Sunday, August 12, 2007

LA GLORIA DE NUESTRA REINA Y MADRE

LA GLORIA DE NUESTRA REINA Y MADRE

Asunción de María / 12 agosto 2007

Entró María en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Al oír el saludo Isabel, el niño saltó de alegría en su vientre. Isabel se llenó del Espíritu Santo y exclamó: - ¡Bendita tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!... ¡Dichosa tú por haber creído que se cumplirán las promesas del Señor! María entonces dijo: - Proclama mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador, porque se fijó en su humilde esclava, y desde ahora todas las generaciones me llamarán feliz. El Poderoso ha hecho grandes cosas por mí: ¡Santo es su Nombre! Muestra su misericordia siglo tras siglo a todos aquellos que viven en su presencia. Desplegó la fuerza de su brazo: deshizo a los soberbios y sus planes. Derribó a los poderosos de sus tronos y exaltó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su siervo, se acordó de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, a Abraham y a sus descendientes para siempre. Lucas 1, 38-56.

Santa Isabel ensalza a la Virgen María por el prodigio realizado en ella: la encarnación del Hijo de Dios, el Salvador del mundo. Y Dios la ensalza a los cielos porque ha creído en el mensaje del ángel sobre la promesa de la salvación universal por obra de su Hijo; y por haberle dado la vida humana y haber compartido con él las alegrías y las penas, las persecuciones y la pasión.

Y nosotros ensalzamos a la Virgen María con la fiesta de la Asunción, porque Dios la elevó a la gloria del cielo en premio de su fe y de su fidelidad. Y la constituyó reina de cielos y tierra y madre de la misericordia.

Si Dios ama, venera y exalta de manera tan extraordinaria a Madre de Jesús, ¿cómo no amarla y glorificarla nosotros, que de él la hemos recibido también como Madre? Amar y celebrar a María no supone disminuir al Hijo. Quien ama al Hijo, ¿cómo podrá no amar a su Madre? Y quien menosprecia a la Madre, no aprecia ni ama de verdad al Hijo.

Los católicos no ponemos a María a la par o por encima de Jesús: no le damos un culto de adoración que sólo a Dios se debe, sino un culto de veneración. Quienes la adorasen como se adora a Dios, ofenderían a la Trinidad y a la Virgen María.

Hoy es un día especial para felicitar a nuestra Madre María por el triunfo que Jesús le concedió sobre la muerte y por el aniversario de su nacimiento a la vida eterna. Y es un día para felicitarnos a nosotros, porque su Asunción es la garantía de que Dios quiere y prepara lo mismo para nosotros. Nuestro cuerpo ha sido consagrado por el bautismo como templo de la Trinidad, y no será destruido por la muerte, sino que Cristo resucitado lo convertirá en cuerpo glorioso como el suyo.

El destino definitivo de nuestro cuerpo no es el sepulcro ni una absurda reencarnación indefinida. Del cuerpo físico Dios hace surgir milagrosamente un cuerpo glorioso, a semejanza de la semilla que se pudre bajo tierra para dar vida a una planta muy superior a la semilla sembrada. “El misterio de la Asunción proclama el destino sobrenatural y la dignidad de todo cuerpo humano”, dije Juan Pablo II.

En su canto, el Magníficat, María resume sus sentimientos de gratitud a Dios, canta su amor social hacia su pueblo y su experiencia de salvación. El Magníficat es un canto de alabanza y gratitud y liberación. Ella engendró al Hijo de Dios, que hizo posible lo humanamente imposible. Y desde entonces los hombres podemos trabajar esperanzados por lo que parece imposible, pero que es necesario: la solidaridad y fraternidad universal, la resurrección y la gloria, como María y en unión con el Resucitado.

La devoción a María consiste en imitarla, estarle agradecidos, amarla e invocarla.

Apocalipsis 11,19. 12,1-6. 10

Entonces se abrió el Santuario de Dios en el Cielo y pudo verse el arca de la Alianza de Dios dentro del Santuario. Se produjeron relámpagos, fragor y truenos, un terremoto y una fuerte granizada. Apareció en el cielo una señal grandiosa: una mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza. Está embarazada y grita de dolor, porque le ha llegado la hora de dar a luz. Apareció también otra señal: un enorme dragón rojo con siete cabezas y diez cuernos, y en las cabezas siete coronas; con su cola barre la tercera parte de las estrellas del cielo, precipitándolas sobre la tierra. El dragón se detuvo delante de la mujer que iba a dar a luz para devorar a su hijo en cuanto naciera. Y la mujer dio a luz un hijo varón, que ha de gobernar a todas las naciones con vara de hierro; pero su hijo fue arrebatado y llevado ante Dios y su trono, mientras la mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar que Dios le ha preparado.

La mujer y el dragón del Apocalipsis simbolizan la encarnizada lucha entre el bien y el mal, que también hoy se libra frente al anuncio del Evangelio rechazado por mundo. Pero la mujer – María y la Iglesia – tiene asegurada la victoria, cuyos signos son el vestido de sol y la corona de doce estrellas con que está engalanada.

La Iglesia, Pueblo de Dios, es guiada y conducida por el mismo Cristo Resucitado en persona hacia la victoria final: la Iglesia triunfante en la eternidad. La misión de la Iglesia - la paz y la salvación de los hombres- tiene destino de victoria, pues el invencible Rey de la Gloria está con ella “todos los días hasta el fin del mundo”.

El “dragón rojo” simboliza al mal que infecta toda la historia humana, principalmente por obra de quienes detentan el poder temporal, y tratan de eliminar el fruto del vientre de la mujer, considerado una amenaza. Y este fruto es Cristo, a quien María engendró para darlo al mundo, y a quien la Iglesia sigue engendrando para darlo al mundo de hoy y de todos los tiempos.

María es a la vez figura de la Iglesia triunfante, resucitada, en el cielo, y de la Iglesia militante aquí en la tierra. María, vestida de sol y coronada de estrellas, prefigura la victoria final sobre el mal y la muerte. Victoria que compartirá todo el que se asocie a Cristo en la lucha por un mundo mejor y por alcanzar el reino eterno, donde él nos está preparando un lugar.

1 Corintios 15,20-27

Cristo resucitó de entre los muertos, siendo el primero y primicia de los que se durmieron. Un hombre trajo la muerte, y un hombre también trae la resurrección de los muertos. Todos mueren por estar incluidos en Adán, y todos también recibirán la vida en Cristo. Pero se respeta el lugar de cada uno: Cristo es primero, y más tarde le tocará a los suyos, cuando Cristo nos visite. Luego llegará el fin. Cristo entregará a Dios Padre el Reino después de haber desarmado todo principado, poder y fuerza. Cristo debe ejercer el poder hasta que Dios haya puesto a todos sus enemigos bajo sus pies, y el último de los enemigos sometidos será la muerte. Dios pondrá todas las cosas bajo sus pies.

Cristo Jesús es la primicia de los resucitados, y María la primera criatura humana que participa en el gran triunfo de la resurrección y en la gran fiesta de la Familia Trinitaria.

Jesucristo no resucita para sí solo, sino que también resucita para abrirnos a todos el camino de la resurrección y de la gloria eterna. Y María es la primera de nuestra raza que recorre ese camino abierto por su Hijo.

La Asunción de María nos confirma que con la resurrección de Jesús la humanidad y la creación entera llega a su plenitud. Nuestro destino no se realiza ni en el cosmos ni en el cuerpo, sino más allá del universo, de la carne humana y del tiempo: en el reino eterno de Cristo.

Este reino es un reino de vida, y su peor enemigo es la muerte, que al fin también será aniquilado por el Resucitado, para que reine totalmente la vida. Y vida eterna en abundancia para todos los que optan por Cristo y por construir su reino ya desde este mundo.

P. Jesús Álvarez, ssp.

Saturday, August 04, 2007

ACUMULAR PARA LA VIDA ETERNA

ACUMULAR PARA LA VIDA ETERNA

Domingo 18° Tiempo Ordinario – C / 5 agosto 2007

Uno de entre la gente pidió a Jesús: "Maestro, dile a mi hermano que me dé mi parte de la herencia." Jesús le contestó: "Amigo, ¿quién me ha nombrado juez o partidor de herencias?" Después dijo a la gente: "Eviten con gran cuidado toda clase de codicia, pues aunque uno lo tenga todo, no son sus posesiones las que le dan vida." A continuación les propuso este ejemplo: "Había un hombre rico, al que sus campos le habían producido mucho. Pensaba: ¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mis cosechas. Y se dijo: ‘Haré lo siguiente: echaré abajo mis graneros y construiré otros más grandes; allí amontonaré todo mi trigo, todas mis reservas. Entonces yo conmigo hablaré: Alma mía, tienes aquí muchas cosas guardadas para muchos años; descansa, come, bebe, pásalo bien.’ Pero Dios le dijo: ‘¡Pobre loco! Esta misma noche te van a reclamar tu vida. ¿Quién se quedará con lo que has preparado?’ Esto vale para toda persona que amontona para sí misma, en vez de acumular para Dios." Lucas 12,13-21

Jesús no vino para resolver conflictos económicos, sino para enseñarnos a vivir de manera que logremos la salvación eterna con todos los medios a nuestro alance, recibidos como ayuda para nuestra salvación y la de otros.

El rico necio de la parábola cree que la felicidad está en lo que tiene. Pero no se da cuenta de que su felicidad es tan frágil, que ese mismo día la pierde toda y para siempre.

No es malo tener bienes; lo malo está en adquirirlos mal y acumularlos sólo para sí mismo, haciéndose esclavo de ellos, en lugar de ponerlos al servicio de valores más altos, usarlos y administrarlos para producir también a favor de los demás, con ayudas e iniciativas que mejoren las condiciones de vida de los otros.

La desgracia consiste en que las riquezas posean a quienes las idolatran, y a ellas inmolan familia, amistad, y la misma vida. Así convierten los medios en fin, juntando una economía próspera con una vida en quiebra. ¡Qué fatal necedad!

Las riquezas y bienes materiales son un constante peligro para la vida de fe y para la comunidad cristiana, en cuanto que el afán de riquezas las convierte en ídolos que suplantan a Dios y al prójimo. Ese es el peligro que acecha de continuo a quienes poseen riquezas, y ponen en ellas su vida, siendo así que la vida está sólo en las manos de Dios. Todos los bienes del mundo no salvan de la muerte.

Por eso se ha de tomar la decisión firme de usar los bienes y las riquezas con la finalidad precisa de conseguir la vida eterna mediante obras de bien. Hay que acumular obras buenas en el banco del paraíso, donde nadie puede robar y donde producen intereses eternos. De lo contrario, se llega a lo que más se teme: la infelicidad y la muerte, en vez de la felicidad y la vida eterna.

Y cuando hablamos de bienes, nos referimos también a prestigio, profesión, cultura, salud, saber, inteligencia, capacidad de amar, etc. Que si no sirven para la salvación, al final no nos sirven para nada o para la ruina eterna, mientras van a para en manos tal vez de quienes se lo pasan en grande a costa de lo que quizá se ha ganó y ahorró con duro trabajo y privaciones.

Necesitamos descubrir y vivir el verdadero sentido de todo lo que Dios pone a nuestra disposición, a fin de que nos sirva para nuestro verdadero destino: la gloria en la casa eterna de nuestro Padre Dios, donde la riqueza es inmensa.

Eclesiastés 1,2. 2,21-23

¡Vanidad, pura vanidad! – dice el sabio Qohélet - . ¡Vanidad, pura vanidad! Porque un hombre que ha trabajado con sabiduría, con ciencia y eficacia, tiene que dejar su parte a otro que no hizo ningún esfuerzo. También esto es vanidad y una grave desgracia. ¿Qué le reporta al hombre todo su esfuerzo y todo lo que busca afanosamente bajo el sol? Porque todos sus días son penosos, y su ocupación un sufrimiento; ni siquiera de noche descansa su corazón. También esto es vanidad.

El sabio Qohélet ha intentado con esfuerzo todas las experiencias posibles en busca de la felicidad y del sentido pleno de la vida. Pero debe concluir que, en este mundo, todo es vanidad, todo se esfuma en esta pobre vida al estrellarse contra el muro de la muerte.

Triste realidad cuando se subordina el ser al tener y al disfrutar, pues entonces se puede tener mucho, pero sin ser nadie. Decía un amigo fallecido joven: “He visto a un rico tan pobre, tan pobre, que sólo tenía dinero”.

Gran vanidad es vivir la vida sin sentido eterno, al permitir que sea sofocado por los bienes materiales y los placeres frenéticos, lo cual acaba en una autocondena eterna.

Jesús nos advierte: “¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si al final se pierde a sí mismo?” La vida sin proyección de eternidad se convierte en tiempo vacío. Pero la vida en unión con Cristo, se hace tiempo fecundo en vida eterna.

La mejor manera de disfrutar de la vida, consiste en vivirla con gratitud hacia Quien nos la dio y en el orden por él establecido, para hacerla camino y anticipo de la felicidad eterna.

Colosenses 3,1-5. 9-11

Si han sido resucitados con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Preocúpense por las cosas de arriba, no por las de la tierra. Pues han muerto, y su vida está ahora escondida con Cristo en Dios. Cuando se manifieste el que es nuestra vida, también ustedes se verán con él en la gloria. Por tanto, hagan morir en ustedes lo que es "terrenal", es decir, libertinaje, impureza, pasión desordenada, malos deseos y el amor al dinero, que es una manera de servir a los ídolos. No se mientan unos a otros: ustedes se despojaron del hombre viejo y de sus vicios y se revistieron del hombre nuevo que no cesa de renovarse a la imagen de su Creador, hasta alcanzar el perfecto conocimiento.

Estar resucitados con Cristo consiste en vivir unidos a él, que es el Resucitado, el hombre nuevo por excelencia. Y esta posibilidad de vida nueva, resucitada en Cristo, está a nuestro alcance, a la mano, garantizada por la palabra infalible del mismo Jesús: “Yo estoy con ustedes todos los días”.

Lo decisivo es que nosotros le demos su espacio en la vida, dejando todo lo que nos impida estar con él y triunfar con él sobre la muerte. Y hay que empezar por cuestionarnos el dar por supuesto que ya estamos de seguro con él. Porque es muy fácil ser “cristianos sin Cristo”, cristianos de sólo nombre, sin interés por la felicidad eterna.

Somos cristianos sólo si vivimos como tales: personas afectiva y efectivamente unidas a Cristo. Así como somos verdaderos hijos de Dios sólo si vivimos como tales.Las cosas de arriba tienen como centro a Cristo resucitado, presente y operante. Por su triunfo sobre la muerte mediante la resurrección, todo lo terreno y humano positivo adquiere sentido de eternidad gloriosa, en conformidad con la promesa de Jesús: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”. Se entiende: fruto de vida y gloria eterna.

P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, July 29, 2007

Pidan y se les dará

PIDAN Y SE LES DARÁ

Domingo 17° del tiempo ordinario – C / 29-7-2007

Una vez, estaba Jesús orando en cierto lugar. Cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos». Él les dijo: «Cuando oren digan: «Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos ofende, y no nos dejes caer en la tentación». Y les dijo:- «Si alguno de ustedes tiene un amigo, y viene durante la medianoche para decirle: «Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle».Y, desde dentro, el otro le responde: «No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos». Si el otro insiste llamando, yo les digo que, si no se levanta y se tos da por ser amigo suyo, al menos para que no siga molestando se levantará y le dará cuanto necesite. Por eso yo les digo: Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá; porque quien pide recibe, quien busca encuentra, y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre ustedes, cuando su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide pescado, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Pues, si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¿cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?» Lucas 11,1-13.

Génesis 18,20-32.

