Sunday, March 25, 2007

NO VUELVAS A PECAR

NO VUELVAS A PECAR

Domingo 5° de Cuaresma- C/25-03-2007.

Los maestros de la Ley y los fariseos le presentaron a Jesús una mujer que había sido sorprendida en adulterio. La colocaron en medio le dijeron: "Maestro, esta mujer es una adúltera y ha sido sorprendida en el acto. En un caso como este, la Ley de Moisés ordena matar a pedradas a la mujer. Tú, ¿qué dices?" Le hacían esta pregunta para ponerlo en dificultades y tener algo de qué acusarlo. Pero Jesús se inclinó y se puso a escribir en el suelo con el dedo. Como ellos insistían en preguntarle, se enderezó y les dijo: "Aquél de ustedes que no tenga pecado, que le arroje la primera piedra." Se inclinó de nuevo y siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras, se fueron retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos, hasta que se quedó Jesús solo con la mujer, que seguía de pie ante él. Entonces se enderezó y le dijo: "Mujer, ¿dónde están? ¿Ninguno te ha condenado?" Ella contestó: "Ninguno, señor." Y Jesús le dijo: "Tampoco yo te condeno. Vete y en adelante no vuelvas a pecar." Juan 8,1-11.

Los acusadores de la mujer adúltera tienen más interés en condenar a Jesús que a la adúltera, y le tienden una trampa bajo pretexto de amor la Ley.

Si se pone a favor de apedrear a la adúltera, su fama de hombre bueno se desmorona, y puede ser encarcelado por los romanos, que habían privado a los judíos del derecho a aplicar la pena de muerte. Si se pronuncia en contra de la Ley, que manda apedrear a las adúlteras, lo denunciarán a los jefes religiosos, que se las arreglarán para eliminarlo, que en realidad fue lo que al fin hicieron.

Los acusadores están seguros de que la trampa no va a fallar. Pero Jesús, en lugar de responderles, se pone a escribir con el dedo en el suelo, tal vez una lista de pecados de los acusadores, incluido el adulterio. Así sienta a los jueces en el banquillo de los acusados.

Al fin Jesús responde: “Quien esté sin pecado, que tire la primera piedra”, con lo cual les niega el derecho a erigirse en jueces y se niega a condenar a la mujer.

Avergonzados, se retiran uno tras otro. Empezando seguro por los adúlteros presentes, que merecían la misma muerte que pedían para la adúltera.

¡Cuán a menudo Jesús podría presentarnos la lista de nuestros pecados con motivo de los juicios condenatorios en contra de otros pecadores, con lo cual merecemos la misma condena que dictamos contra ellos! ¿Cómo podemos rezar con sinceridad el Padrenuestro? Al pedir perdón sin perdonar, pedimos no ser perdonados. Debemos millones a Dios y reclamamos centavos al prójimo.

Jesús no condena a la adúltera, pero tampoco aprueba su conducta, sino que le pide conversión: que deje de hacerse daño a sí misma y a otros. Con las palabras y la mirada misericordiosa de Jesús se ve curada para siempre. Ya no tendrá más necesidad de llenar el vacío de su vida con pecados y con pecadores.

Debemos ser testigos de la conducta misericordiosa de Jesús. El perdón es la única medicina contra el pecado. No es cristiano – seguidor de Cristo – quien condena al pecador y deja de luchar contra todo mal y todo pecado, con el ejemplo, la oración, la palabra, el perdón y la conversión personal.

Tenemos que dejar ese oficio mezquino de confesar y condenar los pecados ajenos. Y cambiarlo por el trabajo a favor de la cultura del amor, de la misericordia y del perdón. Es el mejor servicio al mundo, a la sociedad, a la familia, al prójimo. El perdón es la necesidad más grande que todos tenemos.

Isaias 43,16-21

Esto dice Yavé, que abrió un camino a través del mar como una calle en medio de las olas; que empujó al combate carros y caballería, un ejército con toda su gente: y quedaron tendidos, para no levantarse más; se apagaron como mecha que se consume. Pero no se acuerden más de otros tiempos, ni sueñen ya más en las cosas del pasado. Pues yo voy a realizar una cosa nueva, que ya aparece. ¿No la notan? Sí, trazaré una ruta en las soledades y pondré praderas en el desierto. Los animales salvajes me felicitarán, ya sean lobos o búhos, porque le daré agua al desierto, y los ríos correrán en las tierras áridas para dar de beber a mi pueblo elegido. Entonces el pueblo que yo me he formado me cantará alabanzas.

Dios acompañaba al pueblo de Israel, lo sostenía y lo libraba de peligros, y a menudo ese mismo pueblo olvidaba a su Dios y se comportaba con ingratitud y desprecio hacia él durante el camino hacia la tierra prometida.

Si cada uno de nosotros repasa con sinceridad y sin prejuicios la propia vida, descubrirá cuántas veces ha intervenido e interviene Dios para librarnos de peligros y proporcionarnos lo necesario para vivir. Siempre nos ha dado, nos da y nos cuida mucho más de lo que le pedimos y pensamos. La respuesta suele ser la ingratitud y la falta de correspondencia amorosa y gozosa a ese amor infinito.

Seamos agradecidos a sus bendiciones, siendo a la vez nosotros bendición para muchos otros: orando, ofreciendo y ayudando para que al fin nos conceda el máximo don: la resurrección y la vida eterna, nuestra “tierra prometida”.

Filipenses 3,8-14

Todo lo considero al presente como peso muerto en comparación con eso tan extraordinario que es conocer a Cristo Jesús, mi Señor. A causa de él ya nada tiene valor para mí y todo lo considero relativo mientras trato de ganar a Cristo. Y quiero encontrarme en él, no teniendo ya esa rectitud que pretende la Ley, sino aquella que es fruto de la fe de Cristo, quiero decir, la reordenación que Dios realiza a raíz de la fe. Quiero conocerlo, quiero probar el poder de su resurrección y tener parte en sus sufrimientos; y siendo semejante a él en su muerte, alcanzaré, Dios lo quiera, la resurrección de los muertos. No, hermanos, yo no me creo todavía calificado, pero para mí ahora sólo vale lo que está adelante; y olvidando lo que dejé atrás, corro hacia la meta, con los ojos puestos en el premio de la vocación celestial, quiero decir, de la llamada de Dios en Cristo Jesús.

San Pablo tuvo la suerte de conocer directamente a Cristo Jesús en el camino de Damasco y en muchas otras ocasiones, como cuando fue arrebatado al “tercer cielo”. De su propia boca recibió el Evangelio. Por eso se enamoró totalmente de Jesús y se hizo testigo excepcional de su muerte y resurrección.

Consideraba como máxima felicidad el “superconocimiento” amoroso de Cristo, y anhelaba encontrarse con él por la resurrección, pero a la vez se sentía dichoso de compartir sus sufrimientos a favor de la salvación de los hombres. Llegó a decir: “Para mí es con mucho lo mejor morirme para estar con Cristo”.

Mas no por eso se consideraba perfecto ni en posesión del conocimiento total del Salvador, sino que era consciente de que debía continuar la carrera para conquistar a Cristo como Cristo lo había conquistado a él. Sabía que le faltaba mucho, y no podía perder tiempo mirando para atrás, sino que se lanzaba hacia lo que todavía le faltaba alcanzar en el acercamiento, conocimiento, amor y gozo de su Señor. Que este ejemplo maravilloso aumente en nosotros el ansia de conocer a Cristo, amarlo y compartir su muerte y su resurrección.

P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, March 18, 2007

LA RECONCILIACIÓN

LA RECONCILIACIÓN

Domingo 4° cuaresma - C / 18-03-2007


En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: Este acoge a los pecadores y come con ellos. Jesús les dijo esta parábola: Un hombre tenia dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde". El padre les repartió los bienes. Pocos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, partió a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y comenzó a pasar necesidad. Fue entonces a servir a casa de un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; pero nadie le daba de comer. Entonces recapacitó y se dijo: “¡Cuantos trabajadores en la casa de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre! Ahora mismo me pondré en camino e iré a la casa de mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus trabajadores". Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y corrió a su encuentro, se le echó al cuello y lo cubrió de besos. Su hijo le dijo: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo". Pero el padre dijo a sus criados: "Saquen en seguida el mejor traje y vístanlo; pónganle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traigan el ternero cebado y mátenlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido encontrado". Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando, al volver, se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó que pasaba. Este le contestó: "Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado sano y salvo". El se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salio e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: "Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mi nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con prostitutas, haces matar, para él, el ternero más gordo". El padre le dijo: "Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido encontrado”. Lucas 15, 1 - 3. 11 – 32.

Josué 5, 9a. 10 – 12.

En aquellos días, el Señor dijo a Josué: Hoy les he quitado de encima el oprobio que sufrieron en Egipto. Los israelitas acamparon en Guilgal y celebraron la Pascua al atardecer del día catorce del mes, en la llanura de Jericó. Al día siguiente de la Pascua, ese mismo día, comieron del fruto de la tierra: pan sin levadura y trigo tostado. Cuando comenzaron a comer del fruto de la tierra, dejó de caer el maná. Los israelitas ya no tuvieron más el maná, sino que aquel año comieron de la cosecha de la tierra de Canaan.

Corintios 5, 17-21

Hermanos: El que es de Cristo es una criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió consigo y nos encargó el ministerio de la reconciliación. Es decir, Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuentas de sus pecados, y a nosotros nos ha confiado la palabra de la reconciliación. Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo los exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo les pedimos que se reconcilien con Dios. Al que no había pecado Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que nosotros, unidos a él, recibamos la salvación de Dios.

