Sunday, May 11, 2008

¡VEN, ESPÍRITU SANTO!


¡VEN, ESPÍRITU SANTO!


Pentecostés, 11-05-2008


Ese mismo día, el primero después del sábado, los discípulos estaban reunidos por la tarde, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se puso de pie en medio de ellos y les dijo: ¡La paz esté con ustedes! Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron mucho al ver al Señor. Jesús les volvió a decir: ¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, así los envío yo también a ustedes. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo: a quienes absuelvan de sus pecados, serán liberados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos. (Juan. 20,19-23).


Estamos en la era del Espíritu Santo, y sin embargo es el gran desconocido incluso para la mayoría de los mismos católicos, que lo identifican con una paloma, uno de los símbolos usados para representarlo. En el bautismo de Jesús se apareció bajo forma de paloma, y en día de Pentecostés en forma de lenguas de fuego.


Pero son muchos otros los signos que lo representan y nos dan de él una idea más completa: fuego, luz, calor, don, consuelo, huésped, descanso, brisa, viento, gozo, aliento, amor, libertad, paz; y su acción consiste en penetrar, enriquecer, alentar, regar, sanar, lavar, dar calor, guiar, transformar, repartir dones, dar vida, liberar, salvar…


El Espíritu Santo nos invita a cada uno a colaborar con Cristo en la evangelización, catequesis, celebraciones, agradeciendo, ofreciendo sacrificios y alabanzas, dando testimonio, trabajando por la unión, la paz, la justicia, la fraternidad universal, para que se forme “un solo rebaño bajo un solo Pastor”.


Jesús dice a sus discípulos – los cristianos somos sus discípulos también - “Como el Padre me envió a mí, así los envío yo a ustedes”. No se trata una consigna en exclusiva para la jerarquía o el clero, sino que compromete a toda la comunidad, a todo cristiano, por el mero hecho de ser cristiano, nombre que significa eso: “portador de Cristo”,testigo de Cristo resucitado”.


Como les pasó a los discípulos de Jesús, así el miedo y la cobardía marcarán también la actitud de los pastores y de los fieles que no vivan conscientes de que Jesús resucitado está presente con su Espíritu para llenarlos de paz, alegría,fortaleza y seguridad. Él nos asegura: “Estoy con ustedes todos los días”. ¡Inmensa dignación! Sólo hace falta que correspondamos a esa promesa entrañable con el gozoso esfuerzo cotidiano de “estar con él todos los días”.


Ser testigos de Jesús no consiste en sólo repetir sus palabras y su doctrina, sino en imitarlo en sus actitudes y obras, lo cual sólo es posible por la acción del Espíritu Santo en nosotros, como lo afirma san Pablo: “Ni siquiera podemos decir: ‘Jesús es el Señor’ si no es bajo la acción del Espíritu Santo”. Sin su ayuda “nada bueno hay en el hombre, nada saludable”.


A pesar de ser débiles, pecadores y deficientes en todo, Jesús nos encomienda su misma misión confiada a los apóstoles, en un mundo donde imperan las poderosas fuerzas del mal, que nos superan inmensamente. Pero si nos encarga la misma misión que a los apóstoles, también pone a nuestra disposición los mismos dones y carismas que les concedió a ellos. No podemos desperdiciarlos.


Jesús nos envía el Espíritu Santo y viene con él para que produzcamos mucho fruto, asegurado con promesa infalible: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”. Por eso nuestra primera y principal ocupación y preocupación tiene que ser en absoluto la de vivir unidos a Cristo resucitado presente; todo lo demás es relativo, por muy bueno que sea.


Hechos de los Apóstoles 2, 1-11


Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido, como el de una violenta ráfaga de viento, que llenó toda la casa donde estaban, y aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y fueron posándose sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía que se expresaran. Estaban de paso en Jerusalén judíos piadosos, llegados de todas las naciones que hay bajo el cielo. Y entre el gentío que acudió al oír aquel ruido, cada uno los oía hablar en su propia lengua. Todos quedaron muy desconcertados y se decían, llenos de estupor y admiración: "Pero estos ¿no son todos galileos? ¡Y miren cómo hablan! Cada uno de nosotros les oímos hablar en nuestras propias lenguas las maravillas de Dios."


Los discípulos, unidos en torno a la Madre de Jesús, compartían el miedo y el sufrimiento, la oración confiada y la esperanza. Estaban cerrados en el Cenáculo, pero abiertos al Espíritu Santo. Por otra parte, si se hubieran dispersado, no habría sido posible el milagro de Pentecostés.


Y así el milagro se prolonga en las calle y plazas: la gente escucha y se convierte al oírlos hablar con valentía sobre Jesús resucitado. Antes de su pasión el Maestro decía a sus discípulos: “En esto reconocerán son mis discípulos: en que se amen unos a otros”; y oraba por ellos: “Padre, que sean uno, como nosotros somos uno, para que el mundo crea”. Vivían unidos y les creían. ¡Cuánta esterilidad y escándalo por falta de unión en el amor!


La unión en el amor de Cristo es la primera condición –y la primera palabra creíble- de la eficacia salvadora en la evangelización y en la catequesis. La unión con y en Cristo es el lenguaje que todo el mundo entiende.


Grupos, comunidades, catequistas, familias cristianas, clero y laicos, sólo harán creíble el Evangelio si viven esa unión en torno a Cristo resucitado, que sigue enviando su Espíritu a quienes lo desean, lo piden y lo acogen.


El cristiano –clero o laico- unido a Cristo en el Espíritu, “es imposible que no produzca frutos de salvación, como es imposible que el sol no produzca luz y calor” (S. J. Crisóstomo), puesto que lleva en sí al mismo Sol, Cristo resucitado.


1 Corintios 12, 3-7. 12-13


Nadie puede decir: “Jesús es el Señor”, si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.


Parecería que san Pablo exagera al afirmar que por nuestras solas fuerzas no podemos decir: “Jesús es el Señor”. Pero no se refiere a pronunciar esa frase, sino de creer amorosamente que Jesús es el Hijo de Dios, muerto y resucitado, vivo y presente entre nosotros; y eso no es posible sin la ayuda del Espíritu Santo.


Asimismo, sólo es posible por la acción del Espíritu santo el que cada cual asuma con gozo, convicción y gratitud activa sus talentos para cumplir su misión en el mundo, en la Iglesia, en la familia, en el grupo o comunidad, como valiosa aportación a la obra de la liberación y salvación encabezada por Cristo en el Espíritu. Sin envidia, ni rivalidades, ni privilegios, ni indiferencia.


Supliquemos los dones del Espíritu, como hicieron los apóstoles en intensa oración unidos con María, la Madre de Jesús y nuestra, Madre y Reina de los Apóstoles.


P. Jesús Álvarez, ssp.

No comments: