Sunday, September 28, 2008

SÍ, SÍ, PERO NO; NO, PERO SÍ

SÍ, SÍ, PERO NO; NO, PERO SÍ

Domingo 26 Tiempo Ordinario - A / 28 -09-08

En aquel tiempo dijo Jesús a los sacerdotes y a los ancianos del pueblo: Díganme su parecer: Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero para decirle: "Hijo, hoy tienes que ir a trabajar en la viña." Y él le respondió: "No quiero". Pero después se arrepintió y fue. Luego el padre se acercó al segundo y le mandó lo mismo. Este respondió: "Ya voy, señor." Pero no fue. Ahora bien, ¿cuál de los dos hizo lo que quería el padre? Ellos contestaron: El primero. Entonces Jesús les dijo: En verdad se lo digo: en el camino al Reino de los Cielos, los publicanos y las prostitutas andan mejor que ustedes. Porque Juan vino a abrirles el camino derecho, y ustedes no le creyeron, mientras que los publicanos y las prostitutas le creyeron. Ustedes fueron testigos de esto, pero no se arrepintieron ni le creyeron. Mateo. 21, 28-32

Es relativamente fácil ser dóciles a Dios cuando todo va bien, pero luego, en los momentos difíciles, tal vez rechazamos sin escrúpulos a Cristo y al prójimo, dejando así de ser cristianos. Podemos decir que sí a Dios con la boca, con el rito o el rezo, pero a la vez decir que no con el corazón, con las obras y con la vida. ¡Lamentable realidad!

Mientras que otros, que no son considerados ni se consideran cristianos, que se sienten pecadores y marginados, terminan diciendo sí a Cristo con la vida y con las obras. Comulgan con Cristo en el hermano, aunque no reciban la comunión sacramental. Los rezos, los ritos, los sacramentos, sólo cuando se ama a Cristo y al prójimo, hacen que la vida no sea un engaño a sí mismos, a los otros, pretendiendo incluso engañar a Dios.

Entonces, ¿mejor no rezar ni confesar ni comulgar? ¡No! Lo mejor con mucho es hacer todo eso, pero de corazón, viviendo con amor y decisión lo que se cree.

Un sí pronunciado con la boca, puede anularse con un no del corazón. Y un no puede ser fruto del temor o de la ignorancia o del mal ejemplo. ¿Cómo saber si somos sinceros y leales? “Por las obras los conocerán”, afirma el mismo Jesús.

En los negocios, en el trabajo, en la política, es muy frecuente la mentira, el encubrimiento, el engaño, la falsedad. Se necesita una gran dosis de discernimiento y valentía para no caer en el engaño, y para amar de verdad a Dios y al prójimo.

La vida se hace mentira cuando la relación con Dios y con el prójimo se falsean por falta de amor auténtico y de fe viva. Cuántas oraciones, ritos, celebraciones, sacramentos, sermones, retiros... se realizan sin una real y personal relación de amor con el Dios de la vida y con el prójimo necesitado, y por tanto sin influencia en la conducta de cada día, en una vida de espaldas a Cristo y de maltrato o indiferencia respecto del prójimo.

Ya Dios se lamentaba en el Antiguo Testamento ante le hipocresía de los ritos y oraciones: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”.

Los escribas, fariseos y dirigentes religiosos decían sí con los labios y las apariencias, pero con la vida y las obras decían no. Mientras que muchos pecadores, aunque habían dicho no con el pecado, ante la Palabra de Jesús dicen sí con la conversión, acogiendo esa Palabra con un corazón sincero, convertido. ¿En qué grupo estamos? Pero de verdad…

Jesús no puede aceptar la actitud hipócrita y puritana de quienes se creen mejores que los demás y no sienten necesidad de convertirse de nada. Ellos rechazan la Palabra de Dios que los cuestiona, y así se sitúan fuera del camino de la salvación.

A Dios no le duelen tanto las debilidades y pecados como le duele la mentira de la vida de quien prescinde de Cristo en el hogar, en el trabajo, en el sufrimiento, en la alegría, en la relación con los otros... Somos pecadores, pero lo decisivo es ser “pecadores buenos”; o sea: arrepentidos y convertidos, como la Magdalena, Pedro, y miles y millones de otros.

Pidamos con insistencia a Dios la sinceridad de una vida cristiana auténtica, en unión real con Cristo y con el prójimo. Necesitamos una conversión continua – volvernos hacia Dios y hacia el prójimo cada día – con la oración del corazón, con la petición diaria de perdón, con la reparación: ofreciendo nuestras cruces por nosotros y por los otros. “No hay amor más grande que dar la vida por quienes amamos”.

Ezequiel 18, 24-28

Esto dice el Señor: Si el justo se aparta de su justicia y comete el mal, imitando todas las abominaciones que comete el malvado, ¿acaso vivirá? Ninguna de las obras justas que haya hecho será recordada: a causa de la infidelidad y del pecado que ha cometido, morirá. Ustedes dirán: «El proceder del Señor no es correcto». Escucha, casa de Israel: ¿Acaso no es el proceder de ustedes, y no el mío, el que no es correcto? Cuando el justo se aparta de su justicia, comete el mal y muere; muere por el mal que ha cometido. Y cuando el malvado se aparta del mal que ha cometido, para practicar el derecho y la justicia, él mismo preserva su vida. El ha abierto los ojos y se ha convertido de todas las ofensas que había cometido: por eso, ciertamente vivirá, y no morirá.

Hasta el profeta Ezequiel prevalecía la convicción de que los hijos pagaban las culpas de sus padres y antepasados: “Los padres comieron uvas verdes y los hijos sufrieron dentera”. Mentalidad que todavía hoy comparten muchos cristianos, echando la culpa de todos los males a “los otros”: padres, gobierno, sociedad, partido, Iglesia, familia... Los otros pecan y nosotros pagamos las consecuencias.

La comunidad puede frenar o empujar, tanto en el bien como en el mal. Pero la decisión diaria depende de la persona, dotada de libertad inalienable para elegir entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte. Cada cual es protagonista y responsable de su rumbo y de su destino temporal y eterno.

Sin embargo, la salvación eterna es un don de Dios, don al que nadie puede sentirse con derecho por sus propios méritos. La salvación sólo se alcanza abriéndose a ella y acogiéndola con gratitud. Gratitud que se expresa con la vuelta al amor de Dios y del prójimo, perseverando en la conversión continua, sin desfallecer.

Ni “sálvese quien pueda” ni “sólo nos salvamos en grupo”. La salvación es asunto personal entre Dios y el hombre. Pero los hombres pueden y deben ayudarse en la tarea de la salvación, como Cristo mismo nos ayudó con su vida, pasión, muerte y resurrección:

“Como Cristo dio la vida por nosotros, así nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos” (1 Juan 3, 16). El la mejor manera de abrirnos y acceder a nuestra propia salvación y agradecerla.

Filipenses 2, 1-11

Hermanos: Si la exhortación en nombre de Cristo tiene algún valor, si algo vale el consuelo que brota del amor o la comunión en el Espíritu, o la ternura y la compasión, les ruego que hagan perfecta mi alegría, permaneciendo bien unidos. Tengan un mismo amor, un mismo corazón, un mismo pensamiento. No hagan nada por interés ni por vanidad, y que la humildad los lleve a estimar a los otros como superiores a ustedes mismos. Que cada uno busque, no solamente su propio interés, sino también el de los demás. Vivan con los mismos sentimientos que hay en Cristo Jesús. Él, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: «Jesucristo es el Señor».

La comunidad de Filipos vivía una situación de discordia escandalosa a causa de envidas, rivalidades, egoísmo, orgullo, prepotencia... El peor escándalo de las comunidades y familias cristianas es la desunión. Por eso Pablo suplica a los filipenses que se unan en Cristo, con sus mismos sentimientos: humildad, servicio, misericordia, amor.

Jesús mismo ponía la unión como la causa principal de la transmisión de la fe: “Que sean uno, para que el mundo crea que tú me has enviado”. La unión es la primera condición para la eficacia salvadora de la evangelización y de toda pastoral.

