Sunday, May 25, 2008


Acto de fe, amor y alabanza a Cristo Eucarístico


Glorifica, Sión, a tu Salvador, aclama con himnos y cantos a tu Jefe y tu Pastor.


Glorifícalo cuanto puedas, porque Él está sobre todo elogio y nunca lo glorificarás bastante.


El motivo de alabanza que hoy se nos propone es, el pan que da la vida.


El mismo pan que en la Cena Cristo entregó a los Doce, congregados como hermanos.


Alabemos ese pan con entusiasmo, alabémoslo con alegría, que resuene nuestro júbilo ferviente.


Porque hoy celebramos el día en que se renueva la institución de este sagrado banquete.


En esta mesa del nuevo Rey, la Pascua de la nueva alianza pone fin a la Pascua antigua.


El nuevo rito sustituye al viejo, las sombras se disipan ante la verdad, la luz ahuyenta las tinieblas.


Lo que Cristo hizo en la Cena, mandó que se repitiera en memoria de su amor.


Instruidos con su enseñanza, consagramos el pan y el vino para el sacrificio de la salvación.


Es verdad de fe para los cristianos que el pan se convierte en la carne, y el vino, en la sangre de Cristo.


Lo que no comprendes y no ves, es atestiguado por la fe, por encima del orden natural.


Bajo la forma del pan y del vino, que son signos solamente, se ocultan preciosas realidades.


Su carne es comida, y su sangre, bebida, pero bajo cada uno de estos signos, está Cristo todo entero.


Se lo recibe íntegramente, sin que nadie pueda dividirlo ni quebrarlo ni partirlo.


Lo recibe uno, lo reciben mil, tanto éstos como aquél, sin que nadie pueda consumirlo.


Es vida para unos y muerte para otros. Buenos y malos, todos lo reciben, pero con diverso resultado.


Es muerte para los pecadores no arrepentidos, y vida para los justos; mira cómo un mismo alimento tiene efectos tan contrarios.


Cuando se parte la hostia, no vaciles: recuerda que en cada fragmento está Cristo todo entero.


La realidad permanece intacta, sólo se parten los signos, y Cristo no queda disminuido, ni en su ser ni en su medida.


Éste es el pan de los ángeles, convertido en alimento de los hombres peregrinos: es el verdadero pan de los hijos, que no debe tirarse a los perros.


Varios signos lo anunciaron: el sacrificio de Isaac, la inmolación del Cordero pascual y el maná que comieron nuestros padres.

Jesús, buen Pastor, pan verdadero, ten piedad de nosotros: apaciéntanos y cuídanos; permítenos contemplar los bienes eternos en la tierra de los vivientes.


Tú, que lo sabes y lo puedes todo, Tú, que nos alimentas en este mundo, conviértenos en tus comensales del cielo, en tus coherederos y amigos, junto con todos los santos.

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