En aquellos días, el Señor dijo: "La acusación contra Sodoma y Gomorra es fuerte, y su pecado es grave; voy a bajar, a ver si realmente sus acciones responden a la acusación que contra ellas llega a mí; y si no es así, lo sabré". Partieron de allí aquellos hombres y se dirigieron a Sodoma, mientras el Señor seguía en compañía de Abraham. Entonces Abraham se acercó y dijo a Dios: "¿Es que vas a destruir al ¡nocente con el culpable? Si hay cincuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y no perdonarás a la ciudad por los cincuenta inocentes que hay en ella? ¡Lejos de ti hacer tal cosa!, matar al inocente juntamente con el culpable, de modo que la suerte del inocente sea como la del culpable; ¡lejos de ti! El juez de todo el mundo, ¿no hará justicia?" El Señor contestó: "Si encuentro en la ciudad de Sodoma cincuenta inocentes, perdonaré a toda la ciudad en atención a ellos". Abraham respondió: "Me he atrevido a hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza. Si faltan cinco para el numero de cincuenta inocentes, ¿destruirás, por cinco, toda la ciudad?". Respondió el Señor: "No la destruiré, si es que encuentro allí cuarenta y cinco". Abraham insistió: "Quizá no se encuentren más que cuarenta". Le respondió: "En atención a los cuarenta, no lo haré". Abraham siguió: "Que no se enoje mi Señor, si sigo hablando. ¿Y si se encuentran treinta? " El respondió: "No lo haré, si encuentro allí treinta". Insistió Abraham: "Me he atrevido a hablar a mi Señor. ¿Y si se encuentran sólo veinte? " Respondió el Señor: "En atención a los veinte, no la destruiré". Abraham continuó: "Que no se enoje mi Señor si hablo una vez más. ¿Y si se encuentran diez?" Contestó el Señor: "En atención a los diez, no la destruiré".

Colosenses 2,12-14.

Por el bautismo fueron ustedes sepultados con Cristo, y han resucitado con él, porque han creído en la fuerza de Dios que lo resucitó de entre los muertos. Ustedes estaban muertos por sus pecados, porque no estaban circuncidados; pero Dios les dio vida en él, perdonándoles todos los pecados. Borró el documento que nos condenaba con sus cláusulas y era contrario a nosotros; lo quitó de enmedio, clavándolo en la cruz.

Sunday, July 22, 2007

Escuchad la palabra del Señor

Escuchad la palabra del Señor

Domingo 16° del tiempo ordinario – C / 22-7-2007

En aquel tiempo, entró Jesús en un pueblo, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Ésta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. En cambio, Marta estaba atareada con todo el servicio de la casa; hasta que se paró y dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me ayude». Pero el Señor le contestó: - «Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte, y no se la quitarán». Lucas 10, 38 - 42.

Génesis 18, 1-10.

En aquellos días, el Señor se apareció a Abraham junto a la encina de Mambré, mientras él estaba sentado a la puerta de su carpa, porque hacía calor. Alzó la vista y vio a tres hombres en pie frente a él. Al verlos, corrió a su encuentro desde la puerta de su carpa y, postrándose en tierra, dijo: - «Señor, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo. Haré que traigan agua para que se laven los pies y descansen junto al árbol. Mientras, traeré un pedazo de pan para que recobren fuerzas antes de seguir, ya que han juzgado oportuno pasar junto a su siervo». Contestaron:- «Esta bien. Puedes hacer lo que dijiste». Abraham entró corriendo en la carpa donde estaba Sara y le dijo:- «Date prisa, toma tres medidas de flor de harina, amásala y haz unos panes». Luego fue corriendo donde estaba el ganado, escogió un ternero hermoso y se lo dio a un criado para que lo guisase en seguida. Tomó también queso fresco, leche, el ternero guisado y se lo sirvió. Mientras él estaba en pie bajo el árbol, ellos comieron. Después le dijeron:- «¿Dónde está Sara, tu mujer?» Contestó: - «Aquí, en la carpa». Añadió uno:" «Cuando vuelva a ti, pasado el tiempo de su embarazo, Sara habrá tenido un hijo».

Colosenses 1, 24-28.

Me alegro de sufrir por ustedes; así completo en mi carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia, de la cual Dios me ha nombrado ministro, asignándome la tarea de anunciarles a ustedes su mensaje completo: el misterio que Dios ha tenido escondido desde siglos y generaciones y que ahora ha revelado a su pueblo santo. A este pueblo ha querido Dios dar a conocer la gloria y riqueza que este misterio encierra para los paganos: es decir, que Cristo es para ustedes la esperanza de la gloria. Nosotros anunciamos a ese Cristo; amonestamos a todos, enseñamos a todos, con lo mejor que sabemos, para que todos alcancen su madurez en Cristo.

Sunday, July 15, 2007

Vete, y haz tú lo mismo

Vete, y haz tú lo mismo

En aquel tiempo, se presentó un maestro de la Ley y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba:- «Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?» Él le dijo:- «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?» El contestó:- «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo». Él le dijo:- «Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida eterna». Pero el maestro de la Ley, queriendo justificarse, preguntó a Jesús:- «¿Y quién es mi prójimo?» Jesús dijo:- «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos que lo asaltaron, lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, se desvió y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo se desvió y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde estaba él y, al verlo, sintió compasión, se le acercó, le vendó las heridas, después de habérselas limpiado con aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos denarios y, dándoselos al encargado, le dijo: "Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva". ¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?» Él contestó:- «El que practicó la misericordia con él». Jesús le dijo:- «Vete, y haz tú lo mismo». (Lucas 10, 25-37.)

Deuteronomio 30, 10-14.

Moisés habló al pueblo, diciendo: - «Escucha la voz del Señor, tu Dios, guardando sus preceptos y mandamientos, lo que está escrito en el libro de esta ley; conviértete al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma. Porque este mandamiento que yo te prescribo hoy no es superior a tus fuerzas, ni inalcanzable; no está en el cielo, para que digas: «¿Quién de nosotros subirá al cielo para traerlo y nos lo enseñará, para que lo cumplamos?»; ni está más allá del mar, para que digas: «¿Quién de nosotros cruzará el mar para traerlo y nos lo enseñará, para que lo cumplamos?» Pues, la palabra está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca. Para que la cumplas».

Colosenses 1, 15-20.

Cristo Jesús es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque por medio de él fueron creadas todas las cosas: las del cielo y las de la tierra, visibles e invisibles. Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades; todo fue creado por él y para él. Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él. El es también la cabeza del cuerpo: es decir, de la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo. Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, restableciendo la paz con su sangre derramada en la cruz.

Sunday, July 08, 2007

SUS NOMBRES ESCRITOS EN EL CIELO

SUS NOMBRES ESCRITOS EN EL CIELO


Domingo 14° del tiempo ordinario – C / 8-7-2007


Después de esto, el Señor eligió a otros setenta y dos discípulos y los envió de dos en dos delante de él, a todas las ciudades y lugares adonde debía ir. Les dijo: “La cosecha es abundante, pero los obreros son pocos. Rueguen, pues, al dueño de la cosecha que envíe obreros a su cosecha. Vayan, pero sepan que los envío como corderos en medio de lobos… Cuando entren en una ciudad y sean bien recibidos, coman lo que les sirvan, sanen a los enfermos y digan a su gente: ‘El Reino de Dios ha venido a ustedes’. Pero si entran en una ciudad y no quieren recibirles, vayan a sus plazas y digan: ‘Nos sacudimos y les dejamos hasta el polvo de su ciudad que se ha pegado a nuestros pies. Con todo, sépanlo bien: el Reino de Dios ha venido a ustedes’. Yo les aseguro que, en el día del juicio, Sodoma será tratada con menos rigor que esa ciudad. Los setenta y dos discípulos volvieron muy contentos, diciendo: "Señor, hasta los demonios nos obedecen al invocar tu nombre." Jesús les dijo: "Alégrense, no porque los demonios se someten a ustedes, sino más bien porque sus nombres están escritos en los cielos." (Lucas 10,1-12.17-20).

Los discípulos acompañan a Jesús hacia Jerusalén. Para ellos, la meta es el fracaso del Calvario; para Jesús la meta es el triunfo de la resurrección. Experimentan poco a poco las exigencias del seguimiento de Jesús: renuncia a los intereses egoístas, e incluso a la presencia física de Jesús.

Los setenta y dos discípulos enviados –72: símbolo de las naciones paganas - no eran del grupo de los apóstoles; sino que eran como los laicos de hoy. Todos los seguidores de Jesús, clero y laicos, estamos llamados a anunciar el reino de Jesús y salvar a la humanidad. Cada cual según sus posibilidades reales.

Ningún cristiano está dispensado y a nadie se le niega este privilegio y los medios necesarios. Y todo cristiano debe exclamar con San Pablo: “¡Ay de mí si no evangelizo!” Pues si los que no escuchan a los evangelizadores serán tratados con mayor rigor que Sodoma, ¡cuánto más los enviados que no escuchan a Cristo!

La Gran Misión de América Latina y el Caribe, a partir de Aparecida, tiene ese sentido y exigencias. Evangelización y humanización son inseparables.