Saturday, March 10, 2007

CONVERTIRSE O PERECER

CONVERTIRSE O PERECER

Domingo 3° cuaresma - C / 11-03-2007


En ese momento algunos le contaron a Jesús una matanza de galileos. Pilato los había hecho matar en el Templo, mezclando su sangre con la sangre de sus sacrificios. Jesús les replicó: ¿Creen ustedes que esos galileos eran más pecadores que los demás porque corrieron semejante suerte? Yo les digo que no. Y si ustedes no renuncian a sus caminos, perecerán del mismo modo. Y aquellas dieciocho personas que quedaron aplastadas cuando la torre de Siloé se derrumbó, ¿creen ustedes que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Yo les aseguro que no. Y si ustedes no renuncian a sus caminos, todos perecerán de igual modo. Jesús continuó con esta comparación: Un hombre tenía una higuera que crecía en medio de su viña. Fue a buscar higos, pero no los halló. Dijo entonces al viñador: "Mira, hace tres años que vengo a buscar higos a esta higuera, pero nunca encuentro nada. Córtala. ¿Para qué está consumiendo la tierra inútilmente? El viñador contestó: "Señor, déjala un año más y mientras tanto cavaré alrededor y le echaré abono. Puede ser que así dé fruto en adelante y, si no, la cortas". (Lucas 13,1-9)

Convertirse significa cambiar para mejor: mejorar la forma de ser, gozar, sufrir, trabajar, pensar, sentir, hablar, amar, vivir, relacionarse, orar..., para mejorar la vida y la felicidad propia y ajena. Volverse con más intensidad de amor hacia Dios y hacia el prójimo, lo cual revela el auténtico amor hacia nosotros mismos, pues con eso nos ponemos o avanzamos en el real camino de la felicidad terrena y eterna, que buscamos desde lo más profundo de nuestro ser.

Siempre es posible hacer más y ser mejor. Y es necesario, porque no mejorar es empeorar. Es poner en peligro nuestra felicidad temporal y eterna: “Si no se convierten de sus malos caminos, perecerán”, nos dice Jesús.

Convertirse no es buscar el sufrimiento por sí mismo, sino vivir el verdadero amor, que dará fuerza e esperanza gozosa en cualquier sufrimiento exigido por el mismo amor. El sufrimiento inevitable, injusto o merecido, tiene destino de felicidad verdadera, temporal y eterna, por paradójico que parezca.

Es necedad aplazar la conversión indefinidamente, porque la muerte nos sorprenderá cuando menos lo pensemos, y puede llevarnos a la muerte segunda, lejos de toda felicidad, siendo la mayor pena la incapacidad de amar y de ser amados, por no haber querido amar: ¡eso es el infierno!

Si no se siente la necesidad de convertirse, es señal segura de que no se lleva buen camino, por más que se aparente o se tenga la ilusión de lo contrario. Hay que dejarse de ilusiones y avanzar firme por el camino de la felicidad costosa.

Jesús pone el ejemplo de la higuera de buena apariencia que no da frutos, y por eso merece ser arrancada. La higuera es figura de nuestra vida, destinada por Dios para dar frutos abundantes y duraderos. Y si no los producimos, ¿qué podemos esperar en recompensa?

¿Y cuáles son esos frutos? Son los referidos a los bienes del reino: frutos de vida y de verdad, de justicia y de paz, deamor y solidaridad, de libertad y alegría: frutos de salvación. Y los producimos infaliblemente sólo y cuando vivimos afectiva y efectivamente unidos a Cristo, como él mismo nos asegura con palabra infalible: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”. No pone más condiciones. “Pero separados de mí, no pueden hacer nada”.

Éxodo 3,1-8. 13-15

Dios llamó a Moisés desde la zarza ardiente: "¡Moisés, Moisés!", y él respondió: "Aquí estoy." Yavé le dijo: "No te acerques más. Sácate tus sandalias porque el lugar que pisas es tierra sagrada." Luego le dijo: "Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob." Al instante Moisés se tapó la cara, porque tuvo miedo de que su mirada se fijara sobre Dios. Yavé dijo: "He visto la humillación de mi pueblo en Egipto, y he escuchado sus gritos cuando lo maltrataban sus mayordomos. Yo conozco sus sufrimientos, y por esta razón estoy bajando, para librarlo del poder de los egipcios y para hacerlo subir de aquí a un país grande y fértil, a una tierra que mana leche y miel, al territorio de los cananeos, de los heteos, de los amorreos, los fereceos, los jeveos y los jebuseos". Moisés contestó a Dios: "Si voy a los hijos de Israel y les digo que el Dios de sus padres me envía a ellos, si me preguntan: ¿Cuál es su nombre?, yo ¿qué les voy a responder?" Dios dijo a Moisés: "Yo soy: YO-SOY." "Así hablarás al pueblo de Israel: ´YO-SOY me ha enviado a ustedes’. Y también les dirás: ‘YAVE, el Dios de sus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, me ha enviado’. Este será mi nombre para siempre, y con este nombre me invocarán de generación en generación."

Dios revela a Moisés el nombre con que quiere ser llamado e invocado: “Yo soy”, “Yo soy el que soy”, el que existe por sí mismo. “Yavé”, el Dios de todos los que lo reconocen y lo adoran en espíritu y en verdad. El Dios de la compasión y de la presencia amorosa.

Él es el Dios misericordioso que se hace presente en la vida de quienes sufren para liberarlos y salvarlos: “Si el afligido invoca a Dios, él lo escucha”, y realiza en él la salvación.

Ante las masacres, las desgracias, las enfermedades y la muerte, no podemos limitarnos a lamentos y condenas, sino imitar a Dios llevando socorro, y suplicándole que convierta el dolor y la muerte en fuente de justicia y de paz, de vida y salvación.

1 Corintios 10,1-6. 10-12

Les recordaré, hermanos, lo que ocurrió a nuestros antepasados. Todos estuvieron bajo la nube y todos atravesaron el mar. Todos recibieron ese bautismo de la nube y del mar, para que así fueran el pueblo de Moisés; y todos comieron del mismo alimento espiritual y bebieron la misma bebida espiritual; el agua brotaba de una roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo. Sin embargo, la mayoría de ellos no agradaron a Dios y sus cuerpos quedaron en el desierto. Todo esto sucedió para ejemplo nuestro, pues debemos guardarnos de los malos deseos que ellos tuvieron. Tampoco se quejen contra Dios, como se quejaron muchos de ellos y fueron eliminados por el ángel exterminador.

San Pablo nos invita a proyectar el pasado de los israelitas en nuestro presente: todos estamos bajo la misericordia de Dios; todos hemos recibido el bautismo por el que somos miembros de la Iglesia; todos estamos invitados a la conversión para recibir el perdón y la salvación; todos recibimos el Cuerpo de Cristo, y todos lo creemos nuestro único Salvador...

Sin embargo, no todos agradan a Dios, porque no basta con creer y cumplir externamente, y a la vez obrar por vanagloria o egoísmo, desconectados de Cristo: “No todo el que me dice: ´¡Señor, Señor!’ entrará en el reino de los cielos, sino el que escuche la palabra de Dios y la cumpla”. A quienes alegaban haber predicado, hecho milagros y expulsado demonios en su nombre, el Señor les dice: “No los conozco, obradores de iniquidad”. Y san Pablo afirma que por más fe que tengamos y por más obras buenas que realicemos, si no lo hacemos por amor y en unión con Cristo, de nada nos sirve, ni siquiera el evangelizar y recibir los sacramentos.

P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, March 04, 2007

TRANSFIGÚRANOS, SEÑOR, TRANSFIGÚRANOS

TRANSFIGÚRANOS, SEÑOR, TRANSFIGÚRANOS

2º domingo de cuaresma, 4 marzo 2007


Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a un monte alto. A la vista de ellos su aspecto cambió completamente. Incluso sus ropas se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, que conversaban con Jesús. Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: - Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Levantemos tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. No sabía lo que decía, porque estaban desconcertados. En esto se formó una nube que los cubrió con su sombra, y desde la nube se oyeron estas palabras: - Este es mi Hijo, el amado. ¡Escúchenlo! Y de pronto, mirando a su alrededor, no vieron ya a nadie; sólo Jesús estaba con ellos. Lucas 9, 28-36

Jesús anuncia a sus discípulos que su muerte está ya próxima, pero también su resurrección gloriosa. Mas ellos no comprenden ni creen ni les interesa lo de la resurrección, cegados por la ambición del reino terrenal de Cristo. Ellos, como Jesús, se sienten afligidos por ese inminente desenlace fatal. Pero con la transfiguración el Padre les muestra, a los discípulos y a Jesús, un anticipo de la resurrección. Y el Maestro ha querido que sus discípulos predilectos estén presentes, para que se animen viendo cuál es el sentido real de su muerte, como él les había anunciado: Y al tercer día resucitaré.

Los discípulos dudan de si Jesús no estará equivocado, si no está yendo hacia el fracaso total. Por eso el Padre, en la Transfiguración, quiere dar les una prueba más, hablándoles desde la nube: Este es mi Hijo predilecto: escúchenlo. Quiere decir: “Créanle. Es cierto lo que dice: que al tercer día resucitará, porque es mi verdadero Hijo”.

El sufrimiento y la perspectiva de la muerte engendran tristeza y desesperanza en nosotros, si no miramos más allá: la resurrección. La tristeza sin la luz de la esperanza, no es cristiana: es contraria a la fe en la resurrección, la primera y fundamental verdad de nuestra fe.

