Sunday, May 07, 2006

EL BUEN PASTOR Y LOS PASTORES

EL BUEN PASTOR Y LOS PASTORES

Domingo 4º de Pascua-B / El Buen Pastor / 7-5-2006

En aquel tiempo Jesús dijo a los fariseos: “Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. No así el asalariado, que no es el pastor ni las ovejas son suyas. El asalariado, cuando ve venir al lobo, huye abandonando las ovejas, y el lobo las agarra y las dispersa. A él sólo le interesa su salario y no le importan las ovejas. Yo soy el Buen Pastor y conozco a los míos como los míos me conocen a mí, lo mismo que el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre. Y yo doy mi vida por las ovejas. Tengo otras ovejas que no son de este corral. A esas también las llamaré; escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño con un solo pastor. El Padre me ama porque yo doy mi vida para retomarla de nuevo. Nadie me la quita, sino que yo mismo la entrego. En mis manos está el entregarla y el recobrarla: este es el mandato que recibí de mi Padre.” Jn. 10,11-18.

Jesús se declara como el Buen Pastor, modelo de todos los pastores: el Papa, los obispos, sacerdotes, diáconos permanentes, catequistas, agentes de pastoral, misioneros, profesores, padres y madres, superiores y superioras de comunidades, y cualquier cristiano que de alguna manera tenga influencia sobre otras personas, aunque sea de igual a igual.

El cristiano o discípulo de Cristo, si quiere serlo de verdad, debe compartir la misión del Buen Pastor. Cada cual ha de saber quiénes son o pueden ser sus ovejas, por las cuales orar, sufrir, vivir y morir, como el mismo Jesús hace por cada uno de nosotros.

Y pueden ser ovejas que pueden estar incluso fuera de su Iglesia, su redil, pues Él afirma que tiene “otras ovejas que no son de este redil”, y quiere ganarlas, también con nuestra colaboración generosa y amorosa, que alcanza su máxima eficacia en la Eucaristía.

Baste pensar en santísimas personas de otros rediles que el Buen Pastor guía a la salvación a través de los medios de comunicación social, usados para la evangelización y el pastoreo, y para la implantación de los valores del reino de Dios: la vida, la verdad, la justicia, la paz, la solidaridad, la libertad, la dignidad de las persona humana, la fraternidad universal...

En esta tarea o relación salvífica, la eficacia y el fruto de salvación no son resultado lógico de cargos, ni de títulos, ni de saber, sino de la unión con el Buen Pastor, sino de la unión con Cristo, como Él mismo declaró sin dejar lugar a dudas: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto; pero sin mí no pueden hacer nada” (Jn 15, 5). Es esta la condición insustituible, la que más debe preocuparnos y ocuparnos, si queremos ser buenos cristianos y buenos pastores, “pescadores de hombres”, privilegio al alcance de todos.

Pudo o puede haber Papas, obispos, sacerdotes, misioneros, catequistas, padres, etc., cuyo objetivo principal de su vida no fue o no es la salvación del prójimo, sino lucrarse, tener prestigio, un cargo importante, pasarlo bien a costa de las “ovejas”, como mezquinos mercenarios al aire de sus intereses egoístas.

Pero son multitud los que entregaron y entregan sus vidas por la salvación de los hombres, sus hermanos, empezando por su familia, tanto desde altos cargos religiosos o políticos, como desde la vida sencilla de personas comunes.

En la Jornada Mundial de las Vocaciones, recordemos que la misión de buen pastor es la vocación esencial de todos. Conocer a Cristo y vivir unidos a él, nos asegura la eficacia salvadora de la vida, de la oración, del trabajo como colaboración con la obra creadora de Dios, del ejemplo, de la palabra, de las alegrías; con el ofrecimiento, ya desde ahora, del sufrimiento de la agonía y de la muerte con la misma intención y actitud del Buen Pastor: “Dar la vida por sus ovejas”, “dar la vida por los que se ama”, para recobrarla.

Así podremos decir como Jesús: “El Padre me ama, porque doy la vida por mis ovejas”. Este es nuestro seguro de salvación, de resurrección y vida eterna.


