Saturday, January 27, 2007

PEDIR SÍ, PERO TAMBIÉN ESCUCHAR A QUIEN PIDE.

PEDIR SÍ, PERO TAMBIÉN ESCUCHAR A QUIEN PIDE.

Domingo 4º del tiempo ordinario-C / 28-1-07


Jesús empezó a decir en la sinagoga: - Hoy les llegan noticias de cómo se cumplen estas palabras proféticas. Todos lo aprobaban y se quedaban maravillados al escuchar esta proclamación de la gracia de Dios que salía de sus labios. Y decían: - ¡Pensar que es el hijo de José! Jesús les dijo: - Seguramente ustedes me van a recordar el dicho: Médico, cúrate a ti mismo. Realiza también aquí, en tu patria, lo que nos cuentan que hiciste en Cafarnaún. Y Jesús añadió: - Ningún profeta es bien recibido en su patria. En verdad les digo que había muchas viudas en Israel en tiempos de Elías, cuando el cielo retuvo la lluvia durante tres años y medio y una gran hambre asoló todo el país. Sin embargo Elías no fue enviado a ninguna de ellas, sino a una mujer de Sarepta, en tierras de Sidón. También había muchos leprosos en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio. Todos en la sinagoga se indignaron al escuchar estas palabras; se levantaron y lo empujaron fuera del pueblo, llevándolo hacia un barranco del cerro sobre el que está construido el pueblo, con intención de arrojarlo desde allí. Pero Jesús pasó por medio de ellos y siguió su camino. (Lucas 4, 21 - 30).

Desconcertante la reacción de los nazarenos ante el anuncio de Jesús que declaraba ser el Mesías por ellos mismos esperado. ¿Cómo va a ser el Mesías el hijo de un carpintero?

Si admitían a Jesús como Mesías, sus paisanos tenían que cambiar la forma de pensar y de vivir. Sin embargo, ni siquiera se rinden ante el poder milagroso de Jesús, que los inmoviliza y se libera de ser despeñado, deslizándose de sus manos ileso, seguro, tranquilo.

Dios nos ama. Cristo nació, vivió, predicó, sufrió, murió y resucitó para enseñarnos que el amor de Dios y del prójimo es el camino auténtico de la felicidad y de la vida. La religión auténtica. Para eso pone continuamente profetas en nuestro camino a fin de que despertemos de muy posibles letargos, y cuestionemos lo que tenemos por tan seguro, como si fuera lo mejor, pero sin verificarlo, ya que siempre se puede ser y hacer más y mejor.

Palabras, gestos, conducta y necesidades de personas importantes o insignificantes, niños, jóvenes, adultos, ricos o pobres, familiares o ajenos, sacerdotes o fieles, creyentes o no creyentes, pueden ser nuestros profetas de cada día, a través de los cuales Dios nos habla.

Pero escuchar a un profeta exige aceptar el esfuerzo, sufrido y feliz a la vez, de orientar mejor la vida hacia Dios y hacia el prójimo, como fuentes únicas de la felicidad que solemos buscar donde no puede encontrarse: en el dinero, en el placer, en el poder.

El mayor sufrimiento del profeta es ver rechazado su mensaje de liberación y salvación llevado a sus oyentes, sin otro interés que el amor y el deseo del máximo bien para ellos. El rechazo de Jesús por parte de los judíos lo hizo llorar de pena y amargura; pero también lo empujó a enviar a sus mensajeros de la salvación fuera del pueblo escogido, a todo el mundo.

Todo cristiano es mensajero y profeta por vocación, a menos que rechace a Cristo, como dice San Juan evangelista: “Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”. El cristiano verdadero acoge a Cristo en su vida real diaria, y es de aquellos de quienes dice el mismo evangelista: “Pero a cuantos lo recibieron, les concedió ser hijos de Dios”.

Estos dejan que Dios intervenga en sus vidas y a través de sus obras. No se contentan con rezos, ir a misa, dar alguna limosnita, tener imágenes en casa, hablar de Dios, leer la Biblia... Saben que Dios se les manifiesta en el rostro y en la vida de sus semejantes, por más que tengan otra forma de pensar y de vivir, y por ellos les habla. Y a la vez se hacen profetas.

Ante el profeta Jesús presente y sus profetas, hay sólo dos actitudes: quedar conmovidos en el alma y abrirse a él con fe, amor y gratitud, y cambiar de vida; o cerrarse a él por egoísmo. ¿Cuál es nuestra actitud real y profunda? Vale la pena verificarlo con lealtad. Nos jugamos el éxito de la vida y la eternidad.

P. Jesús Álvarez, ssp.


Jeremias 1, 4 - 5, 17 - 19

Me llegó una palabra de Yavé: "Antes de formarte en el seno de tu madre, ya te conocía; antes de que tú nacieras, yo te consagré, y te destiné a ser profeta de las naciones." Tú, ahora, muévete y anda a decirles todo lo que yo te mande. No temas enfrentarlos, porque yo también podría asustarte delante de ellos. Este día hago de ti una fortaleza, un pilar de hierro y una muralla de bronce frente a la nación entera: frente a los reyes de Judá y a sus ministros, frente a los sacerdotes y a los propietarios. Ellos te declararán la guerra, pero no podrán vencerte, pues yo estoy contigo para ampararte, palabra de Yavé."

Lo que Dios le dice a Isaías en el Antiguo Testamento, lo realiza en los seguidores de Cristo. En el bautismo recibimos la consagración de Dios como profetas, sacerdotes y reyes. Como profetas, para comprender y ayudar a comprender la realidad, los hechos, las personas, desde la perspectiva de Dios. Como sacerdotes, para compartir con Cristo la obra de la salvación nuestra y de muchos otros, sobre todo mediante la celebración de la Eucaristía. Como reyes, hijos del Rey supremo y universal, para vivir y actuar con la libertad de los hijos de Dios. Para eso fuimos formados desde el seno de nuestras madres. ¡Gran privilegio y amor!


1 Corintios 12, 31. 13, 1-13

Ustedes, con todo, aspiren a los carismas más elevados; y yo quisiera mostrarles un camino que los supera a todos. Aunque hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si me falta el amor, sería como bronce que resuena o campana que retiñe. Aunque tuviera el don de profecía y descubriera todos los misterios -el saber más elevado-; aunque tuviera tanta fe como para trasladar montes, si me falta el amor, nada es. Aunque repartiera todo lo que poseo e incluso sacrificara mi cuerpo, pero para recibir alabanzas, sin hacerlo por amor, de nada me sirve. El amor es paciente y muestra comprensión. El amor no tiene celos, no aparenta ni se envanece. No actúa con bajeza ni busca su propio interés; no se deja llevar por la ira y olvida lo malo. No se alegra de lo injusto, sino que se goza en la verdad. Perdura a pesar de todo, lo cree todo, lo espera todo y lo soporta todo. El amor nunca pasará. Las profecías perderán su razón de ser; callarán las lenguas y ya no servirá el saber más elevado. Porque este saber se queda muy corto, y nuestras profecías también son algo muy limitado; y cuando llegue lo perfecto, desaparecerá lo que es limitado. Ahora son válidas la fe, la esperanza y el amor; las tres, pero la mayor de estas tres es el amor.

Esta extraordinaria página de san Pablo es el necesario paradigma que nos ayuda a distinguir hoy, con claridad, si vivimos o no en el verdadero amor o en el egoísmo camuflado de amor.

El poder, el dinero y el placer luchan sin descanso para sepultar el amor bajo las losas del egoísmo, y sobre ellas escriben en letras doradas la palabra amor, embaucando así a la gran mayoría de la humanidad, que se arrodilla, engañada, ante los altares de esos tres bienes convertidos en ídolos, dispuestos a destruir a quienes buscan en ellos la felicidad que no dan.

El amor verdadero se diferencia del falso (egoísmo) por la capacidad de renuncia sufriente a todo lo que puede hacer daño a la persona amada, y por el esfuerzo costoso de hacerle el mayor bien posible. Por eso no existe amor real sin el sufrimiento real que lo sostenga.

Es evidente, pues, que el amor verdadero no se identifica con la experiencia sexual, como se esfuerzan por hacerlo creer, sobre todo a los jóvenes, los tres ídolos del poder, del poseer y del placer. Si estos perdieran la lucha del amor falso por la victoria del verdadero (que es el que todo el mundo busca, pero donde no se encuentra), sus redondos negocios sucumbirían.

Pero el mayor de los amores es dar la vida por quienes se ama (el mayor y más feliz de los sacrificios). Dar la vida por su salvación eterna, como lo hizo Cristo. Pues esta constituye el máximo bien del hombre, según la misma palabra de Jesús: “¿De qué le vale al hombre ganar todo el mundo, si al final se pierde a sí mismo?” “¿Qué podrá dar en rescate por su vida?”

Todos estamos llamados a dar la vida por la salvación de los demás -¡tenemos que darla de todas maneras!-, por amor a los demás, ejerciendo así con Cristo nuestro misterioso y eficaz sacerdocio bautismal. Si nos falta el amor, nada somos.

P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, January 21, 2007

Enviado de Dios

Enviado de Dios

Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han cumplido entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribir para ti, ilustre Teófilo, un relato ordenado a fin de que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido.

En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la región. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan. Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso de pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «EI Espíritu del Señor está sobre mi, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor». Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Y se puso a decirles: «Hoy se cumple esta Escritura que acaban de oír». Lucas 1, 1 - 4 : 4, 14 - 21.

Nehemias 8, 2 - 4a. 5 - 6. 8 - 10.

