Sunday, April 09, 2006

CRUCIFICADOS y CRUCIFICADORES

CRUCIFICADOS y CRUCIFICADORES

Domingo de Ramos - B / 9-4-2006

Cuando se aproximaban a Jerusalén, cerca ya de Betfagé y de Betania, al pie del monte de los Olivos, Jesús envió a dos de sus discípulos diciéndoles: - Vayan a ese pueblo que ven enfrente; apenas entren encontrarán un burro amarrado, que ningún hombre ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo aquí. Si alguien les pregunta: ¿Por qué hacen eso?, contesten: El Señor lo necesita, pero se lo devolverá cuanto antes. Se fueron y encontraron en la calle al burro, amarrado delante de una puerta, y lo desataron. Algunos de los que estaban allí les dijeron: - ¿Por qué sueltan ese burro? Ellos les contestaron lo que les había dicho Jesús, y se lo permitieron. Trajeron el burro a Jesús, le pusieron sus capas encima y Jesús montó en él. Muchas personas extendían sus capas a lo largo del camino, mientras otras lo cubrían con ramas cortadas en el campo. Y tanto los que iban delante como los que seguían a Jesús gritaban: - ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Ahí viene el bendito reino de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas! Mc 11,1-10

Jesús se había ocultado cuando intentaban proclamarlo rey temporal. Pero ya a las puertas de la muerte y de la resurrección, deja que la multitud lo aclame rey, puesto que lo es. Y sabe que buena parte de esa misma multitud, por las mismas bocas y con mayores gritos, pedirá su muerte, porque él no respondía a las esperanzas de ellos sobre un reino temporal como el de David, para librarlos de la dominación romana.

También muchos que se hacen pasar por creyentes, siguen viviendo hoy un mesianismo fácil, una religión que no compromete a nada y que sirve para disimular intereses, ambiciones, egoísmos, idolatrías, blasfemias y atropellos a los derechos ajenos. Aclaman a Jesús, ponen velas a las imágenes, hacen donativos, integran hermandades y hasta van a misa y reciben la comunión, y luego condenan a Cristo y lo maltratan en el ambiente familiar o laboral, sobre todo en el más débil, en la muchacha de servicio, o en los depedientes, o en la calle, o en el grupo. Y para colmo se jactan de ser intachables ante Dios y ante los hombres.

¡Absurda conducta! Pero… ¿no es así también, al menos en parte, nuestra conducta? Cuando una persona nos favorece y consiente a nuestros fallos y egoísmos, la ensalzamos y la buscamos. Pero si otra persona o la misma nos cuestiona y exige, encontramos cualquier pretexto para deshacernos de ella, marginarla o hacerle la guerra fría.

Hoy empieza la Semana Santa, en la que celebramos el Misterio Pascual; o sea, la pasión, muerte y resurrección de Jesús, no sólo su pasión y muerte. Él probó todos los sufrimientos físicos, morales, y psicológicos. Pero ya no vuelve a sufrir en su persona, aunque sí sufre, muere y resucita cada día en multitud de sus hermanos, con quienes se identifica: “Todo lo que hagan a uno de estos mis hermanos, a mí me lo hacen”. Consideremos lo que dijo a las mujeres camino del Calvario: “No lloren por mí, sino por ustedes y por sus hijos”.

Por eso el objetivo principal de la Semana Santa no es compadecerse y conmoverse ante los sufrimientos y muerte de Jesús, sino verificar cuál es nuestro papel hoy en la pasión, muerte y resurrección de Cristo presente en nuestro prójimo. Y cómo llevamos nuestras cruces: si les damos sentido de salvación, de resurrección y de vida para nosotros y para los otros, cargándolas tras él; o las hacemos estériles por falta de fe y de amor a Dios y al prójimo, sin el cual resultan mucho más dolorosas.

Es necesario discernir si somos verdugos y crucificadores de nuestro prójimo - en el hogar, en el trabajo, evasión, placer, negocio, política...-, construyendo nuestra felicidad a costa del sufrimiento ajeno; o si tal vez estamos crucificados.