La vida interior de unión con Cristo, la misión y el plan común de acción tienen que ser la preocupación fundamental de toda comunidad cristiana, parroquial o extra-parroquial. Quien se decide por Cristo (por ser cristiano), no puede menos de anunciarlo, como sea. Quien no lo anuncia, no es cristiano.

La mies es muy abundante y los obreros muy pocos. Eso hace cada vez más urgente que toda comunidad cristiana tome conciencia de su vocación a la misión evangelizadora y la realice, y promueva por todos los medios las vocaciones consagradas radicalmente a la evangelización. Conscientes de que la gran mayoría de los bautizados no han sido evangelizados o están alejados; y ¡qué decir de los no bautizados!

La palabra y la acción evangelizadora tienen que ir acompañadas por la vida de los mensajeros -que es la palabra más elocuente-, para hacer creíble y convincente el mensaje a los destinatarios. A la base de toda evangelización está la intimidad con el Maestro: hay que escucharlo para hablar en su nombre.

El premio de la evangelización no son las obras ni los éxitos, sino la salvación: “Alégrense porque sus nombres están escritos en el cielo”.

Isaías 66,10-14

    Alégrense con Jerusalén, y que se feliciten por ella todos los que la aman. Siéntanse, ahora, muy contentos con ella todos los que por ella anduvieron de luto, porque tomarán la leche hasta quedar satisfechos de su seno acogedor, y podrán saborear y gustar sus pechos vivificantes. Pues Yavé lo asegura: “Yo voy a hacer correr hacia ella, como un río, la paz, y como un torrente que lo inunda todo, la gloria de las naciones”. Ustedes serán como niños de pecho llevados en brazos y acariciados sobre las rodillas. Como un hijo a quien consuela su madre, así yo los consolaré a ustedes. Cuando ustedes vean todo esto, les saltará de gozo el corazón y su cuerpo rejuvenecerá como la hierba. La mano de Yavé se dará a conocer a sus servidores y hará que sus enemigos vean su enojo.

    La Jerusalén de que habla el profeta Isaías, simboliza a la Iglesia de Cristo en su condición de militante en la tierra y triunfante en la eternidad. Ambas gozan de la presencia cariñosa y todopoderosa de Dios Trinidad. Pero la militante en forma misteriosa y velada, mientras que la triunfante goza de Dios cara a cara, y sus miembros disfrutan de la acogida, de la ternura maternal, las caricias y delicias del Dios Amor.

    En el paso a la Iglesia triunfante, se verificarán a la letra las palabras: “Les saltará de gozo el corazón y su cuerpo rejuvenecerá como la hierba”.

    Pero Dios ya nos regala aquí en la tierra realidades y experiencias felices que encontrarán su plenitud sólo en el paraíso. Lugares, vivencias, deleites, personas con las que nos gustaría gozar para siempre sin cansarnos nunca. Y si todo eso lo gozamos en el amor y gratitud a Dios, aunque sean cosas pasajeras, se harán eternas, con una felicidad inmensamente superior.

    Tenemos que pensar, sentir, gozar y amar mucho más en la perspectiva del cielo, nuestra casa definitiva. Y que lleguemos a sentir lo que San Pablo: “Para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir”.


    Gálatas 6,14-18

    En cuanto a mí, no quiero sentirme orgulloso más que de la cruz de Cristo Jesús, nuestro Señor. Por él el mundo ha sido crucificado para mí y yo para el mundo. No hagamos ya distinción entre pueblo de la circuncisión y mundo pagano, porque una nueva creación ha empezado. Que la paz y la misericordia acompañen a los que viven según esta regla, que son el Israel de Dios. Por lo demás, que nadie venga a molestarme, pues me basta con llevar en mi cuerpo las señales de Jesús. Hermanos, que la gracia de Cristo Jesús, nuestro Señor, esté con su espíritu. Amén.

    San Pablo se gloría en la cruz de Cristo, porque la considera como lo que realmente es: la puerta y el precio de la resurrección y de la gloria eterna. Y se alegra de “estar crucificado con Cristo”: “Me alegro de sufrir; así completo en mi carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo, que es la Iglesia”.

    Y esa alegría se la da la convicción de que “los padecimientos de esta vida presente no son nada en comparación con la gloria futura que se ha de revelar en nosotros”. Pero añade otro gran motivo de su alegría: “Llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús”.¡Cuán decisivo es para nuestra felicidad terrena y eterna vivir en esta perspectiva de San Pablo! No se trata de una ilusión, sino de una realidad necesaria que hemos de pedir, vivir y agradecer. Así nuestra cruz se hará gloriosa y causa de gloria eterna, en unión con la de Cristo.


    P. Jesús Álvarez, ssp.

    Sunday, July 01, 2007

    EXIGENCIA contra INTRANSIGENCIA

    EXIGENCIA contra INTRANSIGENCIA

    Domingo 13°-Ordinario C / 1-7-2007.


    Como ya se acercaba el tiempo en que sería llevado al cielo, Jesús emprendió resueltamente el camino a Jerusalén. Envió mensajeros delante de él, que fueron y entraron en un pueblo samaritano para prepararle alojamiento. Pero los samaritanos no lo quisieron recibir, porque se dirigía a Jerusalén. Al ver esto sus discípulos Santiago y Juan, le dijeron: - Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que los consuma? Pero Jesús se volvió y los reprendió. Y continuaron el camino hacia otra aldea. Mientras iban de camino, alguien le dijo: - "Maestro, te seguiré adondequiera que vayas." Jesús le contestó: - "Los zorros tienen cuevas y las aves tienen nidos, pero el Hijo del Hombre ni siquiera tiene donde recostar la cabeza". Jesús dijo a otro: "Sígueme". El contestó: - "Señor, deja que me vaya y pueda primero enterrar a mi padre". Jesús le dijo: - "Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú vé a anunciar el Reino de Dios". Otro le dijo: - "Te seguiré, Señor, pero antes déjame despedirme de mi familia." Jesús le contestó: - "El que pone la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios". (Lucas. 9,51-62).

    Jesús sube hacia Jerusalén decidido a morir por la salvación de todos los hombres, por cada uno de nosotros. Los discípulos no entienden y le siguen con miedo. Pero cuando los samaritanos les niegan hospedaje, se enfurecen y pretenden defender a Jesús eliminando a los samaritanos con una lluvia de fuego.

    En realidad están cediendo a la intransigencia y al ancestral desprecio mutuo entre los judíos y los samaritanos. Sus actitudes violentas no tienen nada de cristianas, no tienen nada que ver con la misión de Cristo.

    Jesús ha venido para salvar, no para condenar; para abatir las barreras que separan a los hombres, no para destruir a los hombres; para ser exigente, pero no intransigente; para promover el perdón y la paz, y no la violencia. Ha venido para usar el poder de Dios en favor de los hombres, y no en contra de ellos. Ha venido para ser misericordia universal de Dios en favor de buenos y malos.

    También nosotros, cristianos, tenemos que verificar si reflejamos en nuestra vida y relaciones la semejanza con Cristo por la unión real con él.

    Jesús es indulgente incluso con sus enemigos, pero es exigente con sus seguidores: “Si alguien quiere ser discípulo mío, tome su cruz cada día y me siga”. “No pueden servir a dos señores: a Dios y al dinero”. “Quien ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí”. “Quien deja padre, madre, hermanos, casas y tierras por mí, tendrá cien veces más y luego la vida eterna”.

    Jesús no es exigente por gusto, sino porque quiere para los suyos lo mejor: el ciento por uno y la vida eterna, que sólo con la exigencia pueden conseguir. Quiere que los suyos pisen sus huellas subiendo al calvario, porque ese es el camino real de la resurrección, de la vida y de la gloria eterna. No hay otro.

    El “seguidor de Cristo”, -el cristiano- no puede ponerle condiciones a Jesús: “Déjame enterrar a mi padre…, despedirme de mi familia”. No puede vivir un cristianismo light donde prevalecen las comodidades, lujos, vicios… Es Cristo quien pone las condiciones de su seguimiento: “Si alguien quiere seguirme...”

    Pero no es cuestión de que el cristiano piense y viva sólo en la cruz, sino sobre todo en una vida pascual, gozosa con Cristo Resucitado, que alivia la cruz y da al calvario el esplendor de la resurrección y de la gloria eterna.