En aquellos días, el sacerdote Esdras trajo el libro de la Ley ante la asamblea, compuesta de hombres, mujeres y todos los que tenían uso de razón. Era mediados del mes séptimo. En la plaza de la Puerta del Agua, desde el amanecer hasta el mediodía, estuvo leyendo el libro a los hombres, a las mujeres y a los que tenían uso de razón. Toda la gente seguía con atención la lectura de la Ley. Esdras, el escriba, estaba de pie en el púlpito de madera que había hecho para la ocasión. Esdras abrió el libro a la vista de todo el pueblo - pues se hallaba en un puesto elevado - y, cuando lo abrió, toda la gente se puso de pie. Esdras bendijo al Señor, el Dios grande, y todo el pueblo, levantando las manos, respondió:- «Amén, amén».Después se inclinaron y adoraron al Señor, rostro en tierra. Los levitas leían el libro de la Ley de Dios con claridad y explicando el sentido, de forma que comprendieran la lectura. Nehemías, el gobernador; Esdras, el sacerdote y escriba, y los levitas que enseñaban al pueblo decían al pueblo entero:- «Hoy es un día consagrado a nuestro Dios: No hagan duelo ni lloren» .Porque el pueblo entero lloraba al escuchar las palabras de la Ley. Y añadieron: - «Vayan, coman alimentos exquisitos, beban vino dulce y envíen porciones a quien no tiene, pues es un día consagrado a nuestro Dios. No estén tristes, pues la alegría en el Señor es la fortaleza de ustedes».

Corintios 12, 12 - 30.

Hermanos: Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu. El cuerpo tiene muchos miembros, no uno solo. Si el pie dijera: «No soy mano, luego no formo parte del cuerpo», ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el oído dijera: «No soy ojo, luego no formo parte del cuerpo», ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el cuerpo entero fuera ojo, ¿cómo oiría? Si el cuerpo entero fuera oído, ¿como olería? Pues bien, Dios distribuyó el cuerpo y cada uno de los miembros como él quiso. Si todos fueran un mismo miembro, ¿donde estaría el cuerpo? Los miembros son muchos, es verdad, pero el cuerpo es uno solo. El ojo no puede decir a la mano: «No te necesito»; y la cabeza no puede decir a los pies: «No los necesito». Más aun, los miembros que parecen más débiles son más necesarios. Los que nos parecen despreciables, los apreciamos más. Los menos decentes, los tratamos con más decoro. Porque los miembros más decentes no lo necesitan. Ahora bien, Dios organizó los miembros del cuerpo dando mayor honor a los que menos valían. Así, no hay divisiones en el cuerpo, porque todos los miembros por igual se preocupan unos de otros. Cuando un miembro sufre, todos sufren con él; cuando un miembro es honrado, todos se felicitan. Pues bien, ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro. Y Dios los ha distribuido en la Iglesia: en el primer puesto los apóstoles, en el segundo los profetas, en el tercero los maestros, después vienen los milagros, luego el don de curar, la beneficencia, el gobierno, la diversidad de lenguas. ¿Acaso son todos apóstoles? ¿O todos son profetas? ¿O todos maestros? ¿O hacen todos milagros? ¿Tienen todos don de curar? ¿Hablan todos en lenguas o todos las interpretan?.

Saturday, January 13, 2007

DIOS EN LAS ALEGRÍAS Y PENAS HUMANAS

DIOS EN LAS ALEGRÍAS Y PENAS HUMANAS

Domingo 2° durante el año - C / 14 - 01 - 07


Tres días más tarde se celebraba una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. También fue invitado Jesús a la boda con sus discípulos. Sucedió que se terminó el vino preparado para la boda, y se quedaron sin vino. Entonces la madre de Jesús le dijo: "No tienen vino." Jesús le respondió: "Mujer, ¿por qué te metes en mis asuntos? Aún no ha llegado mi hora." Pero su madre dijo a los sirvientes: "Hagan lo que él les diga." Había allí seis recipientes de piedra, de los que usan los judíos para sus purificaciones, de unos cien litros de capacidad cada uno. Jesús dijo: "Llenen de agua esos recipientes." Y los llenaron hasta el borde. Les dijo: ”Saquen ahora y llévenle al mayordomo." Y ellos se lo llevaron. Después de probar el agua convertida en vino, el mayordomo llamó al novio, pues no sabía de dónde provenía, a pesar de que lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua. Y le dijo: "Todo el mundo sirve al principio el vino mejor, y cuando ya todos han bebido bastante, les dan el de menos calidad; pero tú has dejado el mejor vino para el final." Esta señal milagrosa fue la primera, y Jesús la hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él. Juan 2, 1 - 12

Jesús santifica con su presencia las bodas de Caná. Confirma como sagrado el matrimonio instituido por Dios. Sagrado porque da furza de salvación a la unión conyugal, a la familia, a la música, a la alegría, a la danza, a la comida... Todo lo verdaderamente humano está abierto a lo divino y a ser eternizado.

La Iglesia de Jesús ha hecho del matrimonio un sacramento; o sea, un medio para conseguir la salvación: la unión en el amor, incluida la mutua ternura física , es un camino hacia la felicidad eterna.

La finalidad del sacramento del matrimonio consiste en acoger a Cristo como miembro de la familia, a fin de que él sea garantía de la perseverancia en el amor fiel -más fuerte que la muerte-, como camino de salvación, a pesar de las penas, que él convierte en felicidad en el tiempo y en la eternidad.

¿Por qué extrañarse que sobrevengan tempestades fatales cuando la pareja, la familia se olvida de Cristo, lo arrincona, lo excluye de su vida y del hogar, su santuario doméstico? Cuando los apóstoles se fueron a pescar sin Jesús, no pescaron nada; y cuando se lanzaron al mar sin él, estuvieron a punto de hundirse. Pero al aparecer Jesús y reconocerlo, todo cambió.

En realidad Jesús nos garantiza su la presencia infalible: “Yo estoy con ustedes todos los días”. Aunque a veces parece dormido, como cuando se desencadenó una tempestad: los discípulos lo despertaron y se calmó la tempestad. Lo decisivo es que nosotros lo acojamos entre nosotros, lo llamemos como los apóstoles: “¡Sálvanos, Señor, que perecemos!”

Dios está en nuestras alegrías para hacerlas eternas, y está en nuestras penas para transformarlas en fuentes de vida eterna. La condición es que lo tengamos presente, que lo acojamos de corazón en el gozo y en el dolor.

Con Cristo presente será feliz la fecundidad y la vida engendrada. Y será realidad la fecundidad salvífica, que consiste en engendrar a los hijos también para la vida eterna, con la fe, la oración, la palabra, el amor a Dios y a ellos, el sufrimiento ofrecido, el ejemplo. Familia unida en Cristo, permanecerá unida por toda la eternidad en el amor y la felicidad sin fin. Ese es su destino.

Isaías 62, 1 - 5

Por amor a Sión no me callaré, por Jerusalén no quedaré tranquilo hasta que su justicia se haga claridad y su salvación brille como antorcha. Verán tu justicia las naciones, y los reyes contemplarán tu gloria y te llamarán con un nombre nuevo, el que Yavé te habrá dado. Y serás una corona preciosa en manos de Yavé, un anillo real en el dedo de tu Dios. No te llamarán más "Abandonada", ni a tu tierra "Desolada", sino que te llamarán "Mi preferida" y a tu tierra "Desposada". Porque Yavé se complacerá en ti y tu tierra tendrá un esposo. Como un joven se casa con una joven virgen, así el que te reconstruyó se casará contigo, y como el esposo goza con su esposa, así tú harás las delicias de tu Dios.

La relación de Dios con su pueblo, es una relación de amor, como la relación entre marido y esposa. Pero el pueblo rompe a menudo esa alianza de amor y adora a ídolos paganos, que lo llevan al desastre. Sin embargo Dios, por su amor eterno, arranca a su pueblo de la desolación, lo llama preferido y pone en él sus delicias, como el joven que se casa con una joven virgen.

Mas esto no es sólo una figura del pueblo de Israel, sino que refleja la historia de cada uno de nosotros, que tan a menudo traicionamos el amor infinito de Dios hacia nosotros y menospreciamos su presencia. Sin embargo, a partir de la muerte y resurrección de Cristo, que son la prueba máxima del amor de Dios hacia nosotros, el perdón está siempre a nuestro alcance.

A menudo nosotros pretendemos conseguir la felicidad por nuestra cuenta, al aire de nuestro egoísmo, y a espaldas de Dios. Tarea imposible, pues así nos alejamos de la única fuente de la felicidad auténtica, y sólo encontramos cosquillas engañosas que al fin nos desgarran y dejan vacíos.

Sin embargo, seguimos siendo hijos preferidos de Dios. Basta con volver a él nuestros ojos y nuestro corazón y quedaremos radiantes. No huyamos de él, tampoco cuando pecamos, pues sólo él puede librarnos de las garras del pecado. Démosle a Dios el gozo de sentirse acogido en nuestra pobre vida.

1 Corintios 12, 4 - 11

Hay diferentes dones espirituales, pero el Espíritu es el mismo. Hay diversos ministerios, pero el Señor es el mismo. Hay diversidad de obras, pero es el mismo Dios quien obra todo en todos. La manifestación del Espíritu que a cada uno se le da es para provecho común. A uno se le da, por el Espíritu, palabra de sabiduría; a otro, palabra de conocimiento según el mismo Espíritu; a otro, el don de la fe, por el Espíritu; a otro, el don de hacer curaciones, por el único Espíritu; a otro, poder de hacer milagros; a otro, profecía; a otro, reconocimiento de lo que viene del bueno o del mal espíritu; a otro, hablar en lenguas; a otro, interpretar lo que se dijo en lenguas. Y todo esto es obra del mismo y único Espíritu, que da a cada uno como quiere.

Dios nos ha dado a cada uno dotes, dones, cualidades y medios para una misión especial en la vida. Es una gran necedad envidiar los dones que el Espíritu ha dado a los demás, sean cuales sea, e infravalorar los nuestros.

La sabiduría, la realización y el éxito final de nuestra vida consiste en reconocer, apreciar, cultivar nuestras posibilidades y cumplir nuestra misión, unidos a Cristo. Misión que nadie más podrá cumplir por nosotros.