Jesús se despojó con humildad de su rango para buscar el interés de los demás. Por eso recibió el ”Nombre-sobre-todo-nombre”. Quien se impone como superior a los demás, suscita discordias, y no agrada a Dios ni a los hombres.

P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, September 21, 2008

CONTRA ENVIDIA, GENEROSIDAD Y JUSTICIA


CONTRA ENVIDIA, GENEROSIDAD Y JUSTICIA


Domingo 25 Tiempo Ordinario - A / 21-9-08

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Un propietario salió de madrugada a contratar trabajadores para su viña. Se puso de acuerdo con ellos para pagarles una moneda de plata al día, y los envió a su viña. Salió de nuevo hacia las nueve de la mañana, y al ver en la plaza a otros que estaban desocupados, les dijo: «Vayan ustedes también a mi viña y les pagaré lo que sea justo.» Y fueron a trabajar. Salió otra vez al mediodía, y luego a las tres de la tarde, e hizo lo mismo. Ya era la última hora del día, la undécima, cuando salió otra vez y vio a otros que estaban allí parados. Les preguntó: «¿Por qué se han quedado todo el día sin hacer nada?» Contestaron ellos: «Porque nadie nos ha contratado.» Y les dijo: «Vayan también ustedes a trabajar en mi viña.» Al anochecer, dijo el dueño de la viña a su mayordomo: «Llama a los trabajadores y págales su jornal, empezando por los últimos y terminando por los primeros.» Vinieron los que habían ido a trabajar a última hora, y cada uno recibió un denario (una moneda de plata). Cuando llegó el turno a los primeros, pensaron que iban a recibir más, pero también recibieron cada uno un denario. Por eso, mientras se les pagaba, protestaban contra el propietario. Decían: «Estos últimos apenas trabajaron una hora, y los consideras igual que a nosotros, que hemos aguantado el día entero y soportado lo más pesado del calor.» El dueño contestó a uno de ellos: «Amigo, yo no he sido injusto contigo. ¿No acordamos en un denario al día? Toma lo que te corresponde y vete. Yo quiero dar al último lo mismo que a ti. ¿No tengo derecho a llevar mis cosas de la manera que quiero? ¿O te sienta mal que yo sea generoso, porque tú eres envidioso?» Así sucederá: los últimos serán primeros, y los primeros serán últimos. Mateo 20, 1,16.


Esta parábola sigue escandalizando hoy a muchos que se han hecho una imagen de Dios a su a su gusto. Pero los criterios y pensamientos de Dios distan mucho de los nuestros: su justicia se conjuga con su misericordia sin límites.


Los obreros que trabajaron desde la madrugada - ¿los cristianos de siempre y desde siempre? - no protestaron por recibir un salario injusto, pues era lo convenido, sino por envidia, porque el dueño fue generoso con los últimos, viendo su esfuerzo leal y su necesidad de llevar también ellos pan a sus hogares, como los demás. Querían trabajar, pero estaban en el paro y nadie los había contratado.


El valor de nuestra vida no depende del tiempo que vivimos, de largos años, sino de la intensidad del amor y de la generosidad con que vivimos y trabajamos; depende la unión efectiva y afectiva con Cristo, según él mismo afirma: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto; pero separados de mí, no pueden hacer nada”. “Quien conmigo no recoge, desparrama”.


Los dones de Dios y el paraíso no se pueden merecer, sino pedirlos, acogerlos, agradecerlos y hacerlos producir para el bien y la salvación propia y la ajena.


Estamos llamados a trabajar en la viña de Dios esforzándonos por construir su reino de vida y verdad, de justicia y paz, de amor, de libertad y alegría: en el hogar, en el trabajo, en la vida privada y en la pública, en lo placentero y en las penas. Sin envidias, pues la mejor paga es ya trabajar en la viña del Señor. Recibiremos el ciento por uno aquí abajo, y luego la vida eterna como don, no como sueldo merecido.


Es necesario constuir un nuevo rostro de cristiano “discípulo misionero”, un cristiano nuevo, apasionado por Cristo y por el hombre, valiente, optimista, clarividente, testigo de alegría pascual por su real unión con el Resucitado presente. Un cristiano que revele el verdadero rostro de Dios Padre, Dios Amor, Vida, Alegría, Misericordia y gratuidad, según nos lo presentó el mismo Hijo de Dios.


Jesús proclama: “No he venido para condenar, sino para salvar”, y lo mismo es para el cristiano (seguidor de Cristo). No estamos en el mundo para juzgar y condenar, sino para ayudar al prójimo a salvarse. Eso es trabajar en la viña del Salvador.


No hay nada tan contradictorio como un cristiano que no colabore esforzadamente con Cristo en la salvación de sus hermanos y del mundo entero. No sería cristiano, sino un absurdo: un “cristiano-sin-Cristo”. Pues cristiano es sólo quien vive unido a Cristo y de él recibe la fortaleza para imitarlo, incluso en la muerte ofrecida por la salvación ajena.



Isaías 55, 6-9

Los pensamientos de ustedes no son los míos. ¡Busquen al Señor mientras se deja encontrar, llámenlo mientras está cerca! Que el malvado abandone su camino y el hombre perverso, sus pensamientos; que vuelva al Señor, y él le tendrá compasión; a nuestro Dios, que es generoso en perdonar. Porque los pensamientos de ustedes no son los míos, ni los caminos de ustedes son mis caminos --oráculo del Señor--. Como el cielo se alza por encima de la tierra, así sobrepasan mis caminos y mis pensamientos a los caminos y a los pensamientos de ustedes.


Los planes y caminos de Dios distan años luz de los planes de quienes, centrados en su egoísmo, prescinden de él en sus planes y vidas, sin amor, sin fe, sin esperanza, sin perspectiva de eternidad, fuera de la órbita de Dios. Tal vez “cumplan” exteriormente, pero su corazón está lejos de Dios y del prójimo.


En el Antiguo Testamento se buscaba a Dios, quien se manifestaba o se dejaba encontrar en circunstancias o momentos especiales. En el Nuevo Testamento la perspectiva ha cambiado con Jesús, el “Dios-con-nosotros”, que nos busca y acompaña de forma permanente, como él mismo afirma: “Yo estoy con ustedes todos los días”. “Estoy llamando a la puerta, y si alguien me abre, entraré y comeremos juntos”. No hace falta buscarlo, sino abrirse a él.


Lo decisivo es que nosotros nos dejemos encontrar por él, queramos estar con él, abrirle las puertas de la mente, del corazón y de la vida, de las alegrías y las penas. Que dejemos los caminos del egoísmo que no llevan a ninguna parte, las actitudes paganas que prescinden de Dios o lo rechazan, los pensamientos y sentimientos perversos que nos apartan de la fuente de la felicidad en el tiempo y en la eternidad, tal vez sin querer enterarnos siquiera, por preferir las cosquillas a la felicidad verdadera...


Entonces sentiremos el gozo de la compasión y misericordia de Dios, quien nos alcanza con su perdón, que hemos de agradecer con una conversión sincera a él y al prójimo, seguros de que la felicidad dada al otro aumentará nuestra felicidad en el tiempo y en la eternidad.



Filipenses 1, 20-26

Hermanos: Estoy completamente seguro de que ahora, como siempre, sea que viva, sea que muera, Cristo será glorificado en mi cuerpo. Porque para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia. Pero si la vida en este cuerpo me permite seguir trabajando fructuosamente, ya no sé qué elegir. Me siento urgido de ambas partes: deseo irme para estar con Cristo, porque es mucho mejor, pero por el bien de ustedes es preferible que permanezca en este cuerpo. Tengo la plena convicción de que me quedaré y permaneceré junto a todos ustedes, para que progresen y se alegren en la fe. De este modo, mi regreso y mi presencia entre ustedes les proporcionarán un nuevo motivo de orgullo en Cristo Jesús.


En esta carta, escrita desde la cárcel en Roma, Pablo manifiesta lo que Cristo representa para él, y cuán real, profunda y vital es su relación de amor con Jesús, al que Pablo tiene como centro, sentido y destino glorioso.


