Sunday, September 09, 2007

CALCULAR EN SERIO

CALCULAR EN SERIO

Domingo 23º tiempo ordinario- C / 9-9-2007

Caminaba con Jesús un gran gentío. Se volvió hacia ellos y les dijo: "Si alguno quiere venir a mí y no se desprende de su padre y madre, de su mujer e hijos, de sus hermanos y hermanas, e incluso de su propia persona, no puede ser discípulo mío. El que no carga con su propia cruz para seguirme luego, no puede ser discípulo mío. Cuando uno de ustedes quiere construir una casa en el campo, ¿no comienza por sentarse y hacer las cuentas, para calcular si tiene para terminarla? Porque si pone los cimientos y después no puede acabar la obra, todos los que lo vean se burlarán de él, diciendo: ¡Ese hombre comenzó a edificar y no fue capaz de terminar! (Lucas 14, 25 - 33).

Mucha gente va con Jesús, pero no todos lo siguen; no todos asumen su forma de vivir, de pensar, de amar y actuar, aunque la aprueben teóricamente. Muchos admiran sus milagros, su forma de vivir y de hablar…, pero no aceptan sus exigencias, porque prefieren una vida cómoda y una religión de apariencias.

Jesús no quiere que nos equivoquemos con la ilusión de conseguir la felicidad por un camino que lleva a la desdicha final. Cristo es el creador de nuestra vida, y el autor de todo lo que somos, tenemos, amamos y esperamos, la fuente de nuestra plenitud y felicidad en el tiempo y en la eternidad. Es el único que puede salvarnos del sufrimiento y de la muerte para darnos la felicidad sin fin que tanto ansiamos.

No hay esperanzas por encima de él, y no podemos suplantarlo en la vida por bienes o personas que él mismo nos ha dado, pero que son infinitamente inferiores a él. Nos lo da todo para alcanzarlo, no para oponernos a él y perderlo.

Cuidémonos en serio de no vender a Cristo y a nosotros mismos por unas monedas o por un poco de placer pasajero. Jesús nos dice: “Quien no está conmigo, está contra mí”. “Quien no me confiesa delante de los hombres, tampoco yo lo reconoceré delante de mi Padre”. Él pone las condiciones, no nosotros.

Preferirlo a todas las cosas y a la misma familia, es la máxima sabiduría y conquista. Porque es la única manera de amar de verdad a la familia, a nosotros mismos y las cosas. Así podremos disfrutar de todo eso con libertad y gozo en el tiempo y por toda la eternidad. De lo contrario, tarde o temprano, lo perderemos todo.

Sólo prefiriendo a Jesús, gozaremos en esta vida con profundidad y al ciento por uno lo que tenemos, somos y amamos, y él nos lo devolverá todo “al indefinido por uno” en la fiesta eterna, donde nos está preparando un sitio, que no podemos perdernos por ser pésimos calculadores. Esa pérdida constituiría el verdadero infierno.

Cargar la cruz tras él consiste en asociar a la suya las cruces inevitables que exige la vida honrada y cristiana, como condición esencial para colaborar con él en la salvación de los demás, y así lograr la resurrección y la felicidad eterna.

Por otra parte, cargar las cruces unidos a él es la única forma de que nos resulten más livianas y soportables, como él mismo nos dice: “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré”. “Mi yugo es suave y mi carga ligera”. Pues él mismo nos ayuda a llevarla con esperanza de vida y felicidad.

“El reino de Dios sólo se gana con la violencia”, dice Jesús. Se entiende: con la violencia que exige renunciar a todo lo que impide vivir y crecer como personas libres, honradas y como hijos de Dios, que tienen un destino eterno con él.

El Evangelio es siempre una buena noticia, y como buena no puede amargar la vida a nadie, sino todo lo contrario: da paz, alegría y felicidad, incluso en el dolor. Y nos enseña a vivir con gratitud y orden los gozos que Dios nos da a través de las cosas y en las personas.