La felicidad no está en ser y tener más que los demás, sino en desarrollar al máximo nuestros talentos en nuestra propia misión para alcanzar el máximo premio: la felicidad, la plenitud, la grandeza y la gloria eternas.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, January 07, 2007

MEZCLADO CON LOS PECADORES PARA SALVARNOS

MEZCLADO CON LOS PECADORES PARA SALVARNOS

Fiesta del Bautismo de Jesús – C – 7-1-2007


El pueblo estaba en la duda, y todos se preguntaban interiormente si Juan no sería el Mesías; por lo que Juan hizo a todos esta declaración: - Yo les bautizo con agua, pero está para llegar uno con más poder que yo, y yo no soy digno de desatar las correas de su sandalia. El los bautizará con el Espíritu Santo y el fuego. Un día fue bautizado también Jesús entre el pueblo que venía a recibir el bautismo. Y mientras estaba en oración, se abrieron los cielos: el Espíritu Santo bajó sobre él y se manifestó en forma corporal, como una paloma, y del cielo vino una voz: - Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección. (Lucas 3,15-16.21-22).

Jesús, el Hijo de Dios, el Justo, se mezcla entre los pecadores para ser bautizado por Juan, y así dar al agua fuerza salvadora para su nuevo bautismo mediante el fuego del Espíritu.

Y Jesús sigue hoy entre los pecadores, entre nosotros, para arrancarnos del pecado; pero no renuncia a su condición divina, pues sólo desde su divinidad puede quitar el pecado y darnos la resurrección y la gloria.

Con el bautismo, Cristo inicia su misión mesiánica de liberar al pueblo de sus esclavitudes, sufrimientos y pecados, y así abrirle las puertas de la salvación eterna. El mismo Padre, por medio del Espíritu Santo, lo presenta a la humanidad: Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección.

Luego el Padre lo acogerá en la cruz, lo resucitará en la Pascua y lo sentará a su derecha en la Ascensión. En su gloria espera y acoge a la humanidad redimida por su vida, muerte y resurrección. Allí nos espera según su promesa: "Me voy a prepararles un puesto y luego vendré a buscarlos".

La Iglesia, pecadora en sus miembros (nosotros), pero santa en su Cabeza (Jesús), continúa la misión liberadora, santificadora y salvadora de Cristo. La Iglesia tiene que encarnarse en la realidad y humanizarse, pero sin renunciar a su condición divina, pues su Cabeza es el Hijo de Dios, el único que puede salvar, pero se sirve de la Iglesia para la obra de la salvación. Si olvidara esta su condición divina, haría traición a su misión, al pueblo de Dios y a Cristo mismo, pues cerraría las puertas de la salvación abiertas por Cristo: “No entran ustedes ni dejan entrar”.

Nuestro bautismo nos integra en el bautismo de Jesús, nos hace miembros de su Cuerpo místico, que es la Iglesia, y nos asocia a su misión sacerdotal para salvación de la humanidad. El bautismo purifica y salva a condición de que se abrace una vida de amor, de justicia y verdad, de paz y alegría. Exige un compromiso de libertad frente a las seducciones del poder, del placer y del dinero.

Los bautizados en la infancia sólo alcanzamos la madurez del bautismo asumiéndolo con una fe consciente, adulta, que es amor a Dios y amor-servicio al prójimo. Fe que es acogida al Hijo, gratitud al Padre y apertura al Espíritu Santo, que nos bautiza con el fuego de su amor.

Sólo puede considerarse cristiano quien escucha a Jesús y vive unido a él, cumpliendo su Palabra. En el Bautismo Jesús se consagró como un hombre para los demás; y el bautismo nos hace también a nosotros personas para los demás, amándolos con el amor con que Cristo los ama y nos ama, el mismo amor con que el Padre lo ama a él.

Una vida egoísta, centrada en uno mismo, es negación del bautismo, negación de Cristo y del prójimo, negación de la fe y renuncia a la salvación.

Isaías 40, 1-5. 9-11

¡Consuelen, consuelen a mi Pueblo, dice su Dios! Hablen al corazón de Jerusalén y anúncienle que su tiempo de servicio se ha cumplido, que su culpa está pagada, que ha recibido de la mano del Señor doble castigo por todos sus pecados. Entonces se revelará la gloria del Señor y todos los hombres la verán juntamente, porque ha hablado la boca del Señor. Súbete a una montaña elevada, tú que llevas la buena noticia a Sión; levanta con fuerza tu voz, tú que llevas la buena noticia a Jerusalén. Levántala sin temor, di a las ciudades de Judá: «¡Aquí está su Dios!» Ya llega el Señor con poder y su brazo le asegura el dominio: el premio de su victoria lo acompaña y su recompensa lo precede. Como un pastor, Él apacienta su rebaño, lo reúne con su brazo; lleva sobre su pecho a los corderos y guía con cuidado a las que han dado a luz.

Los individuos y los pueblos somos a menudo víctimas de los propios pecados y de los pecados ajenos: enfermedades, fracasos, muerte, grandes calamidades, guerras, hambre, violencias, asesinatos, holocausto de inocentes… Son como los dolores de parto que están dando a luz un mundo nuevo, con la fuerza invencible de la tierna mano de Dios que se hace presente para liberar y salvar.

A máximo sufrimiento, máximo remedio. La vida y la alegría surgen del fondo de la pena, cuando nos confiamos a Dios Padre: A tus manos, Señor, encomiendo mi vida, confío en ti: tú actuarás”. “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha”, porque “aquí está tu Dios”: “Estoy con ustedes todos los días”.

“Tu Dios” que convierte el fracaso en victoria, la enfermedad en felicidad y la muerte en resurrección y vida: “Quien cree en mí, aunque haya muerto, vivirá”. Hay razones para esperar contra toda apariencia de fracaso, dolor y muerte.

Carta de San Pablo a Tito 2, 11-14; 3, 4-7

Querido hijo: La gracia de Dios, que es fuente de salvación para todos los hombres, se ha manifestado. Ella nos enseña a rechazar la impiedad y los deseos mundanos, para vivir en la vida presente con sobriedad, justicia y piedad, mientras aguardamos la feliz esperanza y la Manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador, Cristo Jesús. Él se entregó por nosotros, a fin de librarnos de toda iniquidad, purificarnos y crear para sí un Pueblo elegido y lleno de celo en la práctica del bien. Pero cuando se manifestó la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor a los hombres, no por las obras de justicia que habíamos realizado, sino solamente por su misericordia, El nos salvó, haciéndonos renacer por el bautismo y renovándonos por el Espíritu Santo. Y derramó abundantemente ese Espíritu sobre nosotros por medio de Jesucristo, nuestro Salvador, a fin de que, justificados por su gracia, seamos en esperanza herederos de la Vida eterna.

La gracia -el amor y la misericordia- de Dios es la que nos salva, no nuestras obras de bien que, sin embargo, son indispensables para que la salvación de Dios nos alcance: “Rechazar la impiedad y los deseos mundanos para vivir con sobriedad, justicia y piedad”, en una justa relación con Dios y con el prójimo.

“Nuestro gran Dios y Salvador, Jesucristo… se entregó por nosotros”, para merecernos el perdón, la conversión, santificación y la salvación que no podíamos merecer ni lograr por nosotros solos.

Nuestra parte consiste en ser “buenos pecadores”, o sea: pecadores arrepentidos y convertidos de verdad, vueltos al Padre; pecadores profundamente agradecidos por el don inmenso del perdón de Dios, que nos anima a no pecar.

La gratitud es una expresión del amor a Dios, y “a quien ama mucho, mucho se le perdona”. Pero la verdadera gratitud se muestra con una vida conforme a la voluntad de Dios: rechazar el mal y obrar el bien a favor del prójimo. Sólo así nos hacemos “herederos de la vida eterna”.

P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, December 31, 2006

FAMILIA, SANTUARIO de AMOR y FELICIDAD

FAMILIA, SANTUARIO de AMOR y FELICIDAD

Sagrada Familia – C / 31-12-2006


Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Cuando Jesús cumplió los doce años, subió también con ellos a la fiesta, pues así había de ser. Al terminar los días de la fiesta regresaron, pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que sus padres lo supieran. Seguros de que estaba con la caravana de vuelta, caminaron todo un día. Después se pusieron a buscarlo entre sus parientes y conocidos. Como no lo encontraran, volvieron a Jerusalén en su búsqueda. Al tercer día lo hallaron en el Templo, sentado en medio de los maestros de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su inteligencia y de sus respuestas. Sus padres se emocionaron mucho al verlo; su madre le decía: "Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo hemos estado muy angustiados mientras te buscábamos." El les contestó: "¿Y por qué me buscaban? ¿No saben que yo debo estar donde mi Padre?" Pero ellos no comprendieron esta respuesta. Jesús entonces regresó con ellos, llegando a Nazaret. Posteriormente siguió obedeciéndoles. Su madre, por su parte, guardaba todas estas cosas en su corazón. Mientras tanto, Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia, ante Dios y ante los hombres. Lucas 2, 41 - 52

La fiesta de la Sagrada Familia es la fiesta de todas las familias, pues toda familia es sagrada, por ser templo donde Dios Amor comunica la vida a través del amor de los padres. Amor no reducible al placer y los bienes materiales, que son también dones de Dios para usar, gozar y compartir con orden, gratitud.

Hoy la entrañable institución familiar se debate entre dos extremos: la familia como un ídolo al que se sacrifica todo, donde los hijos son objetos de propiedad privada de unos padres que ejercen sobre ellos poderes absolutos. Y por otro lado, la familia como algo totalmente relativo y sin valor ni valores.

La familia está al servicio de la persona y de su misión en la vida, y no al revés. Los hijos son un don de Dios y le pertenecen. Sólo Dios es el Padre verdadero y dueño de los hijos. Los padres son sólo cauces de la vida de sus hijos. Por eso Jesús, a los doce años, sin contar con sus padres, se quedó en el templo para cumplir la voluntad de su Padre. Y también la Virgen María, a los trece, había dado ya su SÍ al ángel, sin consultar a sus padres ni a los sacerdotes.

Jesús, el Hijo de Dios, quiso nacer en una familia, pues la familia unida en el amor es el ambiente insustituible para el crecimiento sano y feliz. Para la persona humana no existe bien más gratificante que un hogar donde los padres se aman, aman a sus hijos y estos corresponden. Donde se ama está Dios Amor.

