Sunday, October 19, 2008

AMOR A DIOS y AMOR SOCIAL

AMOR A DIOS y AMOR SOCIAL

Domingo 29º del tiempo ordinario-A / 19-10-08

Los fariseos se reunieron para ver juntos el modo de atrapar a Jesús en sus propias palabras. Le enviaron, pues, discípulos suyos junto con algunos partidarios de Herodes a decirle: Maestro, sabemos que eres honrado, y que enseñas con sinceridad el camino de Dios. No te preocupas por quién te escucha, ni te dejas influenciar por nadie. Danos, pues, tu parecer: ¿Está contra la Ley pagar el impuesto al César? ¿Debemos pagarlo o no? Jesús se dio cuenta de sus malas intenciones y les contestó: ¡Hipócritas! ¿Por qué me provocan? Muéstrenme la moneda que se les cobra. Y ellos le mostraron un denario. Entonces Jesús preguntó: ¿De quién es esta cara y el nombre que lleva escrito? Contestaron: Del César. Jesús les replicó: Paguen, pues, al César lo que es del César, y den a Dios lo que es de Dios. Mateo 22, 15-22.

Los judíos le tienden a Jesús en una trampa política para hacerlo caer y así tener un pretexto para condenarlo, como ya lo tenían decidido. Pero Jesús los sorprende con una respuesta que no se esperaban: a cada cual lo suyo.

Los cristianos pertenecemos a la Iglesia y a nuestro país, a Dios y a la sociedad. Trabajamos por establecer el reino de Dios en un ambiente humano concreto. Tenemos que responder positivamente a Dios y a las autoridades humanas legítimas.

En el Catecismo de la Iglesia se dice que es un deber del cristiano pagar impuestos; como es también un deber exigir al gobierno que utilice los impuestos en favor del pueblo, del bien común, con justicia, y no vayan a engrosar las cuentas individuales.

El cristiano tiene que dar al Estado lo que es del Estado y a Dios lo que es de Dios. Aunque Dios no pide, fuera del amor, pues todo es suyo. Pide que gocemos con gratitud y orden sus dones y apoyemos al prójimo, no sólo con bienes materiales, sino con valores indispensables, como son la vida y la verdad, la justicia y la paz, la libertad y el amor, la solidaridad y el progreso, la fe y la salvación . Lo que hacemos por el prójimo, Dios lo considera hecho a Él.

El cristiano no puede ser insensible frente a las injusticias, atropellos, violaciones, mentiras, manipulaciones, corrupción, guerras…, que sufren sus hermanos. No puede cruzarse de brazos esperando a que actúen los otros allí donde él puede y debe actuar.

Un ciudadano cristiano que educa y cuida bien a sus hijos, y un político que se interesa de verdad por el bien del pueblo, por la paz y la justicia, hacen buena política, que es a la vez testimonio de su fe y expresión de su amor social anclado en el amor a Dios. Así comparten el proyecto del Reino de Dios, encarnándolo en el proyecto de la sociedad familiar y civil.

El reino de Dios y el servicio al prójimo empiezan por casa y se extienden a todo nuestro ámbito de acción e influencia, mediante la fe demostrada con las obras.

La fidelidad total a esta doble relación de amor a Dios y a la sociedad puso a Jesús en el camino de la cruz, que es camino hacia la resurrección. Lo mismo les sucedió, sucede y sucederá a muchos otros a través de los siglos, en especial a los mártires, que compartieron y comparten hoy heroicamente la cruz de Cristo, para compartir gloriosamente su resurrección.

Ése es también nuestro camino, si queremos vivir el sentido total y feliz de nuestra existencia en la tierra y alcanzar el éxito final a través de la cruz ofrecida cada día, rumbo a la resurrección y a la gloria eterna. No es cristiano temer la muerte sin la esperanza de la resurrección. Es inútil buscar otros caminos, pues no existen.

La coherencia cristiana consiste en preocuparse, como Cristo, por el reino de Dios y el bien social, el bien de los hermanos, que son hijos de Dios. El amor social es amor cristiano al por mayor. Es compartir ampliamente el amor universal de Dios Padre, que es Amor.

Sin embargo, el máximo bien que podemos hacer al prójimo es ayudarle a conseguir la salvación eterna, pues “¿de qué le vale al hombre ganar todo el mundo, si al final se pierde a sí mismo?” El bien temporal y la salvación eterna van unidos, y se separan, se pierden ambos.

Isaías 45, 1. 4-6

Así habla el Señor a su ungido, a Ciro, a quien tomé de la mano derecha, para someter ante él a las naciones y desarmar a los reyes, para abrir ante él las puertas de las ciudades, de manera que no puedan cerrarse. Por amor a Jacob, mi servidor, y a Israel, mi elegido, yo te llamé por tu nombre, te di un título insigne, sin que tú me conocieras. Yo soy el Señor, y no hay otro, no hay ningún Dios fuera de mí. Yo te hice empuñar las armas, sin que tú me conocieras, para que se conozca, desde el Oriente y el Occidente, que no hay nada fuera de mí. Yo soy el Señor, y no hay otro.

Ciro era un rey pagano que no conocía a Dios, y sin embargo Dios lo tenía de su mano sin que Ciro se diera cuenta, para que realizara los planes divinos a favor del pueblo elegido. Un pagano entra en el plan salvador de Dios, como muchas otras veces ha sucedido y sigue sucediendo en la historia de la salvación a favor de la humanidad.

Los creyentes en Cristo resucitado, presente y operante en la Iglesia y en el mundo, conductor de la historia, tenemos que saber descubrir su obra incluso allí donde menos se puede esperar humanamente, e incluso donde se le niega; y secundarlo según nuestras posibilidades.

Millones de personas son instrumentos elegidos por Cristo, sin que lo conozcan, para implantar en el mundo los valores de su reino de verdad y justicia, de paz y libertad, de solidaridad y progreso; y contribuyen también a la salvación eterna de la humanidad.

Pensemos tan sólo en los maravillosos medios de comunicación social, -en gran parte obra de no creyentes- que pueden multiplicar casi al infinito para la humanidad la Palabra salvadora de Dios, y por tanto la salvación, además posibilitar muchos otros inmensos bienes.

Pero los creyentes no podemos conocer al único Dios sólo por lo que hemos oído y leído, sino por la experiencia amorosa de su acción entre nosotros, en la historia de cada día, en la oración. El conocimiento real de Dios sólo puede realizarse en el amor, la gratitud y el gozo.

Tesalonicenses 1, 1-5

Pablo, Silvano y Timoteo saludan a la Iglesia de Tesalónica, que está unida a Dios Padre y al Señor Jesucristo. Llegue a ustedes la gracia y la paz. Siempre damos gracias a Dios por todos ustedes, cuando los recordamos en nuestras oraciones, y sin cesar tenemos presente delante de Dios, nuestro Padre, cómo ustedes han manifestado su fe con obras, su amor con fatigas y su esperanza en nuestro Señor Jesucristo con una firme constancia. Sabemos, hermanos amados por Dios, que ustedes han sido elegidos. Porque la Buena Noticia que les hemos anunciado llegó hasta ustedes, no solamente con palabras, sino acompañada de poder, de la acción del Espíritu Santo y de toda clase de dones.

Sólo hay verdadera Iglesia si está unida en Cristo resucitado presente, como hay verdadero cristiano sólo si está unido a Cristo. No basta la unión amistosa en las actividades pastorales y litúrgicas externas, pues resultan fidedignas y salvíficas solamente cuando brotan de esa unión interior en Cristo: “Padre que sean uno para que el mundo crea”. “Quien está unido a mí, produce mucho fruto; pero sin mí no pueden hacer nada”.

La fe viva se manifiesta con obras; el amor, con el esfuerzo valiente por el bien y la salvación de los otros; y la esperanza pascual en Cristo resucitado, con una firme constancia.

Sabemos que somos elegidos de Dios si hemos acogido el Evangelio, no sólo como palabras, teorías y ritos, sino como verdadera Palabra de Dios dirigida con amor a cada uno, acogida y puesta en práctica gracias a la acción del Espíritu Santo en nosotros.

Pero la unión en Cristo –a pesar de que es un don misterioso de Dios- también necesita cauces humanos para sostenerse y crecer: la oración, la información, la comunicación, el diálogo en clima fraternal, la fe pascual en el Resucitado presente y operante.

La Iglesia es la asamblea de los convocados por Cristo a través de los pastores, no sólo por los pastores. Sin fe viva en esta verdad, la Iglesia sería una simple asociación.

P. Jesús Álvarez, ssp.

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