    1 Reyes 19,16. 19-21

    El Señor dijo a Elías: “Consagrarás a Eliseo, hijo de Safat, de Abel-Mejolá, como profeta en vez de ti". Partió de allí Elías y encontró a Eliseo, hijo de Safat, quien estaba arando; tenía doce medias hectáreas de tierra para arar y estaba en la duodécima. Elías se le acercó y le tiró encima su manto. Inmediatamente, dejando sus bueyes, Eliseo corrió tras Elías diciendo: "Permíteme que vaya a abrazar a mi padre y te seguiré". Y Elías le respondió: "Puedes ir; ¿quién te lo impide?" Eliseo se dio media vuelta, tomó la yunta de bueyes y los sacrificó; asó su carne con el yugo y se la sirvió a su gente; luego se levantó, salió tras Elías.

    El manto con el cual Elías cubrió a Eliseo, es símbolo de transmisión del poder profético, del poder de Dios. La respuesta de Eliseo es modelo de respuesta a la vocación cristiana y consagrada: decisión pronta y gozosa. Es consciente de la grandeza de su vocación, y cualquier desprendimiento le parece poca cosa con tal de corresponder a la gran misión que Dios le confía.

    Elías no le impide a Eliseo despedirse de sus padres, pues lo ve totalmente decidido. Pero, en parecidas peticiones, Jesús vio indecisión y poca valoración del seguimiento por parte de los dos que se le ofrecían.

    Es necesario discernir las intenciones reales que hay en el fondo de nuestro ser cristianos: ¿seguimiento de Cristo o cumplimiento de normas, ritos, moral...?

    En concreto, la vocación de todo cristiano es imitar a Cristo, vivir unido a él y promover los bienes de su reino en el propio radio de acción o influencia: la vida y la verdad, la justicia y la paz, le libertad y el amor, la dignidad humana, el progreso, el bienestar..., y colaborar con él, mediante la oración, el trabajo, la alegría y el sufrimiento, el testimonio..., en la salvación de sus hermanos.

    Esa es la vocación cristiana, tanto para los consagrados como para los fieles, cada cual a su manera y con el alcance de su condición, fuerzas, talentos y medios. No hay otra vocación, aunque son diferentes los modos de vivirla.

    Gálatas 5,1.13-18

    Cristo nos liberó para ser libres. Manténganse, pues, firmes y no se sometan de nuevo al yugo de la esclavitud. Nuestra vocación, hermanos, es la libertad. No hablo de esa libertad que encubre los deseos de la carne, sino del amor por el que nos hacemos esclavos unos de otros. Pues la Ley entera se resume en una frase: Amarás al prójimo como a ti mismo. Pero si se muerden y se devoran unos a otros, ¡cuidado!, que llegarán a perderse todos. Por eso les digo: caminen según el espíritu y así no realizarán los deseos de la carne.

    ¡Cuánto se habla hoy de libertad! Pero es cierto que nunca ha habido tantas y tan crueles esclavitudes que, además, se hacen pasar por libertad.

    Hasta se le llama libertad al poder de esclavizar, explotar y utilizar indignamente, e incluso de eliminar a quien resulta incómodo a la propia comodidad, egoísmo y ambición, empezando por el aborto, hasta la guerra y toda violencia por parte de los esclavos del poder, del dinero, del placer.

    Pablo nos indica dónde está la verdadera libertad: ser esclavos unos de los otros por amor. Porque sólo el amor da la verdadera libertad. El egoísmo esclaviza al egoísta y al que está a su alcance.

    Dios prohíbe sólo aquello que nos impide ser libres y felices. Dios no nos quiere como marionetas en sus manos, sino como personas e hijos libres con su misma libertad hecha amor. Sólo el amor hace posible que dos libertades se unan libre y felizmente en el tiempo y en la eternidad.

    P. Jesús Álvarez, ssp.

    Sunday, June 24, 2007

    NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA


    NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA


    24-06-2007


    Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo. Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella. A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre dijo: “No, debe llamarse Juan”. Ellos le decían: “No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre”. Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran. Éste pidió una pizarra y escribió: “Su nombre es Juan”. Todos quedaron admirados, y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios. Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea. Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: “¿Qué llegará a ser este niño?” Porque la mano del Señor estaba con él. El niño iba creciendo y se fortalecía en su espíritu; y vivió en lugares desiertos hasta el día en que se manifestó a Israel. (Lc 1, 57-66. 80)


    Jesús mismo teje el mejor elogio que se puede hacer a una persona humana: “Les aseguro que entre todos los nacidos de mujer no hay profeta mayor que Juan”, a excepción del mismo Jesús, que añadió: “Pero el más pequeño en el Reino de Dios es mayor que él”. Juan es grande en relación al máximo Profeta: Cristo.


    Y Juan vive esa grandeza con profunda humildad, confesada con aquellas palabras: “Después de mí viene uno que es más que yo, y no me considero digno siquiera de soltar la correa de sus sandalias. Él debe crecer y yo disminuir”. “Sólo soy una voz que clama en el desierto: conviértanse, preparen el camino al Señor”.


    El Bautista grita en el desierto –símbolo de libertad- contra todo pecado e injusticia de quienes acuden a él para bautizarse, entre los cuales se mezclaban hipócritas buscando una salvación fácil, pero él los encaraba: “¡Raza de víboras, ¿quién les enseñó a burlar la ira de Dios que se acerca? Produzcan frutos de sincera conversión”.


    Se movía por los pueblos a lo largo del río Jordán, y su palabra encendida se dirigía a toda clase de gentes y pecadores: campesinos, pescadores, escribas, sacerdotes, soldados y gobernantes, y entre ellos el adúltero Herodes, que terminó suprimiéndolo por instigación de la adúltera esposa de su hermano con la que convivía con escándalo para el pueblo.


    Juan no conocía personalmente a Jesús a pesar de ser su primo. Lo conoció y lo señaló a la gente cuando le pidió ser bautizado, vio descender el Espíritu sobre él y escuchó las Palabras del Padre: “Este es mi Hijo predilecto: escúchenlo”.


    El ejemplo y el mensaje del Bautista sigue siendo actual para nosotros y para el mundo. Y primero para la Iglesia, jerarquía, clero y pueblo: convertirse y preparar los caminos de Jesús resucitado presente, no contentándose con una religiosidad superficial, que no compromete a nada y no puede salvarnos ni salvar a otros.


    Todo bautizado es constituido testigo para anunciar a Cristo con todos los medios a su alcance, pero sobre todo con la palabra más eficaz: el ejemplo de una vida en unión con el Señor, que nos prometió estar todos los días con nosotros.Y todos somos destinatarios directos de las Palabras del Padre: “Este es mi Hijo predilecto: escúchenlo”. Hay que tomar muy en serio la máxima tarea de la salvación propia y ajena, pues “¿de qué le vale al hombre ganar todo el mundo, si al final se pierde a sí mismo?” Asegurémonos el éxito total de nuestra vida.


    Isaías 49, 1-6


    ¡Escúchenme, costas lejanas, presten atención, pueblos remotos! El Señor me llamó desde el vientre materno, desde el vientre de mi madre pronunció mi nombre. Él hizo de mi boca una espada afilada, me ocultó a la sombra de su mano; hizo de mí una flecha punzante, me escondió en su aljaba. Él me dijo: “Tú eres mi Servidor, Israel, por ti yo me glorificaré”. Pero yo dije: “En vano me fatigué, para nada, inútilmente, he gastado mi fuerza”. Sin embargo, mi derecho está junto al Señor y mi retribución, junto a mi Dios. Y ahora, ha hablado el Señor, el que me formó desde el vientre materno para que yo sea su Servidor, para hacer que Jacob vuelva a él y se le reúna Israel. Yo soy valioso a los ojos del Señor y mi Dios ha sido mi fortaleza. Él dice: “Es demasiado poco que seas mi Servidor para restaurar a las tribus de Jacob y hacer volver a los sobrevivientes de Israel; Yo te destino a ser la luz de las naciones, para que llegue mi salvación hasta los confines de la tierra”.


    Cada uno de nosotros ha sido formado prodigiosa y amorosamente por Dios en el seno materno, originándose así una profunda relación de amor incomparable del Creador hacia nosotros, la cual demanda una sentida correspondencia de amor agradecido, a fin de que esa relación filial sea real y se prolongue en la eternidad.