Es más: su propia vida la identifica con Cristo: “Para mí, la vida es Cristo”. La Vida que vence a la muerte con la resurrección, por la que sabe alcanzará el tesoro infinito de la misma gloria eterna de Jesús, lo cual es con mucho lo mejor que puede desear su discípulo.


Sin embargo el Apóstol está dispuesto a aplazar ese encuentro tan ansiado para ayudar a sus hermanos a lograr y asegurar esa misma gloria en Cristo que él anhela y espera en medio de sus tribulaciones, debilidades, cárcel, y a través de la misma muerte.


Para Pablo lo decisivo es el amor apasionado a Cristo y el amor salvífico a los hombres, y lo demás está en función de estos amores. Por eso desearía “morir para estar con Cristo”.


En su condición de encarcelado, a la espera de un juicio que lo llevará a la muerte, Pablo vive en positivo, con fe y esperanza, las circunstancias en que se encuentra. Y esta debe ser la actitud de todo cristiano ante las dificultades: convertirlas en desafíos y oportunidades para sumarse a la acción salvadora o misterio de Cristo crucificado y resucitado.


El cristiano –persona unida a Cristo resucitado presente- es ciudadano del paraíso, donde Cristo comparte su gloria con sus seguidores de toda condición, lengua y nación.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, September 14, 2008

EL MISTERIO DEL AMOR


EL MISTERIO DEL AMOR


Domingo, 14 de septiembre, 2008 La Exaltación de la Santa Cruz (Fiesta)


En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: “Nadie ha subido al cielo sino el Hijo del hombre, que bajó del cielo y está en el cielo. Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna.Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, pa ra que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él”. Juan 3:13-17.

Números 21: 4 - 9

Partieron de Hor de la Montaña, camino del mar de Suf, rodeando la tierra de Edom. El pueblo se impacientó por el camino. Y habló el pueblo contra Dios y contra Moisés: «¿Por qué nos habéis subido de Egipto para morir en el desierto? Pues no tenemos ni pan ni agua, y estamos cansados de ese manjar miserable.» Envió entonces Yahveh contra el pueblo serpientes abrasadoras, que mordían al pueblo; y murió mucha gente de Israel. El pueblo fue a decirle a Moisés: «Hemos pecado por haber hablado contra Yahveh y contra ti. Intercede ante Yahveh para que aparte de nosotros las serpientes,» Moisés intercedió por el pueblo. Y dijo Yahveh a Moisés: «Hazte un Abrasador y ponlo sobre un mástil. Todo el que haya sido mordido y lo mire, vivirá.» Hizo Moisés una serpiente de bronce y la puso en un mástil. Y si una serpiente mordía a un hombre y éste miraba la serpiente de bronce, quedaba con vida.

Filipenses 2: 6 - 11

El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre.

POR EL PERDÓN A LA PAZ


POR EL PERDÓN A LA PAZ


24º domingo ordinario / 14 - 09 - 2008


Pedro se acercó a Jesús preguntándole: Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas de mi hermano? ¿Hasta siete veces? Jesús le contestó: No te digo siete, sino setenta veces siete. Aprendan algo sobre el Reino de los Cielos. Un rey había decidido arreglar cuentas con sus empleados, y para empezar, le trajeron a uno que le deba diez mil monedas de oro. Y puesto que no tenía con qué pagar, el rey ordenó que fuera vendido como esclavo, junto con su mujer, sus hijos y todo cuanto poseía, para así recobrar algo. El empleado, entonces, se arrojó a los pies del rey, suplicándole: «Dame un poco de tiempo, y yo te lo pagaré todo.» El rey se compadeció y lo dejó libre; más todavía, le perdonó la deuda. Pero apenas salió el empleado de la presencia del rey, se encontró con uno de sus compañeros que le debía cien monedas. Lo agarró del cuello y casi lo ahogaba, gritándole: «Págame lo que me debes.» El compañero se echó a sus pies y le rogaba: «Dame un poco de tiempo, y yo te lo pagaré todo.» Pero el otro no aceptó, sino que lo mandó a la cárcel hasta que le pagara toda la deuda. Los compañeros, testigos de esta escena, quedaron muy molestos y fueron a contárselo todo a su señor. Entonces el señor lo hizo llamar y le dijo: «Siervo miserable, yo te perdoné toda la deuda cuando me lo suplicaste. ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero como yo tuve compasión de ti?» Y hasta tal punto se enojó el señor, que lo puso en manos de los verdugos, hasta que pagara toda la deuda. Y Jesús añadió: Lo mismo hará mi Padre Celestial con ustedes, si cada cual no perdona de corazón a su hermano. Mateo. 18, 21-35.


Jesús nos pide que perdonemos sin límites: setenta veces siete. Sabe que el perdón devuelve la paz al corazón del ofendido y del ofensor, al hogar, a la sociedad, al mundo. El verdadero perdón restablece la relación fraternal y el amor mutuo entre los hijos de Dios, y la relación filial con el mismo Dios Padre de todos, que perdona sin condiciones –setecientas veces setenta- a quien de veras quiere y busca el perdón.


El verdadero perdón supone reconciliación y conversión a la vez; o sea, esfuerzo del ofendido y del ofensor por superar el mal causado y recibido por la ofensa. La reconciliación y la conversión son la única solución de la gran mayoría de los problemas y heridas en la convivencia diaria: en la familia, en el trabajo, entre amigos, en la Iglesia, el la sociedad, en el mundo.


El cristiano no exige que le pidan perdón, sino que ofrece el perdón, como hizo Cristo Jesús, que fue más allá: pidió perdón incluso para sus enemigos que lo crucificaban. Y lo mismo tiene que hacer el cristiano. Nuestra deuda con Dios es inmensamente superior a la deuda del prójimo con nosotros


El perdón ofrecido es una de los mayores gestos de amor al prójimo y a Dios –padre del ofensor y del ofendido -, y a la vez garantía del perdón de Dios: “Perdónanos como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Con el perdón la relación humana se convierte en relación salvífica.


Quien busca el perdón de Dios, pero no perdona a su prójimo, no merece perdón: es como el servidor del Evangelio que no quiso perdonar a su compañero una deuda mínima; y por eso mismo Dios le retira el perdón de su enorme deuda.


Perdonar no es olvidar; es voluntad de no tomar revanchas contra el ofensor, sino desearle el bien, y llegar a pedirle a Dios perdón, paz y salvación para él, e incluso ofrecer la vida por él, cuando Dios la pida. Las heridas profundas no se pueden olvidar, porque dejan señal. Perdonar es no irritarlas ni desgarrarlas.


Que el Padre nos conceda la gracia y el gozo de perdonar setenta veces siete, y sentirnos perdonados por él y por el prójimo, en especial por los de casa.


Eclesiástico 27, 30--28, 7


El rencor y la ira son abominables, y ambas cosas son patrimonio del pecador. El hombre vengativo sufrirá la venganza del Señor, que llevará cuenta exacta de todos sus pecados. Perdona el agravio a tu prójimo y entonces, cuando ores, serán absueltos tus pecados. Si un hombre mantiene su enojo contra otro, ¿cómo pretende que el Señor lo sane? No tiene piedad de un hombre semejante a él, ¡y se atreve a implorar perdón por sus pecados! Él, un simple mortal, guarda rencor: ¿quién le perdonará sus pecados? Acuérdate del fin, y deja de odiar; piensa en la corrupción y en la muerte, y sé fiel a los mandamientos; acuérdate de los mandamientos, y no guardes rencor a tu prójimo; piensa en la Alianza del Altísimo, y pasa por alto la ofensa.


El rencor y la ira son fruto del orgullo, que nos hace creernos superiores y mejores, con derecho a un trato de privilegio y al maltrato del prójimo. El rencor y la ira dan como fruto la venganza, que puede terminar en espiral de violencia.


El único justo, Jesús, pidió perdón para sus mismos asesinos y murió para merecernos a cada uno el perdón de Dios. ¿Con qué cara nos dirigiremos a él pidiéndole perdón si no sabemos perdonar al prójimo? Con Jesús debemos suplicar ante las ofensas: “Perdónales, Padre, porque no saben lo que hacen”, pero añadiendo: “Y perdóname también a mí, porque muchas veces tampoco yo sé lo que hago”.