Desde que Jesús sufrió, murió y resucitó, todo sufrimiento, y la muerte misma, tienen destino de resurrección y de vida, de felicidad y gloria sin fin. Nos lo asegura san Pablo: "Si sufrimos con Cristo, reinaremos con él; si morimos con él, viviremos con él”. Cada sufrimiento se nos compensará con un enorme peso de gozo y de gloria, si lo asociamos con fe y esperanza a los sufrimientos de Jesús. Los sufrimientos de esta vida no tienen comparación alguna con el peso de gloria que se nos ha de manifestar, declara el mismo Apóstol.

En Cristo se verifican diversas transfiguraciones, incluso a la inversa. La primera fue la gran transfiguración de la encarnación: el Hijo de Dios se hace a la vez hijo de María. La otra gran transfiguración se verifica en la Eucaristía: el paso del Dios-hombre a pan y vino, para pasar a los hombres su vida divina: Quien come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él. Y la última gran transfiguración de Jesús es la resurrección: el paso de Cristo muerto a Cristo resucitado y glorioso. Transfiguración que él nos ha ganado también para nosotros.

En la Eucaristía se verifica otra doble transfiguración: el hombre se transfigura en Cristo, y Cristo se transfigura en hombre y mujer, pobre y rico, anciano, joven y niño..., como anota san Pablo: Hasta que se forme Cristo en ustedes.

Si creemos en la presencia transfigurada de Jesús bajo las especies eucarísticas, debemos creer también en su presencia transfigurante bajo las especies humanas de los hombres, hermanos suyos y nuestros, con quienes él se identifica: Todo lo que hagan a uno de estos mis pequeños hermanos, a mí me lo hacen. E igualmente debemos creer en su presencia transfiguradora en nosotros mismos.

Convertirse es transfigurarse en Cristo por el amor, la fe viva y la unión real con él. Y es amar al prójimo, no sólo como a nosotros mismos, sino como él lo ama: hasta dar la vida por quienes amamos. Es vivir con la gozosa esperanza de la resurrección en medio de las vicisitudes gozosas y penosas de este mundo, que está en dolores de parto para engendrar un mundo nuevo, transfigurado, resucitado.

Génesis 15,5-12. 17-18

Yavé sacó a Abram afuera y le dijo: "Mira al cielo y cuenta las estrellas, si puedes. Así será tu descendencia." Y creyó Abram a Yavé, el que lo tuvo en adelante por un hombre justo. Yavé le dijo: "Yo soy Yavé, que te sacó de Ur de los Caldeos, para entregarte esta tierra en propiedad." Abram le preguntó: "Señor, ¿en qué conoceré yo que será mía?" Le contestó: "Tráeme una ternera, una cabra y un carnero, todos ellos de tres años, y también una paloma y un pichón." Abram trajo todos estos animales, los partió por mitad, y puso una mitad frente a la otra; las aves no las partió. Las aves rapaces se lanzaban sobre la carne, pero Abram las ahuyentaba. Cuando el sol estaba a punto de ponerse, Abram cayó en un profundo sueño y se apoderó de él un terror y una gran oscuridad. Cuando el sol ya se había puesto y estaba todo oscuro, algo como un calentador humeante y una antorcha encendida pasaron por medio de aquellos animales partidos. Aquel día Yavé pactó una alianza con Abram diciendo: "A tu descendencia daré esta tierra desde el torrente de Egipto hasta el gran río Éufrates”.

Abram es anciano y no tiene descendencia. Situación muy penosa en aquellos tiempos. Pero Dios le promete una descendencia inmensa. Por la fe en la palabra de Dios, el “padre de los creyentes” engendra a un hijo, en el que será padre de multitudes a través de los siglos.

¿Quién no ha probado la tristeza de sentirse estéril en su vida, aunque haya tenido hijos de la propia carne? En especial cuando los hijos olvidan y abandonan a sus padres, y cuando además no se los ha engendrado en la fe, de modo que se pueden parafrasear con angustia las palabras de Jesús: ¿De qué me vale haber tenido hijos, si al final los pierdo para siempre?

¿Podrá ser auténtica la fe de los padres que no influye para en la vida de sus hijos? Aunque siempre es tiempo de empezar en serio, recurriendo a la oración, al ejemplo, al sacrificio ofrecido, a obras y actitudes de fe, y especialmente a la Eucaristía ofrecida por ellos y ofreciéndose con Cristo por ellos, con lo cual se ejerce el sacerdocio bautismal a su favor.

Y esta paternidad que, en unión con Cristo, engendra hijos para la vida eterna, se puede y se debe extender a toda la familia, amistades, vecinos... y a muchos otros. Así nos hacemos, en verdad, padres y madres de multitudes. A cada uno de nosotros Dios le ha asignado su parcela de salvación. Y debe cuidarla como un gran privilegio de salvación propia y ajena.

Filipenses 3,17-21. 4, 1

Sean imitadores míos, hermanos, y fíjense en los que siguen nuestro ejemplo. Porque muchos viven como enemigos de la cruz de Cristo; se lo he dicho a menudo y ahora se lo repito llorando. La perdición los espera; su dios es el vientre, y se sienten muy orgullosos de cosas que deberían avergonzarlos. No piensan más que en las cosas de la tierra. Nosotros tenemos nuestra patria en el cielo, y de allí esperamos al Salvador que tanto anhelamos, Cristo Jesús, el Señor. Pues él cambiará nuestro cuerpo miserable usando esa fuerza con la que puede someter a sí el universo, y lo hará semejante a su propio cuerpo, del que irradia su gloria.

San Pablo llora porque muchos convertidos a la fe en Cristo crucificado y resucitado, volvían al placer desordenado, convirtiendo el estómago y el sexo en ídolos de sus vidas, haciéndose así “enemigos de la cruz de Cristo”, y por tanto indignos de su resurrección.

¿Sobre cuántos cristianos lloraría san Pablo hoy? ¿También sobre mí y sobre ti? Vale la pena verificar con seriedad si nos estamos arrodillando o no ante esos ídolos, que hacen pasar por felicidad lo que sólo es gusto o placer, y al final privan de la felicidad eterna para siempre.

Si creemos que nuestra patria es el cielo, tenemos que echar mano de los medios para conquistarla. Y el medio esencial nos lo propone Jesús: Si alguno quiere ser mi discípulo, que cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Con él por el calvario hacia la resurrección.

Felizmente el sufrimiento y la cruz no son nuestro destino, sino sólo el camino por donde se sigue a Cristo hacia el destino que anhelamos: la resurrección y la gloria inmensa sin fin. La cruz es el sustancioso pan cotidiano de quien renuncia a gozar a costa del sufrimiento ajeno y a costa de su propia vida eterna; de quien decide arrancar las cruces de los que sufren y opta por ser leal a Dios, al prójimo y a sí mismo. Pero es una cruz que sana, salva y produce vida, alegría y felicidad, a semejanza de los dolores de parto de una madre amante de la vida que espera.

P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, February 25, 2007

LAS TENTACIONES DE JESÚS Y NUESTRAS

LAS TENTACIONES DE JESÚS Y NUESTRAS

Domingo 1º de Cuaresma / Ciclo C / 25-02-2007.


Jesús volvió de las orillas del Jordán lleno del Espíritu Santo y se dejó guiar por el Espíritu a través del desierto, donde fue tentado por el demonio durante cuarenta días. En todo ese tiempo no comió nada, y al final sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: - Si eres Hijo de Dios, manda a esta piedra que se convierta en pan. Jesús le contestó: - Dice la Escritura: El hombre no vive solamente de pan. Lo llevó después el diablo a un lugar más alto, le mostró en un instante todas las naciones del mundo y le dijo: -Te daré poder sobre estos pueblos, y sus riquezas serán tuyas, porque me las han entregado a mí y yo las doy a quien quiero. Si te arrodillas y me adoras, todo será tuyo. Jesús le replicó: - La Escritura dice: Adorarás al Señor tu Dios y a él sólo servirás. A continuación el diablo lo llevó a Jerusalén, y lo puso en la muralla más alta del Templo, diciéndole: - Si tú eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, pues dice la Escritura: Dios ordenará a sus ángeles que te protejan; y también: Ellos te llevarán en sus manos, para que tu pie no tropiece en ninguna piedra. Jesús le replicó: - También dice la Escritura: No tentarás al Señor, tu Dios. Al ver el diablo que había agotado todas las formas de tentación, se alejó de Jesús, a la espera de otra oportunidad. (Lucas. 4,1-13).

Jesús hace ayuno como entrenamiento de libertad frente a las exigencias del cuerpo, y también como experiencia de compartir el hambre, ese tormento de tantos humanos.

El tentador le pide que venda su conciencia por un trozo de pan gratuito que Jesús mismo podía sacar de las piedras. Frente a la solución milagrera, Jesús declara que por encima de las necesidades del cuerpo, hay necesidades más profundas y altas del espíritu y de la persona. El hombre no sólo estómago y vientre, sino un ser con hambre insaciable de Dios.

A la segunda propuesta de ambición y esclavitud al poder, Jesús responde que el poder y la libertad suprema están en servir, adorar y amar a Dios, de quien recibimos todo lo que somos, tenemos y amamos y esperamos. Servir a los ídolos del placer, del poder y del dinero es perderlo todo al final.

Y por último, la tentación de la fama, el aplauso y la admiración de los adoradores idolátricos. Es la peor de las tentaciones: ser como Dios y pretender utilizarlo para los propios intereses.

Jesús, entrenado al sufrimiento positivo y a la renuncia para la conquista, vence definitivamente, y el Padre lo premia con un banquete servido por los mismos ángeles.