La gran mayoría de las enfermedades psíquicas, morales, espirituales y físicas tienen a menudo su origen en la ausencia de familia o en la falta de amor en el hogar. El verdadero amor y la unión familiar son la mayor medicina preventiva contra de enfermedades y desviaciones.

En la Sagrada Familia hubo incluso miedo, destierro, falta de trabajo y de pan. Hubo sufrimiento frecuente e indecible. Hubo agonía y muerte. Pero el amor verdadero los conservó unidos a Dios Padre y entre sí, con lazos cada vez más fuertes. Ese fue el gran secreto de su felicidad en el tiempo y en la eternidad.

No existe amor verdadero sin sufrimiento; y el sufrimiento sin amor, es ya infierno en la tierra, así como el amor hace cielo en la tierra, aun en medio de sufrimientos. Donde hay amor, allí está Dios Amor, que sostiene a sus hijos en el sufrimiento y se lo convierte en fuente de felicidad, de vida y de salvación. Y de la misma muerte hace surgir la vida por la resurrección. Pues “cuando el afligido invoca al Señor, él lo escucha”.

Eclesiástico 3, 2 - 6. 12-14

Porque el Señor quiso que los hijos respetaran a su padre y estableció la autoridad de la madre sobre sus hijos. El que respeta a su padre obtiene el perdón de sus pecados; el que honra a su madre se prepara un tesoro. Sus propios hijos serán la alegría del que respeta a su padre; el día en que le implore, el Señor lo atenderá. El que respeta a su padre tendrá larga vida; el que obedece al Señor será el consuelo de su madre. Hijo mío, cuida de tu padre cuando llegue a viejo; mientras viva, no le causes tristeza. Si se debilita su espíritu, aguántalo; no lo desprecies porque tú te sientes en la plenitud de tus fuerzas. El bien que hayas hecho a tu padre, no será olvidado; se te tomará en cuenta como una reparación de tus pecados.

Dios quiere que los hijos respeten y amen a sus padres, porque ellos lo representan y son sus colaboradores en la creación de la vida y en la salvación eterna de sus hijos. Se pueden aplicar a los padres las palabras que Jesús dijo respecto de los niños: “Todo lo que hagan a uno de estos, a mí me lo hacen”.

Es tanto el aprecio de Dios hacia los padres, que concede el perdón de los pecados a los hijos que los respetan y aman. Y ese respeto y amor serán también una condición para que Dios escuche las oraciones de los hijos en las necesidades y aflicciones, y les conceda una vida larga en años.

Y cuando los padres se vean enfermos, y resulten un peso inútil, será la preciosa ocasión para merecer de Dios que a su vez los propios hijos traten a sus padres con el amor y dedicación con que estos han tratado a los suyos en la enfermedad y la vejez. El ejemplo arrastra.

Colosenses 3,12 - 21

Pónganse, pues, el vestido que conviene a los elegidos de Dios, sus santos muy queridos: la compasión tierna, la bondad, la humildad, la mansedumbre, la paciencia. Sopórtense y perdónense unos a otros si uno tiene motivo de queja contra otro. Como el Señor los perdonó, a su vez hagan ustedes lo mismo. Por encima de esta vestidura pondrán como cinturón el amor, para que el conjunto sea perfecto. Así la paz de Cristo reinará en sus corazones, pues para esto fueron llamados y reunidos. Finalmente, sean agradecidos. Que la palabra de Cristo habite en ustedes y esté a sus anchas. Tengan sabiduría, para que se puedan aconsejar unos a otros y se afirmen mutuamente con salmos, himnos y alabanzas espontáneas. Que la gracia ponga en sus corazones un cántico a Dios, y todo lo que puedan decir o hacer, háganlo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él. Esposas, sométanse a sus maridos como conviene entre cristianos. Maridos, amen a sus esposas y no les amarguen la vida. Hijos, obedezcan a sus padres en todo, porque eso es lo correcto entre cristianos. Padres, no sean pesados con sus hijos, para que no se desanimen.

Los consejos que san Pablo da a la comunidad de Colosas, se aplican perfectamente a la comunidad familiar, santuario doméstico, lugar privilegiado de la presencia y de la acción de Dios Amor y Creador.

Una familia no puede menos de ser feliz cuando entre sus miembros se cultiva la compasión, el amor, la ternura, el perdón mutuo, la paciencia, la paz, la gratitud; cuando la Palabra de Cristo, centro de la familia, se lee, se escucha, se medita, se practica; cuando se cantan himnos de alabanza, y amor a Dios, fuente de todo amor y de toda familia.

Una familia así se asegura la esperanza de integrarse completa en la felicísima Familia eterna de la Trinidad, origen y destino de toda familia.

P. Jesús Álvarez, ssp.

Monday, December 25, 2006

VINO A LOS SUYOS...

VINO A LOS SUYOS...

Misa del día / Ciclo B / 25-12-2006.


Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron. Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino el testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él, al declarar: «Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí, me ha precedido, porque existía antes que yo». Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Dios Hijo único, que está en el seno del Padre. (Juan 1, 1 - 18)

La Navidad es la fiesta conmemorativa del nacimiento de Jesús. Ocasión para tomar una mayor conciencia de la alianza que Dios hace con nosotros por medio de la encarnación. Es la fiesta del misterio de la salvación puesto a nuestro alcance por la fidelidad inquebrantable de Dios que viene y está ya compartiendo nuestra vida en Cristo vivo presente.

La Navidad es la fiesta para celebrar y agradecer el inmenso beneficio que Dios nos hace dándonos a su Hijo: “Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo”. Es la fiesta en la que tomamos mayor conciencia de que Dios comparte nuestra historia. El “puso su tienda entre nosotros” y se compromete a vivir con nosotros todos los días, y aunque “nosotros le seamos infieles, él permanece fiel”.

Sin embargo el hombre, engañado por las fuerzas del mal y en complicidad con ellas, siembra las tinieblas de la injusticia, del hambre, del odio, de la guerra, de la pobreza, del orgullo, del pecado, de la impiedad. Pero el Salvador se compromete a “iluminar a todo hombre que viene a este mundo”, y a “los que han nacido por voluntad de Dios” llevarlos a una vida sobrenatural y eternamente feliz.

El nacimiento del Hijo de Dios en carne mortal cobra su pleno sentido en vista de la Resurrección, la cual fue el “nacimiento” de Cristo para la gloria eterna. La acogida de Cristo en el corazón, en la vida, en la familia..., hace que la Navidad sea verdadera, y nos merezca la Navidad sin fin a través de la resurrección, nacimiento a la vida eterna. He ahí el pleno sentido y el fruto de la Navidad.

La Navidad hoy se revive sobre todo en el acto sencillo y a la vez supremo de la comunión eucarística, donde se realiza de forma especial lo dicho por Juan evangelista: “A quienes lo acogieron, les dio la capacidad de ser hijos de Dios”.

Pero la Navidad se paganiza para quienes se cierran a la presencia real del Redentor resucitado, Dios-con-nosotros: “Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”. No hay Navidad verdadera sin acogida real a Cristo vivo y presente.

Pero la Navidad es real, auténtica cuando con fe y amor se acoge a Cristo Resucitado en el corazón, en la vida, en la familia, pues sólo así se celebra de verdad el acontecimiento de su primera Navidad en la humildad; y sólo así nos preparamos a la Navidad eterna, a la que Jesús nos llevará por la resurrección.

“Dichosos ustedes porque han oído y creído, pues todo el que cree, como María, concibe y da a luz al Verbo de Dios”, dice san Ambrosio.

Isaías 52, 7 - 10

¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: «Tu Dios es Rey»! Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión. Rompan a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén: el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios.

Isaías se refiere al final del destierro y al regreso a Jerusalén, su ciudad reducida a ruinas. Destierro y destrucción son consecuencia de haber abandonado a Dios suplantándolo por ídolos: armas, aliados, soberbia, poder, placer...

¿Quién no ha probado la ausencia de Dios por haberlo rechazado? Se lo excluye de la familia, de la sociedad, de la enseñanza, de la política, del trabajo, de las relaciones, del sufrimiento y de la alegría..., y a menudo lo echamos incluso de la Iglesia, con un culto sin amor a él y al prójimo, de lo que Dios mismo se lamenta: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”. Y luego llegamos incluso al descaro de echarle la culpa del mal que nos acosa.

Pero Dios mismo toma la iniciativa de saltar la distancia que hemos puesto entre nosotros y él. Si la tristeza es el resultado del pecado, la alegría es la consecuencia del perdón de Dios y del perdón entre nosotros, del amor a Dios y al prójimo. El nacimiento de Jesús es el acercamiento libre de Dios hacia nosotros, quien sólo espera ser acogido como Amor misericordioso para llenarnos de luz, alegría, paz, de sentido de la vida, y para llevarnos a la eterna Navidad.

Hebreos 1,1-6.

En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los Profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. El es reflejo de su gloria, impronta de su ser. El sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de su majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado. Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: «Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado»? O: ¿«Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo»? Y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: «Adórenlo todos los ángeles de Dios».

El autor alude a la Palabra de Dios en el Antiguo Testamento, pronunciada por los profetas, pero ahora hecha carne en Cristo, Palabra viva y personificada del Padre. El Hijo ha sido nombrado heredero de toda la inmensa creación visible a invisible, que él gobierna y sostiene con su brazo poderoso, a la vez que guía a la humanidad, con su Palabra omnipotente, hacia las moradas eternas.

Pero Cristo ejerce su omnipotencia sobre todo arrancando al hombre del poder del mal, mediante el perdón y la purificación de los pecados. Y ahora está encumbrado sobre todos los ángeles, a la derecha del Padre, donde intercede por nosotros. Él mismo nos está preparando un puesto en su banquete eterno.

Es para saltar de gratitud y alegría ante el infinito amor misericordioso que Dios nos ha mostrado y muestra en su Hijo encarnado, crucificado y resucitado, el Dios-con-nosotros de cada día, que anhela vivir con nosotros en una perenne navidad: “Llamo a la puerta; y quien me abra, me tendrá consigo a la mesa”.