El ofensor puede estar arrepentido y desear el perdón, pero puede no tener valor para manifestar su arrepentimiento y el deseo de perdón. Descubramos en los gestos y las actitudes el deseo de ser perdonado. Y respondamos gozosos perdonando.


Para hacernos más fácil el perdonar, recordemos el perdón que tantas veces nos ha concedido Dios y el perdón que tantas otras veces necesitaremos.


Pero perdonar no significa que uno debe continuar exponiéndose a las ofensas, sino que al perdón concedido debe corresponder una conversión del ofensor, con su esfuerzo sincero para evitar más ofensas. Y si no lo hace, hay que esquivarlo y no darle ocasión a nuevas ofensas, pues puede llegar a sentirse con derecho a ofender.


El perdón es el único camino eficaz para la paz consigo mismo, con el prójimo y con Dios. El perdón a sí mismo y al prójimo son fuente de paz y de salud síquica e incluso física.


Romanos 14, 7-93


Hermanos: Ninguno de nosotros vive para sí, ni tampoco muere para sí. Si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor: tanto en la vida como en la muerte, pertenecemos al Señor. Porque Cristo murió y resucitó para ser Señor de los vivos y de los muertos.


Las discrepancias, conflictos, ofensas, tensiones, rencores..., se minimizan y relativizan ante la convicción de que todo puede adquirir valor de vida, salvación y felicidad en la unión viva con Cristo resucitado, en quien y para quien vivimos, morimos y resucitamos, pues él nos compró con su muerte y nos dio vida con su resurrección.


La pertenencia afectiva y efectiva a Cristo en la vida y en la muerte, que es la puerta de la resurrección, está por encima de todas las vicisitudes de la vida, pues “todo contribuye al bien de los que aman a Dios”. ¡Qué gran paz debe darnos esta realidad!


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, September 07, 2008

FRATERNIDAD RESPONSABLE

FRATERNIDAD RESPONSABLE

Domingo 23º tiempo ordinario-A / 07-09-2008

Dijo Jesús a sus discípulos: Si tu hermano ha pecado, vete a hablar con él a solas para hacérselo notar. Si te escucha, has ganado a tu hermano. Si no te escucha, toma contigo una o dos personas más, de modo que el caso se decida por la palabra de dos o tres testigos. Si se niega a escucharlos, informa a la asamblea. Si tampoco escucha a la iglesia, considéralo como un pagano o un publicano. Yo les digo: Todo lo que aten en la tierra, se mantendrá atado el Cielo, y todo lo que desaten en la tierra, se mantendrá desatado el Cielo. Asimismo yo les digo: si en la tierra dos de ustedes se ponen de acuerdo para pedir alguna cosa, mi Padre celestial se lo concederá. Pues donde están dos o tres reunidos en mi Nombre, allí estoy yo en medio de ellos. Mateo 18, 15-20.

La Iglesia promueve la paternidad responsable, pero también la fraternidad responsable, que se responsabiliza y solidariza con bien y el mal ajeno: el bien que se recibe y se goza, y el mal que se padece y el que se hace.

Un componente esencial de la fraternidad responsable es la corrección fraterna, que ya se recomendaba en el Antiguo Testamento. Pero la corrección resulta eficaz si es de verdad fraterna, amorosa, pues si se hace con enojo, irritación, desprecio, amenazas, ironía, tono autoritario o de revancha, resulta inútil e incluso contraproducente.

La forma negativa de echar en cara los fallos, suele ser un recurso para ocultar defectos propios que no queremos reconocer ni corregir, una manera de desahogo, revancha, o ansia de superioridad, que se intenta afirmar a costa de rebajar al otro.

El objeto de la corrección debe ser un mal o daño real, un daño a sí mismo o a otra persona, a un grupo, a la naturaleza, al Creador…; no una simple forma de pensar, de vivir o de actuar diferente. La referencia para valorar el mal a corregir tiene que ser la Palabra de Dios, el bien del prójimo, de la creación, los valores del reino, y no los propios criterios, intereses o frustraciones.

La corrección será fraterna sólo si está hecha con amor, delicadeza y humildad, deseando de verdad el bien del otro, de los otros. Y quien corrige debe ser consciente de sus fallos y pecados, que tal vez le cuesta reconocer. Nos advierte Jesús: “Quien esté sin pecado, que tire la primera piedra”; “Sácate primero la viga de tu ojo y luego verás para quitar la del ojo ajeno”. Es la regla de oro de la corrección fraterna.

Para corregir con amor, hay ver las virtudes del otro y no sólo sus defectos, y tener presentes los propios defectos y no sólo las virtudes. Y además imitar el ejemplo de Jesús, que nunca exigió que se le pidiese perdón, sino que siempre se adelantó a ofrecer el perdón; y pidió perdón para los mismos que le crucificaban.

La persona que, para sentirse superior, necesita de los fallos ajenos, si no lo encuentra, los inventa, cayendo en la calumnia con tal de rebajar a los otros.

Al final del evangelio de este domingo Jesús nos asegura que cuando dos o más se ponen de acuerdo para pedir algo en su nombre, Dios los escuchará, porque Jesús mismo estará en medio de ellos orando con ellos al Padre, por medio del Espíritu Santo, que “ora en nosotros con voces inefables”.

¡Qué importante y eficaz sería ponerse de acuerdo para pedir en nombre de Jesús la conversión de quien falla! A menudo es el único remedio posible, sobre todo cuando quien hace el mal se cree en lo justo.

Dios escucha siempre la oración hecha en nombre de Cristo y con Cristo presente, porque se pide lo mismo que él quiere, y el Espíritu Santo nos apoya.

Que Dios nos conceda la bendición de saber corregir fraternalmente, de aceptar y agradecer la corrección fraterna; de perdonar; de orar en grupo, en familia, pidiendo, agradeciendo y alabando a Dios en nombre de Jesús.

Ezequiel 33, 7-9.

Así habla el Señor: Hijo de hombre, yo te he puesto como centinela de la casa de Israel: cuando oigas una palabra de mi boca, tú les advertirás de mi parte. Cuando yo diga al malvado: «Vas a morir», si tú no hablas para advertir al malvado que abandone su mala conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre. Si tú, en cambio, adviertes al malvado para que se convierta de su mala conducta, y él no se convierte, él morirá por su culpa, pero tú habrás salvado tu vida.

El profeta es como un centinela que vigila la ciudad y otea el horizonte para advertir sobre cualquier peligro que se presente. Y si ve al enemigo y no habla, se juega la vida.

Es una gran lección que es necesario aprender y vivir, pues todos somos profetas-centinelas en nuestro ambiente y en otros ambientes donde podemos llegar con la palabra y ejemplo de advertencia y salvación. No podemos callar ante el mal y el peligro ajeno alegando que no nos incumbe. Como tampoco se puede callar cuando se presenta la ocasión de mejorar las condiciones de vida de los otros.

Pero también hay que saber callar cuando el peligro o el pecado no son reales, sino inventados por la tendencia enfermiza a fustigar defectos ajenos para encubrir los propios y no corregirlos. Pero si el peligro o el pecado son reales, debemos hablar de parte de Dios, y no porque nos sentimos molestos.

Y una vez que hayamos hablado claro y sencillo, ya hemos cumplido con nuestra responsabilidad ante Dios. La insistencia machacona es contraproducente.

Por otra parte, a menudo es más eficaz cerrar la boca y abrir el libro de nuestra vida con el ejemplo, que suele hablar con más fuerza que la palabra.

Y no nos apoyemos en el viejo dicho: “Sálvese quien pueda”, ni apelemos a la excusa de Caín: “¿Acaso soy yo guardián de mi hermano?”, porque sólo nos salvaremos si ayudamos a otros a salvarse, aunque parezca inútil nuestra ayuda: con el ejemplo, la oración, el sufrimiento ofrecido, las buenas obras, la palabra…

Romanos 13, 8-10.

Hermanos: Que la única deuda con los demás sea la del amor mutuo: el que ama al prójimo ya cumplió toda la Ley. Porque los mandamientos: «No cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no codiciarás», y cualquier otro, se resumen en éste: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». El amor no hace mal al prójimo, sino que busca sólo su bien. Por eso el amor es la plenitud de la Ley.