Jesús nos enseña que el camino de la victoria sobre las tentaciones no es de pura renuncia y de tristeza, sino de valentía, libertad, gozo y honor por la victoria contra el mal.

Y nos indica los medios: la oración, mediante la cual nos hacemos con el mismo poder de Dios, único capaz de vencer al tentador en nosotros. Oración que pone a nuestro alcance el tesoro infinito que es el mismo Dios.

El ayuno, también de alimento físico, para compartir con los pobres; pero en especial de todo cuanto hace daño al otro o a uno mismo, a la naturaleza y a Dios, en el esfuerzo sufrido y valiente por hacer el bien.

Y la limosna, no sólo en ayudas materiales, sino en ayudas con lo que nos ha sido dado: amor, inteligencia, ternura, perdón, fortaleza, cercanía, compasión, aliento, oración y sufrimiento por la salvación de los otros, que es la máxima limosna que podemos hacer.

Así tendremos una cuaresma gozosa que termina con el júbilo de la Pascua, en el encuentro comunitario con el Resucitado presente, creído y sentido, quien cumple su promesa infalible: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.

Deuteronomio 26, 4-10

El sacerdote tomará de tus manos el canasto y lo depositará ante el altar de Yavé, tu Dios. Entonces tú dirás estas palabras ante Yavé: "Mi padre era un arameo errante, que bajó a Egipto y fue a refugiarse allí, siendo pocos aún; pero en ese país se hizo una nación grande y poderosa. Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron dura servidumbre. Llamamos pues a Yavé, Dios de nuestros padres, y Yavé nos escuchó, vio nuestra humillación, nuestros duros trabajos y nuestra opresión. Yavé nos sacó de Egipto con mano firme, demostrando su poder con señales y milagros que sembraron el terror. Y nos trajo aquí para darnos esta tierra que mana leche y miel. Y ahora vengo a ofrecer los primeros productos de la tierra que tú, Yavé, me has dado." Los depositarás ante Yavé, te postrarás y adorarás a Yavé, tu Dios.

Quien más quien menos, todos tenemos experiencia de haber sido liberados por Dios, sin merecerlo, de situaciones desdichadas después de habérselo pedido o sin habérselo pedido. Y lo hizo porque nos ama y le duele nuestra aflicción.

Pero ¿no es Dios quien manda los sufrimientos y las pruebas? La respuesta está en otra pregunta: Algún padre que tenga corazón y sentido común, ¿puede desear afligir con sufrimientos a sus hijos? ¿Dios puede ser peor que un padre humano?

Con todo, un padre puede permitir y desear una dolorosa operación para salvar la vida de su hijo. Esa es la actitud de Dios Padre ante nuestro sufrimiento: convertirlo en causa de vida, felicidad y gloria. Ahí se realiza la omnipotencia amorosa de nuestro Padre Dios.

Y nuestra actitud ante el Padre no puede ser sino de gratitud y alabanza, a la vez que le entregamos parte de lo que nos dio en el altar del prójimo necesitado de mil formas. Porque Dios se identifica con el necesitado a quien prestamos ayuda.

Romanos 10, 8-13

Hermanos: la Escritura dice: “Muy cerca de ti está la Palabra, ya está en tus labios y en tu corazón”. Ahí tienen nuestro mensaje, y es la fe. Porque te salvarás si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos. La fe del corazón te procura la verdadera rectitud, y tu boca, que lo proclama, te consigue la salvación. También dice la Escritura: “El que cree en él, no quedará defraudado”. Así que no hay diferencia entre judío y griego; todos tienen el mismo Señor, que es muy generoso con todo el que lo invoca; porque todo el que invoque el Nombre del Señor, se salvará.

La Palabra de Dios está escrita en nuestros corazones. Pero del corazón tiene que pasar a la mente y a la vida, de lo contrario el mismo corazón sería su tumba.

¿Cómo nos habla Dios al corazón? Mediante la vida, la naturaleza, la Biblia, las personas, la oración, los sacramentos y todo lo que sucede en nosotros y a nuestro alrededor. En todo se refleja la Palabra de Dios para ser escrita en nuestro interior y para hacerla vida.

Pero es necesaria la atención, el deseo, el silencio y la escucha leal para reconocer esa Palabra que llega a nuestros corazones, para dar a la vida valor eterno.

Y esa Palabra es salvadora cuando nos contacta con la Palabra Persona: Cristo, quien pronuncia esa Palabra. Sin esta unión, la Palabra queda estéril, como él mismo lo afirma: Quien está unido a mí, produce mucho fruto; pero sin mí no pueden hacer nada.

Él escribe y pronuncia de continuo su Palabra en nuestros corazones, en nuestras vidas y en nuestro entorno mediante su presencia infalible: Yo estoy con ustedes todos los días... Y por su parte el Padre nos exhorta: Este mi Hijo muy amado: escúchenlo. Él es el único Salvador: sólo quien le cree, lo ama y en él espera, puede alcanzar el perdón y la salvación.

No basta, pues, hablar de Dios ni oír hablar de él; es necesario escucharlo a él en el templo de nuestra persona donde nos habla al corazón y a la mente. Tenemos que evitar a toda costa quebrantar el segundo mandamiento: No pronunciarás el nombre de Dios en vano. Y se peca contra este mandamiento cuando tenemos a Dios en los labios, pero no en el corazón.

P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, February 18, 2007

LA MEDIDA CON QUE MIDAS, SERÁS MEDIDO

LA MEDIDA CON QUE MIDAS, SERÁS MEDIDO

Domingo 7º del tiempo ordinario / 18-02-2007

Habló Jesús a sus discípulos: - Yo les digo a ustedes que me escuchan: amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian, bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los maltratan. Traten a los demás como quieren que ellos les traten a ustedes. Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada a cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande, y serán hijos del Altísimo, que es bueno con los ingratos y los pecadores. Sean compasivos como es compasivo el Padre de ustedes. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará; se les echará en su delantal una medida colmada, apretada y rebosante. Porque con la medida que ustedes midan, serán medidos ustedes. (Lucas 6,27-38).

La puesta en práctica de la recomendación de Jesús: “Den y se les dará con abundancia”, nos merece ser ayudados cuando estemos en necesidad física, moral o espiritual. El Señor no se deja vencer en generosidad cuando lo socorremos por amor en el prójimo, con el cual él se identifica: “Estuve necesitado y ustedes me socorrieron”.

Este paso evangélico proclama la cultura de la vida y la civilización del amor. No juzgar, no condenar, perdonar, orar por quienes nos hacen mal y hacerles el bien, implica defender el derecho sagrado de la persona a la vida y a la libertad, a la dignidad y buena fama. Implica el amor total para con el hombre, a imitación de Dios. Derecho y amor que la cultura de la muerte y sus promotores niegan a muchos, sobre todo a pobres, indefensos e inocentes.

Hoy, cuando se rechaza la pena de muerte para adultos, no se repudia de la misma manera la matanza masiva de niños inocentes abortados, sino que incluso se justifica y defiende en nombre de intereses políticos, económicos, sociales, racistas, personales...

Las palabras y la vida de Jesús nos indican cómo podemos escapar a la cultura de la muerte y del odio, tan extendida en el mundo y en todos los ambientes. Sus enseñanzas reflejan lo que él mismo hizo y vivió. Cuando lo torturaron y clavaron en la cruz, soportó el sufrimiento y la muerte sin vengarse ni maldecir a sus verdugos y asesinos, sino que, compadecido, suplicó perdón para aquellos mismos que lo torturaban y asesinaban.

Pero el Padre le dio la razón a Jesús, devolviéndole, cambio del sufrimiento y de la vida física, la vida resucitada y gloriosa. Vida gloriosa ganada por él también para cuantos le imitan haciendo el bien, perdonando y amando incluso a los enemigos.

El amor a los enemigos, la oración por los que nos hacen sufrir, es una característica exclusiva de la fe cristiana. Es la victoria sobre el odio y la muerte, pues quien opta por la imitación de Cristo, merece de él, infaliblemente, la resurrección y la vida gloriosa para siempre. “Hagan a los otros lo que desean que los otros hagan por ustedes”. Es la regla de oro de la vida cristiana y humana.

Jesús huyó de la muerte varias veces, hasta que le llegó la hora inevitable. A nadie se le puede pedir que se deje maltratar o matar, ni buscar el sufrimiento por sí mismo. Pero cuando nos llega el dolor y la muerte inevitables, entonces es la hora de darle sentido y valor eterno de redención y resurrección, ofreciéndolos y asociándonos a la pasión de Cristo por la salvación propia y la de muchos otros. Imitar así a Cristo es la condición esencial para hacernos cristianos; o sea: semejantes a Cristo.

Imitar a Cristo en el amor y perdón al prójimo, no es un imposible sino una necesidad que él mismo hace posible con su presencia infalible en nuestra vida. Sólo si perdonamos seremos perdonados y salvados. Pues el mismo trato que demos a los otros, es el que de Dios recibiremos. Y aun mejor, porque Dios no se deja vencer nunca en generosidad.

Pero perdonar no equivale a olvidar, pues olvidar no está a nuestro alcance. Significa renunciar a la venganza, no desear el mal sino el bien a quienes nos ofenden, orar por su conversión y salvación; desear gozar incluso de su compañía, gratitud y amor por toda la eternidad. He ahí la prueba del perdón total.

1 Samuel 26,2-23

Saúl bajó inmediatamente al desierto de Zif con tres mil hombres selectos de Israel; fue en busca de David al desierto de Zif. David y Abisaí llegaron pues de noche hasta el campamento. Saúl dormía en el centro del campamento y su lanza estaba clavada de pie a su lado, y todos sus hombres dormían a su derredor. Abisaí dijo entonces a David: "Hoy puso Dios a tu enemigo en tus manos. Déjame clavarlo en tierra con su lanza, no tendré necesidad de hacerlo por segunda vez". Pero David respondió a Abisaí: "¡No lo hieras! ¿Quién podría poner su mano en el ungido de Yavé y quedar sin castigo?" David tomó la lanza y la cantimplora que estaban al lado de Saúl y se fueron. Nadie lo vio, nadie lo supo, nadie se movió; todos dormían porque Yavé les había enviado un sueño muy pesado. David pasó al otro lado y se puso bien distante en la cima del cerro; los separaba un gran espacio. David le dijo: Aquí está tu lanza, señor, que venga uno de tus muchachos a buscarla. Yavé recompensará a cada cual según su justicia y su fidelidad. Hoy Yavé te había puesto en mis manos y yo no quise poner mi mano encima del que Yavé consagró.

David, nueve siglos antes de Cristo, cumple ya y vive a la letra el mandato de Jesús a sus seguidores y amigos: “Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen” (Mateo 5, 44). Es conmovedor también su dolor y llanto cuando se enteró de la muerte de su enemigo Saúl.

Pero después de la enseñanza de Jesús, ¿cuántos de los que se han considerado y se consideran seguidores de Cristo – cristianos - cumplen su mandato de amar a los enemigos y orar por ellos? Y que quien no cumple este mandato, no es verdadero cristiano.

¿Quién ama a sus enemigos? Quien no les devuelve mal por mal, no los odia, no toma revanchas, sino todo lo contrario: pide a Dios que les perdone, ora y ofrece sacrificios por su salvación. Así imita a Cristo – se hace y se demuestra cristiano – que desde la cruz oraba por sus asesinos: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”, cumpliendo así su enseñanza: “No hay amor más grande que el de quien da la vida por los que ama”, por los amigos y por los enemigos hechos amigos mediante el perdón. Recordemos a santa María Goretti que pidió y consiguió la conversión y salvación de su asesino.

Y esa es también la mejor manera de conseguir el perdón de los propios pecados: “Si ustedes perdonan, serán perdonados”. Tal vez tengamos que pedir con insistencia la fuerza y la voluntad de perdonar. Pero perdonar no significa no sentir dolor ante la ofensa recibida, incluso durante largos años o tal vez por toda la vida.

1 Corintios 15,45-49

Así dice la Escritura: “El primer hombre, Adán, se convirtió en un ser viviente”; pero el último Adán, en cambio, será espíritu que da vida. La vida animal es la que aparece primero, y no la vida espiritual; lo espiritual viene después. El primer hombre, sacado de la tierra, es terrenal; el segundo viene del cielo. Los cuerpos de esta tierra son como el hombre terrenal, pero los que alcanzan el cielo son como el hombre del cielo. Y del mismo modo que ahora llevamos la imagen del hombre terrenal, llevaremos también la imagen del celestial.

En el orden de la creación, Dios, que es espíritu, crea primero la materia, luego la vida animal, a la cual añade la vida humana, y por fin da al hombre la vida espiritual que vivifica y sostiene la vida humana y la hace eterna.

El primer hombre, Adán, hecho de la tierra, por la fuerza del Espíritu de Dios que da la vida, se convirtió en ser viviente, pero sometido a la muerte a causa del pecado. Jesús, el segundo Adán, primero es espíritu eterno, segunda persona de la Trinidad, y luego asume el cuerpo humano corruptible para hacerlo incorruptible y celestial, mediante la resurrección.

Jesús, con la muerte y la resurrección de su cuerpo mortal, ha ganado para todos la resurrección de nuestro cuerpo mortal, que él hará cuerpo celestial, como el suyo. Cristo hará surgir de nuestro cuerpo muerto un cuerpo glorioso; como de la semilla surge una planta nueva, muy superior a la semilla que se pudre. Vale la pena vivir y caminar unidos a él, preparándonos así a la resurrección y a la gloria con él.

P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, February 11, 2007

LA FELICIDAD QUE POCOS BUSCAN

LA FELICIDAD QUE POCOS BUSCAN

Domingo 6° durante el año-C / 11-2-2007


Jesús levantó los ojos hacia sus discípulos y les dijo: "Felices ustedes los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios. Felices ustedes los que ahora tienen hambre, porque serán saciados. Felices ustedes los que lloran, porque reirán. Felices ustedes si los hombres los odian, los expulsan, los insultan y los consideran unos delincuentes a causa del Hijo del Hombre. Alégrense en ese momento y llénense de gozo, porque les espera una recompensa grande en el cielo. Recuerden que de esa manera trataron también a los profetas en tiempos de sus padres. Pero ¡pobres de ustedes, los ricos, porque tienen ya su consuelo! ¡Pobres de ustedes los que ahora están satisfechos, porque después tendrán hambre! ¡Pobres de ustedes los que ahora ríen, porque van a llorar de pena! ¡Pobres de ustedes, cuando todos hablen bien de ustedes, porque de esa misma manera trataron a los falsos profetas en tiempos de sus antepasados!” (Lucas 6,17.20-26).

La felicidad es el objetivo de todo lo que el hombre vive, hace, dice, espera; e incluso de todo lo que sufre. Pero ¡cuánto engaño en buscar la felicidad y cuánta felicidad sin buscadores!


Ser feliz significa experimentar que la propia vida es verdadera y exitosa porque se vive con valores que no perecen y ni siquiera se pierden con la muerte; es sentirse uno mismo, persona libre, que ama y es amada, con un puesto de responsabilidad en la historia humana de cada día, con sentido de amor servicial y proyección de feliz eternidad.


También Cristo tuvo como objetivo primordial de su vida la felicidad del hombre, y la suya propia. Y nos enseñó el camino real de esa felicidad plena y eterna, que él siguió, logrando el éxito más rotundo: la resurrección y la ascensión a la gloria eterna. Y ese es el camino de la felicidad que nos marca y nos ofrece hoy: las bienaventuranzas. El que siguieron y siguen todos los suyos con la voluntad y seguridad de alcanzar la meta prometida.


Pero... ¿cuántos creen realmente que es ese el camino de la verdadera, perenne y eterna felicidad que todos buscamos? Cada religión, cada cultura, cada generación tiene sus criterios de felicidad, y no renuncian a ellos ni los mejoran, a pesar de que constatan una y mil veces que son falsos, pues son cosquillas que hacen reír, pero no hacen feliz. Son los criterios de la sociedad del poder, del tener y del placer.


Las bienaventuranzas son el programa de vida de Jesús y ofrecido a todos los que de verdad quieran lograr la mayor felicidad posible en esta tierra y su misma felicidad divina y eterna en el paraíso.


Pero, ¿cómo pueden ser felices los pobres, los que lloran, los que sufren, los que renuncian a una vida fácil de placer, los perseguidos, los que pasan hambre, los pacíficos...? Muy sencillo: ellos, con la ayuda de Dios, convierten esas infelicidades pasajeras en fuente de felicidad temporal y eterna. Así fue para Cristo y así y será es para sus verdaderos discípulos.


La pobreza es la primera de las bienaventuranzas y las sintetiza todas. Ser pobre es tener conciencia de que todo lo que somos, tenemos, amamos y esperamos son dones y propiedad de Dios, puestos en nuestras manos para gozarlos y compartirlos con gratitud. Pobre es quien no pone en lugar de Dios o por encima de él a ninguna criatura o disfrute.


Pero infelices y pobres los que son ricos a costa de los pobres, que ríen sobre la tristeza ajena, saciados gracias al hambre de otros... No tienen más futuro que la muerte y la infelicidad eterna. Dios los abandona a sus caprichos y pasiones. Ya recibieron su paga...


De cada cual depende elegir el camino real de la verdadera felicidad que traspasa el umbral de la muerte, o de la felicidad engañosa y pasajera.


Jeremias 17,5-8


Así habla Yavé: “¡Maldito el hombre que confía en otro hombre, que busca su apoyo en un mortal, y que aparta su corazón de Yavé! Es como mata de cardo en la estepa; no sentirá cuando llegue la lluvia, pues echó sus raíces en lugares ardientes del desierto, en un solar despoblado. ¡Bendito el que confía en Yavé, y que en él pone su esperanza! Se asemeja a un árbol plantado a la orilla del agua, y que alarga sus raíces hacia la corriente: no tiene miedo de que llegue el calor, su follaje se mantendrá verde; en año de sequía no se inquieta, ni deja de producir sus frutos.

Dios no maldice la confianza necesaria entre las personas de buena voluntad, en función de una sana y gratificante convivencia humana en la amistad, en la mutua ayuda y en la fraternidad, en su presencia. Pero sí maldice la confianza excesiva puesta en una persona humana que lleva al hombre a volver las espaldas a Dios, porque espera del hombre lo que sólo de Dios puede dar. Pone al hombre en el lugar de Dios, y eso es y se llama idolatría.

Esta confianza maldita que excluye a Dios de la vida y pone en su lugar los ídolos del tener, del placer y del poder, vuelve la vida estéril y desértica, porque se ha cortado de única fuente de la vida: Dios. Y sólo queda una pasajera apariencia de vida, pero en realidad es muerte anticipada y la más triste “malaventuranza”.


Sin embargo, el que ha puesto su confianza en Dios, se conecta con la fuente y la corriente de aguas vivas, que hacen posible que la vida sea vida - no apariencia de vida – y produzca frutos de vida, felicidad y salvación para sí y para muchos otros. Recordemos siempre la consigna clave de Jesús: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”.


