Sunday, October 08, 2006

PLACER, AMOR, FELICIDAD

PLACER, AMOR, FELICIDAD

Domingo 27° durante el año – B – 8-10-2006

En eso llegaron unos (fariseos que querían ponerle a prueba) y le preguntaron: "¿Puede un marido despedir a su esposa?" Les respondió: "¿Qué les ha ordenado Moisés?" Contestaron: "Moisés ha permitido firmar un acta de separación y después divorciarse". Jesús les dijo: "Moisés, al escribir esta ley, tomó en cuenta lo tercos que eran ustedes. Pero al principio de la creación Dios los hizo hombre y mujer; por eso dejará el hombre a su padre y a su madre para unirse con su esposa, y serán los dos una sola carne. De manera que ya no son dos, sino uno solo. Pues bien, lo que Dios ha unido, que el hombre no lo separe". Cuando ya estaban en casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo, y él les dijo: "El que se separa de su esposa y se casa con otra mujer, comete adulterio contra su esposa; y si la esposa abandona a su marido para casarse con otro hombre, también esta comete adulterio". Algunas personas le presentaban los niños para que los tocara, pero los discípulos les reprendían. Jesús, al ver esto, se indignó y les dijo: "Dejen que los niños vengan a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos. En verdad les digo: quien no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él”. Jesús tomaba a los niños en brazos e, imponiéndoles las manos, los bendecía. (Mc 10, 2-16)

El matrimonio tiene sentido y destino de felicidad, éxito y eternidad, porque el amor, que es su raíz y su vida, tiende por naturaleza a crecer indefinidamente y hacerse eterno. Es evidente que no hablamos del simple disfrute sexual, que puede darse sin amor alguno.

Al amor verdadero van siempre unidas la libertad y la felicidad, incluso en medio del sufrimiento, e incluso a causa del sufrimiento, por paradójico que parezca. Amor, libertad y felicidad son bienes inseparables que la persona humana desea vivir y gozar para siempre.

La indisolubilidad del matrimonio propuesta por Jesús no es cuestión de leyes, sino de vida y de amor; no es una simple prohibición, sino la posibilidad, la oportunidad y responsabilidad para el amor total, para la felicidad en el tiempo y en la eternidad, de la mente, del corazón, del espíritu y del cuerpo.

La indisolubilidad del matrimonio es un programa de vida plena y feliz, a pesar de sufrimientos y dificultades. Jesús ratifica el plan inicial de Dios, sin conceder rebajas. Sabe que cualquier otro camino lleva al fracaso. Y Él no quiere el fracaso de sus hermanos.

El matrimonio indisoluble es una buena noticia, un sí a la familia, a la vida, a la dignidad de la mujer y del hombre, al amor pleno, al derecho del niño a nacer, a tener y amar a un padre y a una madre que se amen y lo amen. Es un sí a la felicidad temporal y eterna. En el cielo ya no se casan, pero allí encuentra su plenitud eterna el matrimonio.

La Iglesia no debe separar lo que Dios ha unido. Ella no puede engañar a los fieles admitiendo el divorcio como salida feliz, ya que es más bien salida hacia la infelicidad.

La sexualidad, para que sea humana, feliz y salvadora, debe ser comunión de amor entre dos personas en su totalidad: cuerpo, espíritu, mente, corazón y voluntad, pero a la vez comunión con Dios, creador de todo lo que se es, se ama, se goza y se espera. Los fracasos matrimoniales son tantos porque son muy pocos los que buscan, encuentran y viven el amor verdadero: el amor-felicidad-libertad, sumergido en el amor de Dios, su fuente. El arroyo del amor humano cortado de su fuente, se seca y siembra desolación.

Una pareja o familia sin amor, es como una planta sin agua y sin luz, como un lugar de fiesta convertido en infierno. La solución no es el divorcio. La solución no está destruir la planta, sino en volver decididos a regarla con amor, fe, esperanza, decisión, perseverancia y optimismo, pues para Dios y para quien cree en él y a él se acoge, nada hay imposible.