    Cada uno de nosotros es “valioso a los ojos del Señor”, quien merece en justicia nuestro testimonio amoroso de vida y nuestra colaboración con Cristo para que otros lo reconozcan, lo amen, se alegren en él y se salven. Frente a la sensación de inutilidad de nuestros esfuerzos, Jesús nos asegura la eficacia salvadora de nuestro testimonio: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”. No serán en vano nuestros esfuerzos por imitar a Cristo y darlo a conocer con la palabra de nuestra vida, y de nuestra boca cuando sea posible y necesario.


    Hechos 13, 22-26


    En la sinagoga de Antioquía de Pisidia, Pablo decía: “Dios suscitó para nuestros padres como rey a David, de quien dio este testimonio: ‘He encontrado en David, el hijo de Jesé, a un hombre conforme a mi corazón, que cumplirá siempre mi voluntad’. De la descendencia de David, como lo había prometido, Dios hizo surgir para Israel un Salvador, que es Jesús. Como preparación a su venida, Juan Bautista había predicado un bautismo de penitencia a todo el pueblo de Israel; y al final de su carrera, Juan Bautista decía: ‘Yo no soy el que ustedes creen, pero sepan que después de mí viene Aquél a quien yo no soy digno de desatar las sandalias’. Hermanos, este mensaje de salvación está dirigido a ustedes: los descendientes de Abraham y los que temen a Dios”.


    Dios había encontrado en “David un hombre conforme a su corazón, que cumpliría siempre su voluntad”. En realidad David desvió su corazón y conculcó la voluntad de Dios; pero el nuevo David, Jesús, siempre fue conforme al corazón del Padre y cumplió fielmente su voluntad.


    Por eso Jesús fue y es nuestro único y definitivo Salvador. Su bautismo no es de sólo agua, como el de Juan, sino de agua y de fuego del Espíritu Santo, que nos hace hijos verdaderos de Dios en su Hijo Jesucristo, y coherederos suyos.


    En el Bautismo Jesús nos hace con él “sacerdotes, profetas y reyes”; sacerdotes: colaboradores con él de la salvación nuestra y del mundo; profetas: cuya vida habla de Dios; reyes: hijos del Rey, con la libertad de los hijos de Dios.


    Nuestra vida no es indiferente en donde vivimos, en la Iglesia, en el mundo. O apoyamos la obra salvadora de Cristo, o la obstaculizamos. ¿Nos encuentra Dios conforme a su corazón y a su voluntad? “Quien no está conmigo, está contra mí”.


    P. Jesús Álvarez, ssp.

    Sunday, June 17, 2007

    TUS PECADOS ESTÁN PERDONADOS






    TUS PECADOS ESTÁN PERDONADOS



    Domingo 11° durante el año- C / 17 junio 2007



    En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se puso a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás Junto a sus pies, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies, se los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo:- «Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora». Jesús tomó la palabra y le dijo:- «Simón, tengo algo que decirte». Él respondió:- «Dímelo, maestro». Jesús le dijo:- «Un prestamista tenia dos deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más?» Simón contestó:- «Supongo que aquel a quien le perdonó más». Jesús le dijo;- «Has juzgado rectamente». Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón:- «¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha secado con sus cabellos. Tú no me diste el beso de saludo; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero a quien poco se le perdona, es porque demuestra poco amor». Y a ella le dijo:- «Tus pecados están perdonados». Los demás invitados empezaron a decir entre si:- «¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?» Pero Jesús dijo a la mujer:- «Tu fe te ha salvado: vete en paz». Después de esto iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio del reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, administrador de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes. (Lucas 7,36-8,3)


    Samuel 12,7-10. 13.


    En aquellos días, dijo Natán a David: “Así dice el Señor Dios de Israel: Yo te ungí rey de Israel, te libré de las manos de Saúl, te entregué la casa de tu Señor, puse sus mujeres en tus brazos, te entregué la casa de Israel y la de Judá, y por si fuera poco, pienso darte otro tanto. ¿Por qué has despreciado tú la palabra del Señor, haciendo lo que a él le parece mal? Mataste a espada a Urías el hitita y te quedaste con su mujer. Pues bien, la espada no se apartará nunca de tu casa; por haberme despreciado, quedándote con la mujer de Urías”. David respondió a Natán: “He pecado contra el Señor”. Y Natán le dijo: “Pues el Señor perdona tu pecado. No morirás”.


    David, a pesar de tantos privilegios de Dios, cae en los abominables pecados de adulterio y asesinato, y merecía la muerte. Pero termina siendo modelo de pecador arrepentido: un “pecador bueno” por la conversión y la penitencia.

    ¿Qué habríamos merecido nosotros por nuestros pecados? Pero Dios “no nos ha pagado según merecen nuestras culpas”, sino que espera pidamos perdón y reparemos haciendo el bien contrario al mal que hicimos, y sobre todo con obras de misericordia, entre las cuales se encuentra aquella a la que Dios condiciona su perdón: perdonar a quienes nos han ofendido, nos ofenden o nos ofenderán: “Perdonen y serán perdonados”, pide Jesús. Perdonar es pura obra de amor.

    Los pecados perdonados deberían ser la causa de una permanente gratitud y amor a Dios, demostrado ante todo por la lucha sincera para evitar el pecado. La “gracia (perdón) de Dios vale más que la vida”, puesto que la vida sin el perdón de Dios desemboca en muerte eterna, que separa de Dios-Vida-Amor. Más valdría no haber nacido.



    Gálatas 2,16. 19-21.

    Hermanos: Sabemos que el hombre no se justifica por cumplir la ley, sino por creer en Cristo Jesús. Por eso hemos creído en Cristo Jesús para ser justificados por la fe de Cristo y no por cumplir la ley. Porque el hombre no se justifica por cumplir la ley. Para la ley yo estoy muerto, porque la ley me ha dado muerte; pero así vivo para Dios. Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí. Y mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí. Yo no anulo la gracia de Dios. Pero si la justificación fuera efecto de la ley, la muerte de Cristo sería inútil.


    El perdón, la justificación y la salvación no se deben al cumplimiento de leyes, normas, ritos y obras, sino sólo a la fe en Cristo, que murió y resucitó por nuestra justificación. Por su muerte nos mereció el perdón, y por su resurrección, la justificación, que es relación positiva y filial con Dios, gracias a Cristo y en Cristo.

    Entonces las leyes, las obras, las normas y los ritos ¿no tienen valor? Por sí solos no pueden ser causa de la justificación y la salvación, sino sólo condición. El canal no es el origen o causa del agua, sino sólo la condición o cauce del agua que llega a las plantas y árboles para darles vida.

    Por eso en los ritos, leyes y obras tiene que preocuparnos más la fe y el encuentro amoroso con Cristo, que el cumplimiento externo, pues sólo la presencia del Salvador resucitado, acogido con fe y amor, les confiere eficacia santificadora y salvadora.

    Sólo la unión real con Cristo presente hace al cristiano – persona unida a Cristo -. Unión que San Pablo expresa de manera magistral: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí… Vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí”. Jesús también dijo: “Quien me come, vivirá por mí”.



    P. Jesús Álvarez, ssp.









    LA SEMILLA DE LA VIDA


    Jesús dijo a la gente: - Escuchen esta comparación del Reino de Dios. Un hombre esparce la semilla en la tierra, y ya duerma o esté despierto, sea de noche o de día, la semilla brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da fruto por sí misma: primero la hierba, luego la espiga, y por último la espiga se llena de granos. Y cuando el grano está maduro, se le mete la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha. Jesús les dijo también: - ¿A qué se parece el Reino de Dios? ¿Con qué comparación lo podríamos expresar? Es semejante a una semilla de mostaza; al sembrarla, es la más pequeña de todas las semillas que se echan en la tierra, pero una vez sembrada, crece y se hace más grande que todas las plantas del huerto y sus ramas se hacen tan grandes, que los pájaros del cielo buscan refugio bajo su sombra. (Marcos 4, 26 - 34.)


    Con esta parábola de la semilla Jesús se refiere a la aparente insignificancia de su misión, compartida por sus seguidores en la siembra de la Palabra de Dios. Les da a entender que lo decisivo es sembrar con la vida y con la palabra, con la oración y la acción, con el sufrimiento y la alegría, pero unidos a él.

