Sunday, September 10, 2006

TODO LO HA HECHO BIEN

TODO LO HA HECHO BIEN


Domingo 23º tiempo ordinario –B / 10 –9-2006


Saliendo de las tierras de Tiro, Jesús pasó por Sidón y, dando la vuelta al lago de Galilea, llegó al territorio de la Decápolis. Allí le presentaron un sordo que hablaba con dificultad, y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo apartó de la gente, le metió los dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. En seguida levantó los ojos al cielo, suspiró y dijo: - “Effetá” (que quiere decir: ábrete). Al instante se le abrieron los oídos, le desapareció el defecto de la lengua y comenzó a hablar correctamente. Jesús les mandó que no se lo dijeran a nadie, pero cuanto más insistía, tanto más ellos lo publicaban. Estaban fuera de sí y decían muy asombrados: - “Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. Mc. 7,31-37.

Jesús hacía curaciones milagrosas para demostrar la cercanía de Dios al hombre y su interés por remediar el sufrimiento humano. Pero sobre todo para hacernos entender cuál es el proyecto definitivo de Dios para nosotros: la vida eterna, donde no haya llanto ni dolor, ni odio ni muerte; donde el hombre pueda conseguir la realización total, la plena comunicación en el amor, la paz y la felicidad sin fin en la Familia eterna del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Hoy sigue habiendo curaciones que se deben a la intervención de Dios en atención a la fe y a la oración, y otras mediante poderes parapsicológicos o de energía vital de muchas personas. Igualmente existen curaciones portentosas realizadas por la ciencia médica que está en continuo progreso. Todo esto es obra del amor de Dios hacia el hombre a través del hombre. Pero hay que guardarse de curanderos, hechiceros y brujos, que utilizan sus poderes y la ciencia para explotar al enfermo y hacer daño.

Jesús y sus discípulos curan sin otro interés que el de indicarnos que Dios nos quiere sanos y puede, desea darnos otra vida inmensamente feliz, incluso a través de la enfermedad y de la muerte, que en esa vida estarán excluidas para siempre.

A San Pablo le fue dado ver por un momento la felicidad del paraíso y dijo como fuera de sí: “Ni ojo vio ni oído oyó ni mente humana puede imaginar lo que Dios tiene preparado para quienes lo aman”. “Los padecimientos de la vida presente no tienen comparación con el inmenso peso de gloria que nos espera”.

La enfermedad sumerge al sordomudo del evangelio en el gran sufrimiento de la incomunicación con sus semejantes. Esta enfermedad simboliza la gran enfermedad de hoy: la incomunicación en la era de las comunicaciones, donde los medios de comunicación ocasionan a menudo incomunicación en el hogar, en la sociedad, con la naturaleza, con Dios, con el misterio de la propia persona. Y simboliza sobre todo la ceguera espiritual, la falta de fe, que es incomunicación de los hijos con su Padre Dios, la más triste de todas las incomunicaciones.

Tienen que dolernos los sordos que no escuchan nunca una palabra de amistad y aprecio, ni de consejo o corrección. Asimismo quienes no saben salir de sí mismos para abrirse, recibir y dar algo a los demás. Las personas que se alienan con lo que ven y oyen o leen en los medios de comunicación, que así terminan haciéndose “medios de manipulación”.

Jesús sigue hoy entre nosotros para curarnos con su presencia viva en la oración, en su Palabra, en la Eucaristía, en la ayuda al prójimo. Y nos llama a curar las sorderas que se dan a nuestro alrededor, en nuestro mismo hogar.

Las palabras y gestos que curan a fondo surgen del silencio en la adoración, comunicación y escucha amorosa de Dios, de los demás, de nuestro interior y de la creación, donde se transparenta el Dios-Amor-Comunicación.

Isaías 35,4-7

Díganles a los que están asustados: "Calma, no tengan miedo, porque ya viene su Dios a vengarse, a darles a ellos su merecido; Él mismo viene a salvarlos a ustedes”. Entonces los ojos de los ciegos se despegarán, y los oídos de los sordos se abrirán, los cojos saltarán como cabritos y la lengua de los mudos gritará de alegría. Porque en el desierto brotarán chorros de agua, que correrán como ríos por la superficie. La tierra ardiente se convertirá en una laguna, y el suelo sediento se llenará de vertientes. Las cuevas donde dormían los lobos, se taparán con cañas y juncos...

Ante los acontecimientos capaces de tambalear a los más fuertes: la inseguridad, la corrupción generalizada, las injusticias, los accidentes, la delincuencia, la pobreza, la enfermedad…, podemos perder la fe y la esperanza en Dios presente en este mundo, entre nosotros, en cada uno de nosotros.

Lo peor que nos puede suceder es asustarnos y desalentarnos, quedarnos mudos ante Dios y sordos ante el grito de los que sufren, o ante nuestro sufrimiento. Pues, en lugar de mejorar el mundo, lo haríamos sumándonos a la fila de quienes andan de manos caídas y con el alma en los pies...

El mundo empieza a mejorar si cada uno de nosotros mejora con la ayuda de Dios, que no se hace el sordo ante quien le suplica: “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha”. Y quien lo invoca a favor del afligido, también será escuchado. Dios quiere repartir su felicidad y alegría, pero “bajo pedido”.

Y Jesús sigue con su promesa infalible: “No teman: yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. “Al que venga a mí, no lo rechazaré”.

Así, cuando sucede lo peor, estará surgiendo algo mejor. Dios multiplicará nuestra pequeña aportación sincera, si pasamos por la vida haciendo el bien.

Santiago 2,1-5.

Hermanos, si realmente creen en Jesús, nuestro Señor, el Cristo glorioso, no hagan diferencias entre personas. Supongamos que entra en su asamblea un hombre muy bien vestido y con un anillo de oro y entra también un pobre con ropas sucias, y ustedes se deshacen en atenciones con el hombre bien vestido y le dicen: "Tome este asiento, que es muy bueno", mientras que al pobre le dicen: "Quédate de pie", o bien: "Siéntate en el suelo a mis pies". Díganme, ¿no sería hacer diferencias y hacerlas con criterios pésimos? Miren, hermanos, ¿acaso no ha escogido Dios a los pobres de este mundo para hacerlos ricos en la fe? ¿No les dará el reino que prometió a quienes lo aman?

Las calamidades que sufre el pueblo y la humanidad son causadas en gran parte por quienes pretenden conciliar la riqueza injusta y egoísta con la religión y el culto, con Dios, ya se trate de clero, laicos, políticos, gobernantes...

La religión y el culto que no producen una vida social y eclesial justa, está fallando por la base. Valorar a los hombres por lo que tienen y no por lo que son, es negarles su condición de hijos de Dios y la paternidad del mismo Dios.

El contenido de Eucaristía es la misericordia y la bondad, que dan valor a todo acto de culto. No se puede acoger a Cristo en la Eucaristía y luego ignorarlo en prójimo. No se puede agradar a Dios despreciando a los que él ama. Si Dios tiene predilección por los pobres, el creyente deberá tener la misma predilección.

Si los pobres son herederos del reino de Dios, ellos son los verdaderos ricos en la fe y herederos del reino eterno. Sin embargo, la pobreza material no tiene la exclusividad de la salvación, pues los ricos que remedian la pobreza, hacen de su riqueza un medio de salvación. “Todo contribuye al bien de los que aman a Dios”.

P. Jesús Álvarez, ssp

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