclavitudes indignas de los hijos de Dios. ¡Qué grandeza la nuestra!: Tenemos por Padre y Madre al mismo Padre y la misma Madre del Hijo de Dios.



P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, December 27, 2009

FAMILIA: SANTUARIO DE CIELO EN LA TIERRA


FAMILIA: SANTUARIO DE CIELO EN LA TIERRA



LA SAGRADA FAMILIA: JESÚS, MARÍA Y JOSÉ - C / 27-12-2009.



Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Cuando Jesús cumplió los doce años, subió también con ellos a la fiesta, pues así había de ser. Al terminar los días de la fiesta regresaron, pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que sus padres lo supieran. Seguros de que estaba con la caravana de vuelta, caminaron todo un día. Después se pusieron a buscarlo entre sus parientes y conocidos. Como no lo encontraran, volvieron a Jerusalén en su búsqueda. Al tercer día lo hallaron en el Templo, sentado en medio de los maestros de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su inteligencia y de sus respuestas. Sus padres se emocionaron mucho al verlo; su madre le decía: "Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo hemos estado muy angustiados mientras te buscábamos." El les contestó: "¿Y por qué me buscaban? ¿No saben que yo debo estar donde mi Padre quiere?" Pero ellos no compren-dieron esta respuesta. Jesús entonces regresó con ellos, llegando a Nazaret. Posteriormente siguió obedeciéndoles. Su madre, por su parte, guardaba todas estas cosas en su corazón. Mientras tanto, Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia, ante Dios y ante los hombres. Lucas 2,41-52

La fiesta de la Sagrada Familia es la fiesta de todas las familias, pues toda familia es sagrada, por ser templo donde Dios Amor comunica la vida a través del amor de los padres. Amor que no se reduce al placer y los bienes materiales, que son también dones de Dios para gozar y compartir con orden y gratitud.

La familia está al servicio de la persona y de su misión en la vida, y no al revés. Los hijos son un don de Dios y le pertenecen. Sólo Dios es el origen de la vida y dueño de los hijos. Los padres son sólo cauces de la vida de sus hijos. Por eso Jesús, a los doce años, sin contar con sus padres, se quedó en el templo para cumplir la voluntad de su Padre. Y también la Virgen María, a los trece, había dado ya su SÍ al ángel, y sin consultar a sus padres ni a los sacerdotes.

Jesús, el Hijo de Dios, quiso nacer en una familia, pues la familia unida en el amor es el ambiente insustituible para el crecimiento sano y feliz de los hijos y de los padres. Para la persona humana no existe bien más gratificante que un hogar donde los padres se aman, aman a sus hijos y éstos corresponden.

La gran mayoría de las enfermedades psíquicas, morales, espirituales y físicas tienen a menudo su origen en la disolución de la familia o en la falta de amor en el hogar. El verdadero amor y la unión familiar son la mejor medicina preventiva contra las enfermedades físicas, morales, psíquicas y espirituales.

En la Sagrada Familia no fue todo milagro; hubo incluso miedo, persecución, destierro, pérdida de Jesús en la peregrinación a Jerusalén, falta de trabajo y de pan. Hubo agonía y muerte. Pero el amor verdadero los conservó unidos a Dios Padre y entre sí, con lazos cada vez más fuertes. Ese fue el gran secreto de su felicidad en el tiempo y en la eternidad.

No hay amor verdadero sin sufrimiento; y el sufrimiento sin amor, es infierno en la tierra, así como el amor hace de la tierra cielo, aun en medio del sufrimiento. La familia es templo de Dios con destino de cielo ya en la tierra, a la espera de reintegrarse en la Familia Trinitaria, que es su origen y destino.

Donde hay amor, allí está Dios Amor, que sostiene a sus hijos en el sufrimiento y se lo convierte en fuente de felicidad, de vida y de salvación. Y de la misma muerte hace surgir la vida por la resurrección. Pues “cuando el afligido invoca al Señor, él lo escucha”.


1 Samuel 1, 20-22. 24-28.

Ana concibió, y dio a luz un hijo, al que puso el nombre de Samuel, diciendo: «Se lo he pedido al Señor». El marido, Elcaná, subió con toda su familia para ofrecer al Señor el sacrificio anual y cumplir su voto. Pero Ana no subió, porque dijo a su marido: «No iré hasta que el niño deje de mamar. Entonces lo llevaré y él se presentará delante el Señor y se quedará allí para siempre». Cuando el niño dejó de mamar, lo subió con ella y lo condujo a la Casa del Señor en Silo. El niño era aún muy pequeño. Y después de inmolar el novillo, se lo llevaron a Elí. Ella dijo: «Perdón, señor mío, ¡por tu vida, señor!, yo soy aquella mujer que estuvo aquí junto a ti, para orar al Señor. Era este niño lo que yo suplicaba al Señor, y Él me concedió lo que le pedía. Ahora yo, a mi vez, se lo cedo a Él: para toda su vida queda cedido al Señor». Después se postraron delante del Señor.

Antes de la venida de Cristo, en el pueblo hebreo la esterilidad matrimonial era considerada como una gran desgracia, pues los estériles se consideraban excluidos por Dios de la genealogía del Salvador. Era el caso de Ana y Elcaná.

Pero Ana no se rindió ante tan gran desgracia, sino que se propuso pedir a Dios, con insistencia y fe, ser liberada de esa deshonra. Y Dios le concedió el niño que pedía, y estaba feliz. Mas no quiso quedarse para sí tan gran don de Dios, sino que se lo devolvió y consagró para estuviera toda la vida sirviendo al Señor en el templo. Heroico, generoso y agradecido desprendimiento.

Ejemplo siempre actual para los padres y familias cristianas que deberían pedir a Dios que al menos un hijo o una hija se consagren totalmente a Dios en el sacerdocio o la vida religiosa, como el don más grande que Dios puede conceder a una familia. Pero muchos pareciera que prefieren verlos drogadictos y fracasados en el matrimonio que consagrados a Dios en la vida religiosa y en el sacerdocio.


1 Juan 3, 1-2. 21-24.

Queridos hermanos: ¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente. Si el mundo no nos reconoce, es porque no lo ha reconocido a él. Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es. Queridos míos, si nuestro corazón no nos hace ningún reproche, podemos acercarnos a Dios con plena confianza, y Él nos concederá todo cuanto le pidamos, porque cumplimos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Su mandamiento es éste: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos los unos a los otros como Él nos ordenó. El que cumple sus mandamientos permanece en Dios, y Dios permanece en él; y sabemos que Él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado.

¡Admirable página del “discípulo amado”! Todo un programa de vida cristiana auténtica. No sólo nos llamamos hijos de Dios, ni somos adoptivos, sino que somos verdaderos hijos suyos muy amados y por doble partida: nos ha dado la vida natural por medio de nuestros padres, y nos ha regenerado a la vida sobrenatural y eterna por la vida, pasión, muerte y resurrección de su Hijo divino, destinándonos a ser semejantes a él y a verlo tal cual es en el paraíso.

Y como somos hijos, somos también coherederos de la vida eterna con el Hijo. ¿Cómo podemos creer que Dios no nos ama y no corresponder a tanto amor y deseo de estar con nosotros? Correspondemos a su amor cuando cumplimos sus mandamientos: creer en Cristo, amarnos mutuamente, orar confiadamente, y hacerle espacio a Jesús en el corazón y en la vida.


P. Jesús Álvarez, ssp.