Sunday, September 24, 2006

AMBICIÓN Y SERVICIO

AMBICIÓN Y SERVICIO


Domingo 25º durante el año -B / 24- 9- 2006


Jesús atravesaba la Galilea junto con sus discípulos y no quería que nadie lo supiera, porque enseñaba y les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará». Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas. Llegaron a Cafarnaúm y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: «¿De qué hablaban en el camino?» Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande. Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: «El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos». Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: «El que acoge a uno de estos pequeños en mi nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquél que me ha enviado». Mc. 9,30-37

Ante la incomprensión de los discípulos, Jesús les repite el anuncio de su pasión y de su resurrección. Mas para ellos Jesús no puede ni debe ser sino el Mesías victorioso que les asigne los nombre ministros en su reino temporal.

Y mientras Jesús anuncia sufrimientos –que han de ser coronados por la resurrección-, surge entre ellos una vergonzosa contienda por los primeros puestos en el soñado reino terreno de Jesús.

Hoy sigue siendo tan difícil seguir el camino de Cristo: por la cruz a la resurrección y a la gloria eterna, porque la voluntad de poder, de ambición y de placer está muy arraigada en el hombre, y al resultar costosa la renuncia, se camuflan esos vicios bajo apariencias de religiosidad superficial y culto hipócrita.

El fracaso de la cruz –enfermedad, dolor, agonía, muerte ofrecidos en unión con Cristo- sigue siendo para nosotros el único camino a la resurrección y a la gloria, como lo fue para él, la única manera de triunfar sobre el dolor y la muerte.

El fracaso de la cruz es obligado para evitar el fracaso final de la vida y lograr la felicidad y gloria por las que suspira nuestro ser desde sus más profundas raíces. Es necesario asumir la realidad de la cruz para acceder a la resurrección.

También a los discípulos o cristianos de hoy Jesús nos dirige el mismo anuncio que a los de entonces: "Si alguno quiere ser mi discípulo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo".

La cruz del servicio a Dios y al prójimo es ya una cruz pascual, porque Cristo resucitado nos la alivia al cargarla con nosotros, no ya camino del Calvario, sino camino de la resurrección y de la gloria. “Los sufrimientos de este mundo no tienen comparación con el peso de gloria que nos espera”, dice san Pablo.

Sin embargo, tal vez nos resistimos una y mil veces al servicio generoso y a la renuncia a lo que nos hace "enemigos de la cruz de Cristo", como si la cruz fuera causa de infelicidad, y no causa de resurrección y felicidad, como lo fue para Cristo.

Pero es admirable cómo Jesús, ante las ambiciones y ceguera de los discípulos, no se pone a reprenderlos con enojo, sino que se sienta y los instruye de nuevo con infinita paciencia. ¡Buen ejemplo para los catequistas, padres y pastores!

A los discípulos de entonces y de hoy Jesús les propone como modelo a un niño. Los niños no cuentan, no tienen pretensiones de dominio y grandeza. Están abiertos a todos, sin malicia ni ambición posesiva; son sencillos, pacíficos, felices. Y ante la cruz, no se revelan ni protestan.

Sufren al estilo de Cristo: como corderitos. Pero ¡ay de quienes hacen sufrir a los niños! Dios saldrá en defensa de ellos en contra de sus verdugos, a quienes devolverá con creces los sufrimientos causados.

Lo que hace grandes y nos merece los primeros puestos en el reino de Jesús, no es dominar y ser ricos, sino servir a los más pequeños, pobres y despreciados. Porque todo lo que se hace con ellos, con Cristo mismo se hace. “Estuve necesitado y ustedes me socorrieron: vengan, benditos de mi Padre a poseer el reino”.

Sabiduría 2, 12. 17-20

Dicen los impíos: Tendamos trampas al justo, porque nos molesta y se opone a nuestra manera de obrar; nos echa en cara las transgresiones a la Ley y nos reprocha las faltas contra la enseñanza recibida. Veamos si sus palabras son verdaderas y comprobemos lo que le pasará al final. Porque si el justo es hijo de Dios, Él lo protegerá y lo librará de las manos de sus enemigos. Pongámoslo a prueba con ultrajes y tormentos, para conocer su temple y probar su paciencia. Condenémoslo a una muerte infame, ya que él asegura que Dios lo visitará.


Los impíos, que son multitud en todos los tiempos y lugares, viven con la esperanza puesta únicamente en las realidades materiales, sobre las que se creen con dominio absoluto; y demás creen tener incluso derecho de vida o muerte sobre sus hermanos. Muerte en sus múltiples formas: desde la indiferencia, el desprecio y la marginación, hasta el asesinato, hoy tan extendido, y tantas veces impune.

El impío no aguanta a una persona honrada, porque el bueno con su conducta denuncia la mala conducta del impío, que hará la guerra de mil maneras al bueno. El sufrimiento y la muerte de los buenos e inocentes, junto con la impunidad temporal de los verdugos, constituyen para muchos la prueba de que Dios no existe, o no es bueno y despreocupa de sus hijos que sufren y mueren.

Quienes hacen el mal porque no creen en Dios al ver que no actúa de inmediato contra ellos a favor de los inocentes; y quienes piden cuentas a Dios o lo acusan porque permite las fechorías de los impíos contra los buenos, pero se quedan de brazos cruzados e indiferentes ante el mal, no creen en la otra vida y, por no creer, la perderán a causa de su fatal autoengaño, que lamentarán eternamente .

El bueno, el inocente que sufre será liberado de sus verdugos a través del sufrimiento y de la misma muerte que le causan, como sucedió con el Bueno y Justo por excelencia: Cristo, liberado y liberador por la resurrección.

Santiago 3, 16 - 4, 3

Hermanos: Donde hay rivalidad y discordia, hay también desorden y toda clase de maldad. En cambio, la sabiduría que viene de lo alto es, ante todo, pura; y además, pacífica, benévola y conciliadora; está llena de misericordia y dispuesta a hacer el bien; es imparcial y sincera. Un fruto de justicia se siembra pacíficamente para los que trabajan por la paz. ¿De dónde provienen las luchas y las querellas que hay entre ustedes? ¿No es precisamente de las pasiones que combaten en sus mismos miembros? Ustedes ambicionan, y si no consiguen lo que desean, matan; envidian, y al no alcanzar lo que preten­den, combaten y se hacen la guerra. Ustedes no tienen, porque no piden. O bien, piden y no reciben, porque piden mal, con el único fin de satisfacer sus pasiones.

He aquí una radiografía de tantas familias cristianas, comunidades religiosas, grupos parroquiales donde impera la discordia, la rivalidad, las envidias…; y la indicación de las causas vergonzosas de esa situación: pasiones, ambición de poder, e incluso la oración mal hecha, porque con ella se intenta encubrir esas situaciones, en lugar de vivir y promover la unión con Dios y con el prójimo. Juntos para hacer cosas, en lugar de unidos a Cristo para vivir y ayudarse en el camino de la fe y de la salvación.


Un cristiano sólo se puede sentir cristiano, puede estar unido a Cristo por la oración, la Eucaristía ni por la misma comunión, si ama a quien Cristo ama, si perdona a quien Cristo perdona, si pide y sufre por la salvación de quienes Cristo ha venido a salvar y cuya salvación quiere que compartamos con él.


Pero Santiago también indica el remedio a tanto desconcierto escandaloso: la sabiduría de la fe, que es pura, pacificadora, conciliadora, imparcial, sincera, llena de misericordia… “Los que trabajan por la paz, serán llamados hijos de Dios”.

P. Jesús Álvarez, ssp

No comments: