Sunday, October 26, 2008

EL AMOR Y LA LEY

EL AMOR Y LA LEY

Domingo 30º del tiempo ordinario / 26 –10-08

Cuando los fariseos supieron que Jesús había hecho callar a los saduceos, se juntaron en torno a él. Uno de ellos, que era maestro de la Ley, trató de ponerlo a prueba con esta pregunta: Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la Ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el gran mandamiento, el primero. Pero hay otro muy parecido: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Toda la Ley y los Profetas se fundamentan en estos dos mandamientos. Mateo 22,34-40

Los escribas y fariseos habían inventado 613 mandamientos, pero Dios había dado sólo 10, que Jesús resumió en 2: amar a Dios y al prójimo, que al fin los dos se hacen uno solo.

Pero ellos sustituían con sus mandamientos el mandamiento del amor a Dios y al prójimo. Es la tentación de todos los tiempos: aferrarse a normas, leyes, prohibiciones, costumbres, para dispensarse de la ley del amor, el único que justifica toda otra ley que merezca ese nombre. "Quien ama, cumple toda la ley".

Decía san Agustín: "Ama y haz lo que quieras". Pero sólo si amo a Dios, puedo amar al prójimo de verdad; o sea: querer y procurar en serio el bien de los otros, pues los consideraré dignos de amor gratuito sólo por tenerlos como hermanos míos, porque son hijos del mismo Dios Padre, y porque Dios los ama igual que a mí.

El amor a Dios no debe tener medida: hay que amarlo “sobre todas las cosas y personas, con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente”, mientras que el amor al prójimo tiene la medida del amor a sí mismo: Y al prójimo como a sí mismo”; aunque Jesús más allá: “Ámense unos a otros como yo los amo”.

El amor al prójimo por encima del amor a Dios, o sin amor a Dios, o en contra de Dios, es egoísmo e idolatría, que termina en traición ante la menor dificultad.

Quien no ama a Dios y al prójimo, se hace el máximo daño a sí mismo, pues prescindiendo de esos amores, se cierra a la eternidad del amor y de la felicidad.

El amor es lo que más necesitamos los humanos: amar y ser amados. Más que dinero y salud, placer o poder, necesitamos amor recíproco. Porque sólo en el amor verdadero se halla la felicidad, la libertad y la paz que ansiamos, tanto en el tiempo como en la eternidad. “Se haría detestable quien quisiera comprar el amor con dinero”.

Son muy pocos los que descubren y viven el verdadero amor. La gran mayoría se deja engañar por apariencias o sustitutos del amor, productos del egoísmo, que se disfraza bajo el sagrado nombre del amor. Gran engaño para la persona, la familia, la juventud, la sociedad.

El mandamiento del amor es el más quebrantado de todos, incluso por gran parte de los cristianos, al olvidar que la esencia de la vida cristiana es el amor auténtico a Dios y al prójimo. Por eso es decisivo cuestionarnos si de veras amamos a Dios sobre todas las cosas y personas, y al prójimo como a nosotros mismos por amor a Dios, y no darlo por supuesto.

El amor a Dios y al prójimo equivale al verdadero amor hacia uno mismo, pues esos dos amores son los únicos que nos hacen felices en el tiempo y en la eternidad. Decía el Cura de Ars: “No hay felicidad más grande en este mundo que la de amar a Dios y sentirse amados por él”.

El amor a Dios se cultiva considerando sus maravillas y sus inmensos beneficios gratuitos, que nos demuestran su infinito amor hacia cada uno de nosotros. El amor es nuestra vocación y misión, nuestra felicidad en el tiempo y en la eternidad.

Éxodo 22, 20-26

Éstas son las normas que el Señor dio a Moisés: “No maltratarás al extranjero ni lo oprimirás, porque ustedes fueron extranjeros en Egipto. No harás daño a la viuda ni al huérfano. Si les haces daño y ellos me piden auxilio, Yo escucharé su clamor. Entonces arderá mi ira, y Yo los mataré a ustedes con la espada; sus mujeres quedarán viudas, y sus hijos huérfanos. Si prestas dinero a un miembro de mi pueblo, al pobre que vive a tu lado, no te comportarás con él como un usurero, no le exigirás interés. Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, devuélveselo antes que se ponga el sol, porque ese es su único abrigo y el vestido de su cuerpo. De lo contrario, ¿con qué dormirá? Y si él me invoca, Yo lo escucharé, porque soy compasivo”.

Ya en el Antiguo testamento Dios manda no maltratar al extraño, al extranjero, porque también es hijo de Dios, y como tal merece respeto y amor. Y también prescribe no aprovecharse de la debilidad y necesidad de las viudas, niños y pobres, pues, si lo invocan, él mismo Dios saldrá en su favor y devolverá a los explotadores los sufrimientos que infligen a los débiles e indefensos.

Mas para que Dios salga a favor de los débiles y explotados, y en contra de los explotadores y corruptos, es necesario que los afligidos invoquen al Señor, en lugar de maldecir a quienes les hacen daño, y menos maldecir al mismo Dios porque no castiga o impide el mal, pues lo cierto es que Dios sufre con los que sufren, y transformará en felicidad el sufrimiento de quienes lo invocan.

Jesús ratificará: “Todo lo que hagan a uno de estos mis pequeños, a mí me lo hacen”; “tuve hambre y sed, estuve desnudo, encarcelado, enfermo... y ustedes me socorrieron... Vengan, benditos de mi Padre”. Mientras los que hacen sufrir serán rechazados por Dios: “Vayan, malditos, al tormento eterno”.

El Pan de la Palabra y el Pan eucarístico tienen eficacia salvífica si a la vez se vive la comunión con el necesitado, que es el sacramento del prójimo.

Tesalonicenses, 1, 5-10

Hermanos: Ya saben cómo procedimos cuando estuvimos allí al servicio de ustedes. Y ustedes, a su vez, imitaron nuestro ejemplo y el del Señor, recibiendo la Palabra en medio de muchas dificultades, con la alegría que da el Espíritu Santo. Así llegaron a ser un modelo para todos los creyentes de Macedonia y Acaya. En efecto, de allí partió la Palabra del Señor, que no sólo resonó en Macedonia y Acaya: en todas partes se ha difundido la fe que ustedes tienen en Dios, de manera que no es necesario hablar de esto. Ellos mismos cuentan cómo ustedes me han recibido y cómo se convirtieron a Dios, abandonando los ídolos para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar a su Hijo, que vendrá desde el cielo: Jesús, a quien Él resucitó de entre los muertos y que nos libra de la ira venidera.

El mayor servicio que se puede hacer al hombre, es comunicarle la Palabra salvadora de Dios. San Pablo consideraba la evangelización como un verdadero culto, pues constituye el servicio al hombre en su máxima necesidad: la salvación eterna, sin la cual de nada le vale haber nacido y gozado de la vida temporal.

La Palabra de Dios es el sacramento universal de salvación que todo el mundo puede recibir y que todos podemos administrar con la vida, el ejemplo y la palabra. Todos podemos decir con verdad como san Pablo: “¡Ay de mí si no evangelizo!”

P. Jesús Álvarez, ssp.

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