1 Corintios 15,12. 16-20


Ahora bien, si proclamamos un Mesías resucitado de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos ahí que no hay resurrección de los muertos? Pues si los muertos no resucitan, tampoco Cristo pudo resucitar. Y si Cristo no resucitó, de nada les sirve su fe: ustedes siguen en sus pecados. Y, para decirlo sin rodeos, los que se durmieron en Cristo están totalmente perdidos. Si nuestra esperanza en Cristo se termina con la vida presente, somos los más infelices de todos los hombres. Pero no, Cristo resucitó de entre los muertos, siendo el primero y primicia de los que se durmieron.

San Pablo es el apóstol por excelencia de la resurrección. Después de la venida del Espíritu Santo los apóstoles se lanzaron a la calle para predicar, y la resurrección de Cristo era el tema esencial de la evangelización: “A Jesús Dios lo resucitó, de lo cual todos nosotros somos testigos” (Hechos de los apóstoles 2, 32). “Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho poder” (Hechos de los apóstoles 4, 33). Se convertían por miles.


Y también hoy toda evangelización, predicación y catequesis, para ser verdadera, debe tener como tema fundamental y explícito a Cristo resucitado y la resurrección de los muertos.


Sin no se cree en Cristo resucitado, presente y actuante, vana es la fe, la catequesis y la predicación; y no hay perdón de los pecados al no creer en el único que nos puede perdonar, cosa que no puede hacer un muerto. Seríamos los más infelices de los hombres, pues no gozaríamos del Resucitado ni en esta vida ni en la otra.¡Pero no! Cristo está resucitado y cumple puntualmente con nosotros su infalible promesa: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. Vivamos y promovamos la cultura de la resurrección con una vida pascual en Cristo resucitado, y él nos dará la total bienaventuranza: la resurrección.

P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, February 04, 2007

PESCADORES DE HOMBRES

PESCADORES DE HOMBRES


Domingo 5° durante el año – C / 04-02-2007


En una oportunidad, la multitud se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios, y Él estaba de pie a la orilla del lago de Genesaret. Desde allí vio dos barcas junto a la orilla del lago; los pescadores habían bajado y estaban limpiando las redes. Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que se apartara un poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la multitud desde la barca. Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: “Navega mar adentro, y echen las redes”. Simón le respondió: “Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si Tú lo dices, echaré las redes”. Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse. Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: “Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador”. El temor se había apoderado de él y de los que lo acompañaban, por la cantidad de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: “No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres”. Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron. (Lucas 5, 1-11).

Pedro vive con sus compañeros el disgusto de no haber pescado nada en toda la noche. Pero con gusto pone su barca a disposición del Maestro para que la gente lo escuche mejor, y él se sienta a su lado para no perderse ni una palabra suya.

Al terminar el discurso, Jesús le dice a Pedro que reme mar adentro para lanzar las redes. Pedro es un pescador experimentado, y sabe cuáles son los tiempos y lugares de la pesca en el lago de Genesaret: durante la noche, como lo habían hecho, pero sin haber encontrado ni un solo pez. Y Jesús, que no era pescador, sino carpintero, le pide un contrasentido: echar las redes en pleno día.

El patrón del Genesaret, sin esperanza de éxito, echa las redes al agua, donde Jesús le indica. Pedro estaba profundamente impresionado por el discurso de Jesús a la gente, y no podía discutir su orden, que era bien precisa.

Pedro, como a regañadientes, renuncia a la lógica de su oficio y de su experiencia y entra resignado en la lógica ilógica del Maestro. Pero la sorpresa de la abundante pesca lo desconcierta: reconoce la grandeza de Jesús y su propia pequeñez y pecado, hasta el punto de verse indigno de estar ante el Señor. Pero Jesús lo hace blanco de su “absurda” lógica al transformarlo de pescador de peces en pescador de hombres con las redes de la Palabra salvadora de Dios.

No es discípulo de Jesús quien sólo está a su lado, sino quien además se fía de él, aun en contra de las evidencias humanas; y descubre en Jesús a alguien tan extraordinario y tan grande, que se siente indigno de estar en su presencia, la que él nos aseguró con palabras infalibles: “Estoy con ustedes todos los días”.

Fiarse de Jesús es pasar a una nueva situación, subir de la lógica humana a la lógica sobrenatural, desde la propia pequeñez e indignidad. Todo cristiano (=discípulo de Cristo unido a él), es llamado a ser “pescador de hombres”; o sea: colaborar con Jesús en la salvación de sus hermanos y de todos los hombres, con la vida, la palabra, las obras, el sufrimiento, la oración, el ejemplo, pero unido él.

Isaías 6, 1-2. 3-8

El año de la muerte del rey Ozías, yo vi al Señor sentado en un trono elevado y excelso, y las orlas de su manto llenaban el Templo. Unos serafines estaban de pie por encima de Él. Cada uno tenía seis alas. Y uno gritaba hacia el otro: «¡Santo, santo, santo es el Señor de los ejércitos! Toda la tierra está llena de su gloria». Uno de los serafines voló hacia mí, llevando en su mano una brasa que había tomado con unas tenazas de encima del altar. Él le hizo tocar mi boca, y dijo: «Mira: esto ha tocado tus labios; tu culpa ha sido borrada y tu pecado ha sido expiado». Yo oí la voz del Señor que decía: «¿A quién enviaré y quién irá por nosotros?» Yo respondí: «¡Aquí estoy: envíame!»

Tantas veces pronunciamos u oímos la palabra SANTO referida a Dios, sin quizás saber qué significa: admirable, insuperable, omnipotente, infinitamente amable y bello, inalcanzable, y a la vez el más cercano a nosotros. Es el Creador y cuidador del universo material, donde las distancias se expresan en millones de años luz; y de la diminuta tierra, que en un solo metro cuadrado puede contener millones de seres vivos que él cuida desde hace millones de años. Él hizo nuestro corazoncito, que realiza 36 millones de latidos al año, bombeando más de 2 millones de litros anuales de sangre por 100 mil kilómetros de venas y arterias. Y es el Hacedor del mundo invisible, celestial, inmensamente superior al mundo material. E infinitamente por encima de todas sus obras admirables, está él.

¿Cómo no sentirse indignos y anonadados ante nuestro Dios y Padre que, a pesar de nuestro pecado, se enorgullece de elevarnos a la dignidad de hijos suyos, hacernos colaboradores de su obra creadora y redentora, y además nos llama a compartir su felicidad en mansión celestial por toda la eternidad?

Sin embargo, no creemos en él lo suficiente, y con nuestra ceguera opacamos su presencia y la hacemos incomprensible. Mas nuestra indignidad no nos excusa de la responsabilidad de creerle, amarlo y respetarlo, y de ser puentes entre él y nuestros hermanos que no le creen ni le aman ni lo respetan, para su propio mal. Tenemos que responder como Isaías: “Aquí estoy: envíame”.

1 Corintios 15, 3-8. 11

Hermanos: Les he trasmitido en primer lugar, lo que yo mismo recibí: Cristo murió por nuestros pecados, conforme a la Escritura. Fue sepultado y resucitó al tercer día, de acuerdo con la Escritura. Se apareció a Cefas y después a los Doce. Luego se apareció a más de quinientos hermanos al mismo tiempo, la mayor parte de los cuales vive aún, y algunos han muerto. Además, se apareció a Santiago y a todos los Apóstoles. Por último, se me apareció también a mí, que soy como el fruto de un aborto. En resumen, tanto ellos como yo, predicamos lo mismo, y esto es lo que ustedes han creído.

San Pablo es el apóstol por excelencia de Cristo muerto y resucitado. La resurrección de Jesús, o mejor, Jesús resucitado, es el centro vivo y la fuerza de toda su predicación. Él no elabora cuentos, sino que habla de hechos reales narrados por testigos presenciales y de la experiencia vivida por él mismo.

Pero hoy se está difundiendo una cristología a base de hipótesis que tratan de demostrar que Cristo no resucitó, sencillamente porque la resurrección no es razonable ni demostrable; pero, en el fondo, porque Cristo resucitado exige cargar con la cruz cada día para merecer seguirlo hacia la resurrección y la gloria.

Olvidan que la fe no es razonable ni demostrable. Y que “si Cristo no resucitó, es vana la fe y la predicación”, y en espcial la de ellos, que además resulta fatal para la fe de los sencillos. Y que “si Cristo no ha resucitado, somos los más necios y desgraciados de los hombres”, pues nuestra fe se apoyaría en una gran mentira, en uno cualquiera que ha muerto definitivamente; sería una fe absurda, inútil.

Cultivemos, pues, y vivamos asiduamente nuestra fe en quien nos dijo: “Estoy con ustedes todos los días”, resucitado, presente, actuante.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Saturday, January 27, 2007

PEDIR SÍ, PERO TAMBIÉN ESCUCHAR A QUIEN PIDE.

PEDIR SÍ, PERO TAMBIÉN ESCUCHAR A QUIEN PIDE.

Domingo 4º del tiempo ordinario-C / 28-1-07


Jesús empezó a decir en la sinagoga: - Hoy les llegan noticias de cómo se cumplen estas palabras proféticas. Todos lo aprobaban y se quedaban maravillados al escuchar esta proclamación de la gracia de Dios que salía de sus labios. Y decían: - ¡Pensar que es el hijo de José! Jesús les dijo: - Seguramente ustedes me van a recordar el dicho: Médico, cúrate a ti mismo. Realiza también aquí, en tu patria, lo que nos cuentan que hiciste en Cafarnaún. Y Jesús añadió: - Ningún profeta es bien recibido en su patria. En verdad les digo que había muchas viudas en Israel en tiempos de Elías, cuando el cielo retuvo la lluvia durante tres años y medio y una gran hambre asoló todo el país. Sin embargo Elías no fue enviado a ninguna de ellas, sino a una mujer de Sarepta, en tierras de Sidón. También había muchos leprosos en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio. Todos en la sinagoga se indignaron al escuchar estas palabras; se levantaron y lo empujaron fuera del pueblo, llevándolo hacia un barranco del cerro sobre el que está construido el pueblo, con intención de arrojarlo desde allí. Pero Jesús pasó por medio de ellos y siguió su camino. (Lucas 4, 21 - 30).