Somos cuna y templo del Resucitado. Y en nosotros lo adoran los ángeles como en Belén. Dichosa realidad para vivir con amorosa y eterna gratitud.


¡FELIZ NAVIDAD! Y que toda tu vida sea Navidad por la acogida diaria al Resucitado presente, Dios-con-nosotros de cada día, hasta la Navidad eterna.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, December 24, 2006

SERVICIO y SALVACIÓN

SERVICIO y SALVACIÓN

Domingo 4° de adviento-C/ 24-12-2006


Por entonces María tomó su decisión y se fue, sin más demora, a una ciudad ubicada en los cerros de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Al oír Isabel su saludo, el niño dio saltos en su vientre. Isabel se llenó del Espíritu Santo y exclamó en alta voz: "¡Bendita tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Cómo he merecido yo que venga a mí la madre de mi Señor? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de alegría en mis entrañas. ¡Dichosa tú por haber creído que se cumplirían las promesas del Señor!" Lucas 1, 39 - 45

Difícil de imaginar la grande y grata sorpresa de Isabel al oír el saludo de su joven prima, y no sólo por su presencia, sino sobre todo porque la creía portadora de otra presencia más grata, el Mesías Salvador, reconocido primero por el niño que llevaba en su seno y que saltó de gozo ante el Niño Dios.

Es sumamente gratificante ver cómo Dios se hace presente con su salvación a través de un servicio ordinario, humilde, humano. El máximo servicio que podemos hacer a las personas a quienes prestamos ayudas materiales, humanas, consiste en llevarles a la vez la salvación que Dios puede hacerles llegar a través de nuestro servicio, testimonio, oración, alegría, sufrimiento, perdón, palabra, fe vivida...

Ciertamente Isabel valoraba mucho más el servicio salvífico de María, portadora del Salvador, que sus servicios domésticos, que también agradecía de corazón, aunque se sentía indigna por venir de la madre del Mesías.

¡Qué maravilloso ejemplo el de estas dos mujeres! En María y en Isabel todo gesto humano ordinario se convierte en acontecimiento de salvación, gracias a que ambas han creído que la salvación de Dios se encarna en acciones y en gestos ordinarios cuando estos se realizan con amor y fe.

Desde la caricia a un niño, la sonrisa a un anciano, la limosna a un pobre, la visita a un enfermo o encarcelado, el consuelo a un afligido, el sufrimiento ofrecido, la alegría, la evangelización, el testimonio, e incluso la ternura total en el matrimonio, todo puede y debe ser cauce de salvación para el protagonista y para el destinatario.

Esos gestos realizados en unión con Cristo en la fe y el amor, nos hacen acreedores del elogio de Isabel a María: “Dichosa tú porque has creído”.

María fue la primera apóstol y la primera “sacerdotisa” después de Cristo, Sumo Sacerdote, porque medió entre Dios y los hombres, entre-gándoles la Víctima propiciatoria de la salvación. Apostolado o misión es vivir en unión con Cristo y facilitar a los hombres, con todos los recursos a nuestro alcance, el encuentro salvador con él.

El apostolado y el sacerdocio de María superan con mucho al de todos los apóstoles, obispos, papas, misioneros y sacerdotes juntos. La mujer no tiene por qué ambicionar el sacerdocio ministerial, -ni tampoco infravalorarlo- pues si con amor y fe ejerce su sacerdocio bautismal a imitación de la Virgen María, puede igualar y superar en eficacia salvadora al sacerdocio ministerial.

Este privilegio salvífico, hecho vida y obras, nos hace verdaderos cristianos, auténticos imitadores de Cristo, más allá de los ritos y prácticas externas, que valen en cuanto están vivificadas por esa ansia de salvación.

Miqueas 5, 1 - 4

Pero tú, Belén Efrata, aunque eres la más pequeña entre todos los pueblos de Judá, tú me darás a aquel que debe gobernar a Israel: su origen se pierde en el pasado, en épocas antiguas. Por eso, si Yavé los abandona es sólo por un tiempo, hasta que aquella que debe dar a luz tenga su hijo. Entonces el resto de sus hermanos volverá a Israel. El se mantendrá a pie firme y guiará su rebaño con la autoridad de Yavé, para gloria del nombre de su Dios; vivirán seguros, pues su poder llegará hasta los confines de la tierra. El mismo será su paz.

Dios ignora el centro religioso judío, Jerusalén, para elegir la ignorada aldea de Belén, pues en ella la Virgen dará a luz al Mesías Príncipe que gobernará al nuevo Israel, el nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia de Cristo.

El Hijo de María implantará con firmeza su nuevo reino de paz y justicia, de vida y verdad, de amor y libertad, y como un pastor reunirá en un solo rebaño a gentes de todas las razas y pueblos, condiciones y lenguas, incluido al final también el pueblo judío, apartado “sólo por un tiempo”.

Los hijos de Dios vivirán seguros bajo el poder universal e insuperable de Cristo, que garantiza la paz de su pueblo. Aunque de momento su acción salvífica universal se esconda bajo formas humildes, imperceptibles, su eficacia es infalible e irrefrenable, duradera y eterna.

¡Ojalá sepamos percibir y apoyar esa escondida y grandiosa acción salvífica de nuestro único Salvador, en especial mediante la Eucaristía vivida.

Hebreos 10, 5 - 10

Por eso, al entrar Cristo en el mundo dice: Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, sino que me formaste un cuerpo. No te agradaron los holocaustos ni los sacrificios por el pecado; entonces dije: "Aquí estoy yo, oh Dios, como en un capítulo del libro está escrito de mí, para hacer tu voluntad". Comienza por decir: No quisiste sacrificios ni ofrendas, ni te agradaron holocaustos o sacrificios por el pecado. Y sin embargo esto es lo que pedía la Ley. Entonces sigue: Aquí estoy yo para hacer tu voluntad. Con esto anula el primer orden de las cosas para establecer el segundo. Esta voluntad de Dios, de que habla, es que seamos santificados por la ofrenda única del cuerpo de Cristo Jesús.

Los sacrificios de los judíos en el templo terminaron por desagradar a Dios, pues se habían convertido en ritos vacíos, inútiles y odiosos: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”.

Entonces se presentó Jesús al Padre, ofreciéndole el cuerpo humano recibido de María, en lugar de los cuerpos de los animales, que no expiaban los pecados ni favorecían la conversión. Con su propuesta: “Aquí estoy para hacer tu voluntad”, sustituye el culto antiguo por el nuevo centrado en su Cuerpo ofrecido, muerto, resucitado y eucarístico.

Esta ofrenda única, la Eucaristía, multiplicada en todos los tiempos y latitudes, es la que hace posible la santificación querida por Jesús: “Sean santos como su Padre celestial es santo”. Porque Cristo resucitado presente nos comunica la misma santidad y vida del Padre.

¡Que nuestras Eucaristías no se reduzcan a ritos vacíos e inútiles por la indiferencia del cumplimiento! Si no que nos ofrezcamos junto con Cristo como ofrenda agradable al Padre por nuestra salvación y la del prójimo.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, December 17, 2006

¿QUÉ HACER PARA SER FELICES?

¿QUÉ HACER PARA SER FELICES?

Domingo 3° de adviento-C / 17-12-2006


La gente le preguntaba a Juan Bautista: "¿Qué debemos hacer?" Él les contestaba: "El que tenga dos capas, que dé una al que no tiene, y el que tenga de comer, haga lo mismo." Vinieron también cobradores de impuestos para que Juan los bautizara. Le dijeron: "Maestro, ¿qué tenemos que hacer?" Respondió Juan: "No cobren más de lo establecido." A su vez, unos soldados le preguntaron: "Y nosotros, ¿qué debemos hacer?" Juan les contestó: "No abusen de la gente, no hagan denuncias falsas y conténtense con su sueldo." El pueblo estaba en la duda, y todos se preguntaban interiormente si Juan no sería el Mesías, por lo que Juan hizo a todos esta declaración: "Yo los bautizo con agua, pero está para llegar uno con más poder que yo, y yo no soy digno de desatar las correas de su sandalia. El los bautizará con el Espíritu Santo y el fuego”. Lucas 3,10-18.


El adviento es tiempo de verificar si nuestra vida humana y cristiana nos lleva a la verdadera felicidad que ansiamos: ¿Qué es lo que está frustrando nuestra alegría y felicidad de vivir? ¿Cómo convertirnos a la verdadera felicidad?

La infelicidad tiene siempre que ver con el pecado propio o ajeno: con las cosas mal hechas, mal pensadas, mal sentidas, mal dichas…; con la omisión del bien que podíamos haber hecho, dicho, pensado, sentido; con las relaciones humanas frías, egoístas, abusivas, perjudiciales o pervertidas. Pero la infelicidad se debe sobre todo a nuestras relaciones deficientes o negativas con la Fuente misma de toda felicidad: Dios.

¿Qué podemos hacer? Para ser felices en lo posible en esta vida y plenamente la eterna, hay que dejar las cusas de la infelicidad, pero a la vez volverse a la Fuente de toda felicidad: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón anda inquieto mientras no descansa en ti” (San Agustín).

Juan anuncia la Buena Noticia, que identifica con la persona de Cristo. Y el mismo Jesús se pone a sí mismo cada día a nuestra disposición como fuente de la felicidad que ansiamos: “Estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. En su compañía está nuestra auténtica felicidad. Y sobre él tenemos que modelar nuestra vida humana y cristiana de cada día para que sea de verdad feliz, con la felicidad pascual de Jesús resucitado y presente, que a la vez nos está preparando un puesto de felicidad eterna.

A espaldas de él se pueden lograr satisfacciones, pero no la felicidad que ansiamos desde lo más profundo de nuestro ser, y que buscamos inútilmente una y mil veces allí donde no se encuentra. Se vuelve con obstinación a las charcas resecas y contaminadas de muerte, como si nos faltara el sentido común y la racionalidad, pero sobre todo por falta de fe. Jesús nos dice: “Les he comunicado estas cosas para que mi felicidad esté en ustedes”. ¿Le creemos?