Gén 2, 2. 7. 18-24

Dijo Yavé Dios: "No es bueno que el hombre esté solo. Le daré, pues, un ser semejante a él para que lo ayude". Entonces Yavé Dios formó de la tierra a todos los animales del campo y a todas las aves del cielo, y los llevó ante el hombre para que les pusiera nombre. Y el nombre de todo ser viviente había de ser el que el hombre le había dado. El hombre puso nombre a todos los animales, a las aves del cielo y a las fieras salvajes. Pero no se encontró a ninguno que estuviera a su altura y lo ayudara. Entonces Yavé hizo caer en un profundo sueño al hombre y este se durmió. Le sacó una de sus costillas y rellenó el hueco con carne. De la costilla que Yavé había sacado al hombre, formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces el hombre exclamó: "Esta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada varona porque del varón ha sido tomada". Por eso el hombre deja a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y pasan a ser una sola carne.

Según el Génesis, Dios creó al hombre y lo puso en un jardín delicioso, e incluso el mismo Dios por las tardes paseaba conversando con él. Pero en ausencia de Dios se sentía sólo y nada lo llenaba, pues nada de lo creado se relacionaba con él a su nivel.

Dios se dio cuenta de que no era bueno para el hombre estar solo. Y por eso le dio a la mujer, sacándola del cuerpo del hombre. Es el primer signo de predilección de Dios hacia la mujer: en vez de formarla de la tierra como al hombre, la formó de la materia más noble existente, la carne del hombre. Era la ayuda y compañía apropiada, su complemento.

Allí empezó el matrimonio como Dios lo quería: dos en una sola carne, como una sola persona, hechos el uno para el otro en ayuda mutua, esclavos el uno del otro en la gozosa libertad del amor. No en la esclavitud del instinto, que por sí solo degrada al hombre y a la mujer por debajo de los animales. El matrimonio es por sí una gran bendición de Dios.

Hebreos 2,9-11

Al que Dios había hecho por un momento inferior a los ángeles, a Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria y honor como premio de su muerte dolorosa. Fue una gracia de Dios que experimentara la muerte por todos. Dios, del que viene todo y que actúa en todo, quería introducir en la gloria a un gran número de hijos, y le pareció bien hacer perfecto, por medio del sufrimiento, al que se hacía cargo de la salvación de todos; de este modo, el que comunicaba la santidad, se identificaría con aquellos a los que santificaba. Por eso él no se avergüenza de llamarnos hermanos.

El hombre, hecho poco inferior a los ángeles, se degradó por debajo de su propia condición al pretender ser superior a los ángeles, igual a Dios. Quiso apropiarse la condición de Dios prescindiendo de Dios e incluso contra Dios. Y esa pretensión sigue hoy entre los hombres.

Por eso Dios vuelve a comunicarse directamente con el hombre en la persona de Cristo que, entregado al sufrimiento por amor al hombre y a Dios, brinda de nuevo a la humanidad el verdadero amor, la unión y la comunicación, perdidos por el egoísmo del placer, del poseer y del poder, con que los humanos destruyen y se autodestruyen.

Jesús, Dios hecho hombre, se somete a la humillación del sufrimiento para devolver al hombre su dignidad de hijo de Dios y el gozo de compartir con él la creación de nuevos hijos de Dios y la salvación de los mismos, engendrándolos en Cristo para la vida eterna.

Cristo, el Hijo de Dios, ya no se conforma con ofrecer al hombre conversación en un paraíso terrenal, sino que se compromete a estar con él todos los días hasta el fin del mundo. Como los hombres son también hijos de su mismo Padre, no se avergüenza de llamarlos hermanos y de cargar con sus rebeliones para así llevarlos al Paraíso eterno.

P. Jesús Álvarez, ssp

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