Desconcertante la reacción de los nazarenos ante el anuncio de Jesús que declaraba ser el Mesías por ellos mismos esperado. ¿Cómo va a ser el Mesías el hijo de un carpintero?

Si admitían a Jesús como Mesías, sus paisanos tenían que cambiar la forma de pensar y de vivir. Sin embargo, ni siquiera se rinden ante el poder milagroso de Jesús, que los inmoviliza y se libera de ser despeñado, deslizándose de sus manos ileso, seguro, tranquilo.

Dios nos ama. Cristo nació, vivió, predicó, sufrió, murió y resucitó para enseñarnos que el amor de Dios y del prójimo es el camino auténtico de la felicidad y de la vida. La religión auténtica. Para eso pone continuamente profetas en nuestro camino a fin de que despertemos de muy posibles letargos, y cuestionemos lo que tenemos por tan seguro, como si fuera lo mejor, pero sin verificarlo, ya que siempre se puede ser y hacer más y mejor.

Palabras, gestos, conducta y necesidades de personas importantes o insignificantes, niños, jóvenes, adultos, ricos o pobres, familiares o ajenos, sacerdotes o fieles, creyentes o no creyentes, pueden ser nuestros profetas de cada día, a través de los cuales Dios nos habla.

Pero escuchar a un profeta exige aceptar el esfuerzo, sufrido y feliz a la vez, de orientar mejor la vida hacia Dios y hacia el prójimo, como fuentes únicas de la felicidad que solemos buscar donde no puede encontrarse: en el dinero, en el placer, en el poder.

El mayor sufrimiento del profeta es ver rechazado su mensaje de liberación y salvación llevado a sus oyentes, sin otro interés que el amor y el deseo del máximo bien para ellos. El rechazo de Jesús por parte de los judíos lo hizo llorar de pena y amargura; pero también lo empujó a enviar a sus mensajeros de la salvación fuera del pueblo escogido, a todo el mundo.

Todo cristiano es mensajero y profeta por vocación, a menos que rechace a Cristo, como dice San Juan evangelista: “Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”. El cristiano verdadero acoge a Cristo en su vida real diaria, y es de aquellos de quienes dice el mismo evangelista: “Pero a cuantos lo recibieron, les concedió ser hijos de Dios”.

Estos dejan que Dios intervenga en sus vidas y a través de sus obras. No se contentan con rezos, ir a misa, dar alguna limosnita, tener imágenes en casa, hablar de Dios, leer la Biblia... Saben que Dios se les manifiesta en el rostro y en la vida de sus semejantes, por más que tengan otra forma de pensar y de vivir, y por ellos les habla. Y a la vez se hacen profetas.

Ante el profeta Jesús presente y sus profetas, hay sólo dos actitudes: quedar conmovidos en el alma y abrirse a él con fe, amor y gratitud, y cambiar de vida; o cerrarse a él por egoísmo. ¿Cuál es nuestra actitud real y profunda? Vale la pena verificarlo con lealtad. Nos jugamos el éxito de la vida y la eternidad.

P. Jesús Álvarez, ssp.


Jeremias 1, 4 - 5, 17 - 19

Me llegó una palabra de Yavé: "Antes de formarte en el seno de tu madre, ya te conocía; antes de que tú nacieras, yo te consagré, y te destiné a ser profeta de las naciones." Tú, ahora, muévete y anda a decirles todo lo que yo te mande. No temas enfrentarlos, porque yo también podría asustarte delante de ellos. Este día hago de ti una fortaleza, un pilar de hierro y una muralla de bronce frente a la nación entera: frente a los reyes de Judá y a sus ministros, frente a los sacerdotes y a los propietarios. Ellos te declararán la guerra, pero no podrán vencerte, pues yo estoy contigo para ampararte, palabra de Yavé."

Lo que Dios le dice a Isaías en el Antiguo Testamento, lo realiza en los seguidores de Cristo. En el bautismo recibimos la consagración de Dios como profetas, sacerdotes y reyes. Como profetas, para comprender y ayudar a comprender la realidad, los hechos, las personas, desde la perspectiva de Dios. Como sacerdotes, para compartir con Cristo la obra de la salvación nuestra y de muchos otros, sobre todo mediante la celebración de la Eucaristía. Como reyes, hijos del Rey supremo y universal, para vivir y actuar con la libertad de los hijos de Dios. Para eso fuimos formados desde el seno de nuestras madres. ¡Gran privilegio y amor!


1 Corintios 12, 31. 13, 1-13

Ustedes, con todo, aspiren a los carismas más elevados; y yo quisiera mostrarles un camino que los supera a todos. Aunque hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si me falta el amor, sería como bronce que resuena o campana que retiñe. Aunque tuviera el don de profecía y descubriera todos los misterios -el saber más elevado-; aunque tuviera tanta fe como para trasladar montes, si me falta el amor, nada es. Aunque repartiera todo lo que poseo e incluso sacrificara mi cuerpo, pero para recibir alabanzas, sin hacerlo por amor, de nada me sirve. El amor es paciente y muestra comprensión. El amor no tiene celos, no aparenta ni se envanece. No actúa con bajeza ni busca su propio interés; no se deja llevar por la ira y olvida lo malo. No se alegra de lo injusto, sino que se goza en la verdad. Perdura a pesar de todo, lo cree todo, lo espera todo y lo soporta todo. El amor nunca pasará. Las profecías perderán su razón de ser; callarán las lenguas y ya no servirá el saber más elevado. Porque este saber se queda muy corto, y nuestras profecías también son algo muy limitado; y cuando llegue lo perfecto, desaparecerá lo que es limitado. Ahora son válidas la fe, la esperanza y el amor; las tres, pero la mayor de estas tres es el amor.

Esta extraordinaria página de san Pablo es el necesario paradigma que nos ayuda a distinguir hoy, con claridad, si vivimos o no en el verdadero amor o en el egoísmo camuflado de amor.

El poder, el dinero y el placer luchan sin descanso para sepultar el amor bajo las losas del egoísmo, y sobre ellas escriben en letras doradas la palabra amor, embaucando así a la gran mayoría de la humanidad, que se arrodilla, engañada, ante los altares de esos tres bienes convertidos en ídolos, dispuestos a destruir a quienes buscan en ellos la felicidad que no dan.

El amor verdadero se diferencia del falso (egoísmo) por la capacidad de renuncia sufriente a todo lo que puede hacer daño a la persona amada, y por el esfuerzo costoso de hacerle el mayor bien posible. Por eso no existe amor real sin el sufrimiento real que lo sostenga.

Es evidente, pues, que el amor verdadero no se identifica con la experiencia sexual, como se esfuerzan por hacerlo creer, sobre todo a los jóvenes, los tres ídolos del poder, del poseer y del placer. Si estos perdieran la lucha del amor falso por la victoria del verdadero (que es el que todo el mundo busca, pero donde no se encuentra), sus redondos negocios sucumbirían.

Pero el mayor de los amores es dar la vida por quienes se ama (el mayor y más feliz de los sacrificios). Dar la vida por su salvación eterna, como lo hizo Cristo. Pues esta constituye el máximo bien del hombre, según la misma palabra de Jesús: “¿De qué le vale al hombre ganar todo el mundo, si al final se pierde a sí mismo?” “¿Qué podrá dar en rescate por su vida?”

Todos estamos llamados a dar la vida por la salvación de los demás -¡tenemos que darla de todas maneras!-, por amor a los demás, ejerciendo así con Cristo nuestro misterioso y eficaz sacerdocio bautismal. Si nos falta el amor, nada somos.

P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, January 21, 2007

Enviado de Dios

Enviado de Dios

Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han cumplido entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribir para ti, ilustre Teófilo, un relato ordenado a fin de que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido.

En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la región. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan. Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso de pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «EI Espíritu del Señor está sobre mi, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor». Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Y se puso a decirles: «Hoy se cumple esta Escritura que acaban de oír». Lucas 1, 1 - 4 : 4, 14 - 21.

Nehemias 8, 2 - 4a. 5 - 6. 8 - 10.

En aquellos días, el sacerdote Esdras trajo el libro de la Ley ante la asamblea, compuesta de hombres, mujeres y todos los que tenían uso de razón. Era mediados del mes séptimo. En la plaza de la Puerta del Agua, desde el amanecer hasta el mediodía, estuvo leyendo el libro a los hombres, a las mujeres y a los que tenían uso de razón. Toda la gente seguía con atención la lectura de la Ley. Esdras, el escriba, estaba de pie en el púlpito de madera que había hecho para la ocasión. Esdras abrió el libro a la vista de todo el pueblo - pues se hallaba en un puesto elevado - y, cuando lo abrió, toda la gente se puso de pie. Esdras bendijo al Señor, el Dios grande, y todo el pueblo, levantando las manos, respondió:- «Amén, amén».Después se inclinaron y adoraron al Señor, rostro en tierra. Los levitas leían el libro de la Ley de Dios con claridad y explicando el sentido, de forma que comprendieran la lectura. Nehemías, el gobernador; Esdras, el sacerdote y escriba, y los levitas que enseñaban al pueblo decían al pueblo entero:- «Hoy es un día consagrado a nuestro Dios: No hagan duelo ni lloren» .Porque el pueblo entero lloraba al escuchar las palabras de la Ley. Y añadieron: - «Vayan, coman alimentos exquisitos, beban vino dulce y envíen porciones a quien no tiene, pues es un día consagrado a nuestro Dios. No estén tristes, pues la alegría en el Señor es la fortaleza de ustedes».