Jesús, por ser el Hijo de Dios, nos posibilita la liberación del pecado y de sus consecuencias, y nos da la alegría de vivir en el tiempo, y la esperanza de la felicidad en la eternidad. No vino para condenarnos, sino que murió y resucitó a fin de que nosotros resucitemos con él para la felicidad total que nos está preparando.

No olvidemos que la mejor vacuna contra el pecado y sus infelices consecuencias, es el trato asiduo con el Resucitado presente en todo momento.

Sofonías 3,14-18

¡Grita de gozo, oh hija de Sión, y que se oigan tus aclamaciones, oh gente de Israel! ¡Regocíjate y que tu corazón esté de fiesta, hija de Jerusalén! Pues Yavé ha cambiado tu suerte, ha alejado de ti a tus enemigos. No tendrás que temer desgracia alguna, pues en medio de ti está Yavé, rey de Israel. Ese día le dirán a Jerusalén: "¡No tengas ningún miedo, ni tiemblen tus manos! ¡Yavé, tu Dios, está en medio de ti, el héroe que te salva! Él saltará de gozo al verte a ti, y te renovará su amor. Por ti danzará y lanzará gritos de alegría como lo haces tú en el día de la Fiesta”. Apartaré de ti ese mal con el que te amenacé, y ya no serás humillada.

A este domingo se le llama “laetare”, alégrate: domingo de la alegría. La verdadera alegría -la que nadie nos puede quitar- se encuentra en Dios, que “está cerca”, “en medio de nosotros”, “en nosotros”, en la profundidad de nuestro ser. Sólo es cuestión de abrirnos a él, acogerlo y tratarlo con amor.

Es la alegría de sabernos hijos de Dios muy queridos por él, acunados entre sus brazos divinos y cubiertos de sus caricias. Dios salta de gozo al mirarnos y ver en nosotros su imagen divina, y nos mantiene su amor y fidelidad. Sólo espera correspondencia: “Sea el Señor tu delicia y él te dará lo que pide tu corazón”.

Por eso debemos desterrar el miedo y sustituirlo por la oración confiada, seguros en la presencia tierna y omnipotente de nuestro Padre “materno”, con una esperanza indestructible apoyada en la promesa infalible de su presencia amorosa, que solicita de continuo nuestro amor y fidelidad hacia él y hacia el prójimo, con el cual él se identifica por ser también su imagen.

Pero esta verdadera alegría no nos libra del sufrimiento y del dolor; no hace de nuestra vida una serie ininterrumpida de comodidades y gratificaciones. Sino que la alegría de Dios es nuestra fortaleza y paz en el combate contra las penas, las tensiones y los temores que nos pueden asaltar en cualquier momento, y que él transforma en fuentes de victoria, felicidad y gloria eterna.

Filipenses 4,4-7

Estén siempre alegres en el Señor; se lo repito, estén alegres y den a todos muestras de un espíritu muy abierto. El Señor está cerca. No se inquieten por nada; antes bien, en toda ocasión presenten sus peticiones a Dios y junten la acción de gracias a la súplica. Y la paz de Dios, que es mayor de lo que se puede imaginar, les guardará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús.

San Pablo escribe desde la cárcel, y tiene motivos más que suficientes para estar triste y afligido. Sin embargo, rebosa de alegría por la presencia del Resucitado en su vida, en sus acciones y sufrimientos, y por la victoria triunfal que espera de su mano poderosa y amorosa al final de la carrera terrena. Desde esa situación contagia a los filipenses su alegría por la presencia salvadora de Cristo vivo.

Esta presencia del Resucitado testimoniada con la adoración, la súplica y la acción de gracias, hacen que la paz y la alegría de Dios reine en los corazones y en los hogares; destierran el terror ante el mal y el miedo infundado a Dios, a la vez que son el más eficaz antídoto para curarse del pecado y evitarlo.

La alegría cristiana, alegría pascual que brota de la presencia viva del Resucitado, es una condición esencial de la evangelización: nos hace testigos de Cristo presente. La alegría pascual hace convincente y eficaz la evangelización.

P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, December 10, 2006

TODOS VERÁN LA SALVACIÓN DE DIOS

TODOS VERÁN LA SALVACIÓN DE DIOS

Domingo 2º adviento-C / 10-12-2006.

Era el año quince del reinado del emperador Tiberio. Poncio Pilato era gober-nador de Judea, Herodes gobernaba en Galilea, su hermano Filipo en Iturea y Traco-nítide, y Lisanias en Abilene; Anás y Caifás eran los jefes de los sacerdotes. En este tiempo la palabra de Dios le fue dirigida a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto. Juan empezó a recorrer toda la región del río Jordán, predicando bautismo y conversión, para obtener el perdón de los pecados. Esto ya estaba escrito en el libro del profeta Isaías: “Oigan ese grito en el desierto: Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos. Las quebradas serán rellenadas y los montes y cerros allanados. Lo torcido será enderezado, y serán suavizadas las asperezas de los caminos. Todo mortal entonces verá la salvación de Dios”. (Lucas 3,1-6).

La predicación de Juan Bautista, precursor y anunciador del Mesías, se realiza en situaciones políticas, sociales y religiosas bien concretas, donde abunda la hipocresía, la corrupción, la opresión, la explotación, la manipulación, con el consiguiente sufrimiento para el pueblo sencillo y pobre. Hoy esa historia se repite.

El Bautista denuncia esas injusticias e invita a los responsables a que se conviertan, y trabajen por eliminar las diferencias escandalosas entre las clases sociales y religiosas, entre razas y naciones: allanar cerros, enderezar senderos, suavizar las asperezas creadas por el egoísmo, la prepotencia, la corrupción...

Hoy la palabra de Juan y sus denuncias son de absoluta actualidad. La Palabra de Dios sigue iluminando y cuestionando la historia, la vida social, política, familiar e individual. Y llama a la conversión a todos los que se creen con derecho a gozar y enriquecerse a costa del sufrimiento y de la miseria de sus hermanos, tanto en la vida familiar, eclesial y social, como en el ámbito internacional.

La noticia de que el Mesías está para entrar en la historia social, política, familiar e individual, es una noticia esperada, deseada por quienes sufren; pero a la vez indeseada, temida y rechazada por quienes gozan a costa del prójimo, pues el Mesías liberador y salvador viene a dar la cara por los pobres y a ponerse, con todo su poder y su amor, al lado de los que sufren injusticia.

Los que tienen el poder de la autoridad y del dinero, individuos, grupos o naciones, imponen leyes y costumbres que les favorecen a ellos a costa de los más débiles, pero a la vez se presentan cínicamente como bienhechores de los necesitados. También en lo religioso se dan fórmulas, ritos, cumplimientos que no raramente sirven de pretexto para no cambiar el corazón con efectiva unión con Cristo, quien ofrece y pide a todos compartir su vida y misión en favor del prójimo necesitado y sufriente.

Cristo Jesús, vivo y presente en nuestra vida, es el objetivo y el centro de la Buena Nueva del Adviento y de la Navidad. Él nos pide modelar sobre su ejemplo nuestra existencia humana y cristiana de cada día, tanto en la alegría como en el sufrimiento, en el trabajo como en el descanso, en la lucha como en la fiesta.

La Palabra de Dios interpreta e ilumina el sentido de la vida, nos da fuerza y esperanza. Pero es necesario leer, escuchar, asimilar y vivir esa Palabra en momentos concretos de silencio y oración, que son los espacios de Dios, fuente de la vida, de la alegría, de la paz, de la esperanza y de la salvación. En esos espacios Dios nos ofrece la posibilidad de encontrarnos personalmente con la Palabra Viva, la Palabra Persona, el Verbo hecho carne, Cristo Jesús, el Dios-con-nosotros de cada día. Y desde esa experiencia podremos proyectarnos hacia el prójimo que sufre, empezando por casa...

Entonces sí seremos de los que “verán la salvación de Dios”.

Baruc 5, 1-9

Jerusalén, quítate tu vestido de duelo y desdicha y vístete para siempre con el esplendor de la gloria de Dios. Reviste cual un manto la justicia de Dios, ponte como corona la gloria del Eterno; porque Dios mostrará tu grandeza a todo lo que hay bajo el cielo. Dios te llamará para siempre: "Paz en la justicia y gloria en el temor de Dios." Levántate, Jerusalén, ponte en lo alto, mira al oriente y ve a tus hijos reunidos del oriente al poniente por la voz del Santo, felices porque Dios se acordó de ellos. Salieron a pie escoltados por los enemigos, pero Dios te los devuelve, traídos con gloria, como hijos de rey. Porque Dios ha ordenado que todo cerro elevado y toda cuesta interminable sean rebajados, y rellenados los valles hasta aplanar la tierra, para que Israel camine seguro bajo la gloria de Dios. Hasta los bosques y todo árbol oloroso les darán sombra por orden de Dios. Porque él guiará a Israel en la alegría y a la luz de su gloria, escoltándolos con su misericordia y justicia.

Hoy se realiza en la Iglesia y en el mundo la profecía de Baruc: “Él guiará a Israel en la alegría y a la luz de su gloria, escoltándolos con su misericordia y justicia”. Aunque a veces parezca todo lo contrario.

De hecho, Cristo Resucitado realiza su promesa pascual: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. Y aunque eso sea cuestión de fe, es una realidad misteriosa, profunda, oculta, pero realidad maravillosa a nuestro alcance: vivir y gozar con inmensa gratitud esa presencia de Jesús.

Él hoy nos pone su manto de justicia y la corona de gloria de Dios, pues la Trinidad habita en quienes lo aman: “Si alguno me ama, lo amará mi Padre, y vendremos a él y haremos morada en él”. “Ustedes son templo del Espíritu Santo”.