    La semilla del reino crecerá de forma incontenible, porque es sembrada y cultivada por el mismo Dios, hasta el tiempo de la siega, o juicio divino. La acción profunda, lenta y paciente de Dios es una invitación a todos sus colaboradores frente a la impaciencia por los resultados visibles e inmediatos

    El reino de Dios en la tierra - reino de vida y de verdad, de justicia y de paz, de libertad y solidaridad, de amor y fraternidad -, es sembrado por manos humanas en nombre de Dios. Y Dios da el crecimiento infalible, el cual no se debe a la sola actividad del hombre, como da a entender sin rodeos Jesús: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto; pero sin mí no pueden hacer nada”.

    La Palabra de Dios y los sacramentos son semilla del reino de Dios y de la vida divina sembrada en el hombre. Son cauces del poder divino que transforma a quien la acoge con fe y amor como don de Dios. Y crecerá incesantemente, aunque el hombre no lo perciba. “Quien escucha mis palabras y las cumple... quien come mi carne... tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”, afirma Jesús. Sin embargo, el hombre, en su libertad, puede cerrarse a la semilla o arrojarla de su corazón y de su vida.

    Pero el reino de Dios, la Iglesia de Jesús, no debe temer el fracaso del evangelio por la pobreza de recursos y la insignificancia de los sembradores. Lo único que necesita son servidores pobres e incondicionales.

    Pobres también si se valen de los medios más rápidos, costosos, poderosos y eficaces, de alcance mundial, como son los medios de comunicación social, que Cristo y los Apóstoles usarían hoy, como usaron entonces lugares con buena acústica, la barca, los areópagos, el cerro, el libro. Y a través de ellos se puede realizar hoy a la letra el mandato de Jesús: “Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a todas las gentes”: “Lo que les digo al oído, proclámenlo sobre los tejados”.

    A pesar de todas las apariencias, el reino de Dios crece y se desarrolla incesantemente bajo la omnipotente mano divina y con la pobre colaboración humana. Es necesario tomar conciencia del gran honor que nos Dios concede al llamarnos a compartir con Cristo la construcción de su reino mediante la vida y el ejemplo, la palabra y la acción, la oración y el sacrificio ofrecido.


    Hará falta toda la eternidad para comprender el misterio de la semilla divina sembrada en nosotros y por nosotros, y para agradecer el privilegio de ser sus colaboradores.


    P. Jesús Álvarez, ssp.

    Sunday, June 10, 2007

    PAN DEL CIELO PARA TODOS



    PAN DEL CIELO PARA TODOS

    Fiesta del Corpus Christi - C / 10-06-2007.

    El día comenzaba a declinar. Los Doce se acercaron para decirle: «Despide a la gente para que se busquen alojamiento y comida en las aldeas y pueblecitos de los alrededores, porque aquí estamos lejos de todo".» Jesús les contestó: «Denles ustedes mismos de comer». Ellos dijeron: «No tenemos más que cinco panes y dos pescados. ¿O desearías, tal vez, que vayamos nosotros a comprar alimentos para todo este gentío?» De hecho había unos cinco mil hombres. Pero Jesús dijo a sus discípulos: «Hagan sentar a la gente en grupos de cincuenta». Así lo hicieron los discípulos, y todos se sentaron. Jesús entonces tomó los cinco panes y los dos pescados, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, los partió y se los entregó a sus discípulos para que los distribuyeran a la gente. Todos comieron hasta saciarse. Después se recogieron los pedazos que habían sobrado, y llenaron doce canastos. (Lucas 9, 11 - 17).


    La multiplicación de los panes es un preanuncio y símbolo de la Eucaristía, en la que se multiplica y se sirve el Pan de la Palabra y Pan de la Vida, que, desde la Última Cena, es distribuido para salvación de los hombres en todos los tiempos y en todo el mundo, aunque todavía hoy de forma muy limitada.



    La Última Cena fue la primera Misa. Jesús estaba para regresar al Padre y su inmenso amor le llevó a buscar una forma inaudita de quedarse con ellos y con nosotros para siempre: la Eucaristía, en la que cumple su promesa: “No teman: Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.



    En la celebración de la Eucaristía todos estamos invitados a ejercer el sacerdocio real que el Espíritu Santo nos confirió en el bautismo, haciéndonos “pueblo sacerdotal”, para compartir con Cristo la propia salvación, la salvación de la humanidad y de la creación entera, al ofrecernos junto con él.



    En la Comunión se da la máxima unión entre Jesús y nosotros; una fusión como la del alimento: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”. "Quien come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él". Quien comulga con fe y amor, puede en verdad decir con san Pablo: “Ya no soy el que vive; es Cristo quien vive en mí”. Y se cumple la consoladora palabra de Jesús: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”. Fruto de santificación y salvación.



    La comunión, unión real con Cristo, requiere y produce la comunión fraterna, empezando por casa. Aunque coma la hostia consagrada, no recibe a Cristo ni comulga con él quien alimenta rencores, desprecios, explotación, violencia o indiferencia hacia el prójimo, con el que Cristo mismo se identifica: “Todo lo que hagan a uno de estos, a mí me lo hacen”. "Si falta la fraternidad, sobra la Eucaristía", porque resulta inútil, e incluso escandalosa. Si los ojos de la fe y del corazón perciben a Cristo en la Eucaristía, también lo percibirán presente en el prójimo, sobre todo en el necesitado.



    Quien recibe el Cuerpo de Cristo sólo por costumbre o rutina, sin obras y actitudes de amor al prójimo, merece la advertencia de San Pablo: “Quien come el Cuerpo de Cristo a la ligera, se come y traga su propia condenación”. Decir que se cree en Jesús, y luego llevar una vida contraria a la suya, es no creer en él, sino estar en contra de él: "Quien no está conmigo, está contra mí”.



    Pero hay otra realidad preocupante: Jesús mandó a los discípulos que dieran de comer a todos. E instituyó la Eucaristía para todos los hijos de Dios, hermanos suyos y nuestros… "Cuerpo entregado y sangre derramada por ustedes y por todos los hombres".



    La Iglesia posee el tesoro sublime de la Eucaristía, pero incluso multitud de bautizados mueren de anemia espiritual ante la indiferencia de muchos discípulos de Cristo, encargados de distribuir a todos el Pan de los Ángeles. ¿Será voluntad de Jesús que la Iglesia se reserve en exclusiva el Pan que él quiso para todos?






    SACRAMENTO DEL AMOR




    La Eucaristía, “fuente y plenitud” de la vida cristiana, es la expresión máxima del amor infinito y permanente de Dios al hombre, pero que requiere una acogida de amor vivo por parte del hombre para que no derive en rito vacío o supersticioso. La Eucaristía se celebra y se recibe con fe y amor, o resulta inútil o contraproducente. Fe en Cristo resucitado presente, acogido con inmensa gratitud por su dignación amorosa en rebajarse y darse a nosotros.



    Reporto algunos pensamientos de la Exhortación apostólica de Benedicto XVI, “El Sacramento de la caridad”, cuya lectura les recomiendo.

    1. Sacramento del amor, la Santísima Eucaristía es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre. En este admirable sacramento se manifiesta el amor “más grande”, el amor que impulsa a “dar la vida por quienes se ama” (Juan 15, 13). En efecto, Jesús amó a los suyos hasta el extremo… Del mismo modo en el sacramento eucarístico Jesús sigue amándonos “hasta el extremo”, hasta el don de su cuerpo y de su sangre.

    2. En el Sacramento del altar el Señor sale al encuentro del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, acompañándolo en su camino. En efecto, en este sacramento el Señor se hace comida para el hombre hambriento de verdad y libertad.

    6. La Eucaristía es “misterio de la fe” por excelencia. La fe de la Iglesia es esencialmente fe eucarística y se alimenta de modo particular en la mesa de la Eucaristía… Cuanto más viva es la fe eucarística en el Pueblo de Dios, tanto más profunda es su participación en la vida eclesial mediante la adhesión consciente a la misión que Cristo ha confiado a sus discípulos.

    52. Los fieles, “instruidos por la Palabra de Dios, reparen sus fuerzas en el banquete del Cuerpo del Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada juntamente con el sacerdote, y se perfeccionen día a día, por Cristo Mediador, en la unión con Dios y entre sí” (SC).

    70. El Señor Jesús, que por nosotros se ha hecho alimento de verdad y de amor, hablando del don de su vida, nos asegura que “quien coma de este pan, vivirá para siempre” (Juan 6, 51). Pero esta “vida eterna” se inicia en nosotros ya en este tiempo por el cambio que el don eucarístico realiza en nosotros: “El que me come, vivirá por mí” (Juan 6, 57)… Comulgando el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, él nos hace partícipes de su vida divina…

    La Eucaristía transforma toda nuestra vida en culto espiritual agradable a Dios. “Los exhorto… a presentar sus cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios. Éste es el culto razonable” (Romanos 12, 1).