Corintios 12, 12 - 30.

Hermanos: Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu. El cuerpo tiene muchos miembros, no uno solo. Si el pie dijera: «No soy mano, luego no formo parte del cuerpo», ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el oído dijera: «No soy ojo, luego no formo parte del cuerpo», ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el cuerpo entero fuera ojo, ¿cómo oiría? Si el cuerpo entero fuera oído, ¿como olería? Pues bien, Dios distribuyó el cuerpo y cada uno de los miembros como él quiso. Si todos fueran un mismo miembro, ¿donde estaría el cuerpo? Los miembros son muchos, es verdad, pero el cuerpo es uno solo. El ojo no puede decir a la mano: «No te necesito»; y la cabeza no puede decir a los pies: «No los necesito». Más aun, los miembros que parecen más débiles son más necesarios. Los que nos parecen despreciables, los apreciamos más. Los menos decentes, los tratamos con más decoro. Porque los miembros más decentes no lo necesitan. Ahora bien, Dios organizó los miembros del cuerpo dando mayor honor a los que menos valían. Así, no hay divisiones en el cuerpo, porque todos los miembros por igual se preocupan unos de otros. Cuando un miembro sufre, todos sufren con él; cuando un miembro es honrado, todos se felicitan. Pues bien, ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro. Y Dios los ha distribuido en la Iglesia: en el primer puesto los apóstoles, en el segundo los profetas, en el tercero los maestros, después vienen los milagros, luego el don de curar, la beneficencia, el gobierno, la diversidad de lenguas. ¿Acaso son todos apóstoles? ¿O todos son profetas? ¿O todos maestros? ¿O hacen todos milagros? ¿Tienen todos don de curar? ¿Hablan todos en lenguas o todos las interpretan?.

Saturday, January 13, 2007

DIOS EN LAS ALEGRÍAS Y PENAS HUMANAS

DIOS EN LAS ALEGRÍAS Y PENAS HUMANAS

Domingo 2° durante el año - C / 14 - 01 - 07


Tres días más tarde se celebraba una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. También fue invitado Jesús a la boda con sus discípulos. Sucedió que se terminó el vino preparado para la boda, y se quedaron sin vino. Entonces la madre de Jesús le dijo: "No tienen vino." Jesús le respondió: "Mujer, ¿por qué te metes en mis asuntos? Aún no ha llegado mi hora." Pero su madre dijo a los sirvientes: "Hagan lo que él les diga." Había allí seis recipientes de piedra, de los que usan los judíos para sus purificaciones, de unos cien litros de capacidad cada uno. Jesús dijo: "Llenen de agua esos recipientes." Y los llenaron hasta el borde. Les dijo: ”Saquen ahora y llévenle al mayordomo." Y ellos se lo llevaron. Después de probar el agua convertida en vino, el mayordomo llamó al novio, pues no sabía de dónde provenía, a pesar de que lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua. Y le dijo: "Todo el mundo sirve al principio el vino mejor, y cuando ya todos han bebido bastante, les dan el de menos calidad; pero tú has dejado el mejor vino para el final." Esta señal milagrosa fue la primera, y Jesús la hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él. Juan 2, 1 - 12

Jesús santifica con su presencia las bodas de Caná. Confirma como sagrado el matrimonio instituido por Dios. Sagrado porque da furza de salvación a la unión conyugal, a la familia, a la música, a la alegría, a la danza, a la comida... Todo lo verdaderamente humano está abierto a lo divino y a ser eternizado.

La Iglesia de Jesús ha hecho del matrimonio un sacramento; o sea, un medio para conseguir la salvación: la unión en el amor, incluida la mutua ternura física , es un camino hacia la felicidad eterna.

La finalidad del sacramento del matrimonio consiste en acoger a Cristo como miembro de la familia, a fin de que él sea garantía de la perseverancia en el amor fiel -más fuerte que la muerte-, como camino de salvación, a pesar de las penas, que él convierte en felicidad en el tiempo y en la eternidad.

¿Por qué extrañarse que sobrevengan tempestades fatales cuando la pareja, la familia se olvida de Cristo, lo arrincona, lo excluye de su vida y del hogar, su santuario doméstico? Cuando los apóstoles se fueron a pescar sin Jesús, no pescaron nada; y cuando se lanzaron al mar sin él, estuvieron a punto de hundirse. Pero al aparecer Jesús y reconocerlo, todo cambió.

En realidad Jesús nos garantiza su la presencia infalible: “Yo estoy con ustedes todos los días”. Aunque a veces parece dormido, como cuando se desencadenó una tempestad: los discípulos lo despertaron y se calmó la tempestad. Lo decisivo es que nosotros lo acojamos entre nosotros, lo llamemos como los apóstoles: “¡Sálvanos, Señor, que perecemos!”

Dios está en nuestras alegrías para hacerlas eternas, y está en nuestras penas para transformarlas en fuentes de vida eterna. La condición es que lo tengamos presente, que lo acojamos de corazón en el gozo y en el dolor.

Con Cristo presente será feliz la fecundidad y la vida engendrada. Y será realidad la fecundidad salvífica, que consiste en engendrar a los hijos también para la vida eterna, con la fe, la oración, la palabra, el amor a Dios y a ellos, el sufrimiento ofrecido, el ejemplo. Familia unida en Cristo, permanecerá unida por toda la eternidad en el amor y la felicidad sin fin. Ese es su destino.

Isaías 62, 1 - 5

Por amor a Sión no me callaré, por Jerusalén no quedaré tranquilo hasta que su justicia se haga claridad y su salvación brille como antorcha. Verán tu justicia las naciones, y los reyes contemplarán tu gloria y te llamarán con un nombre nuevo, el que Yavé te habrá dado. Y serás una corona preciosa en manos de Yavé, un anillo real en el dedo de tu Dios. No te llamarán más "Abandonada", ni a tu tierra "Desolada", sino que te llamarán "Mi preferida" y a tu tierra "Desposada". Porque Yavé se complacerá en ti y tu tierra tendrá un esposo. Como un joven se casa con una joven virgen, así el que te reconstruyó se casará contigo, y como el esposo goza con su esposa, así tú harás las delicias de tu Dios.

La relación de Dios con su pueblo, es una relación de amor, como la relación entre marido y esposa. Pero el pueblo rompe a menudo esa alianza de amor y adora a ídolos paganos, que lo llevan al desastre. Sin embargo Dios, por su amor eterno, arranca a su pueblo de la desolación, lo llama preferido y pone en él sus delicias, como el joven que se casa con una joven virgen.

Mas esto no es sólo una figura del pueblo de Israel, sino que refleja la historia de cada uno de nosotros, que tan a menudo traicionamos el amor infinito de Dios hacia nosotros y menospreciamos su presencia. Sin embargo, a partir de la muerte y resurrección de Cristo, que son la prueba máxima del amor de Dios hacia nosotros, el perdón está siempre a nuestro alcance.

A menudo nosotros pretendemos conseguir la felicidad por nuestra cuenta, al aire de nuestro egoísmo, y a espaldas de Dios. Tarea imposible, pues así nos alejamos de la única fuente de la felicidad auténtica, y sólo encontramos cosquillas engañosas que al fin nos desgarran y dejan vacíos.

Sin embargo, seguimos siendo hijos preferidos de Dios. Basta con volver a él nuestros ojos y nuestro corazón y quedaremos radiantes. No huyamos de él, tampoco cuando pecamos, pues sólo él puede librarnos de las garras del pecado. Démosle a Dios el gozo de sentirse acogido en nuestra pobre vida.

1 Corintios 12, 4 - 11

Hay diferentes dones espirituales, pero el Espíritu es el mismo. Hay diversos ministerios, pero el Señor es el mismo. Hay diversidad de obras, pero es el mismo Dios quien obra todo en todos. La manifestación del Espíritu que a cada uno se le da es para provecho común. A uno se le da, por el Espíritu, palabra de sabiduría; a otro, palabra de conocimiento según el mismo Espíritu; a otro, el don de la fe, por el Espíritu; a otro, el don de hacer curaciones, por el único Espíritu; a otro, poder de hacer milagros; a otro, profecía; a otro, reconocimiento de lo que viene del bueno o del mal espíritu; a otro, hablar en lenguas; a otro, interpretar lo que se dijo en lenguas. Y todo esto es obra del mismo y único Espíritu, que da a cada uno como quiere.

Dios nos ha dado a cada uno dotes, dones, cualidades y medios para una misión especial en la vida. Es una gran necedad envidiar los dones que el Espíritu ha dado a los demás, sean cuales sea, e infravalorar los nuestros.

La sabiduría, la realización y el éxito final de nuestra vida consiste en reconocer, apreciar, cultivar nuestras posibilidades y cumplir nuestra misión, unidos a Cristo. Misión que nadie más podrá cumplir por nosotros.

La felicidad no está en ser y tener más que los demás, sino en desarrollar al máximo nuestros talentos en nuestra propia misión para alcanzar el máximo premio: la felicidad, la plenitud, la grandeza y la gloria eternas.


P. Jesús Álvarez, ssp.