Ante esta realidad todos somos iguales en nuestra esencia más profunda y más alta: ser hijos e imágenes de Dios, y hermanos del mismo Hijo de Dios, Cristo Jesús. Todas las desigualdades, privilegios, poderes y ciencia desaparecen ante esta sublime realidad de nuestro ser. Pero se quedan a ras de tierra quienes utilizan el poder, los privilegios, el dinero y el saber para ponerse por encima de sus hermanos y explotarlos o marginarlos.

Filipenses 1,4-11

Hermanos: En mis oraciones pido por todos ustedes a cada instante. Y lo hago con alegría, recordando la cooperación que me han prestado en el servicio del Evangelio desde el primer día hasta ahora. Y si Dios empezó tan buen trabajo en ustedes, estoy seguro de que lo continuará hasta concluirlo el día de Cristo Jesús. Bien sabe Dios que la ternura de Cristo Jesús no me permite olvidarlos. Pido que el amor crezca en ustedes junto con el conocimiento y la lucidez. Quisiera que saquen provecho de cada cosa y cada circunstancia para que lleguen puros e irreprochables al día de Cristo, habiendo hecho madurar, gracias a Cristo Jesús, el fruto de la santidad. Esto será para gloria de Dios y un honor para mí.

San Pablo mantiene con los filipenses una relación salvífica, no sólo mediante la predicación, sino también con la oración y el sufrimiento a favor de ellos. Y valora la cooperación salvífico-evangelizadora que le han prestado y prestan.

Pero esa relación salvífica no es espiritualista, sino que se encarna en la ternura y en el amor humano-divino que Cristo mismo les tiene: “Ámense unos a otros como yo los amo”. Y Pablo suplica en su oración diaria que Dios acreciente en ellos ese amor-ternura, junto con el conocimiento amoroso y la lucidez.

El amor a Cristo y al prójimo nos alcanzará también a nosotros la santidad y podremos presentarnos puros e irreprochables cuando Cristo venga a buscarnos al final de los días terrenos. Por ese amor nos reconocerá Cristo y nosotros a él.

¿Se parece nuestra relación con los destinatarios de nuestra vida y misión a la relación salvífica cultivada por Pablo con sus evangelizados?


P. Jesús Álvarez, ssp.

Friday, December 08, 2006

Elegidos para ser santos e inmaculados.

Elegidos para ser santos e inmaculados.

Para que la solemnidad de la Inmaculada Concepción no se quede en mera celebración de los «privilegios» de María, sino que nos toque y nos implique profundamente, debemos comprenderla a la luz de las palabras de Pablo en la segunda lectura: «Dios Padre nos ha elegido en Jesucristo antes de la creación del mundo para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor». Todos, por lo tanto, estamos llamados a ser santos e inmaculados; es nuestro verdadero destino; es el proyecto de Dios sobre nosotros. Poco más adelante, en la misma Carta a los Efesios, Pablo contempla este plan de Dios refiriéndolo no ya a los hombres singularmente considerados, cada uno por su cuenta, sino a la Iglesia Universal esposa de Cristo: «Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificarla mediante el bautismo y la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa en inmaculada» (Ef 5, 25-27).

Una humanidad de santos e inmaculados: he aquí el gran proyecto de Dios al crear la Iglesia. Una humanidad que pueda, por fin, comparecer ante Él, que ya no tenga que huir de su presencia, con el rostro lleno de vergüenza como Adán y Eva tras el pecado. Una humanidad, sobre todo, que Él pueda amar y estrechar en comunión consigo, mediante Su Hijo, en el Espíritu Santo.

¿Que representa, en este proyecto universal de Dios, la Inmaculada Concepción de María que celebramos? La liturgia responde a esta pregunta en el prefacio de la Misa del día, cuando dirigiéndose a Dios canta: En Ella has señalado el «comienzo de la Iglesia, esposa de Cristo, llena de juventud y de limpia hermosura... Entre todos los hombres es abogada de gracia y ejemplo de santidad». He aquí, entonces, lo que celebramos en esta solemnidad en María: el inicio de la Iglesia, la primera realización del proyecto de Dios, en la que existe como la promesa y la garantía de que todo el plan irá hacia su cumplimiento: «¡Nada es imposible para Dios!». María es la prueba de ello. En Ella brilla ya todo el esplendor futuro de la Iglesia, como en una gota de rocío, en una mañana serena, se refleja la bóveda azul del cielo. También y sobre todo por esto María es llamada «madre de la Iglesia ».

María no se presenta, en cambio, sólo como aquella que está detrás de nosotros, al comienzo de la Iglesia, sino también como quien está ante nosotros «como modelo de santidad para el pueblo de Dios». Nosotros no hemos nacido inmaculados como, por singular privilegio de Dios, nació Ella; es más, el mal anida en nosotros en todas las fibras y en todas las formas. Estamos llenos de «arrugas» que hay que estirar y de «manchas» que hay que lavar. Es en esta labor de purificación y de recuperación de la imagen de Dios en la que María está ante nosotros como poderosa llamada.

La liturgia habla de Ella como de un «modelo de santidad». La imagen es justa, a condición de que superemos las analogías humanas. La Virgen no es como las modelos humanas que posan, inmóviles, para dejarse pintar por el artista. Ella es un modelo que obra con nosotros y dentro de nosotros, que nos lleva la mano al representar las líneas del modelo por excelencia, suyo y nuestro, que es Jesucristo, para hacernos «conformes a su imagen» (Rm 8, 29). Es de hecho «abogada de gracia» antes aún que modelo de santidad. La devoción a María, cuando es iluminada y eclesial, en verdad no desvía a los creyentes del único Mediador, sino que les lleva hacia Él. Quien ha tenido la experiencia auténtica de la presencia de María en la propia vida sabe que ésta se determina por entero en una experiencia de Evangelio y en un conocimiento más profundo de Cristo. Ella está idealmente ante todo el pueblo cristiano repitiendo siempre lo que dijo en Caná: «Haced lo que Él os diga».

Padre Raniero Cantalamessa, ofmcap. - Predicador del Papa.

Sunday, December 03, 2006

ESPERANZADOS, NO ANGUSTIADOS

ESPERANZADOS, NO ANGUSTIADOS

Domingo 1º de Adviento-C/ 3 dic. 2006


Dijo Jesús a sus discípulos: - Entonces habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y por toda la tierra los pueblos estarán llenos de angustia, aterrados por el estruendo del mar embravecido. La gente se morirá de espanto con sólo pensar en lo que va a caer sobre la humanidad, porque las fuerzas del universo serán sacudidas. Y en ese preciso momento verán al Hijo del Hombre viniendo en la Nube, con gran poder e infinita gloria. Cuando se presenten los primeros signos, enderécense y levanten la cabeza, porque está cerca su liberación. Cuiden de ustedes mismos, no sea que una vida consumista, las borracheras o los afanes de este mundo los vuelvan interiormente torpes y ese día caiga sobre ustedes de improviso, pues se cerrará como una trampa sobre todos los habitantes de la tierra. Por eso estén vigilando y orando en todo momento, para que se les conceda escapar de todo lo que debe suceder y estar de pie ante el Hijo del Hombre. (Lucas 21,25-28.34-36).


Jesús hoy nos anuncia un aterrador cataclismo cósmico, mas sin fecha. Pero no pretende asustarnos, sino atraer nuestra mirada y nuestro corazón al cuadro grandioso que aparecerá al centro de esa catástrofe: Él en persona, que viene con poder y gloria para librar a los suyos de esa gran tribulación y de la muerte.

Por eso nuestra actitud no puede ser el temor y el terror, sino la esperanza y "el amor a su venida" como único salvador, amigo y glorificador. Jesús quiere que grabemos bien en la memoria su invitación a orar y estar preparados a tal acontecimiento, que para cada cual se anticipa en cierto sentido en la muerte.

Jesús nos pide mantenernos de pie a su lado, compartiendo con gozo su misión liberadora y salvadora en favor del prójimo, construyendo con él la civilización del amor y la cultura de la vida. Y nos apremia a no dejarnos contagiar por el materialismo, consumismo, vicios, corrupción y desórdenes de una sociedad que vive de espaldas a Dios y al prójimo, sumergida en la cultura de la muerte.

Adviento significa tiempo de espera gozosa de Alguien que viene. La Iglesia en el Adviento nos invita a considerar cuatro venidas de Cristo Jesús, que sale a nuestro encuentro en formas y tiempos diferentes.

La primera venida de Jesús sucedió hace más de dos mil años, con su Nacimiento en Belén, que conmemoramos y celebramos cada año en la Navidad. Es la venida primordial, que hace posibles las otras venidas.

La última venida de Cristo será su aparición gloriosa al fin de los tiempos, para hacer un mundo nuevo, su reino definitivo de vida y verdad, de justicia y de paz, de libertad y amor, de alegría y felicidad. Venida que presenciaremos de persona. Y Dios quiera que en condición de resucitados.

Entre la primera y la última venidas de Jesús se da la venida intermedia y permanente a nuestra vida y persona durante la existencia terrena, según sus palabras infalibles: Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo (Mateo 28, 20). Quien come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él (Juan 6, 36).

Y al fin de nuestra vida terrena se realizará la venida de Jesús que acudirá para librarnos de las garras de la muerte y llevarnos a su gloria eterna, si hemos vivido unidos a él, compartiendo su misión en favor del hombre. Nos dio su palabra: Me voy a prepararles un lugar. Luego vendré para llevarlos conmigo (Juan 14, 2-3).

Esta venida de Jesús será para cada uno la hora del éxito total de su existencia por la resurrección, si hemos acogido a Cristo en su venida durante la vida terrena: en el prójimo, en la Eucaristía, en la oración, en la Palabra de Dios, en la creación, en el sufrimiento, en la alegría, en los acontecimientos... Entonces Él nos acogerá en la muerte para resucitarnos. Y así podremos estar felices a su lado en su venida gloriosa al fin del mundo.

Jeremías 33,14-16

Se acerca ya el momento, dice Yavé, en que cumpliré la promesa que hice a la gente de Israel y a la de Judá: En esos días, haré nacer un nuevo brote de David que ejercerá la justicia y el derecho en el país. Entonces Judá estará a salvo, Jerusalén vivirá segura y llevará el nombre de "Yavé-nuestra-justicia".