No es difícil amar a Jesús por encima de todo y de todos, si consideramos lo que representa en el tiempo y en la eternidad para nosotros y para quienes amamos.

Sabiduría 9,13 - 18

¿Quién, en realidad, podría conocer la voluntad del Señor? ¿Quién se apasionará por lo que quiere el Señor? La razón humana avanza tímidamente, nuestras reflexiones no son seguras, porque un cuerpo perecible pesa enormemente sobre el alma, y nuestra cáscara de arcilla paraliza al espíritu que está siempre en vela. Si nos cuesta conocer las cosas terrestres, y descubrir lo que está al alcance de la mano, ¿quién podrá comprender lo que está en los cielos? ¿Y quién podrá conocer tus intenciones, si tú no les has dado primero la Sabiduría, o no les has enviado de lo alto tu Espíritu Santo? Así fue como los habitantes de la tierra pudieron corregir su conducta: al saber lo que te agrada, fueron salvados por la Sabiduría.

La voluntad de Dios para cada uno de nosotros consiste en que logremos el éxito total y final de nuestra existencia terrena: la vida eternamente feliz con él a través de la resurrección. Y, por consiguiente, que echemos mano de los medios para alcanzarla: amarlo a él sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos.

En eso consiste la sabiduría de la vida que Jesús vino a enseñarnos y sigue enseñándonos por medio de su Espíritu Santo, que Dios da a quien se lo pide y se abre a él. De él nos viene la fuerza y la luz para corregir continuamente nuestra conducta de fáciles desvíos en el camino de la salvación.

Filemón 9b - 10, 12 - 17

Yo Pablo, ya anciano, y ahora preso por Cristo Jesús, te recomiendo a mi hijo Onésimo, a quien transmití la vida mientras estaba preso. Te lo devuelvo; recibe en su persona mi propio corazón. Hubiera deseado retenerlo a mi lado para que me sirviera en tu lugar mientras estoy preso por el Evangelio. Pero no quise hacer nada sin tu acuerdo, ni imponerte una obra buena, sino dejar que la hagas libremente. A lo mejor Onésimo te fue quitado por un momento para que lo ganes para la eternidad. Ya no será esclavo, sino algo mucho mejor, pues ha pasado a ser para mí un hermano muy querido, y lo será mucho más todavía para ti. Por eso, en vista de la comunión que existe entre tú y yo, recíbelo como si fuera yo mismo.

Filemón era un convertido por Pablo, y Onésimo era un esclavo de Filemón. A causa de algún problema serio con su amo, Onésimo huye a Roma, donde encuentra a Pablo, encarcelado, quien lo acoge como hijo y lo bautiza.

La huida de Onésimo, según la ley romana, le daba derecho a Filemón incluso de matarlo. Pero Pablo, apelándose a la fe de Filemón, - fe que a la vez es amor, o no es nada -, se lo devuelve convertido y bautizado, como hermano, condición que supera la de esclavo, aunque legalmente lo siga siendo. Pero el amor de Pablo por ambos logra el milagro de la fraternidad entre amo y esclavo.

Algo parecido podemos constatar en familias que tienen jóvenes o mujeres de servicio, y las sientan a comer en su misma mesa, les dan ejemplo de vida cristiana, las tratan con respeto y amor, conscientes de la igualdad como hijos del mismo Dios.

Pablo no condena la esclavitud, pero pone los fundamentos para eliminarla de raíz: la fe y el amor cristiano.

Fe y amor ausentes en familias o empresas que tratan a la servidumbre y a los empleados como seres inferiores, e incluso cometen abusos incalificables contra ellos, con sueldos de hambre, acosos y sometimiento incondicional; pero luego tal vez no faltan un domingo a misa, comulgan y se tienen por muy católicos.

Les vendrá muy bien considerar este ejemplo de Pablo y Filemón, y obrar en consecuencia, convirtiéndose a la verdadera fe y amor cristiano, de lo contrario esa fe aparente continuaría siendo una farsa fatal.

P. Jesús Álvarez, ssp.

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