La cruz es el camino, pero la resurrección es el destino. Semana Santa sin Pascua de Resurrección, sería una semana pagana. Y así parece ser para muchos, que celebran la pasión y muerte de Cristo, pero no les interesa Cristo resucitado, ni creen en su amor hacia ellos ni en su presencia permanente, por él asegurada: “Estoy con ustedes todos los días".

Si sufrimos con Cristo y como Cristo, reinaremos con él; si morimos con Cristo viviremos con él. He ahí la verdadera perspectiva del sufrimiento, de la muerte y de la alegría verdadera: la resurrección y el paraíso eterno. Sólo con esta perspectiva es posible y razonable llevar una vida auténticamente cristiana.

Isaías 50, 4-7

El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, Él despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo. El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían. Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado.

La experiencia de Isaías es un fiel anticipo de la experiencia de Jesús, incluida la experiencia de discípulo, como él mismo dice: “Yo hablo de lo que el Padre me enseñó”, “Yo no hago sino lo que veo hacer a mi Padre”. Y por eso puede reconfortarnos de verdad: “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, que yo los aliviaré”. El Maestro nos enseña a ser discípulos verdaderos, atentos, el único camino para ser verdaderos maestros a ejemplo suyo.

En la pasión de Jesús se repiten, casi a la letra, pero aumentados, los sufrimientos del profeta: brutal flagelación atado a la columna, coronación de espinas que herían hondo su cabeza al golpear con la caña sobre la corona, burlas, salivazos, bofetadas, desafío a que adivine, con los ojos vendados, quién le pega, sin dejar entender que no necesita adivinarlo, sino que lo sabe perfectamente; y él se calla, no respira venganza, no se lamenta, no llora…

Endurece su rostro como si fuera de piedra, y se pone camino del calvario y de la muerte porque quiere, nadie lo fuerza, y por eso el Padre lo ama, no lo defrauda, sino que lo acompaña en su dolor para transformar la derrota de la cruz y de la muerte en el triunfo glorioso de la resurrección. Su paz y su resistencia se apoyan en la esperanza del premio.

Ese es también el camino triunfal del verdadero cristiano: luchar por arrancar todas las cruces evitables, -ajenas y propias-, y acoger las cruces inevitables –las propias y las ajenas- para asociarlas a la cruz redentora de Cristo por la salvación del mundo, y así llegar de su mano al triunfo de la resurrección, junto con muchos otros por cuya salvación trabajamos.

Filipenses 2, 6-11

Jesucristo, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: «Jesucristo es el Señor».

Adán quiso ser Dios, y fracasó, y con él toda la humanidad. Pero Dios (en Jesús) eligió ser hombre, hasta las últimas consecuencias, incluida la muerte, y triunfó con la resurrección para él y para toda la humanidad, mereciendo el “Nombre sobre todo nombre”, ante el cual se dobla toda rodilla en la tierra, en el cielo y en los abismos”.

Jesús ocultó su divinidad, y vivió en humildad, como un hombre cualquiera, por amor a Dios y al hombre, a cada uno de nosotros. Por eso exclamaba emocionado san Pablo: “¡Me amó y se entregó por mí!” Pero a veces lo tratamos como un “don nadie”, aprovechando que no se manifiesta con la omnipotencia y gloria de Dios, como quien es, y lo desafiamos: “Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz -y sube a tu divinidad, haz milagros-, y creeremos”.Con su abajamiento, Jesús quiere restablecer las relaciones filiales del hombre con Dios (vivir como hijos de Dios), y las relaciones fraternales entre los hombres (ser hombre con los hombres), lo cual sólo posible renunciando al orgullo, a creerse más, y viviendo en la humildad y la sencillez, en la verdad. A la humildad en el mundo corresponde, para Jesús y para nosotros, la exaltación en el cielo. Por la resurrección Jesucristo es constituido “Señor” de toda la creación visible e invisible, y desea compartir con nosotros su glorioso señorío eterno.

P. Jesús Álvarez, ssp

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