La deuda más grande con nuestros semejantes es el amor, que es don de Dios para los otros, lo máximo y más duradero –eterno- que podemos darles. No hay nada más valioso y placentero que el amor verdadero. Con el amor damos nuestra persona, que supera todo lo demás que podamos dar. Por eso hay que evitar el error fatal, tan común, de hacer pasar por amor el egoísmo o la utilización sensual.

El amor resume todos los mandamientos, pues quien ama no puede hacer daño a quien ama, sino que le hará todo el bien posible, aun a costa de los propios intereses, gustos y tendencias instintivas. He ahí la garantía del verdadero amor.

El que ama no se contenta con no hacer mal a nadie, sino que asume las exigencias del amor haciendo el bien a los más posibles, sobre todo ayudándoles a alcanzar el máximo bien: la salvación eterna; mas sin excluir la ayuda en otras necesidades cuyo remedio esté a nuestro alcance.

Jesús nos señaló la cuota del amor verdadero: “Ámense los unos a los otros como yo los amo”; o sea: hasta dar la vida por los que se ama, que a la vez es la mejor forma y garantía de salvarla para siempre. Y eso está al alcance de todos.

El amor con que Jesús nos ama, es el mismo amor con que el Padre lo ama a él. ¡Qué inmenso privilegio para agradecer en el tiempo y eternamente!

P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, August 31, 2008

PERDER LA VIDA PARA GANARLA

PERDER LA VIDA PARA GANARLA

Domingo 22º tiempo ordinario- A /31 agosto 2008

Jesucristo comenzó a manifestar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén y que las autoridades judías, los sumos sacerdotes y los maestros de la Ley iban a hacerlo sufrir mucho. Que incluso debía ser muerto y que resucitaría al tercer día. Pedro lo llevó aparte y se puso a reprenderlo: ¡Dios no lo permita, Señor! Nunca te sucederán tales cosas. Pero Jesús se volvió y le dijo: ¡Aléjate de mí, Satanás! Tú me harías tropezar. Tus ambiciones no corresponden a la voluntad de Dios, sino a la de los hombres. Entonces dijo Jesús a sus discípulos: El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, cargue con su cruz y me siga. Pues el que quiera asegurar su vida la perderá, pero el que entregue su vida por causa mía, la hallará. ¿De qué le serviría a uno ganar el mundo entero si se destruye a sí mismo? ¿Qué dará para rescatar su vida? Sepan que el Hijo del Hombre vendrá con la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces recompensará a cada uno según su conducta. (Mateo. 16, 21-27).

Por la confesión de Pedro, los discípulos se afianzan en la fe de que Jesús es el verdadero Mesías, el Hijo de Dios, el único Salvador del mundo. Y Jesús se apoya en esa fe para revelarles su camino: la resurrección y la gloria a través del sufrimiento y la muerte. Pero la resurrección de Jesús no entraba en las ambiciones de los discípulos, y la muerte de Jesús suponía para ellos el fracaso total de sus sueños de grandeza y poder en el supuesto reino terreno de Jesús, en el cual ellos ocuparían los más altos cargos.

Por eso Pedro se lleva a Jesús aparte y lo reta diciéndole que no puede someterse a la muerte. Pero Jesús reprocha a Pedro duramente, llamándole “satanás” delante de todos, -no obstante lo haya nombrado fundamento de la Iglesia- pues se opone al plan de Dios, contrario a los planes de grandeza y poder humano de los discípulos.

Los cristianos, discípulos de Jesús hoy, ¿no merecemos también ser llamados “satanás” cuando nuestros planes egoístas cuentan a menudo más que los que Dios tiene para nosotros, para nuestra máxima felicidad en el tiempo y en la eternidad?

El mayor peligro para la Iglesia no está fuera de ella, sino dentro. Peligro que consiste en traicionar a Cristo, reduciendo el cristianismo a una religiosidad de cumplimientos, poderes y privilegios, normas y verdades teóricas aprendidas de memoria, pero sin influencia práctica de Jesús en la vida diaria, en la relación con el prójimo, en el trabajo, en las alegrías y penas. Y eso por ausencia de trato y compromiso personal de amistad con Cristo Resucitado presente en nuestras vidas, que es lo que nos hace cristianos auténticos.

Ser cristiano de verdad es una fiesta y un gozo insuperable, pero sólo para quienes viven de fe, de amor y esperanza; para quienes son libres y generosos, y no se acomodan a este mundo; para quienes Jesucristo es una persona viva, presente y actuante, a quien viven unidos.

Ese “gozo insuperable” de ser cristiano –persona unida a Cristo-, Jesús lo condiciona a la participación en sus sufrimientos: “El que quiera ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y se venga conmigo”. Y es la única manera de que nuestra cruz nos resulte liviana, sea fuente de felicidad en el tiempo y en la eternidad, y se realice en nosotros la paradoja de perder la vida para ganarla mediante la muerte herida de muerte por la resurrección.

Ir con Cristo, no es terminar en la muerte, sino ir a la resurrección y a la vida eterna mediante la muerte, llevando con Él, en paz, esperanza, amor y gozo, nuestra cruz diaria, como participación en su plan de salvación. “Felices los que viven en paz con el dolor, porque les llega el tiempo de la consolación”, dice san Francisco de Asís.

Pero si estas verdades no nos conmovieran ni nos decidieran a vivir como cristianos auténticos, pensemos seriamente en las consecuencias: “¿De qué le serviría a uno ganar el mundo entero si al final se pierde a sí mismo?”

Jeremías 20, 7-9.

¡Tú me has seducido, Señor, y yo me dejé seducir! ¡Me has forzado y has prevalecido! Soy motivo de risa todo el día, todos se burlan de mí. Cada vez que hablo, es para gritar, para clamar: «¡Violencia, devastación!» Porque la palabra del Señor es para mí oprobio y afrenta todo el día. Entonces dije: «No lo voy a mencionar, ni hablaré más en su nombre». Pero había en mi corazón como un fuego abrasador, encerrado en mis huesos: me esforzaba por contenerlo, pero no podía.

Toda vida cristiana es vocación activa, como lo fue la vida de Jeremías. Dios nos llama y quiere “seducirnos” con promesas de paz, felicidad, resurrección y gloria eterna, y nos facilita la respuesta, pero no nos ahorra todas las dificultades y problemas que genera esa vocación-respuesta.

La verdadera respuesta a la vocación toca lo más hondo de nuestra persona, y produce desgarrones interiores de apegos que deforman nuestra vida cristiana y nos cierran a la vida eterna.

Ceder ante la crítica, la burla, la calumnia, la marginación, al qué dirán, es fracasar ante Dios y ante los hombres; obedecer a Dios será nuestro éxito eterno, y el de muchos otros, y tal vez la salvación de quienes no quieren ni vernos. Jesús se entregó también por sus verdugos.

La opción por Dios es opción por el hombre, incluso por el hombre enemigo, pero hermano a la vez por ser también él hijo de Dios.

No podemos dejar de secundar la Palabra de Dios con nuestra palabra y con nuestra vida, que es la palabra más elocuente. No hacerlo, nos lleva al fracaso total de la vida en el tiempo y en la eternidad. Decidámonos por la resurrección.

Romanos 12, 1-2

Hermanos, yo los exhorto, por la misericordia de Dios, a ofrecerse ustedes mismos como una víctima viva, santa y agradable a Dios: este es el culto espiritual que deben ofrecer. No tomen como modelo a este mundo. Por el contrario, transfórmense interiormente renovando su mentalidad, a fin de que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto.

En este texto san Pablo, aunque no lo diga expresamente, indica lo que constituye la esencia del sacerdocio bautismal: “Ofrecerse a sí mismos como víctima viva, santa y agradable a Dios”, como Cristo se ofreció en el Calvario y se ofrece en la Eucaristía, pues así compartimos con él la salvación del mundo.

San Juan (1: 3, 16) lo dice de otra manera: “En esto hemos conocido el amor: en que él entregó su vida por nosotros; por eso también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos”.

Tarde o temprano, la vida tenemos que entregarla inevitablemente por la muerte. La podemos dar libremente y por amor ya desde ahora, asociándola a la muerte de Jesús por la salvación de los otros y la nuestra, y así recuperarla gloriosamente por la resurrección. O entregarla a regañadientes y maldiciendo para nuestra perdición.

Es decisivo elegir ya desde ahora, conscientemente, porque la muerte nos va a sorprender sin aplazamientos posibles, para abocarnos a la resurrección para la gloria o para la eterna “muerte segunda”.

El sacerdocio bautismal de los miembros del Pueblo de Dios, se ejerce en la vida ordinaria, haciéndolo y ofreciéndolo todo en nombre de Jesús en el altar del propio corazón.

Pero la expresión máxima del sacerdocio bautismal se verifica en la Eucaristía, donde compartimos el Sacerdocio supremo de Cristo, ofreciéndonos junto con él como ofrenda agradable, y orando con él por la salvación del mundo entero. Por su sacerdocio bautismal, los fieles también celebran la Eucaristía: no son simples asistentes o espectadores.

P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, August 24, 2008

Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.

Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.

Domingo 21º del tiempo ordinario - A / 24-8-2008.

Mateo 16, 13-20

Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Ellos dijeron: Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas. Díceles él: Y vosotros ¿quién decís que soy yo? Simón Pedro contestó: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Replicando Jesús le dijo: Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos. Entonces mandó a sus discípulos que no dijesen a nadie que él era el Cristo.

Isaías 22, 19-23

Te empujaré de tu peana y de tu pedestal te apearé. Aquel día llamaré a mi siervo Elyaquim, hijo de Jilquías. Le revestiré de tu túnica, con tu fajín le sujetaré, tu autoridad pondré en su mano, y será él un padre para los habitantes de Jerusalén y para la casa de Judá. Pondré la llave de la casa de David sobre su hombro; abrirá, y nadie cerrará, cerrará, y nadie abrirá. Le hincaré como clavija en lugar seguro, y será trono de gloria para la casa de su padre.

Romanos 11, 33-36

¡Oh abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos! En efecto, ¿quién conoció el pensamiento de Señor? O ¿quién fue su consejero? O ¿quién le dio primero que tenga derecho a la recompensa? Porque de él, por él y para él son todas las cosas. ¡A él la gloria por los siglos! Amén.

Sunday, August 17, 2008

LA GLORIA DE NUESTRA REINA Y MADRE




LA GLORIA DE NUESTRA REINA Y MADRE




Asunción de María / 17 de Agosto de 2008.




Entró María en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Al oír el saludo Isabel, el niño saltó de alegría en su vientre. Isabel se llenó del Espíritu Santo y exclamó: ¡Bendita tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!... ¡Dichosa tú por haber creído que se cumplirán las promesas del Señor! María entonces dijo: Proclama mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador, porque se fijó en su humilde esclava, y desde ahora todas las generaciones me llamarán feliz. El Poderoso ha hecho grandes cosas por mí: ¡Santo es su Nombre! Muestra su misericordia siglo tras siglo a todos aquellos que viven en su presencia. Desplegó la fuerza de su brazo: deshizo a los soberbios y sus planes. Derribó a los poderosos de sus tronos y exaltó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su siervo, se acordó de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, a Abraham y a sus descendientes para siempre. (Lucas 1, 38-56).




Santa Isabel ensalzó a la Virgen María por el prodigio realizado en ella: la encarnación del Hijo de Dios, el Salvador del mundo; y Dios la ensalzó a los cielos porque ha creído en el mensaje del ángel sobre la promesa de la salvación universal por obra de su Hijo; por haberle dado la vida humana y haber compartido con él las alegrías y las penas, las persecuciones y la pasión.




Y nosotros ensalzamos a la Virgen María con la fiesta de la Asunción, porque Dios la elevó a la gloria del cielo en premio de su fe y de su fidelidad. Y la constituyó reina de cielos y tierra, y madre de la misericordia a favor nuestro.




Si Dios ama, venera y exalta de manera tan extraordinaria a Madre de Jesús, ¿cómo no amarla y glorificarla nosotros, que de él la hemos recibido también como Madre? Amar y celebrar a María no supone disminuir al Hijo. Quien ama al Hijo, ¿cómo podrá no amar a su Madre? Y quien menosprecia a la Madre, no aprecia ni ama de verdad al Hijo.




Los católicos no ponemos a María a la par o por encima de Jesús: no le damos un culto de adoración que sólo a Dios se debe, sino un culto de veneración. Quienes la adorasen como se adora a Dios, ofenderían a la Trinidad y a la Virgen María.




Hoy es un día especial para felicitar a nuestra Madre María por el triunfo que Jesús le concedió sobre la muerte y por el aniversario de su nacimiento a la vida eterna. Y es un día para felicitarnos a nosotros, porque su Asunción es la garantía de que Dios quiere y prepara lo mismo para nosotros. Nuestro cuerpo ha sido consagrado por el bautismo como templo de la Trinidad, y no será destruido por la muerte, sino que Cristo resucitado lo convertirá en cuerpo glorioso como el suyo.




El destino definitivo de nuestro cuerpo no es el sepulcro ni una absurda reencarnación indefinida. Del cuerpo físico Dios hará surgir milagrosa y súbitamente un cuerpo glorioso, a semejanza de como la semilla que se pudre bajo tierra para dar vida a una planta muy superior a la semilla sembrada.




Maria engendró al Hijo de Dios, que hizo posible lo humanamente imposible. Y desde entonces los hombres podemos trabajar esperanzados por lo que parece imposible, pero que es necesario: la solidaridad y fraternidad universal, la resurrección y la gloria, como María y en unión con el Resucitado.




La devoción a María consiste en imitarla, estarle agradecidos, amarla e invocarla, porque ella fue llamada a colaborar directamente con su Hijo en la obra de nuestra salvación y subió al cielo para continuarla desde allí con su intercesión. Y nosotros estamos llamados a seguir sus pasos en la obra de la salvación propia y ajena.




Apocalipsis 11,19. 12,1-6. 10




Entonces se abrió el Santuario de Dios en el Cielo y pudo verse el arca de la Alianza de Dios dentro del Santuario. Se produjeron relámpagos, fragor y truenos, un terremoto y una fuerte granizada. Apareció en el cielo una señal grandiosa: una mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza. Está embarazada y grita de dolor, porque le ha llegado la hora de dar a luz. Apareció también otra señal: un enorme dragón rojo con siete cabezas y diez cuernos, y en las cabezas siete coronas; con su cola barre la tercera parte de las estrellas del cielo, precipitándolas sobre la tierra. El dragón se detuvo delante de la mujer que iba a dar a luz para devorar a su hijo en cuanto naciera. Y la mujer dio a luz un hijo varón, que ha de gobernar a todas las naciones con vara de hierro; pero su hijo fue arrebatado y llevado ante Dios y su trono, mientras la mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar que Dios le ha preparado.




La mujer y el dragón del Apocalipsis simbolizan la encarnizada lucha entre el bien y el mal, que también hoy se libra frente al anuncio del Evangelio rechazado por mundo. Pero la mujer – María y la Iglesia – tiene asegurada la victoria, cuyos signos son el vestido de sol y la corona de doce estrellas con que está engalanada.




La Iglesia, Pueblo de Dios, es guiada por el mismo Cristo Resucitado en persona hacia la victoria final: la Iglesia triunfante en la eternidad. La misión de la Iglesia -la paz y la salvación de los hombres para gloria de Dios- tiene destino de victoria, pues el invencible Rey de la Gloria está con ella “todos los días hasta el fin del mundo”.




El “dragón rojo” simboliza al mal que infecta toda la historia humana, principalmente por obra de quienes detentan el poder temporal, y tratan de eliminar el fruto del vientre de la mujer, considerado una amenaza. Y este fruto es Cristo, a quien María engendró para darlo por la salvación del mundo, y a quien la Iglesia sigue engendrando y haciendo presente en el mundo.




