Sunday, May 02, 2010

Un Mandamiento Nuevo


Un Mandamiento Nuevo

DOMINGO V DE PASCUA - Ciclo “C” / 02-04-2010.



Juan 13,31-33.34-35.

Después que Judas salió, Jesús dijo: "Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también lo glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto. Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes. Ustedes me buscarán, pero yo les digo ahora lo mismo que dije a los judíos: 'A donde yo voy, ustedes no pueden venir'. Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros".

Hechos de los Apóstoles 14,21b-27

En aquellos días, Pablo y Bernabé volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios. En cada Iglesia designaban presbíteros, oraban, ayunaban y los encomendaban al Señor, en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfília. Predicaron en Perge, bajaron a Atalía y allí se embarcaron para Antioquía, donde habían sido encomendados a la gracia de Dios para la misión que acababan de cumplir. Al llegar, reunieron a la Iglesia, les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto la puerta de la fe a los paganos.

Apocalipsis 21, l-5a

Yo, Juan, ví un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra han desaparecido, y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo. Y escuché una voz potente que decía desde el trono: «Ésta es la morada de Dios entre los hombres: habitará con ellos. Ellos serán su pueblo, y Dios estará con ellos y será su Dios. Él secará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Porque todo lo antiguo ha pasado». Y el que estaba sentado en el trono dijo: «Yo hago nuevas todas las cosas».

De camino hacia su glorificación por la muerte y la resurrección, Jesús deja a los discípulos su testamento de amor: "Ámense unos a otros como yo los amo”.
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No se trata de un consejo, sino de un mandato, síntesis de todos los mandamientos. Cumplido ese mandato, todos los demás están cumplidos: “Ama y haz lo que quieras”, decía San Agustín. Sólo puede salvar y salvarnos el amor salvífico al prójimo fundado en el amor de gratitud a Dios.

El amor humano goza con las cualidades de las personas y las cosas; y el amor cristiano goza identificándose con las personas amadas, con sus ideales y necesidades. Este es el amor verdadero que da plenitud a la vida, nos hace adultos, nos salva y da fuerza de salvación a nuestra vida y obras. A este amor se refiere San Pablo cuando dice: “Si no tengo amor, nada soy”. (1 Corintios 13).

El amor cristiano tiene tres grados: amar al prójimo como a nosotros mismos; amarlo como amamos a Jesús, presente en el prójimo; amarlo como Jesús lo ama: “Ámense unos a otros como yo los amo”. Este tercer grado es el amor pleno, imitación del amor de Cristo.

Este amarse como Jesús nos ama, testimonia la presencia de Cristo resucitado en y entre quienes lo aman. “La señal por la que conocerán que ustedes son discípulos míos, será que se amen unos a otros”. Ningún otro signo es convincente si falta éste. Ni siquiera la Eucaristía, que puede hacerse escándalo si no se celebra y vive con amor fraterno y por amor a Cristo.

El amor cristiano es la característica original del creyente ante las demás religiones.

Sólo el amor verdadero a Dios y al prójimo nos puede merecer la felicidad en esta vida, y al final, la vida eterna a través de la resurrección. Nada es tan grave como no vivir en ese amor. Es necesario pedirlo y cultivarlo.

P. Jesús Álvarez, ssp.

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