    84. La Eucaristía no es sólo fuente y culmen de la vida de la Iglesia, sino también de su misión. “Una Iglesia auténticamente eucarística es una Iglesia misionera”… Nada hay más hermoso que encontrar a Cristo y comunicarlo a los demás.

    97. La Eucaristía nos permite descubrir que Cristo muerto y resucitado se hace contemporáneo nuestro en el misterio de la Iglesia, su Cuerpo… Vayamos llenos de alegría y admiración al encuentro de la santa Eucaristía, para experimentar y anunciar la promesa de Jesús: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mateo 28, 20).


    P. Jesús Álvarez, ssp.


    Sunday, June 03, 2007

    MISTERIO DE AMOR Y VIDA

    MISTERIO DE AMOR Y VIDA

    Santísima Trinidad – C / 3 junio 2007


    Dijo Jesús a sus discípulos: “Aún tengo muchas cosas que decirles, pero es demasiado para ustedes por ahora. Y cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, los guiará en todos los caminos de la verdad. Él no viene con un mensaje propio, sino que les dirá lo que escuchó y les anunciará lo que ha de venir. Él tomará de lo mío para revelárselo a ustedes, y yo seré glorificado por él. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso les he dicho que tomará de lo mío para revelárselo a ustedes." Juan 16, 12 - 15

    Como a los discípulos, también a nosotros nos quedan muchas cosas por conocer y vivir sobre Jesús, su misión, el misterio de la Trinidad...

    Se trata de un conocimiento amoroso, ante el cual san Pablo decía que todo lo demás lo consideraba como basura. Conocimiento que no se consigue sólo en los libros o de oídas, sino necesariamente por el trato directo y amoroso con las tres Personas Divinas, que habitan en nosotros, templos vivos de la Trinidad.

    Dios uno en tres Personas es un misterio de amor, de poder, de vida y felicidad infinita, de ternura y cercanía íntima, no un frío problema de cálculo: tres en uno y uno en tres.

    El Misterio de la Trinidad no es una contradicción. Se nos revela y transparenta incluso en la misma creación, obra de su sabiduría, de su amor y de su poder universal. Hay semejanzas, aunque lejanas, que nos dan a entender que la Trinidad no es un absurdo: un árbol es a la vez raíz, tronco y ramas, pero sólo juntos hacen el árbol. El mundo es uno, pero son tres sus elementos que lo forman: aire, agua y tierra. Y el hombre es la más perfecta imagen y semejanza de la Trinidad, con sus tres facultades constitutivas: mente, voluntad y amor.

    Otro reflejo evidente de la Trinidad es la familia unida en el amor. De hecho, cuando padre, madre e hijos se aman de verdad, decimos que son una sola cosa, pero ninguno por sí solo hace ni se llama familia.

    La familia humana, como la Trinidad, es un misterio de amor y de vida, de ternura y de paz, de cercanía y belleza; esa es su naturaleza, su misión. Sólo vive y es feliz de verdad quien vive de amor. Por el amor y la vida la familia humana se hace familia de Dios en el tiempo y en la eternidad.

    La Familia Trinitaria es origen y destino de toda familia y de toda la familia humana. Sublime origen y destino.

    Jesús nos reveló el misterio de la Trinidad, que nuestra pequeña inteligen-cia no puede comprender, pero sí puede adorar, contemplar, amar, desear, acoger y gozar para siempre, ya desde este mundo.

    Ese misterio de amor y de vida está en nosotros, si nos abrimos y lo acogemos, como nos garantiza el mismo Jesús: “Si alguien me ama, lo amará mi Padre, vendremos a él y viviremos en él”. ¡Misterio admirable de amor, poder y grandeza: el hombre hecho templo vivo de la Santísima Trinidad!

    Creer en la Trinidad, es vivir en relación de amor y gratitud con las tres divinas Personas: con el Padre que nos ama, con el Hijo que nos salva y con el Espíritu Santo que nos sana.

    Y esto es realmente posible porque los tres viven en nosotros, templos de la Trinidad, donde se sienten felices y nos hacen felices si los acogemos con amor y gratitud. Así podremos llegar a su Hogar eterno.

    Probervios 8, 22 - 31

    Yavé me creó - fue el inicio de su obra - antes de todas las criaturas, desde siempre. Antes de los siglos fui formada, desde el comienzo, mucho antes que la tierra. Aún no existían los océanos cuando yo nací, no había fuente alguna de donde brotaran los mares. Las montañas no habían aparecido, ni tampoco había colinas cuando fui dada a luz. Yavé no había hecho ni la tierra ni el campo, ni siquiera el primitivo polvo del mundo. Yo ya estaba allí cuando puso los cielos en su lugar, cuando trazó en el océano el círculo de los continentes, cuando formó las nubes en las alturas, y reguló en el fondo de los mares el caudal de sus aguas, cuando le impuso sus fronteras al mar, un límite que no franquearían sus olas. Cuando ponía los cimientos de la tierra, yo estaba a su lado poniendo la armonía. Día tras día encontraba en eso mis delicias y continuamente jugaba en su presencia. Me entretengo con este mundo, con la tierra que ha hecho, y mis delicias son estar con los hombres.

    Hay lugares tan bellos en este maravilloso planeta, que gustosos nos quedaríamos contemplándolos eternamente. Y sin embargo, nuestra tierra es un punto insignificante entre los millones de astros inmensamente mayores y bellos.

    La luz de la estrella más lejana conocida ha llegado a la tierra desde hace más de un millón de años-luz, (la luz recorre trescientos mil kilómetros por segundo). Pero no es la más lejana. El sol dista de la tierra sólo ocho minutos-luz.

    Pero el mundo invisible, espiritual, creación también de la Sabiduría de Dios, es inmensamente superior y maravilloso. La mente se desconcierta y el corazón se estremece. No es extraño que la Sabiduría encontrara sus delicias en esas maravillas y jugara jubilosa entre tan extraordinarias bellezas.

    Sin embargo la Sabiduría, el Verbo e Hijo de Dios, prefería jugar con la bola de la tierra y su mayor delicia era estar con los hombres, su obra maestra. Y los hombres seguimos siendo objeto de sus delicias.

    Somos los preferidos del Creador en su inmensa obra. Pero a la inaudita preferencia de Dios el hombre corresponde con inaudita indiferencia. Mas a quienes lo acogen, aman y agradecen, les da la inmensa gloria de ser hijos suyos.

    Romanos 5, 1 - 5

    Por la fe, pues, hemos sido reordenados, y estamos en paz con Dios por medio de Jesucristo, nuestro Señor. Por él hemos tenido acceso a un estado de gracia e incluso hacemos alarde de esperar la misma Gloria de Dios. Al mismo tiempo nos sentimos seguros incluso en las tribulaciones, sabiendo que la prueba ejercita la paciencia, que la paciencia nos hace madurar y que la madurez aviva la esperanza, la cual no quedará frustrada, pues ya se nos ha dado el Espíritu Santo, y por él el amor de Dios se va derramando en nuestros corazones.

    En los principios de su existencia, el hombre “se desordenó” al pretender, con necedad y orgullo, “ser como Dios”, prescindiendo de Dios. El fracaso vergonzoso de su pretensión le privó de la paz con Dios, consigo mismo y con la creación, la cual quedó, como él, desordenada y sometida a la muerte.

    Pero el Verbo de Dios seguía teniendo nostalgia de sus delicias de estar con los hombres, y se hizo hombre para conceder al hombre lo que había soñado y perdido: ser como Dios, haciéndose partícipe de su grandeza y gloria.

    El hombre recupera la amistad y el trato con Dios en Cristo, la Sabiduría eterna, que vuelve a disfrutar sus delicias al estar de nuevo con los hombres que lo reconocen y lo aman, con lo cual se abren a la misma gloria eterna de Dios, acogiendo su amor derramado en los corazones humanos. Por la fe, hecha amor a Dios y al prójimo, recuperamos la paz con Dios y volvemos a ser las delicias del Hijo de Dios y a gozar de las delicias de Dios.

    P. Jesús Álvarez, ssp.