María es a la vez figura de la Iglesia triunfante, resucitada, en el cielo, y de la Iglesia militante aquí en la tierra. María, vestida de sol y coronada de estrellas, prefigura la victoria final sobre el mal y la muerte. Victoria compartida por todo el que se asocie a Cristo en construir un mundo mejor hacia el reino eterno, donde él nos está preparando un lugar junto con María, nuestra amantísima Madre.




I Corintios 15,20-27




Cristo resucitó de entre los muertos, siendo el primero y primicia de los que se durmieron. Un hombre trajo la muerte, y un hombre también trae la resurrección de los muertos. Todos mueren por estar incluidos en Adán, y todos también recibirán la vida en Cristo. Pero se respeta el lugar de cada uno: Cristo es primero, y más tarde le tocará a los suyos, cuando Cristo nos visite. Luego llegará el fin. Cristo entregará a Dios Padre el Reino después de haber desarmado todo principado, poder y fuerza. Cristo debe ejercer el poder hasta que Dios haya puesto a todos sus enemigos bajo sus pies, y el último de los enemigos sometidos será la muerte. Dios pondrá todas las cosas bajo sus pies.




Cristo Jesús es la primicia de los resucitados, y María la primera criatura humana que participa en el gran triunfo de la resurrección y en la gran fiesta de la Familia Trinitaria.




Jesucristo no resucita para sí solo, sino que también resucita para abrirnos a todos el camino de la resurrección y de la gloria eterna. Y María es la primera de nuestra raza que recorre ese camino abierto por su Hijo, también para cada uno de nosotros.




La Asunción de María nos confirma que con la resurrección de Jesús la humanidad y la creación entera llegarán a su plenitud. Nuestro destino no se realiza ni en el cosmos ni en el cuerpo, sino más allá del universo, de la carne humana y del tiempo: en el reino eterno de Cristo.




Este reino es un reino de vida, y su peor enemigo es la muerte, que al fin también será aniquilado por el Resucitado y por nuestra resurrección, para que reine totalmente la vida. Y vida eterna en abundancia para todos los que optan por Cristo y por construir su reino ya desde este mundo.




P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, August 10, 2008

Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?


Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?


Domingo 19º del tiempo ordinario - A / 10-8-2008.


Mateo 14: 22 - 33

Inmediatamente obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de él a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí. La barca se hallaba ya distante de la tierra muchos estadios, zarandeada por las olas, pues el viento era contrario. Y a la cuarta vigilia de la noche vino él hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, viéndole caminar sobre el mar, se turbaron y decían: Es un fantasma, y de miedo se pusieron a gritar. Pero al instante les habló Jesús diciendo: ¡Animo!, que soy yo; no temáis. Pedro le respondió: Señor, si eres tú, mándame ir donde ti sobre las aguas. ¡Ven!, le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús. Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: ¡Señor, sálvame! Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice: Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste? Subieron a la barca y amainó el viento. Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: Verdaderamente eres Hijo de Dios.


I Reyes 19: 9, 11 - 13

Allí entró en la cueva, y pasó en ella la noche. Le fue dirigida la palabra de Yahveh, que le dijo: ¿Qué haces aquí Elías? Le dijo: Sal y ponte en el monte ante Yahveh. Y he aquí que Yahveh pasaba. Hubo un huracán tan violento que hendía las montañas y quebrantaba las rocas ante Yahveh; pero no estaba Yahveh en el huracán. Después del huracán, un temblor de tierra; pero no estaba Yahveh en el temblor. Después del temblor, fuego, pero no estaba Yahveh en el fuego. Después del fuego, el susurro de una brisa suave. Al oírlo Elías, cubrió su rostro con el manto, salió y se puso a la entrada de la cueva.


Romanos 9: 1 - 5

Digo la verdad en Cristo, no miento, - mi conciencia me lo atestigua en el Espíritu Santo -, siento una gran tristeza y un dolor incesante en el corazón. Pues desearía ser yo mismo anatema, separado de Cristo, por mis hermanos, los de mi raza según la carne, - los israelitas -, de los cuales es la adopción filial, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto, las promesas, y los patriarcas; de los cuales también procede Cristo según la carne, el cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos. Amén.

Sunday, August 03, 2008

CINCO PANES Y DOS PECES


CINCO PANES Y DOS PECES


Domingo 18º del tiempo ordinario - A / 3-8-2008


Mateo 14: 13 - 21.


Al oírlo Jesús, se retiró de allí en una barca, aparte, a un lugar solitario. En cuanto lo supieron las gentes, salieron tras él viniendo a pie de las ciudades. Al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos y curó a sus enfermos. Al atardecer se le acercaron los discíplulos diciendo: El lugar está deshabitado, y la hora es ya pasada. Despide, pues, a la gente, para que vayan a los pueblos y se compren comida. Mas Jesús les dijo: No tienen por qué marcharse; dadles vosotros de comer. Dícenle ellos: No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces. El dijo: Traédmelos acá. Y ordenó a la gente reclinarse sobre la hierba; tomó luego los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición y, partiendo los panes, se los dio a los discípulos y los discípulos a la gente. Comieron todos y se saciaron, y recogieron de los trozos sobrantes doce canastos llenos. Y los que habían comido eran unos 5.000 hombres, sin contar mujeres y niños.


Isaías 55: 1 - 3.


¡Oh, todos los sedientos, id por agua, y los que no tenéis plata, venid, comprad y comed, sin plata, y sin pagar, vino y leche! ¿Por qué gastar plata en lo que no es pan, y vuestro jornal en lo que no sacia? Hacedme caso y comed cosa buena, y disfrutaréis con algo sustancioso. Aplicad el oído y acudid a mí, oíd y vivirá vuestra alma. Pues voy a firmar con vosotros una alianza eterna: las amorosas y files promesas hechas a David.


Romanos 8: 35, 37 - 39.


¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?, Pero en todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó. Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro.

Sunday, July 27, 2008

El Reino de los Cielos

El Reino de los Cielos

Domingo 17º del tiempo ordinario-A / 27-7-8

Mateo 13: 44 - 52

El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel. También es semejante el Reino de los Cielos a un mercader que anda buscando perlas finas,y que, al encontrar una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra. También es semejante el Reino de los Cielos a una red que se echa en el mar y recoge peces de todas clases; y cuando está llena, la sacan a la orilla, se sientan, y recogen en cestos los buenos y tiran los malos. Así sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre los justos y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Habéis entendido todo esto? Dícenle: Sí. Y él les dijo: Así, todo escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es semejante al dueño de una casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo.

I Reyes 3: 5, 7 - 12

En Gabaón Yahveh se apareció a Salomón en sueños por la noche. Dijo Dios: Pídeme lo que quieras que te dé. Ahora Yahveh mi Dios, tú has hecho rey a tu siervo en lugar de David mi padre, pero yo soy un niño pequeño que no sabe salir ni entrar. Tu siervo está en medio del pueblo que has elegido, pueblo numeroso que no se puede contar ni numerar por su muchedumbre. Concede, pues, a tu siervo, un corazón que entienda para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal, pues ¿quién será capaz de juzgar a este pueblo tuyo tan grande? Plugo a los ojos del Señor esta súplica de Salomón, y le dijo Dios: Porque has pedido esto y, en vez de pedir para ti larga vida, riquezas, o la muerte de tus enemigos, has pedido discernimiento para saber juzgar, cumplo tu ruego y te doy un corazón sabio e inteligente como no lo hubo antes de ti ni lo habrá después.

Romanos 8: 28 - 30

Por lo demas, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio. Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogenito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a ésos también los justificó; a los que justificó, a ésos también los glorificó.