43ª Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones

El Papa Bendicto XVI ha enviado a todo el mundo su primer mensaje para la Jornada de Oración por las vocaciones. Me permito un breve comentario. Los textos en cursiva son del Papa. Empieza refiriéndose al fundamento y sentido de toda vocación: “El Padre celestial nos eligió personalmente para llamarnos a entablar una relación filial con él, por medio de Jesús, Verbo encarnado, bajo la guía del Espíritu Santo”.

Y señala el ambiente natural de la vocación: “El misterio del amor del Padre… que nos ofrece a todos”. La vocación o llamada necesita en absoluto una respuesta de amor a Dios y al hombre por parte de quien es llamado, para que la pueda vivir y obrar con éxito de salvación, que es el objetivo primordial de toda vocación cristiana, sacerdotal o consagrada.

“La fuerza divina del amor cambia el corazón del hombre, capacitándolo para comunicar el amor de Dios a los hermanos”. Comunicar el amor de Dios es la misión de todo cristiano, evangelizador, catequista, sacerdote, misionero, consagrado, pues fue y es la vocación-misión de Cristo. Y Dios nos “predestinó a reproducir la imagen de su Hijo”, mediante la unión amorosa con él, garantía del éxito de la vocación que él mismo nos da: “No me han elegido ustedes a mí, sino yo a ustedes”, “para que vayan y den mucho fruto”.

Pretender vivir la vocación cristiana, sacerdotal o consagrada sin amor real y eficiente a Dios y al prójimo, es un contrasentido destinado al fracaso. Y tantos fracasos que se dieron, dan y darán no tienen otra causa que la ausencia de ese doble amor. El amor es la piedra de toque para discernir la vocación-respuesta por parte del vocacionado.

Gracias a Dios, “a lo largo de los siglos numerosos hombres y mujeres, transformados por el amor divino, han consagrado sus vidas a la causa del Reino”. “El modelo de quienes están llamados a testimoniar de manera especial el amor de Dios, es María, la Madre de Jesús, asociada directamente, en su peregrinación de fe, al misterio de la Encarnación y de la Redención”.

María es la primera cristiana (persona unida a Cristo) y la primera “vocacionada” que acogió a Cristo – la máxima vocación- por la fe, el amor y la encarnación, y lo dio al mundo en Belén y Nazaret, en su vida pública, en el camino del Calvario y en la cruz. Es verdadera y plena vocación solamente la de quien acoge a Cristo en su persona y lo da a los hombres con la vida, las obras y la palabra, a imitación de María.

“Cristo, Sumo Sacerdote, en su solicitud por la Iglesia, llama también en cada generación a personas que cuiden de su pueblo; en particular llama al ministerio sacerdotal a hombres que desempeñen una función paterna, cuyo manantial está en la paternidad misma de Dios”.

Sin embargo, como afirma Jesús, “la mies es mucha y los obreros pocos”; cada vez menos… Y no basta con echar la culpa a las condiciones adversas del mundo, sino que es necesario crear las condiciones y poner los medios para que las vocaciones surjan y perseveren: oración asidua, unión con Cristo resucitado presente, apertura al Espíritu Santo, tierna devoción a María, la madre de las vocaciones; conciencia y ejercicio real del sacerdocio bautismal; testimonio de unidad y santidad en la Iglesia; experiencia de Cristo resucitado y del prójimo necesitado de liberación y salvación; vida eucarística, escucha y práctica de la Palabra de Dios; convicción gozosa de que la vida sacerdotal y consagrada no son vidas estériles, sino que participan de la máxima fecundidad y paternidad-maternidad del mismo Dios engendrando multitud de hijos e hijas para la vida eterna, sin la cual, “¿de qué le vale al hombre ganar todo el mundo, si al final se pierde a sí mismo?”

Donde se dan y se viven estas condiciones, siguen surgiendo vocaciones verdaderas. Y si no surgen, es porque dichas condiciones no se crean.

P. Jesús Álvarez, ssp

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