Sunday, May 25, 2008

SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO


SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO


Ciclo A - 25 MAYO 2008


Jesús dijo a los judíos: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que Yo daré es mi carne para la Vida del mundo». Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?» Jesús les respondió: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y Yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y Yo en él. Así como Yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente». Juan 6,51-58


Jesús, “el pan vivo bajado del cielo”, estaba para regresar al cielo mediante de la muerte, la resurrección y la ascensión; pero el inmenso amor a los suyos le llevó a buscar una forma milagrosa de quedarse con ellos para siempre: la Eucaristía. No teman. Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.


La Eucarística es el acontecimiento salvífico desde el cual se irradia para la humanidad, de forma continua, la fuerza sanadora, santificadora y salvadora de Cristo muerto y resucitado. En la celebración de la Eucaristía todos ejercemos el sacerdocio que Cristo nos confirió en el bautismo, y compartimos con él la salvación de toda la humanidad y de la creación entera, si nos ofrecemos al Padre junto con Él. Así nos lo aseguró él mismo: "Quien está unido a mí, produce mucho fruto".


En la comunión eucarística se realiza la máxima unión entre la persona de Jesús y la nuestra; unión como la del alimento. “Tomen y coman”. “Tomen y beban”. “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”. "Quien come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él". Quien comulga con fe y amor puede en verdad decir con san Pablo: “Ya no soy yo quien vive; es Cristo quien vive en mí”.


Estas realidades inauditas no son fáciles de creer y de vivir. Sólo fiándonos del mismo Hijo de Dios que nos las reveló, podemos creer y vivir lo que nos dice. Y es necesario orar con insistencia: “Creo, Señor, pero aumenta mi fe”. La Eucaristía es garantía de salvación eterna: “Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”.


La comunión, que es unión real con Cristo, requiere y produce la comunión fraterna con el prójimo, empezando por casa. Aunque uno reciba la ostia consagrada, no recibe a Cristo ni comulga con él si alimenta rencores, desprecios, explotación, violencia o indiferencia hacia el prójimo, con quien Cristo mismo se identifica: “Todo lo que hagan a uno de éstos, a mí me lo hacen”. "Si falta la fraternidad, sobra la Eucaristía". Si la fe y el corazón perciben a Cristo en la Eucaristía, también lo percibirán y amarán en el prójimo.


Quienes toman la hostia consagrada sólo por costumbre, por rutina, sin fe ni respeto amoroso, merecen la advertencia de San Pablo: “Quien come el Cuerpo de Cristo a la ligera, se come y traga su propia condena”. Decir que se cree en Jesús, y luego llevar una vida contraria a la suya, es no creer en él, sino negarlo.


Jesús instituyó la Eucaristía para todos los hijos de Dios, hermanos suyos… "Cuerpo entregado y sangre derramada por ustedes y por todos los hombres". La Iglesia tiene el infinito tesoro de la Eucaristía, pero sólo acceden a él un tres por ciento de los bautizados. ¿Puede ser ésa la voluntad del Salvador presente en la Eucaristía para todos?


¿Por dónde tienen que ir los pasos y la creatividad de la Iglesia para que se distribuya el Pan de la Salvación a sus destinatarios, que mueren de anemia espiritual y existencial ante la mirada impasible de muchos supuestos discípulos de Cristo? Es urgente una gran renovación de la catequesis eucarística que produzca una masiva conversión a Cristo Eucarístico, centro de la vida del cristiano, de la Iglesia y del mundo. “Sólo los hombres eucarísticos podrán transformar el mundo” (Aparecida).

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