Sunday, July 20, 2008

TRIGO y CIZAÑA


TRIGO y CIZAÑA


Domingo 16º del tiempo ordinario-A / 20-7-8


Jesús les propuso otra parábola: Aquí tienen una figura del Reino de los Cielos. Un hombre sembró buena semilla en su campo, pero mientras la gente estaba durmiendo, vino su enemigo, sembró malas hierbas en medio del trigo, y se fue. Cuando el trigo creció y empezó a echar espigas, apareció también la maleza. Entonces los trabajadores fueron a decirle al patrón: «Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde, pues, viene esa maleza?» Respondió el patrón: «Eso es obra de un enemigo.» Los obreros le preguntaron: «¿Quieres que arranquemos la maleza?» «No -dijo el patrón-, pues al quitar la maleza, podrían arrancar también el trigo. Déjenlos crecer juntos hasta la hora de la cosecha. Entonces diré a los segadores: Corten primero las malas hierbas, hagan fardos y arrójenlos al fuego. Después cosechen el trigo y guárdenlo en mis bodegas.» Jesús les dijo: El que siembra la semilla buena es el Hijo del Hombre. El campo es el mundo. La buena semilla es la gente del Reino. La maleza es la gente del Maligno. El enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles. Vean cómo se recoge la maleza y se quema: así sucederá al fin del mundo. El Hijo del Hombre enviará a sus ángeles; estos recogerán de su Reino todos los escándalos y también los que obraban el mal, y los arrojarán en el horno ardiente. Allí no habrá más que llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. Quien tenga oídos que entienda. Mateo 13, 24-30.


La parábola de hoy intenta enseñarnos que el reino de Dios sigue caminos diferentes a los caminos de los hombres. Dios no elimina sin más a los enemigos, como suelen hacer los humanos. Deja que vivan juntos hasta la siega. Y entonces hará la selección y se quedará con el trigo de la gran cosecha, de la siega victoriosa.


La humanidad vino a la vida como semilla buena. Todo lo que ha salido y sale de las manos de Dios es semilla buena o finalizada al bien. Sin embargo, si echamos una mirada a la situación del mundo hoy, y de siempre, ¡cuánta cizaña sembrada por el enemigo! El mundo corre riesgo incluso de se aniquilado por una guerra que no dejaría ni vencedores ni vencidos.


Las desigualdades atenazan en el hambre más espantosa, hasta causar la muerte, a millones de hijos de Dios, cuando el costo en armas para matar y de lujos sin sentido, bastaría para alimentar y dar una vida digna a todos los habitantes de la tierra.


Cada año millones de tiernas criaturas humanas inocentes, son fríamente eliminadas antes de ver la luz, sencillamente porque resultan incómodas, sin que nadie o casi nadie salga en su defensa. Y otras tantas son exterminadas por la violencia, la guerra, el hambre…


En el campo de la fe, el porcentaje de verdaderos seguidores de Cristo es más bien bajo. La Iglesia, en parte perseguida y fecunda, pero en parte también aburguesada y estéril, de hecho no atiende a un 90 por ciento de sus hijos bautizados, quienes se quedan a merced de mercenarios que los engañan con “doctrinas llamativas y extrañas”.


Sin embargo Jesús nos asegura que, mezclado con la cizaña, crece abundante también el trigo: el reino de los cielos crece con sus valores: vida, verdad, justicia, paz, solidaridad, libertad, alegría de vivir, amor, esperanza, santidad, salvación…, y avanza seguro hacia la fraternidad universal bajo un único Pastor, Cristo resucitado presente, y hacia una sola Familia, la Trinidad. Pues “donde abundó el pecado, sobreabunda la gracia”.


No es fácil distinguir entre la cizaña y el trigo. Mas Jesús nos dice: “Por sus frutos los conocerán”, y por nuestros frutos nos conoceremos. Nadie debe dar por supuesto sin más que ya es buena semilla. Hay que esforzarse con temor y temblor por la propia salvación, por estar unidos a Cristo Resucitado y así ser buena semilla que produzca buenos y abundantes frutos. Él, junto con los suyos, tiene asegurada la victoria sobre los sembradores de cizaña y sobre la misma cizaña. No nos apartemos de él, pues sin él nada podemos hacer.


Pero tampoco podemos condenar a nadie porque nos parezca que es mala semilla, o lo es en realidad, pues para Dios no hay nada imposible: él puede cambiar en buena la mala hierba. Y a nosotros nos toca dar ejemplo, orar y ofrecer para que se dé ese milagro.


Sabiduría 12, 13. 16-19


Fuera de ti, Señor, no hay otro dios que cuide de todos, a quien tengas que probar que tus juicios no son injustos. Porque tu fuerza es el principio de tu justicia, y tu dominio sobre todas las cosas te hace indulgente con todos. Tú muestras tu fuerza cuando alguien no cree en la plenitud de tu poder, y confundes la temeridad de aquellos que la conocen. Pero, como eres dueño absoluto de tu fuerza, juzgas con serenidad y nos gobiernas con gran indulgencia, porque con sólo quererlo puedes ejercer tu poder. Al obrar así, tú enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser amigo de los hombres, y colmaste a tus hijos de una feliz esperanza, porque, después del pecado, das lugar al arrepentimiento.



Los poderosos de este mundo usan el poder de sus riquezas y de su lengua para servirse a sí mismos a costa de los más débiles, a pesar de que ese poder lo recibieron para servir a los mismos que explotan con egoísmo y a menudo con salvaje crueldad.



A este poder temporal perversamente manejado, se opone el poder supremo, absoluto y eterno de Dios, que se funda en el amor, la justicia, la misericordia, la tolerancia...


Dios nunca abusa de su poder en contra de sus criaturas, pues “vio que eran buenas”, salidas de su corazón y de sus manos divinas. Pero sí lo usa para salir a favor de las víctimas del abuso por el poder humano y la ambición; víctimas por cuya debilidad no pueden enfrentarse con los poderosos, que incluso pretenden enfrentarse en vano con el mismo Dios.


Son muchas las víctimas humanas que se han sacrificado en nombre de la patria, del bien común, e incluso de la religión, ¡en nombre del mismo Dios! Pero falsamente.


Dios “ama a todos los seres y no aborrece nada de lo que ha hecho”, por eso la omnipotencia de Dios se manifiesta principalmente en el perdón de los pecados, para que el mismo pecador reconozca en libertad, humildad y gozo el poder infinito del amor de Dios.


Los grandes y pequeños poderes luchan ridículamente por destronar y desterrar a Dios, y en su lugar ponen ídolos a los cuales esclavizan y sacrifican de mil maneras seres humanos. Pero al fin terminan también ellos esclavizados y sacrificados por sus ídolos.


Mientras que quien se acoge al poder amoroso y misericordioso de Dios, será liberado y salvado definitivamente de las garras de los opresores, que recibirán su paga fatal.


Romanos 8, 26-27


Hermanos: El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque no sabemos orar como es debido; pero el Espíritu intercede con gemidos inefables. Y el que sondea los corazones conoce el deseo del Espíritu y sabe que su intercesión en favor de los santos está de acuerdo con la voluntad divina.


Tal vez en las prácticas piadosas y litúrgicas sea donde más y con mayor frecuencia se ofende a Dios es. Y no sólo porque “no sabemos orar como es debido”, sino porque a la oración y celebraciones litúrgicas podemos llevar ídolos que nos impiden el encuentro con Quien desea encontrarse con nosotros y que nos ama más que nadie.


Pensemos en una persona que se dice amiga y que viene a visitarnos, pero nos suelta de memoria un rollo de palabras, mientras mira a todas partes, enreda con objetos que tiene a mano, y no nos presta atención. ¿No es una dura ofensa? ¿No era mejor que no hubiera venido? ¿No nos comportamos lo mismo con Dios en la oración y en la vida?


Para orar bien, tenemos que amar a Aquél a quien oramos. Y el amor a Dios brota en el reconocimiento de sus beneficios inmensos y continuos, y se expresa en una gratitud viva, profunda, permanente, eterna. Sólo el amor agradecido nos hace atentos a Quien amamos.


Si vamos a la oración y a las celebraciones para encontrarnos con Dios en Cristo, y dejarnos encontrar por él, entonces el mismo Espíritu Santo ora con nosotros y en nosotros. Entonces buscaremos con gozo tiempo para la oración y la Eucaristía, porque siempre hay tiempo para quien se ama.


Al empezar cualquier forma de oración, debemos suplicar perdón, pedir al Espíritu Santo que ore en nosotros, pues sin su ayuda no podemos orar bien; y pedirle a la Virgen María que presente a Dios nuestra oración como si fuera suya.


P. Jesús Álvarez, ssp.