Los reyes de Israel no habían correspondido a las esperanzas del pueblo y de Dios: fundar un reino de justicia y de paz. A pesar de todo, Dios promete a su pueblo un descendiente de David que sí fundará un reino de justicia y paz, de amor y libertad, de vida y verdad: Cristo Jesús.

Él librará a los pobres del pueblo oprimidos injustamente por los poderosos y los dirigentes políticos e incluso religiosos. Sin embargo, la acción liberadora y salvadora del Redentor no es acogida por todos, ni alcanza a los que se oponen a Él y a sus exigencias, sino sólo a quienes lo acogen y se comprometen con él en construir un mundo mejor, donde reine la verdad, la justicia, la paz, el amor, la libertad... Bienes que todos deseamos, pero que muchos combaten porque se oponen a sus intereses egoístas, a sus privilegios, a sus vicios.

A pesar de todo, el reino de Cristo sigue creciendo incontenible, de forma misteriosa, oculta para sus opositores y a pesar de ellos.

¿Dónde nos encontramos? ¿En el reino de Cristo o fuera de él? No hay término medio: Quien no está conmigo, está contra mí. Quien conmigo no recoge, desparrama (Mateo 12, 30). ¡No nos engañemos a nosotros mismos!

1 Tesalonicenses 3, 12-13. 4, 1-2

Que el Señor los haga crecer más y más en el amor que se tienen unos a otros y en el amor para con todos, imitando el amor que sentimos por ustedes. Que él los fortalezca interiormente para que sean santos e irreprochables delante de Dios, nuestro Padre, el día que venga Jesús, nuestro Señor, con todos sus santos. Por lo demás, hermanos, les pedimos y rogamos en nombre del Señor Jesús: aprendieron de nosotros cómo han de portarse para agradar a Dios; ya viven así, pero procuren hacer nuevos progresos. Conocen las tradiciones que les entregamos con la autoridad del Señor Jesús.

El reino de Jesús se establece en las personas, familias, comunidades grupos... que viven en el amor mutuo fundado en el amor de Dios, en la relación amorosa con la Trinidad, fuente de toda relación de amor y salvación.

En esta relación de amor salvífico con Dios y con el prójimo, se nos comunica la fortaleza que nos hace irreprochables ante Él para el día de la venida de Jesús y nos dispone para acceder a la vida eterna en la casa del Padre.

En la Iglesia tenemos innumerables modelos de auténtica vida cristiana, en especial los santos, que nos indican el camino y demuestran que la vida de amor a Dios y al prójimo no es un imposible, sino la máxima necesidad que el mismo Cristo Resucitado nos la hace posible con su presencia y ayuda permanente: Si alguno me ama, lo amará mi Padre, y vendremos a él y viviremos con él. San Pablo nos confirma esta promesa de Jesús diciendo: Todo lo puedo en aquel que me conforta.

Pero el modelo supremo es siempre el mismo Jesús, Maestro, Camino, Verdad y Vida, a cuya palabra y guía podemos y debemos acceder de forma permanente en la oración, en la Eucaristía, en la lectura de la Biblia, en la ayuda al prójimo necesitado, en el sufrimiento y en la alegría.

Son esos los medios para mantener y acrecentar la fe verdadera, cuya garantía es el amor a Dios y al prójimo. Sin obras de amor a Dios y al prójimo la fe está muerta y no puede salvar. Carece de valor y de interés.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, November 26, 2006

REY y TESTIGO DE LA VERDAD

REY y TESTIGO DE LA VERDAD

Cristo Rey – B / 26 nov. 2006


Pilato volvió a entrar en el palacio, llamó a Jesús y le preguntó: "¿Eres tú el Rey de los judíos?" Jesús le contestó: "¿Viene de ti esta pregunta o repites lo que te han dicho otros de mí?" Pilato respondió: "¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los jefes de los sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?" Jesús contestó: "Mi realeza no procede de este mundo. Si fuera rey como los de este mundo, mis guardias habrían luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reinado no es de acá". Pilato le preguntó: "Entonces, ¿tú eres rey?" Jesús respondió: "Tú lo has dicho: yo soy Rey. Yo doy testimonio de la verdad, y para esto he nacido y he venido al mundo. Todo el que está del lado de la verdad escucha mi voz". Juan 18, 33-37

Para Jesús su reino consiste en ser testigo de la verdad. Dar testimonio de la verdad es dar a conocer el amor de Dios hacia los hombres y reunirlos en el reino temporal y eterno de Dios. Esa es la verdad regia que testimonia Cristo Rey y que deben testimoniar sus verdaderos súbditos y discípulos: los cristianos.

Jesús es el único Rey verdadero, principio, conductor y “fin de la historia..., centro de la humanidad, gozo del corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones” (GS 45). Rey de todo lo creado visible e invisible. Rey de amor, de sufrimiento y de gloria. Rey de la vida y la verdad, de la justicia y la paz, del amor y la libertad, de la dignidad humana y la fraternidad universal... Rey crucificado y resucitado, presente y actuante en la historia de la humanidad y de cada persona humana, confiriéndoles valor y proyección de eternidad.

Los reyes de este mundo se apoyan en los ejércitos, en las armas, en el dinero, en el poder, y a menudo en la mentira, la injusticia, la corrupción, la esclavitud, la violencia, el odio. Y a menudo edifican el bienestar propio y el de su población rica sobre la explotación y muerte de la población y pueblos pobres.

Los poderosos prepotentes (políticos o religiosos) pertenecen a este mundo injusto, no a la verdad. Y no pueden escuchar la palabra de Jesús ni comprender su poder fundado en el amor, en la cruz y en la resurrección.

Jesús, Rey crucificado, ridiculiza la lucha por el poder y las riquezas, sobre todo entre los poderosos que viven a la sombra de la fe. El “I.N.R.I.” sobre la cabeza de Jesús es la mejor vacuna contra la ambición de poder y riqueza; ambición que se filtra también en la Iglesia: laicado, clero, jerarquía.

El reino de Jesús no es monopolio de los católicos ni de los cristianos de otras confesiones. En él tienen cabida quienes buscan y promueven lealmente todo lo bueno, lo noble y lo justo: los valores del reino de Cristo.

Este reino crece incesante e imperceptiblemente en medio de grandes oposiciones, pero no puede ser detenido ni destruido por los poderes de este mundo, por más que se disfracen de religiosos. Solamente los humildes, mansos y sufridos pueden sostenerlo, hacerlo crecer y triunfar en unión con su Rey.

Para seguir de verdad a Cristo Rey necesitamos una apertura acogedora al hombre y a los valores del reino, indispensables para una vida digna en la tierra que nos garantice la vida eterna en el paraíso. El reino de Dios -que es la verdad primera y última del hombre-, se juega en el corazón de cada ser humano.

Daniel 7,13-14

Mientras seguía contemplando esas visiones nocturnas, vi a alguien como un hijo de hombre que venía sobre las nubes del cielo; se dirigió hacia el anciano y lo llevaron a su presencia. Se le dio el poder, la gloria y la realeza, y todos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieron. Su poder es el poder eterno que nunca pasará; su reino no será destruido.

Dios está sobre todos los poderes del mal que pretenden adueñarse del mundo, y entrega todo lo creado a su verdadero Dueño y Rey: el Mesías, Hijo de Dios, “por quien y para quien todo fue hecho”.

El Mesías es de origen divino, y por eso su figura humana revela el poder salvador de Dios a favor de la humanidad y de la creación, que están sufriendo “dolores de parto”, en el trance de alumbrar un mundo nuevo con la omnipotencia amorosa del Rey Salvador.

Todos estamos incluidos en la gestación del reino de Cristo, que no tendrá fin. La única condición consiste en acoger la llamada a trabajar con el Rey Resucitado para establecer su reino en la tierra: en nuestro corazón, en la familia, en la sociedad, en el mundo: “El reino de Dios está entre ustedes”.

Hay que prepararse responsablemente para el reino eterno de Cristo Rey, revistiéndonos de buenas obras para el día en que seamos desnudados de nuestro cuerpo mortal.

Apocalipsis 1,5-8

Cristo Jesús es el testigo fiel, el primer nacido de entre los muertos, el rey de los reyes de la tierra. Él nos ama y por su sangre nos ha purificado de nuestros pecados, haciendo de nosotros un reino y una raza de sacerdotes de Dios, su Padre. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén. Miren, viene entre nubes; lo verán todos, incluso los que lo hirieron, y llorarán por su muerte todas las naciones de la tierra. Sí, así será. “Yo soy el Alfa y la Omega”, dice el Señor Dios, Aquel que es, que era y que ha de venir, el Todopoderoso.

Jesús, el enviado del Padre, de quien es fiel testigo hasta la muerte de cruz, con la resurrección es constituido, en cuanto Dios-hombre, Rey de todo lo creado.

Pero Jesús es ante todo el Rey cuyo poder máximo es el amor, que él testimonia con su muerte: “Nadie tiene un amor más grande que el de quien da la vida por los que ama”. Y él la dio por nosotros, por mí, por ti, por todos.

Su muerte en la cruz fue el acto culminante de su Sacerdocio supremo, mediante el cual “hizo de nosotros un reino y una raza de sacerdotes de Dios, su Padre”. Así nos estimula a imitar lo que él hizo: dar la vida por los que amamos; lo cual constituye el acto máximo de nuestro sacerdocio bautismal, la plenitud y el éxito total de nuestra vida humana y cristiana, como imitadores de Cristo.

Dar la vida por los que amamos – que para eso la hemos recibido principalmente: para engendrar en Cristo otras vidas a la eternidad -, nos merecerá poder salir al encuentro de Cristo Rey con la frente alta, cuando venga entre las nubes en su gloria, admirado incluso por quienes lo mataron.

Preparémonos cada día con ilusión, esperanza y decisión inquebrantable a ese acontecimiento ineludible y supremo. Allí estaremos. Y depende de nosotros cómo estaremos: a la derecha o a la izquierda del Rey eterno.


P. Jesús Álvarez, ssp.