Sunday, April 15, 2007

CULTURA DE LA PASCUA Y DE LA MISERICORDIA

CULTURA DE LA PASCUA Y DE LA MISERICORDIA



Domingo 2° de Pascua, Señor de la Misericordia - B / 15 abril 2007



Al anochecer de aquel día, el primero después del sábado, los discípulos estaban reunidos por la tarde con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se puso de pie en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!" Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron mucho al ver al Señor. Jesús les volvió a decir: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, así los envío yo también a ustedes." Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Reciban el Espíritu Santo: a quienes les perdonen sus pecados, les serán perdonados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos." Jn 20, 19-31.

Con la resurrección el cuerpo de Jesús se transforma en cuerpo glorioso, libre de los condicionamientos de la materia caduca, del espacio y del tiempo. Así se presenta Jesús a sus discípulos reunidos a puertas cerradas.



Jesús también se nos presenta hoy a nosotros todos los días, aunque no lo veamos, atravesando las paredes del trajín de cada día, quizás rutinario, para encontrarse con nosotros en novedad permanente, profundidad y altura de tú a tú. “¡Felices los que crean sin haber visto!” Y cuando atravesemos el muro de la muerte hacia la resurrección, nos dará un cuerpo glorioso semejante al suyo.



La experiencia de Jesús Resucitado, presente en nuestra vida, es la fuente de la paz, de alegría y de fortaleza entre las dificultades, sufrimientos y alegrías. Pues viviendo abiertos al Resucitado, tenemos asegurada la victoria sobre el pecado, sobre el sufrimiento y sobre la muerte. Hasta alcanzar la alegría de morir.



En el evangelio de hoy se narra cómo Jesús resucitado da la paz a los discípulos y les concede el poder de perdonar los pecados: “Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados”.



El perdón de los pecados, tema del evangelio de hoy, es obra de la omnipo-tente misericordia de Dios. Por eso la Iglesia ha fijado este domingo la “Fiesta de la Misericordia”. El perdón es la mayor obra del amor de Dios hacia nosotros. Y perdonar es una de las mayores expresiones del amor hacia el prójimo.



La misión como testimonio de Jesús resucitado es el otro tema del evangelio de hoy. Si creemos en el Resucitado, si lo amamos como persona viva y presente, compartiremos con fe y amor su proyecto de salvación a favor del prójimo: “Como el Padre me envió a mí, así los envío también yo a ustedes”.



La eficacia misionera de nuestra vida, de nuestras obras y palabras nos la asegura Jesús con esta condición: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”.



Es bueno preguntarse si creemos de verdad en el Resucitado, si lo tenemos como Persona y centro de la vida, o si sólo creemos teóricamente en el dogma de la Resurrección, en los ritos y cumplimientos. Jesús mismo nos ofrece la pauta para verificarlo: “Por sus obras los conocerán”, en primera persona: “Por mis obras me conoceré”, por lo que mi vida produce a mi alrededor me conoceré.



La presencia de Jesús resucitado supone una felicidad tan extraordinaria, que se nos puede antojar increíble, como les pasaba a los discípulos, que no podían creer por la alegría que les causaba la Resurrección.



Es necesario pedir y cultivar más la fe en Jesús Resucitado presente y operante, y promover la cultura de la Pascua y de la Misericordia frente a la cultura del odio y de la muerte que avanza sobre nuestro maravilloso mundo.



EL SEÑOR DE LA MISERICORDIA




El 22 de febrero de 1931, Jesús dijo a Santa Faustina Kowalska,: “Deseo que el segundo domingo de Pascua de Resurrección se celebre la Fiesta de la Misericordia”. “Ese día están abiertas las entrañas de mi Misericordia. Quien se confiese y reciba la Santa Comunión, obtendrá el perdón total de las culpas y las penas”. “Cuanto más grande sea el pecador, tanto mayor es el derecho que tiene a mi Misericordia”.



Jesús le dijo también en una aparición: “Pinta una imagen según el modelo que ves, y firma: Jesús, en ti confío. Prometo que quien venere esta imagen, no perecerá. También prometo, ya aquí en la tierra, la victoria sobre los enemigos, y sobre todo a la hora de la muerte”.



Jesús recomendó a la Santa: “Deseo que los sacerdotes proclamen esta gran Misericordia que tengo para con los pecadores. Que el pecador no tenga miedo de acercarse a mí... La desconfianza de las almas desgarra mis entrañas. Y aún más me duele la desconfianza de los elegidos que, a pesar de mi amor inagotable, no confían en mí”. Y le mandó escribir: “Antes de venir como el Juez Justo, vengo como el Rey de la Misericordia”.



En la revelación 35 Jesús le dijo: “Cuanto más grande es el pecador, tanto mayor es el derecho que tiene a mi misericordia... Quien confía en mi misericordia, no perecerá, porque todos sus asuntos son míos y los enemigos se estrellarán contra el escabel de mis pies”. “Nadie está excluido de mi Misericordia”.



Jesús enseñó a Santa Faustina Kowalska el Rosario de la Misericordia, con la promesa explícita de que “quienquiera que lo rece, recibirá gran misericordia a la hora de la muerte. Los sacerdotes se lo recomendarán a los pecadores como última tabla de salvación. Hasta el pecador más empedernido, si reza este rosario una sola vez, recibirá la gracia de mi Misericordia infinita. Deseo que el mundo entero conozca mi Misericordia; deseo conceder gracias inimaginables a las personas que confíen en mi Misericordia”. (Revelación 24).



El mismo Jesús le dijo cómo se debía rezar este rosario: “Primero rezarás un Padrenuestro, un Avemaría y el Credo. Luego, en las cinco cuentas que corresponden al Padrenuestro, dirás las siguientes palabras: Padre Eterno, te ofrezco el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de tu amadísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, como propiciación por nuestros pecados y los del mundo entero. En lugar de las diez Avemarías, dirás diez veces las siguientes palabras: Por su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero. Y al final de cada decena, dirás tres veces la siguiente invocación: Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros y del mundo entero”.



Se debe aclarar que no se trata de una indulgencia plenaria.

Estas revelaciones están implícitamente aprobadas por la Iglesia al ser canonizada Sor Faustina en el 2000 por el Papa Juan Pablo II, que escribió la Encíclica “Rico en misericordia”.

La eficacia salvífica de esta devoción no es algo mágico o automático, sino que exige convertirse, desear y pedir sinceramente perdón, celebrar la Fiesta con la confesión previa, la asistencia a la Eucaristía, recibir con fe y confianza a Jesús Misericordioso en la Comunión, y proponiéndose ser misericordioso con los demás mediante obras, palabras, sufrimientos y oraciones en nombre de ellos y por ellos, pues “felices los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”.



El sólo hecho de tener el cuadro del Señor de la Misericordia, tampoco produce la salvación sin más, sino que se requiere respeto, fe, confianza, gratitud y amor hacia Quien está representado en esa imagen.


P. Jesús Álvarez, ssp.